NOTICIAS DE AYER

Circo Beat. Ida y vuelta a la Feria del Libro de Córdoba 2012, por Ana Ojeda


Risa o refalosa: ésa es la disyuntiva en Ascasubi
J. L. Borges

San Cristóbal haciendo esquina y recostada sobre ella, un Peugeot 206 metalizado. Dos adentro y dos afuera, una mochilita por cabeza, sonrisas y expectativa en el tupido cejamén del conjunto. Son cuatro y parte de un contingente mayor, armada Brancaleone y repulgue en torno de Matías Reck, Esplendor Editorial responsable de Milena Caserola, Kali de mil brazos, ramificaciones, presentaciones y formatos con un solo objetivo: apretar el pomo hasta hacer de la editorialía una experiencia horizontal y común, en la que todo el mundo produzca los libros que desee y obtenga por ellos el reconocimiento que hoy se reserva a sellos exquisitos como –un ejemplo– La Bestia Equilátera. En definitiva: expoliación proletaria en el campo cultural: se viene el estallido.
–Está todo bien, muchachos, todo es relativo –Esplendor Editorial mediando en una de las reuniones previas del Córdoba Tour–. El que quiere las vende y el que no, no. En todo caso, la rifa se hace el 9 de octubre en Eterna Cadencia, ¿estamos? Es por un e-readerehhh, por un i-pod, un pad… por un Kindl. La pantallita ésa para leer libros e. Chicos: pongámonos las pilas –y sonrisa de gato Cheshire.
El auto tragó asfalto casi enseguida, con un fondo de cháchara acerca de “la invitación”. Le decían así para acortar, pero se trataba en realidad de un esfuerzo colectivo autogestivo que gracias a rifa, fiesta e imaginación logró transportar alrededor de una docena de almitas deseantes de la Ciudad Autónoma hasta Córdoba Capital para asistir a un par de actividades en el marco de la Feria del Libro 2012. Algunos viajaron en micro, otros en auto. Entre viernes y sábado a la mañana, ya todos se encontraban en camino.
–¡Córdoba Capital! ¡Uuuuuuuuu: allá vamos!
El ánimo al interior de la voiturette es festivo. Rosalba, la única mujer del conjunto móvil, se repantiga en el asiento de atrás y se recluye por un momento en sí misma, observando al acaso la oreja derecha de Van Gogh, que maneja con solvencia el vehículo que la generosidad de su hermano ha puesto a disposición de los expedicionarios de fin de semana. Tiene el interior algo abollado porque está dejando Amor e hijo en Buenos Aires, librados a las disyuntivas de 48 hs. sin ella. Qué desprendida es: ya en camino y todavía ni un minuto de pensamiento para lo que la espera al final del camino porque tiene el cerebro atascado en la puerta de su casa, padre e hijo saludando sonrientes con la mano, como si su partida fuese nada, lo más normal, distendidos y hasta ¿contentos? de verla partir en pos de su sueño. No sabe si alegrarse o angustiarse. Medita Rosalba y mientras, sigue la conversación que la envuelve con distancias, víveres y proyectos a realizar en esos dos días que se avecinan para todos en Córdoba.
–Yo voy a engarzar una tradición de escritura que me parece válida en lo que tiene que ver con el campo actual de la literatura mediterránea en nuestro país –Proust deja entrever su as en la manga–: para metérmelos en el bolsillo. La gracia del asunto sería dejar claro que nosotros estamos al tanto de lo que se está escribiendo fuera de nuestra provincia, en otros lados, para desarticular la percepción prejuiciosa de que los porteños vivimos admirándonos el ombligo.
Los demás no saben de qué van a hablar. No tienen, todavía, tema o prefieren improvisar. La propuesta de la editorial busca presentar una porción de la Nueva Nueva Narrativa Argentina al público cordobés, pero en ningún momento nadie se expidió acerca de la manera de hacerlo. Rosalba siente ganas de comentar una hipótesis en proceso acerca de la posibilidad de pensar una literatura femenina anclada no en el sexo de su productor, sino en una serie de temáticas que considera propias de su género: la crianza de los hijos, el trabajo en el hogar, la limpieza, etc. Comentarlo, de todas maneras, le da algo de pudor porque en el fondo –y ni siquiera tan al fondo– es consciente de que induce a partir de su propia experiencia, a la cual no hay porqué otorgarle ribetes de universalidad.
–Falta poner la llaga social sobre la mesa, loco, tenemos que escribir sobre lo que está pasando, denunciarlo. No puede ser que maten a esa pibita, Candela, hace un par de meses y ahora ya nadie se acuerda de nada –Arlt flamea furia inflamado de enojo por la injusticia social–. No puede ser, no va, así no va, loco.
–Lo que no va es que a los periodistas culturales ahora se les haya metido en la cabeza que el último grito de la nueva narrativa sea Luis Othoniel Rosa, ¡¿quién carajos es Luis Othoniel Rosa?! –Van Gogh se enerva detrás del volante–. ¡Nosotros estábamos antes, loco, por qué no nos leen a nosotros, en lugar de ir a buscar autores a Puerto Rico! ¡Harto me tienen! ¡Harto!
Al contrario de lo que Rosalba hubiera sospechado, Proust y Arlt pronto abandonan el tema de las estrategias a seguir en la mesa-debate para explorar diferentes maneras de tranquilizar los lógicos temores de sus respectivas mujeres, un poco sorprendidos todavía de que los hayan dejado partir. Van Gogh es el único que parece disfrutar de autonomía inconsulta.
–¡Porque no quiero preocuparla sin razón! –Proust que reacciona–. Si le llego a decir que dormimos los cuatro en el mismo cuarto se va a preocupar. Yo la conozco. Es así, desde el primer día es así. Se imagina… no sé: que soy Casanova. Sin razón, sin necesidad porque yo la quiero a ella, y estoy reenamorado, pero no la conoce a Rosalba y se va a pensar… Cualquier cosa es capaz de pensar la tontita. Porque me conoce, obvio, me conoció antes, cuando yo hacía teatro. Y no se quiere convencer de que cambié, de que toda la locura terminó. Y no se quiere convencer porque me conoce, tiene razón. Al final, tiene razón. ¡Lo que me va a costar este viaje cuando vuelva! Ni quiero pensarlo, boludo, me voy a querer cortar los huevos, ya lo estoy viendo.
Escucharlos discurrir le hace bien a Rosalba, que sospecha en sí un exceso atroz de pequeñoburguesidad del que jamás logra librarse del todo. Así se lo hace entender Amor cada vez que surge el tema: “Sos una borghesaccia de cuarta, Rosa, un mes pasa enseguida, y además Ñeembucú está acá nomás, ¿para qué querés verme todos los días? Yo no tengo tiempo para cafecitos, ahora hay que dar el contragolpe”. Dejando caer los ojos por la ventana, felpudo verde apretujando ruta por ambos lados, Rosalba comienza a olvidar Buenos Aires y fantasear Córdoba, adonde va por primera vez. Maneja algunos datos: que tienen un secundario universitario, el Colegio Nacional de Montserrat, hasta 1997 exclusivo hogar de la testosterona cordobesa, y que tuvieron Rodrigo, el que gorjeara “Soy cordobés” con ritmo y alegría, quedando para siempre adherido a los tímpanos argentos. Y tercero, que es provincia importante, conservadora, “mediterránea”. Viajan al día siguiente del primer cacerolazo opositor al cristinismo y Rosalba siente un vago temor por lo que puede suceder en una provincia tan vacuna y terrateniente, sobre todo porque –con matices– los cuatro cosmonautas de la autopista tienden a encuadrarse desorientadamente en el afuera del conservadurismo bien que supo perseverar en las hermosas sierras y viera morir a tantas lumbreras literarias en plena juventud, desde Enrique González Tuñón hasta José Guillermo Miranda Klix, todos idos en un rapto de tuberculosis à la mode.
–¿Y qué tiene que ver? Nosotros hacemos ficción, eso es lo que nos interesa –Van Gogh mete papita en boca y husmea el horizonte intentando vislumbrar si es momento de empalmar con la autopista Rosario-Córdoba o todavía falta–. El problema es que no tenemos visibilidad, eso es lo que tenemos que pensar: cómo hacer para que nos tomen en cuenta, cómo hacer para entrar en el sistema.
La conversación se entusiasma. Los puntos de vista se abalanzan con perspectivas diferentes, desde tácticas distintas. Rosalba aprovecha para rememorar en off que Amor ya no la lee. Le parece innecesario: ya la tiene a ella ahí todos los días, ¿para qué multiplicarla también sobre el papel? Probablemente, lo último que le leyó fue su primera novela, cuando todavía estaban noviando y no sabían muy bien quién era el otro. ¿Si ni siquiera él la leía, cómo esperar que otros lo hicieran?
–Para mí, la problemática que hoy en día enfrenta todo el campo cultural es la creación de nuevos lectores. Cada vez hay más escritores y menos lectores.
La tertulia coincide con el aporte femenino y plantea la necesidad de una agrupación que los nuclee.
–Podría llamarse “Almagro”, ¿qué les parece? Tuvimos Boedo y Florida y ahora tenemos Almagro y Palermo –dicotomiza Van Gogh con rapidez.
Son necesarios casi cien kilómetros para que las hipótesis interpretativas del contorno noisette que les es contemporáneo se diluyan en esteros de silencio, que Rosalba rellena entones con su búsqueda de precisión acerca de qué es lo que están yendo a hacer a las sierras. Van Gogh, Proust, Arlt y Rosalba: cuatro escritores de boudouir, escapando por la ruta Buenos Aires-Rosario para participar en una charla, en el marco de la Feria del Libro de Córdoba 2012. Las expectativas están por las nubes.

Cerca de la medianoche, Van Gogh estaciona prolijamente el 206 frente a la puerta del Lacandona Hostel y los cuatro porteños ingresan pensando en ducha y cama para sacarse de encima la sensación de inutilidad que les habían dejado las múltiples y consecutivas equivocaciones en los empalmes ruteros, por no mencionar la multa que les hicieron por circular –los dos pasajeros traseros– sin cinturón de seguridad.
–Déjenme a mí, que yo me lo chamuyo –Van Gogh se bajó confiado del Batimóvil en busca del gendarme que se había alejado con el registro de Rosalba, que iba al volante al momento del siniestro–. Déjenme a mí, que a mí esto me encanta.
Pero no hubo De la Sota ni excusa que valiera: $700 mangos para que aprendan, petrimetres de río, $350 en pago anticipado.
–No la pagues –aconsejó Van Gogh para distender, de vuelta tragando ruta en el asiento del acompañante–. Son unos hijos de puta, no nos pueden cobrar casi mil mangos por esto. Son unos hijos de puta. Si no tenés que renovar el registro, no te pueden hacer nada.
El Lacandona es un hostel muy bien: coloridas paredes pintadas con motivos selváticos, comandantes Marcos y cooperativas guerrilleras sin nombre. Todo en su lugar. Una entrada escueta que en seguida fuga hacia el primer piso y luego, por izquierda, como es lógico, pieza común, cocina, salida al patio, parrilla, baño de servicio, mesa de ping-pong y dos habitaciones de cuatro. En la de la derecha amarra el colorido grupete capitalino, sólo unos minutos porque en seguida consideran que deben remediar el hambre huracanado que menea tripitas y conturba ánimos.
      “Milanesa a la napolitana” pide Rosalba olvidando toda vergüenza y medida, y para cuando traen las bebidas ya todo en la mesa es preocupación porque al parecer la mujer de Proust no está para nada feliz. En lugar del pernoctaje en casa de pariente, ahora resulta que el gordo se mete como saeta con viento de cola en el hostel, cuando habíamos quedado perfectamente que ibas a dormir a lo de Franco, ¿o no es verdad? ¿O no es verdad que quedamos así? Todos muy compungidos, salvo Van Gogh, que no entiende las declinaciones de la vida familiar y no se ve con esos problemas en un futuro cercano. Rosalba ya dio aviso de que llegaron bien, de modo que el próximo check point se dilata hasta la mañana siguiente, 9:30 en punto, celular que desgarra intimidad como fondo musical de la afanosa búsqueda coreografiada por la interpelada, que no recuerda dónde lo dejó la noche anterior luego de la serie descontrolada de match de ping-pong, no, Amor, es que los demás todavía están durmiendo. Sí, todos juntos, sí –Rosalba sale al patio con un nido de caranchos nimbándole la sien, como todas las mañanas, tratando de hacer el menor barullo posible–. Son dos camas dobles, Amor, ¡dobles no!, ¿qué digo? Marineras, Amor, marineras. Es que todavía estoy dormida, a mí me tocó la de arriba. Sí, yo también. Sí, llamá cuando quieras, obvio.
Rosalba en pijama se hace cargo del protagónico de patio en esa mañana veraniega, clima exquisito, en Buenos Aires estamos en otra estación. La empleada del hostel, aplicada a la limpieza de las baldosas del patio, la mira e intenta componer un verosímil posible para lo que ve. Ante la duda, decide buendiarla. La buena educación impera y Rosalba parte rumbo al baño del primer piso porque le parece que es lo lógico, lo que hay que hacer luego de levantarse en Córdoba un día cualquiera de primavera. Pero no llega. Todavía en el patio, topa con colorida e inesperada Crítica Literaria, una Crítica Literaria como jamás la ha imaginado: vital y a los saltitos, avanza con soltura y cintura apenas por delante de Esplendor Editorial –los codos a la altura de las orejas en postura de recreo largo– y Marol –teórica del copyleft del amor–, que camina con cara de dormida y ganas de desayuno.
Efusivo reencuentro. El viaje en micro estuvo bien, nosotros llegamos ayer a la tarde, haciendo huevo, acá, jugando al ping-pong. El mate se organiza ipso facto y resulta evidente que están todos: Strucci, Pirani, Pato González y su Romeo. La agradable pereza de estos encuentros con aires a viaje de egresados debe dejarse para después, sin embargo, porque la Crítica Literaria es más estructuralista que deleuziana y no comulga con el irse por las ramas. Como corresponde, enseguida impone agenda. Siendo la única llegada a Córdoba con la idea de trabajar, toma por asalto las prioridades temáticas de la espontánea peña literaria, que no alcanza a maniobrar y cae rendida a sus pies:
–Dos… cuatro… seis hacen veintiocho y veintocho… doscientos, trescientos, cuatrocientos. Yo te vendí dieciocho rifas, me quedo doscientos pesos para mis gastos de estadía, quedan doscientos, que te entrego en este acto. Entre esto y el trabajo que vine a hacer para la editorial considero que mi aporte ya está hecho.
Satisfechos los trapicheos mundanos, el cansancio de la Crítica Literaria se desparrama sobre el colchón que le toca en suerte para recomponerse un poco antes de la mesa-debate que le corresponde coordinar. Queda el grupo de dilettantes circulando mate en calesita, entrelazados en despreocupada discusión acerca de cómo solucionar la irremediable aspereza de la realidad que no quiere financiar por sí misma el viaje de la comitiva y se empeña, en cambio, en clavarse en la negativa (numérica). La buena disposición de los autoconvocados redunda en 400 pesos m/n que pronto se ovillan en los bolsillos del distribuidor de la editorial, pope de La Periférica Distribuidora (www.la-periferica.com.ar) increíblemente también de paso por Córdoba, aunque de manera muy transitoria porque nomás finalizada la recaudación no hay alma que lo encuentre ni celular que lo convoque.
–Está todo bien, muchachos, ya va a aparecer –Esplendor Editorial calmando los ánimos–. Tenía un casamiento, o un bautismo, creo, de la prima o de una hermana. El cumpleaños del suegro es hoy. Por eso. Ya va a volver.
La claridad y contundencia explicativa sosiega ansias y se decide entrar en cuarto intermedio hasta una hora antes de la mesa-debate para aclarar ideas y preparar exposiciones.
–¿Alguien sabe dónde queda la Feria?
La duda se abalanza sobre el grupo de porteños descolocados en forma de hombritos que hipan hacia arriba y hacia abajo, pero no se inmutan porque –usando el sentido común– “no puede quedar muy lejos”. Se baraja la posibilidad de una salida exploratoria en grupo, momento en que se hace evidente que el dúo dinámico Arlt / Proust no está sobre la cubierta del barco, y se los abandona a su suerte. Los demás salen a las apacibles veredas cordobesas. Demoran hasta la esquina en darse cuenta de que los deseos itinerantes de sus cuerpitos no coinciden y se desmembran totipotencialmente en el cruce de Rondeau y Bv. Chacabuco, es decir, a diez metros de la puerta del hostel.
Armada con un mapa en A4, Rosalba enfrenta la inmensidad del Interior. El sol aprieta sus botas invernales, al punto de que pronto se encuentra patinando sobre sartenes al rojo por amplia avenida en declive. Para aflojar el sufrimiento, se detiene en una heladería a hacer control de calidad del súper dulce de leche y la mousse de chocolate y luego rueda rauda hasta concurridísima peatonal, una locura hecha cantidad de gente. Rosalba se siente a gusto y en casa, ah, esto es como Florida y Lavalle, deambula relojeando negocios y puestos hasta llegar a uno que –azar objetivo premium– remata chancletitas de plástico colorido a sólo $29.99. Allá va Rosalba, sigue su ritmo interno, va va va, con las botas embolsadas y los pies frescos, muy ligeros, rumbo a la manzana jesuítica, para asombrarse con la excelencia museística cordobesa, que no admite polvo ni mácula en sus monumentos y la lleva a preguntarse cómo lo harán mientras les utiliza el baño, de una impecabilidad que rebota ipso facto en el estado del de su casa, claramente tercermundista.
–¡Ahí está! ¡Vení vení! ¡Estamos acá!
Tras un giro cualquiera, Rosalba avista compañeros de viaje en sentada frente al restaurante de la noche anterior y responde saludando con la mano a la altura de la clavícula. Siente una especie de calorcito croqueta en el pecho: no se sospechaba tan relevante para el grupo. Pero no era a ella, sino a Crítica Literaria, invitada de honor, que la rebasa y entra junto con los demás al bar para el almuerzo, en un contorno de efusividad y alegría. La mesa es larga y variopinta. Cunde el buen humor y la charla animada, las papas fritas y la milanesa a la napolitana. Entremedio del saludable chorro de aceite que soporta tanto arte culinario, una ensaladita de rúcula, huevo y remolacha, nidito de codorniz indefenso, sobre la mesa.
–¿Pero cómo? ¿Qué te pasa? ¿No comés milanesa?
Resultó que Arlt es vegetariano. El resto de las muelas de juicio machacan carne y nervio sin complejos hasta que de pronto, en medio de un halo místico y rodeado por los encantos de una seductora sirena made in Córdoba ocurre –una vez más– la Anunciación. La camisa abierta en desaforado clivaje hasta un ombligo contorneado por un vello púdico balconeando como al acaso, dos noches en caravana sin dormir, todo por la militancia peronista y la literatura, dos fantasías del mismo calibre: Garganta Profunda. La algarabía se vuelve entonces apoteósica, se anima la charla, que sigue a velocidades inusitadas el derrotero que marca la desfachatada Crítica Literaria, con toda la calle y mundo que ha visto en sus viajes: masturbación, fidelidad, calentura por embarazo, temas de adultos que cohiben el corazoncito conservador de Rosalba, sentada como al margen, sobre uno de los extremos de la mesa. Olvidados de lo que han ido a hacer a esa ciudad, se mastica y se sorbe con verdadera pasión, y se llega constantemente a conclusiones trascendentes sobre todas las aristas de la vida. Al mismo tiempo.
–Rubia, ¿vos comiste? –brillito de ojos señaliza el doble sentido.
Nos encontramos en la víspera de la pelea entre Maravilla Martínez y Chávez Jr., match que imanta planes nocturnos y acota el abanico de posibilidades postmesa-debate. Especialmente porque parte de los concurrentes anda con la presentación de 12 rounds, antología de cuentos de box, colgando del cuello.
–Te digo –esperanza Van Gogh esbozando sonrisa–, con ésta nos volvemos famosos. Si llega a ganar Martínez, escuchame lo que te estoy diciendo, nos volvemos fa-mo-sos. Tapa de Ñ vamos a ser.
–Total –coincide Arlt– y lo mejor es que en la antología está la denuncia, la vida de los boxeadores, no puede ser que terminen hechos mierda en un barrio del conurbano y a nadie se le mueve un pelo, loco, está remal eso.
–Concuerdo –Proust levanta su vaso y se organiza brindis general.
Tan bien y tantos son los tópicos que azuzan el interés de los confabulados, que la mesa-debate se desploma sobre sus hombros sin darles tiempo a recorrer la feria ni enterarse de nada que no sea su propia presencia.
El auditorio es amplio y bien puesto, frente a una plaza muy principal e histórica de Córdoba, con Cabildo y museos y en general mucha cultura al aire libre. Enseguida el público –exiguo pero fiel– se arrebola a la entrada del amplio salón, dejando en evidencia que, a pesar de que la convocatoria incluye –en un solo sintagma– las palabras “joven”, “literatura” y “nueva nueva”, la media etaria de la modesta muchedumbre convocada es claramente postjubilatoria. Y ahí es cuando el modus operandi )amor + error( de Milena Caserola da sus frutos porque de no ser por la banda de dilettantes autotransportados la mesa-debate quedaría desbalanceada por el lado de la disertación, que le va como guardapolvo del año próximo a la cantidad de oreja cordobesa a disposición.
Por suerte sale todo muy bien, relindo. El objetivo era hablar hora y media sobre literatura y se logra: la inigualable Crítica Literaria, la única y exclusiva, conocedora del paño que tiene para cortar, introduce con mesura y muñeca el debate a fuerza de pregunta retórica y sensualidad, que la concurrencia agradece con cabeceos rítmicos (para nada: no es somnolencia sino acuerdo verdadero, coincidencia de Weltanschauung). Su soltura sufre algún traspié a la hora de presentar a los integrantes de la mesa, que no tiene del todo presentes, hecho completamente entendible ya que –a fin de cuentas– no los conoce ni el loro. Van Gogh y Garganta Profunda aprovechan para practicar sus poses de escritores en serio (las mismas que desovillaron frente a los fotógrafos de Para Ti en ocasión del fotorreportaje “Las caras hot de la literatura argentina”) mientras la picardía de la Crítica Literaria se permite una pequeña apología de las multinacionales, que muchas veces publican a escritores salidos de años de oscuro trabajo en editoriales independientes, lo que es muy bueno para todos porque gracias a eso el común de la gente puede acceder, vía Yenny, a su prosa, sus mundos, su imaginación. Y la verdad: ¿para qué querríamos, si no, a la editorialía independiente?
A pesar del entendimiento lógico de este tipo de encuentros, Rosalba tiene por momentos la sensación de que Arlt se incomoda y está a punto de incurrir en improptu, pero algo lo contiene. Junto a él, Proust espera su turno con obediencia debida.
–Yo no creo en la masividad –Rosalba le sale al paso, sin ningún rastro de decoro, a Van Gogh, que se encuentra en mitad de los agradecimientos:
–Me gustaría agradecer públicamente a esta hermosa Crítica Literaria que hoy nos acompaña, por estar acá, junto a mí, junto a nosotros, haciéndonos el aguante. Mañana, quién sabe, tal vez seamos autores archirreconocidos y nos vamos a acordar de que un día vinimos acá, a Córdoba, a charlar de estos temas –breve silencio en busca de inspiración–. Porque es muy importante lo que uno hace, pero si del otro lado no hay quién… quién…
–Y no estoy de acuerdo con la política de las multinacionales tampoco –se embala Rosalba, olvidadando códigos y maneras–, ¿por qué las pequeñas editoriales tienen que trabajar como hormigas para buscar nuevos autores, ponerlos en circulación como pueden, con las armas que tienen, produciendo calidad desde la intemperie, y luego llega una multinacional y se lo lleva por gusto, para que no siga publicando con las pequeñas nomás, si ellos sacan un libro y a los dos meses está de saldo en los bulines de Corrientes?
–Perdón, querida, esto no es un diálogo –Crítica Literaria se adueña de su papel de manera magistral–. Es el turno de Van Gogh, cuando llegue tu turno, opinarás lo que se te cante.
–Corrientes es la calle de librerías de Buenos Aires –Proust sucumbiendo a un ataque de didáctica.
–Yo no estoy de acuerdo tampoco –Arlt batiendo sindicalización– con la masividad, la difusión, ¿qué me importan, loco, a mí esas cosas? Lo importante acá es escribir, loco, las llagas de la sociedad. ¡No se olviden de Luciano Arruga, loco!
–Tal cual –Rosalba chupetea puchero para parapetarse del sólido avance de la Crítica Literaria, que se ve venir–. Para la literatura argentina, para las editoriales argentinas, las multinacionales son una mierda. ¡Abajo el imperialismo, loco!
Manoteando con elegancia el micrófono antes de que la cosa pasara a mayores, Crítica Literaria se incorpora con elegancia para repetir las reglas del juego.
–Bueno, esto ya se desmadró y se convirtió en un diálogo –sintetiza con brillantez–, disculpe el público. A ver, Garganta, leé por favor los fragmentos literarios así podemos avanzar –y luego desafiante–. ¿Les parece bien? ¿Todos de acuerdo?
Garganta Profunda lee fragmentos narrativos de todos los presentes, con marmórea voz de procer peronista. Acostumbrado al ejercicio de la modestia, evita leerse a sí mismo por parecerle gesto falto de recato.
–Además –voz aguardentosa para la explicación– estamos cortos de tiempo estamos. ¿O no, compañeros?
–No, no –la ecuanimidad de la Crítica Literaria milita democracia e igualdad de oportunidades con fervor–, leé también un fragmento tuyo, corazón, es lo que corresponde.
-No, por favor…
–No, no vos, leelo, lindor, mirá que si no lo leo yo.
–Por favor, querida, no, no es necesario…
–No, no, es, es, cariño, por supuesto que es –Crítica Literaria sonríe con una extensión de labio envidiable para relajar hacia el público–, ya leímos de todos los demás, es lo que corresponde.
–No, es que no seleccioné nada…
–Estimado público –Crítica Literaria otra vez de pie, presentando con buen gusto su vestido de colores y femeninos volados batidos a mano–, yo voy a leer un fragmento de este joven tan…
–Coqueto –tuerce la maligna Rosalba bajo el bigote.
–…humilde, ¿es lo justo o no es lo justo?
El forcejeo por la lectura se queda con el tiempo de las preguntas del público, pero al final es mejor porque cuando todavía falta el “cierre”, de pronto comienza a afluir público en cantidades demenciales. Pronto, el juego de las cinco elegantes señoras estaqueadas en sus butacas (sospechoso desde un principio) queda al descubierto: calentaban asiento para el evento a continuación, la presentación del último libro de un periodista local, tan concurrida que se instala un plasma 3D en el hall de entrada para transmitir en tiempo real las opiniones del periodismo independiente.

Ana Ojeda
Buenos Aires, EdM, octubre de 2012
Imprimir

No hay comentarios:

Publicar un comentario