APUNTES

Crónica de una noche incierta EL ALEPH SIGUE ENGORDANDO EN BERLÍN, por Esther Andradi


En un subsuelo berlinés, en una calle de cuyo nombre no quiero acordarme, se esconde una librería. Regenteada por un hombre delgado y sereno, de años jóvenes, por su aspecto bien podría ser rumano o búlgaro, pero aseguran que es oriundo de alguna de las naciones de la vasta España. Acaso de Cataluña. En esta librería, y en el barrrio de Kreuzberg, se llega como viniendo hacia el centro, pero no es el centro sino la periferia, y en dirección al bajo, donde los suburbios obreros se encuentran con vagabundos y bohemios y viajeros. En esa librería del subsuelo berlinés fuimos convocados a continuar “engordando el Aleph” para acompañar e imitar al escritor argentino Pablo Katchadjian. Pablo, que emprendió con coraje y una buena dosis de esperanza la tarea de escritura nutritiva arremetiendo contra toda dieta literaria.
       Y fuimos muchos los poetas y escritores y músicos que llegamos a Bartleby, aunque en la sociedad de la abundancia y la cultura del fitness, el engorde es subversivo. Casi todos estaban sentados en el piso de Bartleby, mientras yo, de pie toda la santa noche, por no quitar el ojo a un Aleph que descubrí en ese escalón que nadie baja porque trabaja de estante. Y en ese Aleph me pareció ver todos los libros y los experimentos, las letras y su simbología, los perturbados momentos del poema, la mínima sombra de un titubeo, el artista en su reverberancia y los idiomas... y también esa noche increíble de Bartleby que la artista Dafne Narvaez registró en un film, buena prueba que así discurrió.
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ADELANTOS

Un adelanto de Mi Berlín. Crónicas de una ciudad mutante de Esther Andradi


La escritora y periodista Esther Andradi, asidua colaboradora de EdM, llegó a Berlín en 1983 y se quedó durante más de veinte años, viviendo como corresponsal extranjera. Mi Berlín reúne una serie de crónicas que ha ido publicando en distintos medios a través de los años. “El hundimiento de ´Amor´” se publicó en Diario Expreso, de Perú, en 1983. Crónicas sobre la vida cotidiana, sobre las cosas que los ojos huelen y los oídos miran pero que corren fugaces al olvido. En aquellos días, con la Guerra Fría en todas partes y el Muro ante los ojos, la ciudad de Berlín, cuenta Andradi, “no tenía ningún interés para los medios de comunicación. Para mí sin embargo fue un destino privilegiado: en menos de veinte cuadras a la redonda sentía respirar la historia”.
   Mi Berlín. Crónicas de una ciudad mutante ha sido publicado por el sello español Mirada Malva.

El hundimiento de “AMOR”

Aunque suene a nombre de gaseosa, el Spree es antes que nada uno de los ríos que surcan Berlín. Y como la naturaleza nació antes que la geopolítica, resulta que este río se cruza y regodea en mil meandros de un lado al otro. Quiero decir de Berlín Occidental a Berlín Oriental que son algo así como "dos en uno", según diría una propaganda. Pero aquí la cosa es más complicada, porque el Spree pertenece a la República Democrática Alemana -(RDA)- y para que los berlineses occidentales tengan derecho a usarlo, la República Federal Alemana -(RFA)- debe pagar una especie de cuota anual a la RDA. Algo así como un alquiler, pero que no es tal, porque si una alquila una casa, el dueño no tiene derecho a usarla, pero con el Spree sí. Entonces puede ser que una vea dos barquitos berlineses -con diferentes banderas, claro está- surcando las mismas aguas, pasando bajo los mismos puentes... Cosas de la fantasía geopolítica, corriente tan imaginativa que deja corta a la literatura.

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APUNTES

Entrevista : Sur sin fronteras. La poesía de Gloria Dünkler, por Esther Andradi


Esther Andradi presenta en EdM a la escritora chilena Gloria Dünkler que acaba de recibir el premio Edición del Movimiento Internacional de Escrituras.


Mapudungun y alemán, la lengua de la cultura india y la de los colonos europeos se cruzan con el idioma español, en un relato épico que elabora las preguntas del mestizaje en el sur de Chile: Füchse von Llafenko, el poemario de Gloria Dünkler (Pucón, Chile, 1977) acaba de ser galardonado con el premio Edición del Movimiento Internacional de Escritoras Los puños de la paloma.

Gloria Dünkler estudió Pedagogía en Lenguaje y Comunicación, y cursa actualmente la carrera de Bibliotecología en Santiago, Chile. Ha sido editada en las antologías nacionales Mujeres en la poesía chilena actual y en Mujeres frente al mar Editorial Semejanza, Santiago, 2000, así como en revistas tanto en Santiago como en Temuco, en Chile, y traducida al catalán. Ha sido becaria del Taller de cuento dictado por la escritora chilena Pía Barros, y galardonada en varias ocasiones, tanto en poesía como en relato.
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MAPAS COMPARTIDOS

Dejarse llevar, por Esther Andradi


Cuando pronuncio la palabra Futuro,
la primera sílaba pertenece ya al pasado
Wislawa Szymborska

as mañanas son vertiginosas. Saltar de la cama, cepillarse los dientes, levantar a los niños, asearlos, vestirlos, sacar el traje del armario, preparar el desayuno, hervir el agua, tostar el pan, untar la mantequilla, llenar la lavadora, funcionar y resolver sobre la marcha, correr y correr, con serenidad y soltura, sin perder un minuto ni un segundo, el vaivén de una puerta que no se termina de abrir ni se acaba de cerrar. Y descubrir azorada, perpleja, hipnotizada, que está en el agujero negro, que la nebulosa la envuelve, que se diluye todo lo que la rodea, que una fuerza irresistible la chupa, la arrastra, la lleva, la sumerge, su cuerpo tiene la consistencia de una hormiga en el water, es una mosca en la leche, la irresistible sensación de ser impelida sin mover ni un labio ni un músculo, se deja caer al vacío como una bailarina, está en el borde del agujero negro en el horizonte 24 de la Vía Láctea, en un amanecer permanente, o es un crepúsculo, pero no piensa ni siente, dejarse llevar, vuelta y vuelta, lo que devora también expulsa, el horizonte 24 es una ficción que se derrama como el jugo sobre el plato, ay hijo qué has hecho, el líquido sigue su recorrido por la mesa, se vierte sobre el piso, el niño lo impulsa con su cuchara, la niña sigue el fluido con su galleta, tomar una esponja, eliminar los últimos vestigios de lo que sea sobre la baldosa, secar la cerámica, liberar sus manos del trapo volador, correr a su trajecito recién planchado sobre la cama, se lo va a poner, se va a vestir, se va a convertir en la señora dueña de sí que dirige ese carrusel, que es restaurante, lavandería, spa, terapia de grupo y hasta psiquiatría si no hay modo, hotel cinco estrellas de día, burdel de madrugada, centro de rehabilitación.
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RELATOS

Clavel del aire, por Esther Andradi


Caminábamos callados, recorriendo las colinas cercanas a Enna en el ombligo de Sicilia, mientras el sol de la tarde iluminaba las piedras con la fuerza del relámpago. Debajo de una de las rocas, H.encontró algo que a simple vista semejaba una raíz y me la ofreció.
-Para vos, que siempre estás recogiendo cosas del suelo -me dijo.
Más que raíz parecía un cactus, porque aunque carecía de espinas, debajo de la corteza algo áspera se podía adivinar la pulpa fresca de las plantas que acumulan agua. No mediría más de seis centímetros y tenía el grosor del dedo de una mano. Sin mucho parlamento, y sin comprender del todo el significado de tamaña ofrenda, se la agradecí, y metí el vegetal en un bolso como un souvenir.
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APUNTES

Cartón lleno, por Esther Andradi & Sandra Bianchi


Lo que sigue es el prólogo a
Cartón lleno, la antología de microficción realizada por Esther Andradi y Sandra Bianchi que en las primeras semanas de noviembre será presentada en Buenos Aires.
Los dos volúmenes de Cartón lleno son publicados por la editorial Eloísa Cartonera.



Breve muestra de la microficción en Argentina

El primer libro que tuve de Eloísa Cartonera fue una antología de poetas peruanas que compré en Berlín. De China o de Avellaneda, no era posible identificar el origen del cartón pintado a mano que hacía la tapa única y multicolor, pero era la prueba contundente de una producción editorial global y alternativa. Justo como la microficción: internacional, popular, democrática, sin fronteras. Así que cuando me encontré con Whashington Cucurto en la Feria Internacional del Libro de Frankfurt en octubre de 2010 le propuse la idea de publicar una antología de microficciones, le gustó, y ahí nomás me presentó a María, la orfebre de los libros de Eloísa Cartonera. El resto es resultado del encuentro con Sandra Bianchi, amorosa conocedora de la microficción en el país y fuera de él, de los autores jóvenes y los veteranos, creadora y editora de varias antologías del género.

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NOTICIAS DE AYER

San Martín, Boulogne sur-Mer: Volver, por Esther Andradi

ah, mi Corrientes porá...

(Chamamé)

 

El sol alumbra Boulogne sur-Mer aquella tarde de marzo de 1848 cuando el general en exilio avanza rumbo al norte. Atrás deja París, la revolución, el caos, la aniquilación de los relojes por alcahuetes del tiempo. Adelante el futuro dibuja el mar, el canal de la Mancha, y adivina entre brumas ese territorio al que no puede volver. Los prados entonces huelen a pasto húmedo y la llanura se parece demasiado a aquel paisaje de provincia junto al río.

 

¿Corrientes queda en Boulogne? Desvaría el general.

Soy general de un reino que soñé. El reino de los pueblos originales junto a mestizos y criollos. Ganamos la guerra contra el imperio pero el reino que anhelé está dinamitado. Es un montón de pedazos y cada pedazo un botín del poder. Un poder ínfimo y soberbio, pasto de dictadores, de gente sin pasado ni tradiciones. ¿Donde quedaron nuestras raíces? ¿Dónde la gloria de la paisanada india que apoyó nuestros ejércitos en contra del imperio? Si no fuera por ella habríamos perdido la guerra. Pocos criollos estaban dispuestos a entregar sus privilegios. ¿Independizarse? ¿Para qué? Si ellos, los mismos que ahora se arrogan el poder en naciones inventadas, no la pasaban nada mal bajo el imperio. El imperio estaba lejos, pero la indiada en cualquier momento se hacía cargo del cabildo. Y había que acabar con los alzados.


Una vez despedazado, el reino será carne del festín de los lobos.


Conozco Europa. Y también América. Porque me parió una india sudamericana y me gradué en batallas contra Napoleón. Soy de los que tiene un pie acá y otro allá, pero mi corazón no tiene dudas.

 

¿Adónde ir? La alternativa al París violento arroja al Libertador de medio continente a la incertidumbre de una bruma. El general en exilio, que un siglo después será venerado como Capitán General del Ejército de Chile, Protector del Perú, General del Ejército de los Andes, queda anclado en Boulogne. El viento, la niebla, el asma lo esperan en la frontera. La barca llega pronto, y en poco más de un año se carga al general en el exilio.

 

Dicen que un arcoiris de verano acompaña su tránsito hacia ese reino del que no se puede volver. Entonces los relojes dan las tres de la tarde antes de descomponerse para siempre.

Esther Andradi

Argentina/Alemania, EdM, julio 2012

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NOTICIAS DE AYER

LLAMARADAS: Los monólogos de Franca Rame y Darío Fo, por Esther Andradi


Fue a fines de los setenta y en Lima. Éramos menos de una decena de activistas del feminismo local reunidas en un grupo cuyas siglas tenía más letras que integrantes: ALIMUPER –Acción para la Liberación de la Mujer Peruana–. Dos periodistas, una maestra, una socióloga, estudiantes... la memoria puede ser aplanadora y no quisiera omitir a ninguna de aquellas bravísimas jóvenes, inteligentes y bellas, luchando para cambiar el mundo que se empeñaba en retratarnos horribles, rencorosas y maltratadas por el sexo masculino. El azar quiso que luego de un debate público conociéramos a Dominique D´Angelo, esposa del entonces director del Instituto Italiano de Cultura en Lima, quien, además de encantadora, culta y muy bien informada, era una feminista de ésas. Ella se integró pronto a nuestras reuniones y confabulaciones para poner el mundo en orden, en lo legal, político, social, cultural, en fin, no había tema al que le escapáramos. Eran épocas sin Internet y ni hablar de googlear así que accedíamos a nuevas ideas por fortuita recomendación de especialistas y/o complot de los astros. Los altos costos del transporte dificultaban la importación de periódicos de cualquier parte del mundo, y en los países latinoamericanos habían dictaduras por donde se mirara: sin ir más lejos, en mi país, Argentina, reinaban los señores de la vida y la muerte. Fue a través de Dominique que nos nutrimos de textos de la mítica Librería delle Donne, de Milán, de las discusiones europeas de los setenta, y el corrosivo humor de las protestas en este lado del mundo. Así que junto con Rossana Rosanda o Il Manifesto, un día llegó a nuestras manos una copia –¡escrita a máquina!– de los monólogos de Franca Rame y Darío Fo, que desde su debut en 1977 en el Palazzina Liberty de Milán, circulaban con notable éxito en teatros de ciudades italianas y europeas. Los monólogos habían sido tipeados en papel aéreo, hojas muy delgadas a fin de abaratar los costos del envío postal. Recuerdo la conmoción al leer esas historias de Tutta casa, letto e chiessa: eran la puesta en escena, desnuda y grotesca, de la relación entre los géneros, y sin embargo la protagonista mantenía su dignidad en medio de esa farsa, casi cómica, que anudaba lo privado e íntimo con lo social y político.

    Pero estos monólogos estaban escritos en italiano, así que para hacerlos comprensibles al grupo era necesario una inmediata traducción. No recuerdo alegría mayor en aquellos años jóvenes que esta cruzada conspirativa por la adaptación en castellano-peruano de aquellas palabras con las que Franca Rame soliviantaba las tablas en Europa. Nosotras, pequeñas y mínimas mujeres de sectores medios de aquel castigado país que era el Perú, nos rendimos a sus pies. Y el 8 de marzo de un año que ya no recuerdo, al son de tango y vals criollo, hicimos una lectura pública. Tuvo características de misa esa lectura, una suerte de catecismo invertido marcado por risas y estruendosos comentarios, por la pasión que nos acunaba entonces para poner en ridículo el poder del maschio y que aún con notables diferencias en esa Lima que nos tocaba vivir, era esencialmente el mismo que expresaban esos monólogos. Darío Fo y la Rame habían encontrado el hilo que derrumbaba las máscaras.
    Muchos años después, en mayo del 2000 y en Rosario, Argentina, un grupo de teatro representó Cazuela de mariscos, basada en textos de diferentes autoras, entre ellas Franca Rame, (y también míos), y fue entonces que las feministas rosarinas, ahora mucho más compactas y numerosas, me consultaron sobre los monólogos. Les hablé de la versión castellana de Carla Matteini publicada en1986 por Ediciones Júcar, y me pidieron si podía copiarles alguno de ellos para subir a la red de comunicación que estaban organizando. Fue así que, ordenador en mano, volví a tipear aquellos textos que me habían sacudido más de veinte años atrás. Fueron las palabras de esos monólogos las que una vez rebotaron por las calles de la dulce, la bella, la horrible, la pacata Lima en nuestras manos y en nuestros cuerpos, poniéndole nombre a los deseos. Y encendiéndolos, como sólo las palabras pueden hacerlo.


Esther Andradi
Argentina/Alemania, EdM, marzo de 2012
https://www.andradi.de/
https://revistamicrorrelatos.blogspot.com.ar/search/label/Breviario%20de%20autores
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ESCRITORES EN SITUACIÓN

LO QUE QUEDÓ. Acerca de Christa Wolf (1929-2011), por Esther Andradi


Cuando cumplió 80 años, en marzo del 2009, quise entrevistarla. Pero ya para entonces hacía veinte años que se había retirado de la escena pública, después que su libro Lo que queda desencadenara la Literaturstreit en la Alemania Unida, la batalla (por) de la literatura. Y era muy pero muy tímida. Le escribí entonces una carta, contándole mi deseo de conversar con ella acerca de su escritura y de la repercusión de su obra en español. Justamente, en aquellos días de marzo de 2009 y con motivo de la publicación de su Poesía reunida, Diana Bellessi declaraba -estoy citando a Christa Wolf-, como Medea, soy vieja pero todavía salvaje. Me respondió amorosamente, podría decir, disculpándose porque se iba al campo para terminar de escribir su próximo libro, (La ciudad de Los Ángeles o el abrigo del Dr. Freud, Alianza, 2011 ) y que después, quizá, nos encontraríamos. Ahora ya no habrá un después. Christa Wolf murió el pasado 1ro. de diciembre.

    Lo que queda es el título del desafortunado libro que CW publicó en 1990. Desafortunado no por el libro en sí, sino por el uso que se hizo de él. Allí se relata la historia, escrita en 1979, de cómo Christa y Gerhard Wolf, su marido, también escritor, fueron reclutados como “informantes“ por la STASI, la policía secreta del Estado. Pero como no hubo tal información, al poco tiempo el matrimonio Wolf terminó siendo perseguido, vigilado las 24 horas del día. Pero ambos eran demasiado reconocidos a uno y otro lado del muro como para hacer un escándalo apresándolos. Cuando Lo que queda estaba a punto de salir a la venta, dos periodistas de dos diarios muy influyentes de Occidente, -Die Zeit y FAZ- se adelantaron con la difusión de la anécdota y destrozaron públicamente a la autora. Las acusaciones ocuparon la primera plana de los diarios. ¿Y por qué Christa Wolf se quedó en la ex RDA entonces? ¿Y por qué no reaccionó violentamente contra ese régimen autoritario y policial? ¿Y por qué siguió defendiendo al socialismo? Pocos meses después de la caída del muro, la batalla campal por la literatura había comenzado.
    El martes 13 de diciembre por la mañana CW fue enterrada en el antiguo cementerio de Dorotheenstadt donde están Bertold Brecht, Anna Seghers, Hegel (el filósofo, sí), Herbert Marcuse y otros notables. Y por la noche le hicieron un homenaje en la Academia de las Artes, que en una época fueron dos, como todo en Berlín, una del Este y otra del Oeste, ella perteneció a la de Occidente desde 1980, mucho antes que cayera el muro. Doce personas hablaron sobre CW, la mayoría escritores y escritoras, entre ellos Ingo Schulze, y el Nobel Günter Grass, dos de sus traductores (al francés y al italiano), y un periodista del occidente, de los (pocos) que se comportó con ella como gente. Todos hicieron mención a la -penosa- enfermedad de la que murió CW: el dolor del maltrato mediático, político, editorial, etc. durante estos últimos veinte años.
    Christa Wolf perdió la batalla por la literatura. Aunque su obra fue reconocida con los más importantes premios en lengua alemana, desde el Büchner, en 1980, el más prestigioso, cuando todavía la ex RDA existía, Christa Wolf no figura en la página del Intituto Goethe dedicada a la literatura alemana contemporánea en español. ¿No se le perdona que haya permanecido hasta último momento en la ex RDA? ¿Que haya querido transformar el socialismo, sostener hasta último momento la “República Democrática Alemana“? Imaginate: hay socialismo y nadie quiere irse. Dijo ella frente a la manifestación de un millón de personas reunidas en la Alexander Platz el 4 de noviembre de 1989, cinco días antes de la caída del muro, cuando aún había esperanzas de transformación de la ex RDA. Pero ahora todo eso es pasado. Sólo quedan las voces de Medea. Las que hablan de la extranjera que, engañada por amor, mata a su cría, su propia creación. La que es vieja pero sigue siendo salvaje.

Esther Andradi
Berlín, EdM, diciembre 2011

Foto de CW en la celebreción de sus 80 años, Peter Groth

Para leer a Christa Wolf en español

La ciudad de Los Ángeles o el abrigo del Dr. Freud, Alianza, 2011
Con otra mirada: relatos, Galaxia Gutenberg, 2010
Un día del año 1960-2000, Galaxia Gutenberg, 2007
Casandra, El País, 2005
En carne propia, Galaxia Gutenberg, 2004
Medea, Debate, 1998
El cielo partido, Círculo de Lectores, 1994
Noticias sobre Christa T., Seix Barral, 1992
En ningún lugar, en parte alguna, precedido de La sombra de un sueño, Seix Barral, 1992
Pieza de verano, Círculo de Lectores, 1992
Bajo los tilos, Seix Barral, 1991
Lo que queda, Seix Barral, 1991

Accidente: noticias de un día, Alfaguara, 1988
Muestra de infancia, Alfaguara, 1984

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RELATOS

Alejandro nunca estuvo en la tundra, por Esther Andradi


Estando Alejandro en las estepas heladas del Norte se le acerca una dama que le cuenta su vida. Alejandro oye y oye, como quien ha aprendido a escuchar porque sabe que su lengua tiene tanto filo como ternura. La susodicha se embelesa más y más, y Alejandro comienza a dudar. Es mi deseo o el de la señora, se pregunta. La chica se tiene que ir pronto, lo toma de las manos, le besa el rostro, se le tira encima al adusto Alejandro, quien siente, sumido en el espanto, el infinito placer que le proporciona el contacto con la dama, la piel de la dama, la voz de la dama, -y ahora sí que viene el conflicto- el idioma de la dama. El idioma de la dama es el mismo que el de su madre, que el de su hermana: es la lengua del amor de su Macedonia original. Son los susurros del deseo, el jadeo de la consonante suspendida en el paladar, la conspiración de las vocales. Y él, por primera vez, siente la trampa de ser extranjero. Tirado en su celda de campaña aúlla su desasosiego y vuelve a la pregunta del principio. Es mi deseo o el de ella. Preguntarse sin embargo, no lo hace libre. Desterrado, se despeña por los senderos de la jeringonza, invadido por una profunda añoranza de diptongos y esdrújulas. Imposible esconderse, esas sílabas lo encontrarían de todas formas. Entonces toma su caballo, lo espolea y huye, perseguido por el sol de esas palabras que van derritiendo el hielo bajo los cascos. Y tiene miedo.

Esther Andradi (Berlín)
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MAPAS COMPARTIDOS

Requiem por Riobamba, por Esther Andradi


sa casa de la calle Riobamba era prefabricada, una miniatura.
En esa casa escribía en el armario. Un espacio entre el baño, la cocina y el dormitorio, que se abría para escribir y se cerraba para guardar. Era el antecedente del archivo digital, pero entonces yo no lo sabía. Tipeaba por las noches, culpable por molestar, por no compartir el lecho, por la luz encendida.
    En esa casa me embaracé, sufrí mi primera pérdida, y los espasmos se fueron sólo cuando permití que la sangre arrasara con todo.
   En esa casa pinté lila y blanco los muebles del dormitorio, la alacena verde y amarilla, los muros rosados.
   En esa casa fui joven y tuve tres perros: Violeta, Zorba, Bakunin. A Violeta la atropellaron y debí entregarla al veterinario para su sacrificio. Todavía hoy, cuando siento pena, me acarician sus ojos dulces. Zorba huyó del estruendo del año nuevo. Bakunín se quedó hasta la muerte. Cuidando el lugar de quien no volvería. Yo.
   Miedos, utopías, nacimiento y muerte, la revolución, el amor: la ascensión del Chimborazo.
   Todo permaneció intacto en esa casa que esta noche me visitó en sueños, envuelta en celofán, como un regalo de Christo, anexada a mi vida hasta el fin del mundo.
   Voy a entrar en ella.

Esther Anrdadi, Berlín, octubre de 2011
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PIES DE IMAGEN

Vino Marx, por Esther Andradi


Al costado del Mosela se yergue esa ciudad llamada Tréveris, la más antigua de Alemania. Diz que la fundaron los romanos, hace una pila de siglos, y para que nadie lo olvide, dejaron su impronta en la Porta Nigra, donde, entonces empezaba el muro protector, y ahora la peatonal. Príncipes y arzobispos, duques y reyes se turnaron para competir por el esplendor en las construcciones y monumentos: el Palacio de los Príncipes Electores, la Basílica y el convento. Entre una cosa y otra, porque la vida se hace de días y de horas, la gente sin nombre trabajaba como esclava, y sierva, y hasta proletaria, arrojando el bofe entre pestes y tisis y hambre, construía el puente imperial sobre el río para que que pasaran las legiones sin mojarse las sandalias, y la catedral y las iglesias románicas y góticas, implorando al Altísimo, y también el empedrado, y los comerciantes traían sus productos al mercado y las jóvenes y viejas cocinaban para grandes fastos entre hambrunas crónicas.
     En esta ciudad sede de la túnica sagrada de Jesús, un cinco de mayo de 1818 nació un niño a quien llamaron Karl. Su casa era una casa barroca de tres plantas, en el número diez de la Brückenstrasse, -la calle del puente- y muy cerca del mercado donde desemboca la calle de los carniceros y del otro lado la de los panaderos. El joven Karl, hijo de una familia acomodada de rabinos convertidos al protestantismo, creció viendo aquello que los demás ignoraban, y que él, nítidamente diferenciaba: los esclavos muertos durante la construcción del imponente puente imperial sobre el Mosela, los siervos trayendo y llevando la piedra para edificar los templos, los proletarios de la revolución industrial. La clase atravesando los puentes de historia enterrada. La dialéctica de la emoción y el candor, diría un graffiti siglo y medio después, en 1968.
     Pero antes de la peatonal y las marcas del consumo estampadas en todas las riberas de todos los ríos, antes de la publicidad y del todo va mejor, y de la confirmación – repetitiva- de la estupidez infinita a través de la pantalla y el video y el i-pod y el mp3 y el celular, antes de ello, el hombre, a quien entretanto le había crecido la barba, que ya había estudiado leyes y filosofía y que había escrito acerca de un fantasma que recorre Europa, debió esconderse y exiliarse para siempre de la casa de tres plantas y el Mosela, y de Alemania y Francia, acusado de exceso de imaginación y por las dudas. Se llamaba Karl y se apellidaba Marx.
     Su casa, que ya no es su casa, 128 años después de su muerte, es un museo adonde 60 mil turistas año por año, como yo, van a respirar el aire que fue su aliento. A un costado, un afiche irónico: a afeitarse, Gillete. Su rostro barbudo adorna una taza de café; un vino del Mosela lleva su nombre.
     El vino, no han podido evitarlo, es rojo y espeso, como su logo.



Esther Andradi (Berlín)
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NOTICIAS DE AYER

21 años después. Berlín, ciudad abierta, por Esther Andradi


De las ciudades divididas que conocí, Berlín era la más atípica de todas. En Beirut, en los años 80, cada noche, milicianos de uno y otro bando arañaban una frontera diferente a golpe de metralla. En Lima, la división parecía incluso producto de la naturaleza. Unos vivían en el desierto, otros en el vergel. En Berlín, en cambio, con sus ciento y pico de kilómetros de muro de cemento armado, con sus absurdos institucionalizados, sus estaciones de ferrocarril partidas por la mitad, la frontera se excedía en caprichos. Era un desmedido consenso al surrealismo. Y los “vopos“, la policía de seguridad, que parecían eternos. El recorrido a lo largo del muro lo hice durante meses completos con mi bicicleta, uniendo mi casa, en un extremo de la ciudad, con el Berliner Sprachen Institut en la otra punta, donde estudié alemán como una obsesa, hasta que me atacó el pánico de perder mi lengua materna. Como compensación, decidí comprar el periódico español El País de los domingos, donde me obligaba a reencontrarme con el idioma sometiéndome al acertijo de los crucigramas. Eran tiempos sin I-pod, celulares e Internet, y el periódico llegaba con un día de atraso al Zoo, la Estación Central de Berlín Occidental.

    Ni mis amigos alemanes comprendían esta ciudad en su infinita encerrona, su destino de frontera minada, sus eternos controles para subirse a un tren. “Berlín está lleno de gente jodida porque los problemas rebotan en el muro y vuelven”, me decían. De modo que cuando yo veía las tradicionales pintadas “¡Fuera Nazis!”, me preguntaba “¿Y adónde se van a ir?” Cierto que era difícil salir de Berlín, pero también es verdad que no había muchas razones para abandonarla. Era una ciudad previsible, superficie rígida y mojones inamovibles. Una provincia eterna, incapaz de desbordarse. Pero con las ventajas de la provincia. Los grupos se conocían y reconocían, los recorridos duraban siempre lo mismo, los altibajos no se daban en la calle, sino en el alma. Delitos prácticamente no había, se respiraba tranquilidad. Esto no podía ser real; existía sólo en el catastro de la geopolítica.
    Pero a la vez, esta ciudad de contornos provincianos, tenía las ventajas de la metrópoli: gente de todas partes, vitrina de Occidente en medio del Este comunista, escenario de culturas, espacio para todos los guetos. Hasta que el séptimo día, a contrapelo bíblico, dios se despertó. La noche del 9 de noviembre también estuve allí, en la puerta de Brandeburgo, viendo al primer chico que se lanzó a tocar el muro, después a saltar sobre él, y por último a constituirse en la imagen que daría la vuelta al mundo, haciendo la “V” de la victoria, entre algarabía y abrazos, lágrimas y champán. “Die Mauer ist weg, die Mauer ist weg!” (“¡Cayó el muro, cayó el muro!”) aclamaba la multitud, y la ciudad entera se llevó la pared por delante, reventando sus costuras.
    Veintiún años han pasado desde entonces, y la transformación continúa: ni reunión ni mezcla ni síntesis. Berlín ha ido creciendo desde sus extremos, elevándose en los baldíos, redondeando ángulos, privatizando su centro, cavando diferencias, tirando la casa (¡y el presupuesto!) por la ventana. Se convirtió en capital, sede del Parlamento y del gobierno federal. Es la puerta grande de Alemania. Pero también es la capital de la pobreza, donde un 18 por ciento de la población vive de la ayuda social. Hace una década, un informe señalaba que dos tercios de los habitantes de la ex RDA, no se sentían ciudadanos de la República Federal de Alemania. Y en un ensayo reciente, Annette Simon, terapeuta, sostiene que los ciudadanos del Este no fueron bien recibidos en Occidente. En su libro titulado Quiero quedarme en el lugar donde nunca estuve, habla sobre la desazón que a nivel individual ha provocado el hecho de que a los ciudadanos de la ex RDA “no se nos preguntó ni qué deseábamos ni cómo, no se nos consultó para introducir modificaciones en la sociedad, no se nos reconoció en nuestras diferencias: nos convertimos en ´Ossis´, indiscriminadamente”. Habría que agregar, que no todos los que lucharon por ese cambio, lo disfrutaron luego, y viceversa. Como ejemplo, baste citar la canciller Angela Merkel, quien según propias declaraciones, estaba en el sauna cuando cayó el muro.
    Sea como fuere, a veintiún años de la caída del muro y a veinte de la unificación alemana, la canciller es una “Ossi”, y su partido, la Democracia Cristiana, seguirá gobernando el país en una nueva coalición con los liberales. Pero en las recientes elecciones parlamentarias, otros “Ossis” vienen marchando: La Izquierda, el partido más joven de la República, fundado hace apenas dos años, alcanzó el 12 por ciento. Este partido, que reúne tendencias y grupos “a la izquierda” de los partidos tradicionales alemanes, tiene su origen en el Este, y gobierna en Berlín junto con el Partido Socialdemócrata desde hace un lustro. Pero ahora están presentes en todos los estados occidentales, y en el Este son prácticamente el partido más fuerte.
    Entretanto, Berlín se ha vuelto mestizo. Medio millón de extranjeros viven en esta ciudad, lo que implica más de un trece por ciento de la población, y las estadísticas de 2007 dicen que un 40 por ciento de los jóvenes menores de 18 años tienen algún progenitor -o ambos- proveniente de otro país. Unos diez mil latinoamericanos residen aquí, y aunque es una comunidad muy pequeña comparada con la comunidad turca (120 mil personas), está muy presente a través de actividades de instituciones universitarias y bibliotecas, clubes y centros culturales, la música, el teatro, la literatura, el arte, la comida. Y un tema no menor: la lengua. Se supone que alrededor de unas treinta mil personas hablan castellano y portugués. Veinte años no es nada dice el tango...pero todo cambia. ¡Y cómo!
Esther Andradi (Buenos Aires / Berlín)
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NOTICIAS DE AYER

De árboles y bosques. A propósito del 11.09.2001, por Esther Andradi


Un fantasma recorre el mundo. El fantasma del dualismo. Bajo el grito de civilización o barbarie, pensamiento único contra fundamentalismo, el Bien contra el Mal, asistimos a la globalización del horror. Cae la Bolsa y los valores. Entran en crisis las garantías individuales. Se desploma el sentido de la seguridad. Las comparaciones no sirven porque la muerte es igual en todas partes. Pero mientras el terror fue periférico, llámese Ruanda, Chile, Guatemala o Argentina su impacto era focalizado, reducido a una situación insular y por tanto controlable, un objeto maldito que no alteraba los derechos civiles ni las libertades individuales ni la buena vida del resto del planeta. El terror, el dolor, la muerte permanecían al margen.

    Desde el 11 de setiembre el terror es totalizador. Las imágenes del dolor en las Torres Gemelas vía CNN son universales. Todos fuimos ese día capturados una y otra vez sin respiro, sin descanso, sin pausa, por la catástrofe y sus dimensiones. También los niños. Como ese día no hubo clases en Argentina –se festeja “el día del maestro”- mi hija vio por MTV el derrumbe de las torres una y otra vez ya que la transmisión de un clip de Madonna o Ricky Martin era interrumpido por las imágenes ardientes. Frente al desconsuelo y a su absoluta incomprensión (¿quiénes son los malos, mamá?) tan infinita como la mía, tuve un momento de lucidez. Recordé que el domingo anterior, mientras almorzábamos, un niño "de la calle" tocó el timbre. Vendía flores. Minúsculas macetitas con flores. Compré dos sin pensarlo mucho. Después me preguntó si tenía algo de comida para darle. Tristeza me dio. Mientras nosotros estábamos en casa, en familia y con comida caliente, un niño vendía flores por la calle. Uno del medio millón de niños que come día por medio en este país de abundancia. Le dí un pan y una manzana. El niño, -tendría diez años-, partió con su canasta de flores y su almuerzo.
    Ese 11 de setiembre lloré. Porque no conozco Nueva York y sé que ya no la veré jamás como la soñé, por los muertos, por el miedo, por el fin del mundo. Por la vulnerabilidad. Vulnerables. Somos vulnerables. Todos y cada uno de nosotros, protegidos por su entorno de objetos familiares descubre que el terror nos devuelve al origen mismo de la vida y la muerte. Recordé entonces las dos macetas. Las había reservado para compartir la experiencia con mi hija, para carpir la tierra juntas, para sentir la humedad en los dedos, el olor de la tierra removida, el oscuro encanto de un misterio renovado. Vamos a plantarlas -le dije entonces- La vida es amor, amor es plantar una flor. Yo soy amor, tú eres amor...
    El contacto con la tierra era el vínculo con el corazón herido de este planeta, con el cuerpo mutilado de esta naturaleza humana que se boicotea a sí misma, con el dolor de esta especie acostumbrada a ver morir en la tele y le cuesta admitir realidades que son hechos. Sentí que entre un terrón de tierra y otro entre los dedos, estaba recomponiendo este signo de ser como árboles, sin mas orgullo ni modestia que una flor o una oruga, sin más destino que el de la vida. Ni más ni menos.
    Desde entonces las plantas están allí, incólumes como sus flores. Desde ese mínimo altar hogareño recuerdan el colapso del centro, y un niño herido de hambre en la periferia. Renaciendo de las cenizas, la naturaleza insiste en el Flower Power. Peace and Love como antes, como siempre, enarbolando una política para proteger ese bosque infinito que tanto fundamentalismo como pensamiento único aplastan. El bosque de la vida humana con toda la diversidad de sus árboles, tantas veces ignorado. Sólo por no salir en TV.

Esther Andradi (Buenos Aires, Septiembre 2001)
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APUNTES

No uno sino dos, tres, muchos feminismos, por Esther Andradi


¿Cómo se ha desarrollado el feminismo latinoamericano en los últimos veinte años, a la sombra de las salvajes políticas neoliberales, la globalización del capital y la exclusión de amplios sectores sociales? La captación de la intelectualidad por parte de esponsores internacionales y sus políticas de financiamiento consolidaron la vigencia del género como alternativa al activismo, y las expertas visibles en contraste con la mayoría invisible. ¿En qué medida estas políticas lograron desmontar las estrategias del movimiento de mujeres en el continente?, se pregunta la filósofa y doctora en Estudios Latinoamericanos Francesca Gargallo. El resultado es este ensayo crítico, organizado en doce capítulos, donde analiza la literatura, la filosofía y las genealogías de mujeres a través de América Latina en un panorama poco alentador de desmovilización de las mujeres. ¿Es verdad que las expertas en género limaron las uñas al feminismo, domesticaron la fiera, lo reconvirtieron? ¿No lograron acaso legitimar la demanda de igualdad en la agenda de los gobiernos de la región? Sea como fuere, no todo está perdido: la visibilizacion de muchos/otros feminismos expresa la diversidad del continente, una utopía que pretende ir más allá del feminismo blanco, occidental. Gargallo, quien además de ensayista es novelista, dispone de un soporte crítico riguroso y argumentos convincentes, lo que hace de este ensayo un documento imprescindible.


Esther Andradi (Buenos Aires)


Las ideas feministas latinoamericanas (segunda edición revisada y aumentada) de Francesca Gargallo, UACM (Universidad Autónoma de la Ciudad de México), 2006
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MAPAS COMPARTIDOS

Cuadernos de trabajo: «Mi hija está viajando», por Esther Andradi


iario 29.03

   Hace dos días que mi hija está viajando, de aeropuerto en aeropuerto, despegues y aterrizajes, con sus maletas y sus recuerdos. Lo que dejó allá, lo que quisiera encontrar acá.
   Regresa de un viaje de intercambio escolar que duró nueves meses. Y yo siento como si estuviera frente a un nuevo parto. Sólo que esta vez ella se acordará de donde viene, pienso. Es casi la única diferencia. Y después, ya no es el cuerpo el que se dilata, es el alma la que se ensancha con la espera. El alma que la soltó cuando partió, y que hoy se viste de fiesta para volver a verla, a reconocerla. Ahora no he podido cantarle como entonces, mientras estaba en mi vientre. Ahora el nacimiento depende solamente de ella. Aunque tampoco estoy tan segura: bien pudimos ser dos las que nacimos entonces. Y desde hace dos días, es como si las mujeres de la historia familiar estuviéramos en tránsito con ella.
   Todo bien. Y sin embargo, algo me dice que me va a poner a parir. Y pronto.

Esther Andradi (Buenos Aires/Berlin)

Sú ultimo libro es Berlín es un cuento, editado por Alción en 2007 y reeditado en 2009.
              https://www.letraslibres.com/index.php?sec=22&autor=Esther%20Andradi
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PIES DE IMAGEN

Chile, 2010, por Esther Andradi




Es un hombre maduro, vestido con su traje dominguero, corbata, chaleco rojo, zapatos lustrados, pañuelo blanco en el bolsillo. Y sombrero, cómo no. Podría venir de una boda o ir a un entierro pero él atraviesa la calle entre escombros, cables de luz descolgados, edificios a punto de desplomarse, puertas destartaladas. Ni un alma, ni un vehículo, nadie en su camino. Último sobreviviente de un mundo en extinción, protagonista de una película de terror o de guerra o de catástrofes, el hombre cruza una calle de Concepción después del terremoto. 
   Con corbata y sombrero. Para conjurar el horror. 
   Y un paraguas, por las dudas.


Esther Andradi (Buenos Aires / Berlín)
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