RELATOS

Esperando a Emilia, por Francisco Barreiro


Una mujer en la vida de un hombre, y un hombre que no desea más que estar con ella. O tal vez podríamos cambiar las proposiciones y decir que es una mujer la que está con la vida de ese hombre y que él se desvive por estar en ella. Así son las cosas en este cuento de Francisco Barreiro.


La conocí un viernes en el Gargantúa. Ahora que pienso, pareciera que todo empieza o termina algún viernes en el Gargantúa. De todas maneras, no quiero hablar de ningún viernes. El viernes es una erección saludable. El sábado es un buen orgasmo. Y ya sabemos lo que es un domingo. Un domingo es hoy. Al deseo y a la esperanza, Emilia los hizo sinónimos, pero esto no es poesía. Estoy resfriado, con la nariz tapada, con tos seca y con resaca: esto no puede ser poético. Cuando tuve oportunidad de pensar en mi deseo y en mi esperanza, ya todo esto se había convertido en una mierda. Ya tenía una banda elástica en la muñeca y me aplicaba pequeños latigazos cuando me acordaba de ella. Ponete una gomita, dijo mi viejo, te acordás que yo tenía una siempre cuando vos eras chico. Terminé entendiendo que era más fácil picarme con la gomita cuando no me acordaba de ella. La gomita no sirve, pensé, pero escribir siempre me hizo bien. He decidido escribir todo sobre Emilia en este cuaderno, hasta que no quede ni un espacio en blanco. Es un librito/agenda que le compré a un tipo por la calle. Yo no tenía casi plata, tampoco gano mucho (cobro por día y muy poco) ¿No le querés regalar algo a tu novia?, preguntó el tipo. Ese es el problema, dije. ¿Te peleaste?, dijo. Algo así. Me habló de que las minas tienen esas cosas, de que si uno se pone a pensar en todas las minas que hay y etcétera. El cuadernito está forrado con papel de diario y en la portada hay una foto de dos niños sentados en bancos de escuela. Parecen hermanos. El más grande mira atento hacia el frente, rígido en su silla; el chiquito, agarra un lápiz como lo haría un mono y mira el reloj de pared, un metro más arriba. El reloj divide y separa a los dos hermanos. Tal vez eso sea lo que nos separa a todos. No, no puede existir una sola cosa que nos separe. Que la muerte nos une, es algo que sabemos todos (Fabricio no se cansa de decírmelo). Pero no fue el tiempo lo que me separó de Emilia. Tuvo que haber otra causa. Sé que en el fondo escribo esto creyendo que puede tener efecto sobre las causas que rigen la vida. Tal vez, muchas palabras en un papel, me traen a sus pómulos exagerados acá y evito tener que perseguirla para que me diga que ya está; que ya fue; que soy un tipo copado; inteligente pero…Pero la concha de la lora, ¡el ex novio la ataba!, la mordía, le pegaba y a ella le encantaba. Imagino a ese enfermo de mierda yendo a comprar una soga a la ferretería y ella poniéndose contenta. Ella atada. Emilia atada. Una negra hermosa atada como Tupac Amaru, con pezones de tres centímetros que pueden decapitarle la pija a Lacan y a todos sus parientes. Ayer le dije, ¿hoy cenamos algo sano?, anoche nos emborrachamos como si el suicidio fuera la segunda opción. Sí, dijo ella, pero dejame que te confirme, no te quiero hacer perder tiempo como la otra vez. Avisame, dije yo, por sí o por no, pero avisame.
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