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Dos días en la vida. Fotos sobre el Encuentro Nacional de Mujeres, por Florencia Angilletta


Foto: www.manifiesta.com.ar
Entre los muchos motivos por los cuales las marchas de los Encuentros Nacionales de Mujeres (ENM) son tan fascinantes hay uno que impacta más. Es el geográfico. ¿Qué es marchar? ¿Para quiénes marchamos? ¿Cómo solemos marchar? La mayoría de las marchas a las que hemos asistido ocurren en el centro de las ciudades, por sus avenidas, alguna plaza principal, y sobre todo rodeando las dependencias públicas. El recorrido afectivo de la marcha del ENM no se juega tanto en el peso de los lugares emblemáticos a los que se dirige –como sucede en las típicas manifestaciones porteñas a Plaza de Mayo o al Congreso nacional– sino en la caminata por un lugar. Caminar de verdad. Marchar por Trelew fue marchar por una Patagonia profunda, un poco dulce y un poco desolada, sus barrios de casas bajas, el ladrido de los perros, la hora del regreso. Tierra atravesada por las heridas de la conquista, punta de lanza de nuestros feminismos latinoamericanos. ¿Qué fue estar ahí, realmente estar, más allá de corear “plurinacional”? Algo de una eclosión, cuando cae el sol, que surca una calma. O un modo. Muchas trelewenses miraban la marcha desde sus ventanas, algunas subían a la terraza, otras hasta abrían la puerta y salían a la vereda.
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Desvestidas de vos, por Lucía Thompson


Extraña como abrigo ajeno. Así puede ser a veces la piel, como la de la muñeca que Kokoschka se mandó a fabricar cuando dejó el hospital convertido en veterano de guerra. Una piel de tapado: piel que esconde. Aún después de unos años Kokoschka seguía siendo el abandonado de Alma Mahler; esa era la verdadera herida que el artista quiso tapar alistándose como voluntario en la Primera Guerra. Sin embargo, en las trincheras el amor siguió abierto, y en el hospital se cerraron todas las posibilidades de curación. Los médicos lo dejaron regresar a las calles de autos lentos que parecían bólidos y en la que sólo los desquiciados podían imaginar una nueva guerra. Kokoschka se mandó hacer una muñeca con las medidas de Alma Mahler. Una muñeca con la piel de un peluche. Alma era ella y Kokoschka el enamorado de una mujer monstruo, una mujer muñeco, un amor que no podía dejar de espantar a cualquiera pero que a él no dejaba de atraerlo.
     Cómodo resulta pensar que fabricaron mal la muñeca. Que Kokoschka prefería otra piel para ella. Pero seguramente no fue así. Kokoschka quiso acariciar el espanto de ese amor que no pudo dejar atrás ni aún con la Gran Guerra. Vestía a su muñeca y se recostaba a su lado. Elegía la mejor lencería y se desvestía como un muñeco ante sus ojos de volcán.
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El Tóffolo, por Guillermo Korn


Comeríamos la mesa, si nos lo ordenasen las Escrituras.
Todo se come, todo se comunica,
todo, en el corazón, es cena.

“Hotel Tóffolo”, Carlos Drummond de Andrade

Al mediodía nunca encontramos abierto ese lugar. Abre, apenas, unas horas a la noche. Hay una señora mayor como encargada de la barra. Parece estar leyendo, aunque en su mano izquierda tiene un bolígrafo. Quizás redacte una carta, o complete palabras cruzadas. A un par de metros, en una mesa un hombre chequea papeles. Corrobora datos o los transcribe en una computadora medio baqueteada.
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Otros, por Miguel Vitagliano


Personas que caminan por la calle, desconocidos con los que acaso no volvamos a cruzarnos. Quizá nunca sepamos que aquella mujer es la hermana del médico que nos atendió en la guardia de un hospital después de un accidente, o la hija de la maestra que le enseñó a leer a nuestra única sobrina. Simmel decía, en los primeros años del siglo XX, que el individuo de las grandes ciudades desarrolla al máximo la indolencia para poder vivir en su medio: no mira lo que ve a su alrededor, solo advierte lo que percibe cuando sobrepasa el marco de fondo y se convierte en atracción o amenaza. No es indiferencia, eso implicaría una actitud volitiva y el urbanitas no decide, simplemente no siente. Esa es la indolencia.
     Por supuesto que si los otros no estuvieran, si de golpe caminara por esa calle a la hora de costumbre y no hubiera nadie alrededor, cambiaría a un estado de alerta. Por eso en el cine hay extras y autos en las calles por las que caminan los personajes. Para que la escena resulte creíble debe recrearse la indolencia que reconocemos en la realidad. Cuando el espía presiente que está a punto de caer en una celada o alguien que espera en una esquina palpita que corre peligro de caer en una cita cantada, el indicio se concentra en un mismo indicio: a su alrededor todo parece demasiado alterado, o demasiado tranquilo, o demasiado silencioso. Demasiado es el significado opuesto a marco de fondo. Las pantallas del cine revelaron esos mecanismos del individuo en la vida moderna. Pero fue la novela la que descubrió varios siglos antes a los desconocidos sin nombre cruzándose con el Lazarillo o el Quijote, y con ellos desveló nuestra propia condición de ser desconocidos sin nombre para los otros. En las epopeyas los desconocidos tienen nombre colectivo, en las novelas en cambio los individuos están en el camino y cargan su propia singularidad cosida con retazos ajenos.
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Ojos que no ven, cita que no siente, por Mariano Lescano


Ojos que no ven.

"El videoteléfono produce la ilusión de una presencia y sin duda ha hecho más soportable la separación espacial entre amantes. Pero se nota siempre la distancia que permanece, quizás con la mayor claridad en una pequeña descentración. Efectivamente, en Skype no es posible mirarse el uno al otro. Cuando en la pantalla se mira a los ojos del otro, este cree que su interlocutor mira ligeramente hacia abajo, pues la cámara está instalada en el marco superior del ordenador. La bella peculiaridad del encuentro inmediato, la de que ver a alguien es siempre el equivalente a ser visto, ha dejado paso a la asimetría de la mirada. [Gracias a Skype] podemos estar cerca los unos de los otros las veinticuatro horas del día, pero dejamos constantemente de mirarnos. 
     El hecho de que tengamos que pasar de largo sin mirarnos no es culpa exclusiva de la óptica de la cámara. Apunta más bien a la falta de mirada por principio, a la ausencia del otro. El medio digital nos aleja cada vez más del otro." 
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Aporte de EdM a la confusión general: una imagen de la represión contra las comunidades indígenas, por Anselmo Parino


Ya sabemos que una imagen nunca dice todo, pero a veces, como en este caso, dice bastante. Pero nosotros nos preguntamos, ¿qué estará diciendo el robocop que empuña el palo para golpear a la mujer? ¿O no querrá golpearla? Y ese otro que parece trastabillar, ¿en qué piensa?

Tomamos la imagen de la última salida de El Observatorio Argentino, el portal que realiza un colectivo de académicas y académicos de diversos países comprometidos con la situación en Argentina. Se trata de intelectuales –en su mayoría argentinos- que escriben desde distintas ciudades del mundo.

“El Observatorio Argentino es un espacio plural que promueve el debate y la reflexión, al mismo tiempo que busca proveer a sus integrantes una plataforma para gestar intervenciones sobre temas candentes”.
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Aporte de EdM a la confusión general: Una imagen del líder norcoreano, por Anselmo Parino






En la foto se ve al líder norcoreano Kim Jong-un mientras dirige una prueba del lanzamiento de un misil. La imagen fue difundida en el mes de mayo por la Agencia Central de Noticias de Corea del Norte.
    Sin duda, a la foto le faltan las palabras y los pensamientos de sus participantes. ¿no es cierto?


Anselmo Parino,
Mar del Plata, EdM, Septiembre 2017
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Mujer y mujer y lo que no digo, por Lucía Thompson


Todos recuerdan las escenas mudas de Vértigo en las que Scottie persigue a Madeleine y la observa, extasiado, cómo ella contempla en un museo vacío el retrato de otra mujer. No es preciso decir más para que se imponga lo no dicho, ¿verdad? El sobreentendido cultural se encarga de reponer por si solo el nombre del director y los actores. Como también, desde luego, el nombre de Madeleine disolviéndose en la boca, cuando otros, antes, podían vivir el tiempo como una taza de té de tilo. Hablamos constantemente con ese tipo de sobreentendidos, tanto como con esos otros que completan las miradas y los gestos, o que al menos confiamos que los completen. Las elipsis son los hormigueros y nuestras palabras las hormigas, ¿quién podría decir que puede haber hormigas sin hormigueros? Mejor aún: ¿quién podría decir que hablar no es saltar entre islas?
     Un ejemplo: alguien cuenta la historia de un joven que ingresó a una empresa llevando papeles por los tres pisos del edificio y que tres años después se convirtió en su más alto ejecutivo. La historia cambia sus pretendidas virtudes si incorporamos un detalle elidido: el joven era el hijo del dueño. Pero quiero hablar, sin embargo, de los cuadros y las miradas. En el invierno de 1985 fue robado del museo de arte de la Universidad de Arizona, en Tucson, la pintura Mujer-ocre (1957-1959) de Willem de Kooning (1904-1997), uno de los maestros del action painting, y ahora, más de treinta años después, ha sido recuperada. Lo único que se supo en ese largo ínterin –una elipisis para unos y un secreto para otros- es que una mujer y un hombre ya mayores, sumergidos en gruesos abrigos, se las ingeniaron para distraer al único guardia de la sala y se llevaron la tela de 1 metro por 70 cm, sin que nadie se percatara sino horas más tarde. El cuadro de Kooning no se perdió en la bóveda blindada de ningún coleccionista, ni estuvo escondido en una sala con luz especial frente a un sillón. Pasó sus mejores días en el cuarto de una pareja de jubilados. Colgado en la pared junto a la entrada de su dormitorio. Cuando la puerta se cerraba a los otros, la pintura se abría completa para ellos dos. Mujer–ocre era su pintura, Kooning no había hecho más que pintar el cuadro.
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Míralos, míralos, están tramando algo, por Lucía Thompson


Este anuncio no me pertenece, lo juro, aunque mi vestido también era de esa talla, me quedaba algo holgado en aquel tiempo, lo compré en una feria de garage una mañana de otoño, sin hacer preguntas a la niña que lo vendía entre discos, libros y unos sacones de otros tiempos, mientras la mamá miraba desde la ventana del chalecito muy American Way of Life, desde la ventana de la cocina, no creo que su atención se debiera al vestido, tampoco la mía, yo había pensado en llevarme un saco de flores hecho de tela de cortina y cambié de opinión, quizás porque descubrí la mirada de esa mujer que estaba preparando una limonada para traerle a la hija, hacía un calor imposible para colgarme ese cortinado sobre la piel, otra posibilidad es que lo haya comprado para salvar a esa mujer, como no dudé en decir el día en que le regalé ese vestido a una amiga, un año después y habiéndolo usado solo una vez una noche de playa, sin ningún error, con besos que iban y venían como las olas aunque con un amor menos constante, sin un poco del arrepentimiento que mostraba esa mujer en los ojos, no mi amiga que se casó en Las Vegas con el amante de la infancia que estaba en viaje de negocios y en cuatro días regresaba a su casita en Carrasco, imagino que ella todavía guadará ese vestido, todos los días habían sido por error menos ese día en coche atravesando el desierto que imaginé en detalles tantas veces, casi tantas como las olas que me llevaban tan cerca de mí en esos brazos que parecían míos, la mujer de la limonada no habrá tenido la misma suerte, la nena se balanceaba en una mecedora, no se me ocurrió preguntarle si también estaba en venta, yo llevaba puesto mi walkam y escuchaba a Serú, las canciones me hacían vivir lejos, acaricié el vestido antes de comprarlo pero la mirada de la mujer se me fue imponiendo después, era posible que ella esperara que ese hombre pasara por la puerta de su casa, vi esa escena en los ojos de mi amiga cuando me comentaba que iba a casarse para vivir cuatro días con su primer amor, se conocían desde los ocho años y ahora él estaba casado y vivía en el Uruguay y se habían encontrado de casualidad, dos hijas tenía ese hombre, pude verlas, sin embargo nunca supe nada de la nena que me vendió el vestido, en ningún momento, ni siquiera ahora en que pienso en el desafío que le hizo Hemingway a un grupo de amigos escritores, les preguntó si eran capaces de escribir un cuento de seis palabras, no sobre un vestido de novia, claro que no, ni sobre la nena que espera por su limonada fresca, ni sobre el mar una noche, ni esa pareja besándose en un coche con fondo de desierto, solo seis palabras dijo Hemingway, y bebió lo que no era limonada, jugó con el hielo y soltó, For sale: baby shoes, never worn, es decir: A la venta: zapatos de bebé, nunca usados, un auto pasa por la calle, la mujer señala un cartel, o acaso señale los ojos de la mujer en la ventana, una joven de pelo revuelto mira el auto pasar y lo olvida.

Lucía Thompson
Buenos Aires, EdM, julio 2017
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Ruinas sobre ruinas, por Alcides Rodríguez


Los artistas del siglo XVI europeo fueron los primeros en llevar la idea de ruina al terreno de la reflexión estética. No es difícil saber el porqué: la idealización del mundo grecorromano los impulsó a investigar las ruinas de los templos y palacios de la antigüedad que aún estaban en pie. Arquitectos como Leone Battista Alberti y Andrea Palladio las estudiaron a fondo, obsesionados por reproducir la arquitectura original de los edificios. El desarrollo de la perspectiva lineal les permitió dibujar esas ruinas de manera más precisa y detallada, y la pintura no tardó en hacer suyas estas imágenes. Las paredes de los palacios renacentistas se poblaron de cuadros que representaban paisajes ideales con ruinas y ambientes bucólicos con templos derrumbados. Hasta la iconografía religiosa pobló sus escenarios de ruinas. No era raro ver a la Sagrada Familia instalada entre los restos de un templo pagano, señalando el triunfo de la nueva religión.
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Rainbows End, por Fernanda García Curten


Sabe bien qué clase de mujer se fue volviendo con el tiempo. Lejos ya de lo que cualquier chico con bermudas desflecadas que camina descalzo por la playa consideraría una “chica”. Por eso piensa que lo mejor va a ser que el chico no la siga mirando así. Que mejor pase de largo y se lleve a su harén de amigas nuevas, rubiecitas serias -sus hermanas, quizá, de vacaciones como él-, intensas recolectoras de caracoles, pequeñas ladronas. La mujer piensa que no tendrían que parar a juntar caracoles en esta parte de la playa. Aunque a lo mejor, sí. Tal vez el chico debería dejar que toda niña se aleje y quedar recortado contra el mar sólo para ella. Y mirarla bien ya que estamos. Si la hubiera mirado bien, todo sería distinto. Porque llegar hasta acá le ha costado demasiado a esta mujer.
  Porque esta mujer nunca quiso tener que llegar al borde de un mar en teoría exótico, y en esencia tan vivo, y en realidad tan plano y quieto, tan transparentemente verde, al pie de una ciudad que es la meca del esparcimiento y que ella no puede ver más que como el cadáver maquillado de una vieja actriz con cara de muñeca de los años veinte. Y verse ahí, un gusanito más, sentada en la arena, vista panorámica al abismo. O debería describir ese mar como un desierto. Un desierto fulgurante. Fulgurante y por supuesto líquido e infinito, lo cual, piensa la mujer, ya es demasiado para cualquier mar. Se lo vuelve a decir a sí misma: batallones de reposeras iguales orientadas al infinito, sólo eso. Cada una, con su respectiva sombrilla plegada, perfectamente dispuesta y perfectamente vacía. Cientos de postigos cerrados y persianas bajas de hoteles como rascacielos, uno al lado del otro hasta donde el mundo se acaba y se precipitan los barcos y los monstruos marinos devoran a los náufragos.
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Famosa Laika, por Rául Tamargo


1.

Su aullido persistente alertó al buscador de astronautas. La encontró en un callejón perdido, en cuyo extremo la luna llena se ofrecía más a los viajeros que a los enamorados. Hasta que no estuvo oscuro, Laika no se dejó atrapar. Luego, se entregó a las promesas del hombre. Por primera vez estuvo en brazos de un ser humano; por primera vez, recibió una caricia.
    En el laboratorio del Programa Espacial Soviético le dijeron que viajaría a la luna. De haber sabido que los hombres eran capaces de mentir, habría igualmente aceptado, tal era su pasión por aquel medallón de luz blanca. Y aunque se trataba de hombres de ciencia, que medían, comparaban y evaluaban, libres de todo sentimiento, fue la pasión de Laika la que los decidió. Otros dos perros entrenaron tan duramente como ella, pero fueron devueltos a la calle y al olvido.

2.

El Sputnik 2 fue lanzado al espacio el 3 de noviembre de 1957. Laika no regresó. Varias versiones circularon sobre su final. El gobierno soviético aceptó su muerte 6 días después del lanzamiento. El oxígeno disponible en la cabina estaba a punto de agotarse; practicaron eutanasia a control remoto. Desde luego, nadie, en Occidente, creyó la versión oficial. En plena guerra fría, los rusos eran los seres más despiadados del planeta. Hacia el 2002, habían mejorado su imagen. Tal vez por eso dejaron saber que la perra astronauta murió pocas horas después del lanzamiento, como producto de un recalentamiento general del cubículo donde viajaba.
   Yo prefiero imaginar que todavía está orbitando la tierra. Puede que se trate de una visión ingenua, pero en absoluto edulcorada. Laika fue víctima de engaño. El destino de la nave no era la luna. Laika fue enviada a una Siberia espacial. Se sabía que el Sputnik orbitaría en un punto opuesto al de la luna, de modo que jamás, Kudryavka volvería a ver ese misterioso círculo de plata.
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M.C. Escher, Eduardo Mileo y los lagartos, por Pablo Luzuriaga


M.C. Escher Reptiles (1943)
Los parentescos, afinidades, distancias e influencias en la historia del arte moderno destinan la obra M.C. Escher a una zona incómoda. Sus trabajos parecieran rehusar al diálogo con las vanguardias de los años veinte y treinta, y lo mismo podría decirse respecto del arte al término de la segunda guerra mundial que es cuando sus litografías comienzan a circular por el mundo. Las líneas duras de sus grabados omiten la ruptura histórica contra la representación ingenua que desde fines del siglo XIX (con Manet y Cézanne) caracteriza al arte moderno; su artesanal técnica del grabado y la litografía no arma serie con la reproducción mecánica en la era del arte pop. La línea de los dibujos en sus naturalezas muertas (imaginarias) podría emparentarse a la línea de las más conocidas pinturas de Salvador Dalí: imágenes oníricas pintadas con técnicas clásicas de representación. No es fácil encontrar a Escher en historias del arte, en catálogos retrospectivos del siglo XX, pero no hay librería de museo en occidente que no tenga sus imágenes entre los objetos más vendidos. Tiene especial influencia sobre el mundo del diseño.
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Una excursión a Mansilla en tiempos de Star Wars, por Miguel Vitagliano


Quienes crecieron imaginando el Año 2000 vieron en Star Wars (1977) la primera representación cinética de un holograma: una proyección tridimensional de la Princesa Leia pidiendo auxilio desde un robot. En verdad, era igual a cualquier carta de las princesas cautivas tradicionales con la diferencia que esta se veía, la invención tecnológica no había alterado el mensaje ni tampoco la disposición interior de los individuos. Un siglo antes, en 1881, Lucio V. Mansilla proponía algo muy distinto. Estaba sorprendido por los descubrimientos que había visto en la Exposición Internacional de Electricidad de París y escribía a Buenos Aires sobre las posibilidades que podrían deparar las nuevas invenciones. Vislumbraba que a partir del desarrollo del fonógrafo, inventado por Edison cinco años atrás, podrían crearse “libros fonográficos que uno oiría hablar en vez de leerlos”, o que combinando un teléfono al fonógrafo se oiría la voz del orador “a lo vivo en la tribuna misma”.
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El otro Jack, por Fernanda García Curten

 
Anestesiados y clavados como las mariposas, concluye Roland Barthes en un pasaje de su Cámara Lúcida, cuando se refiere a los personajes que la Foto, en tanto definición de imagen inmóvil, muestra quietos: no sólo significa que no se mueven sino que no se salen.
    En la selfie tomada por el cineasta y notable fotógrafo Stanley Kubrick durante el rodaje de El Resplandor (1980) el actor Jack Nicholson -en primer plano, fuera de foco- logra a su modo salirse. O no “salir” quedándose. O interponerse, según cómo se lo mire. El personaje más borroso de esta foto es, vaya paradoja, el más definido, ya que entre otras caras que por lo general suelen moverse detrás de las cámaras, la que nos resulta más familiar -quizá la única que podemos inmediatamente identificar, incluso antes que la del propio Kubrick- es la de Nicholson. Porque, desenfocado y todo, vemos (o sabemos) que se trata de Nicholson aunque su gesto, lo que se alcanza a distinguir al menos, no aparente evocar ninguna de las expresiones más características del actor. Zanjando la disyuntiva de Hamlet, aquí Jack es y no es en una sola fracción de segundo. A pesar de que no se parezca demasiado a sí mismo, ni al brutal y alucinado Jack Torrance -Jack, otra vez, el escritor alcohólico que se muda con su mujer y su hijito a un hotel solitario en medio de las Rocallosas, como vigilante de invierno, y enloquece- a pesar de todo, decía, logramos reconocerlo, completarlo, enfocarlo mediante la suma de innumerables “fotos” viejas y siempre vívidas de Nicholson. Busco un indicio en esos ojos esfumados -fulminantes o amigables-, en el esbozo de su boca de labios juntos, y no logro precisar si efectivamente sonríe. Si me acerco demasiado lo veo sonreír, si empiezo a alejarme lo descubro serio, hasta enojado. Su cara es una máscara inconclusa detrás de la cual seguramente sonríe malévolo el auténtico, el de mirada filosa en unos ojos de abismo, el opulento y voluptuoso, el de cortesía irreverente. Nada de eso se deja ver en esta imagen difusa -ni en la conjetura de su gesto, insisto, en principio nada escalofriante- pero guardo, guardamos, ese otro saber dentro, lo que podríamos llamar nuestro Archivo Nicholson.
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Antiquísimo arte contemporáneo, por Facundo Ruiz


Conversando con Hans Ulrich Obrist y Gregory Chaitin, Marina Abramović cuenta que ha tenido una visión sobre el arte del futuro. Quizá, pues no lo recuerdo exactamente, solo haya dicho “el próximo arte contemporáneo” o “el arte del siglo que viene”. En cualquier caso, dice que será un arte sin objetos, un arte que prescindirá de las cosas, un arte en el que las cosas habrán desaparecido. Se tratará entonces sólo de un artista haciendo circular energía a través del público. Sorprendente, la idea entonces me hizo pensar en una sesión de espiritismo, incluso en algún evento de Iglesia alternativa que, a simple vista, no parecía corresponderse con lo que Abramović había visto, entre otras cosas porque en ambos casos median objetos. Malentendido mediante, olvidé todo aquello hasta que, hace poco, leí Sobre el arte contemporáneo de César Aira.
    Entre otras cuestiones, guía buena parte del ensayo de Aira la idea de que la obra de arte siempre llevó implícita su propia reproducción pues “al proponerse a la percepción y la memoria, es inevitable que desprendan fantasmas en el tiempo y el espacio”. En este sentido, “la obra de arte es apenas el modelo de sus reproducciones”. Este primer momento o movimiento da lugar a un segundo: así, al surgir el arte contemporáneo (con mayúsculas), su singularidad se establece como “una carrera entre la obra de arte y la posibilidad técnica de su reproducción”, lo que lleva a que hoy la obra de arte sea la que “se adelanta un paso a la posibilidad de su reproducción” y también que la reproducción misma se vuelva “arte sin obra”. La tarea del arte contemporáneo por tanto, dice Aira, es mantener “un quantum de irreproducibilidad” que se logra incorporando “lo no-hecho a lo hecho”.
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El estado del arte y la conexión Tibol, por Guillermo Korn





"La ruta a México es: Antofagasta, Lima, Panamá, México y escala técnica en esos lugares.
Comuníquenlo al canciller Rabasa y díganle que cruce los dedos"
Telegrama del embajador de México en Chile, septiembre de 1973.

“Amigo don César: quiero darle una noticia maravillosa. Me voy a Méjico el lunes, de aquí 8 días.
Tomaré el avión en compañía de Diego Rivera”
Carta de Raquel Tibol a César Tiempo, Santiago, mayo 11 de 1953.

Una muestra se inauguró hace pocos días en el Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires. Dos ejes la recorren: “La exposición pendiente”, en la que se exhiben bocetos, pinturas de caballete y estudios preparatorios que pertenecen a José Clemente Orozco, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros; y “La conexión sur”, donde se buscó tejer lazos de intercambios entre los maestros mexicanos y los argentinos Antonio Berni, Carlos Alonso, Lino Enea Spilimbergo, Juan Carlos Romero, Diana Dowek, Juan Carlos Distéfano, Demetrio Urruchúa y Juan Carlos Castagnino.
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Reflejos de Carmen Miranda, por Guillermo Korn


Ningún brasileño sensato puede ignorar lo mucho que Carmen Miranda hizo por Brasil en el exterior, transportando este país en su equipaje, enseñándoles a los pueblos que jamás habían tomado conocimiento de nuestra existencia a cantar nuestras canciones y adorar nuestro ritmo.
Heitor Villa-Lobos

María do Carmo era el nombre que figuraba en su partida de nacimiento. Ese no fue el único cambio, aunque es probable que haya sido uno de los más importantes. En la lista se apuntan también sus zancos de veinte centímetros de plataforma para disimular la baja estatura, las numerosas pulseras, los aros de gran tamaño, las balangandãs y por supuesto, los exóticos vestidos y tocados con los que construyó una figura que conquistó al público.
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Eisenstein y Disney en pose de futuro, por Miguel Vitagliano


Tan diferentes y tan cerca. Eisenstein y Walt Disney frente a Mickey Mouse, en Los Ángeles, a principio de los años 30. La pose los muestra amigos, pero sobre todo la pose nos los hace cercanos, tienen una parada difícil de encontrar en las fotos de esos años, un gesto de hoy, una parada típica en dos versiones según la contextura física, modos del juego cómplice y la satisfacción que podríamos reconocer en las instantáneas del presente, parecen dos adelantados del futuro, acaso por eso consigan treparnos sobre el pasado para que podamos mirar más lejos. En definitiva, en eso consiste su arte: hacer del presente un momento que desata al futuro de la carga del pasado al mismo que tiempo que lo carga de su energía renovada.
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Fuera de cuadro. René Girard (1923-2015), por Miguel Vitagliano


La foto pertenece al primer homenaje del Presidente Hollande a las víctimas de los atentados en París la noche del 13 de noviembre de 2015. Seis ataques simultáneos reivindicados por el llamado Estado Islámico y que dejaron 130 muertos y 352 heridos. Algunos de los sobrevivientes están delante de las gradas siguiendo atentos las palabras del Presidente. Son muy pocos los presentes que no miran en esa dirección. Quizá sea eso lo que subraya cierta carga de pasado en la fotografía: miramos las imágenes igual que leemos en todas las lenguas indoeuropeas, vamos en conquista del futuro a medida que incorporamos las letras del pasado. Las miradas de la fotografía, en cambio, enfocan en dirección contraria, se detienen en el Presidente que queda fuera de la toma.
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