PIES DE IMAGEN

El lugar que no existe más, por Bruno Petroni


Mis amigos, mis amigas y yo estamos en una pileta pública. Tenemos quince años, dieciséis a lo sumo. Nuestra amiga más deseada trajo a su nuevo novio. Un flaco de veinte años. No sé cómo se llama, pero no me animo a preguntar. Es un flaco de pocas palabras, pero no es tímido ni callado. Es preciso, delicado y viril a la vez. Mis amigos y yo asumimos el rencor en silencio.
      El momento de entrar a la pileta, el momento de dormir bajo el sol, el momento de los sánguches o de tomar una cerveza va a ser decidido por él. Nadie se va animar a contradecirlo, ninguna de las chicas nos escucharía en tal caso e, incluso, él no necesitaría poner en palabras aquello que decidiera.
     Así son las cosas. Desde que llegamos a la mañana hasta que comienza el atardecer y se va apagando el bullicio, y el chapotea, y él se levanta de su toalla. Camina despacio hacia el borde más lejano de la pileta. No es una invitación colectiva. Nadie lo sigue. Ni siquiera su novia. Entendemos que ese andar excesivamente lento nos excluye de su mundo.
     Cuando llega al borde de la pileta, se detiene. Es claro que no se va a meter, y no se mete. Con su mano derecha se comienza a acariciar el pelo que cubre su nuca. Inclina levemente la cabeza hacia la derecha, y sin hacer nada más se queda mirando hacia un punto perdido: ni el pasto, ni las personas, ni el cielo.
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PIES DE IMAGEN

Sugerencias (Ready Made 2014), por Bruno Petroni


Tengo 5 años y quiero hacer el amor
Tengo 5 años y estoy embarazada
Tengo 5 años con el DIU
Tengo 5 años trabajando
¿cuánto me toca de liquidación?

Tengo 10 años y soy gay
Tengo 10 años y quiero tener novia
Tengo 10 años y estoy enamorada
Tengo 10 años
y ya hice el amor

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MAPAS COMPARTIDOS

Crónica en la otra orilla, por Bruno Petroni


"No queremos que nos persigan, que nos prendan, ni que nos discriminen, ni que nos maten, ni que nos curen, ni que nos analicen, ni que nos expliquen, ni que nos toleren, ni que nos comprendan: lo que queremos es que nos deseen."
(Néstor Perlongher)

-izcocho, hoy no pescás nada, Bizcocho, eh-, gritó el hermano mayor a su hermano menor, que sentado en la orilla estaba. Yo (yo que, en ese momento, leía, fascinado, un inentendible, pero hilarante libro de cuentos de Perlongher) pensé: “Qué facilidad de palabra, qué talento en el arte de denigrar al prójimo. Ese muchacho es puro significante”. Bizcocho, apenas el grito de su hermano mayor, salió de su embelesamiento en el paisaje (un horizonte abierto, la otra orilla de la laguna, no tan lejana, donde dos chicas, apenas más grandes que Bizcocho, jugaban con una pelota), sacó su caña de pescar del agua y su primer pescado del día (un surubí, supongamos) quedó girando en el aire, encantador, goteando sobre la arenita modesta, de playa de laguna modesta, de viaje modesto: dos días nos vamos y no tan lejos.
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NOTICIAS DE AYER

Meteorito, por Bruno Petroni


La filmación, cámara en mano de fan, muestra lo siguiente: Los Tekis tocan el carnavalito (recital en Salta), la gente canta y aplaude (baila, supongo, aunque solo se ven sus cabezas). Termina el carnavalito, empieza otra canción, el sonido falla, el fan abre el plano, y entonces aparece una pequeña luz amarilla en el cielo. Una luz que avanza en dirección a la tierra (tipo película, aunque con menos movimiento parabólico), que se expande en el cielo negro, cambia de amarillo a verde, y desaparece.
     Termina el video. El conductor de Telefé Noticias (Barilli) le pregunta al meteorólogo qué fue eso, qué impacto puede tener en tierra, le pregunta (algo exagerado, Barilli, una virgen antes de su primera vez) -¿Qué podemos hacer con esto? ¿Qué está haciendo la NASA?-. El meteorólogo, un gordito canchero, sonríe y (después de decir frases como “Estamos entrando en la fase acuariana, por lo tanto, la masa ígnea se funde más lentamente en la ebullición y los cuerpos celestes se convierten en ceniza más cerca de la tierra”) dice –Estamos siendo cascoteados todo el tiempo, hay algo del azar que es inmanejable-, y sigue sonriendo.
 
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Abuelo, por Bruno Petroni


Mi abuelo paterno no fue un abuelo estilo Little miss sunshine. Un viejo de modales rudos, que se picara el brazo, que me recomendara pornografía, y que esté todo bien. Si mi abuelo paterno hubiese sido así, narrar sobre él habría sido fácil. Todas mis narraciones habrían comenzado con un poco de clima de época (una Buenos Aires, supongamos, con vicios londinenses y peligros políticos), y habrían terminado en la exageración de sus desmanes, de sus características grotescas, y la muerte como premio heroico a la vida bien vivida. Eso estaría bien. Yo hablaría sobre ese abuelo cualquier noche, llamaría la atención con mi relato engañoso, heroico. Pero no es el caso.

Sobre mi abuelo materno, en cambio, sí es fácil narrar. Mi abuelo materno: un leñador de la selva misionera, con dotes de macho cabrío, y dos familias paralelas. Una en el monte, una en el medio de un pueblito. Hijos que, con el paso del tiempo, se le fueron desperdigando por ahí, sus mujeres que envejecieron y murieron, y una última conquista a sus setenta años: una paraguayita veinteañera. Con ella, mi abuelo materno tuvo su último hijo, a sus setenta y dos años. De eso hablo a veces. -Un semental-, termino diciendo, como si yo tuviera algo que ver. De mi abuelo materno también, a veces, habla mi vieja o mi tío. (Mi abuelo materno vive, tiene ochenta años, un kiosco con mesitas en un pueblo misionero. Si cualquiera de sus nietos va y pide una cerveza, el viejo te cobra, te destapa y hasta te sirve, pero no te dice nada. Vos le decís -¿Así nomás le servís a tu nieto?-, el viejo entrecierra los ojos, y te dice –Eh, nieto, ¿cómo está?, ¿qué anda haciendo?-, -Nada, acá de paseo, ¿y usted, abuelo?-, -Muy bien, muy bien-, dice él, te palmea y se va, sin decir más nada, sin tener idea cuál de los nietos (hijos de paraguayos de paraguayos de paraguayos) podés llegar a ser). A mi abuelo materno lo narramos todos, es fácil. Lo acabo de narrar yo, inevitablemente.

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