RELATOS

El eclipse, por María Elena Spina


El viento por fin se había calmado y el lago era un cristal inmenso y liso, verde claro hasta el veril y después azul profundo. El borde del agua formaba sobre la playa una línea quieta. Estábamos sentados sobre las piedras, Lucho y yo. Adela no había vuelto de la cascada. Los chicos se habían alejado, veíamos sus siluetas, los tres parados sobre una roca plana, con sus cañas, ahí donde la playa terminaba y empezaban las piedras grandes. A veces oíamos un grito o una risa en el aire inmóvil. El mate estaba tibio y hundíamos el pan directamente en el pote de mermelada. De atrás nos llegaba el perfume áspero de las rosas mosquetas, calientes del sol de todo el día.
 
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