PIES DE IMAGEN

Iluminaciones, por Jorge Warley


“Los chicos salen de la escuela y van a la esquina a comprar merca”, mandó el arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, durante una misa por la Educación que ofició en la catedral metropolitana ante -según el cronista- más de 5.000 jóvenes. La declaración tan fuerte lo obliga a quitar los ojos del plato y mirar la pantalla. A continuación Bergoglio menta las “mezquindades” e “internas” de la dirigencia política, y apunta a quienes sólo buscan “trepar”, “abultar la caja”, “escalar para las ambiciones personales” o “promover a los amigos” del poder. “A estos chicos, dice con tono angustiado, ¿los preparamos para grandes horizontes o para el horizonte de la esquina en donde por unos pesos pueden comprarse la pasta base? Esto sucede acá nomás, en el centro de esta ciudad y no sólo en los barrios periféricos”, alerta delante de docentes y de funcionarios, entre ellos el jefe de gobierno porteño, Mauricio Macri.
    Al rato y frente a los micrófonos Macri abre los ojitos y manifiesta su “sorpresa” por los dichos del mensajero de dios; pero de inmediato y en una nueva muestra de habilidad acrobática se permite “coincidir” con el arzobispo porteño para concluir en un lavamanos de sentido común: la droga, sentencia, está “muy metida en la sociedad”. Y pide perdón y permiso porque anda apurado.
    El joven mozo, que siguió los vaivenes de uno y otro por el televisor que está a un costado del mostrador, de golpe recuerda que en la investigación realizada por Horacio Verbitsky y publicada con el nombre El silencio alguna vez leyó que el actual cardenal primado de la Argentina, Jorge Mario Bergoglio, tuvo participación en el caso del secuestro de los jesuitas Yorio y Jalics, en 1977, quienes entonces se desempeñaban como sacerdotes de la villa del Bajo Flores. En el libro se sostiene incluso que el destacado funcionario eclesiástico estuvo presente en un interrogatorio a uno de los jesuitas secuestrados, y si hubiera tenido ganas de leer el diario que está sobre la mesa habría podido agregar otros testimonios al mismo prontuario divino.
    Repite en voz baja un “Hipócritas de mierda” mientras pasa un trapo para limpiar los restos del almuerzo del mantel de plástico. Se apura después a agarrar el control remoto que está junto a la caja y poner el canal de deportes con los dedos cruzados a la espera del resultado de Platense.

Jorge Warley (Buenos Aires)
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APUNTES

Los problemas del paraíso, por Jorge Warley


En 1932 el actor y director de cine alemán afincado en los Estados Unidos Ernst Lubitsch dio a conocer aquella que los especialistas juzgan su obra maestra. Se llama Trouble in Paradise, y cada tanto se la encuentra bajo la “versión” castellana Un ladrón en la alcoba u otras traducciones todavía menos felices.
    Según relatan las historias del cine Lubitsch rozó la plenitud creativa en la década del treinta; fue entonces que logró que su trabajo fuese reconocido dentro de lo que se ha dado en llamar la “comedia sofisticada”. La clave del género consiste en mostrar y jugar con el deseo de riqueza y el deseo sexual pero siempre de manera esquiva, metafórica, elíptica. Así el hábitat aristocrático y de la alta burguesía se va disolviendo en la exacerbación del gesto decadente, la artificialidad y la perversión latente. Siempre contenido, nunca explícito, brusco o grosero, Lubitsch se pasea por las historias que eligió contar como el dandy que lanza de a puñados el papel picado del cinismo
    Atrás resuena furibundo todavía el trueno del crac financiero del 29; y traídos y llevados por esa inercia que atraviesa la historia narrada desfilan de su mano los más diversos personajes seducidos por la onda invisible que el derrumbe del mundo ha disparado. Caricaturas de empresarios que frente a la debacle no piensan resignar un peso y enfatizan como única solución “recortar salarios” mientras se pierden e tras los movimientos de la chica que se desliza por la reunión con su vestido de noche; ricos y funcionarios que se pierden en estúpidas esgrimas románticas dignas de quinceañeros, mayordomos y mucamas con cara de aburridos frente a los patrones que les han tocado en suerte, y hasta un trotskista que aparece de improviso gritando en ruso y amenazando por los pasillos de la mansión con el mundo por venir.
    El filme es simplemente brillante, y logra el milagro de engrosar la mejor lista de la comedia hollywoodense a la vez que alimenta sus costados más delirantes, como para que los espectadores se animen a tentar, entre risas, las más diversas proyecciones. No otra cosa deparan las “aventuras” de la pareja de aristocráticos estafadores que viven bajo la consigna única de pasarla bien placenteramente en un mundo que se derrumba. Una versión fina del personaje atorrante de Pepe Arias, verdadero emblema criollo que, en otro contexto pero con igual sintonía, pierde el seso y las mañas pergeñando cómo llevar la vida sin laburar.

Jorge Warley (Buenos Aires)
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