El año pasado, en el Festival Internacional de Cine de Santa Cruz de la Sierra, se estrenó la película Zona Sur, del director boliviano Juan Carlos Valdivia. De Valdivia había visto filmes con aspiraciones urbanas que se desmarcaban del hermético cine indigenista. Jonás y la ballena rosada (basada en la espectacular novela del mismo título del escritor cruceño Wolfango Montes), por ejemplo, constituyó un acercamiento a los nuevos sistemas de valores que la cultura del narcotráfico había comenzado a instaurar en el eje boliviano a mediados de los ochenta; American Visa (también basada en una excelente novela, esta vez de Juan Recacoechea) expuso en un estilo road-movie criollo el asunto de la migración de la clase media hacia Estados Unidos. De modo que ya tenía una idea de lo que podía esperar del cine de Valdivia, amén de su trabajo como productor de campañas publicitarias en televisión, en las que, pese al formato, se podía olfatear la impronta estética valdiviana: mestizaje, conflictos contemporáneos vinculados ─como todo conflicto─ a la asimetría de poderes, belleza citadina, diversos sampleos del himno nacional, mucho plano secuencia y grandes viajes, me imagino que con grúa, del ojo todopoderoso.
Sin embargo, no tenía, en realidad, la más puta idea de lo que se podía esperar de Valdivia, que ahora renunciando a la tentación de dialogar con la literatura, armó un guión ─como él mismo lo ha manifestado─ escuchando su propia voz, intuyendo sus mundos, recurriendo, quizás, a la sincera mediumnidad de los arquetipos de la infancia. Así, Zona Sur, de título toponímico, en alusión a los barrios residenciales de la ciudad de La Paz, ha significado no sólo una ruptura en la línea de Valdivia, sino un punto de inflexión interesantísimo en el cine nacional de los últimos años, que aunque ya había experimentado violentos giros provenientes del encuadre de los más jóvenes ─caso de Rodrigo Bellot o del más minimalista Martín Boulocq─, no terminaba de rasgar esa última membrana de religioso respeto al estilo monumental, sociológico e histéricamente “comprometido” de plots en los que el indio es siempre bueno y la venganza apenas comienza a florecer.
Y no es que Zona Sur deje de ser un relato comprometido, sólo que su enunciación ética e ideológica emerge de la contradicción, respetando los espacios de incertidumbre de toda trama histórica sucediendo en simultáneo. De hecho, parte del valor de esta película reside en su función de correlato de un gran momento boliviano. Si bien la trama comienza a desarrollarse en los inicios del gobierno de Evo Morales, la transformación que allí se insinúa trasciende ese presente y se proyecta hacia un futuro lleno de sorpresas tragicómicas, sorpresas criollas, sin duda. ¿De qué se trata? Básicamente de la decadencia de una familia de clase alta, a la cabeza de la solitaria y distinguida Carola, que ante la creciente anorexia de sus cuentas bancarias deber recurrir a su fino histrionismo para camuflar los íntimos dolores de la pérdida de poder (me recuerda mucho a la argentina Cama adentro). Es, eso sí, el componente racial lo que sella la diferencia en la propuesta de Valdivia: No hay un obsceno racismo en las relaciones entre personajes, precisamente porque esas relaciones se han naturalizado y casi adormecido, a tal punto que la señora de la casa apenas se percata de la profunda transformación que está sucediendo ahí, en su mismísimo nido. Patrones y sirvientes coexisten en un carnaval de influencias culturales construyendo, por instinto, un “nuevo orden”.
Hasta ahora nadie ha dicho que se trate de una película subversiva, seducidos seguramente por el tono medio con el que los diálogos emiten sus tesis: la verdadera aristocracia es una mujer de pollera; la verdadera educación comienza, no en la cama, sino en la cocina, entre las ollas y con olor a ajo; el verdadero poder lo da el dinero en efectivo, el que resulta del comercio informal y no la abstracta e inoperante tarjeta de crédito; la verdadera burguesía es la que está surgiendo, con la fuerza de un iceberg, desde los fondos de un sistema que hizo del consumo glamoroso y no de la tierra y su explotación primaria su dinámica vital. Esa nueva burguesía tiene, en definitiva, otras verdades y otra estética. Y, claro, también otros vicios y otros pecados. Pero, ¿y qué sienten, cómo sienten, dónde van los que comienzan a replegarse? Bolivia es también esa minoría irónica. Y también sobre ellos va este filme.
De modo que sí, por supuesto, aun a través de las burbujas que la filmación circular construye, generando, por sinestesia, una suerte de claustrofobia vidriosa y elegante (un guiño a la teoría de las “esferas” del alemán Peter Sloterdijk, ha confesado Valdivia), o precisamente gracias a esa composición, por cierto muy acorde con el cuántico imaginario andino ─aunque también con las epifanías nacionalistas──, es posible escuchar el implacable rumor político y subversivo de Zona Sur, una película que ningún latinoamericano debería dejar de ver.
Zona Sur ha sido recientemente premiada en la categoría de Cine Mundial del Festival de Sundance por Mejor Dirección y Mejor Guión.
Giovanna Rivero (Santa Cruz de la Sierra, Bolivia)
Otras notas de Rivero en EdM: https://escritoresdelmundo.com/search/label/Rivero
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