“El primer poeta de la patria no tiene rostro; es sólo voz que canta y opina”, Ángel Rama
Leopoldo Lugones y Ricardo Rojas compartían el estrado de los nacionalistas –al que alguna vez dejaban subir a Manuel Gálvez– desde donde arengaban a una expectante clase dirigente. Hubo matices en sus prédicas, pero también coincidencias. El Lugones más demócrata (el que rindiera homenaje al “Centenario de la patria” con cuatro libros: Odas seculares, Prometeo, Didáctica y Piedras liminares) coincide con el autor de Eurindia en proponer cambios en la educación como forma de integrar a los inmigrantes. Rojas critica el cosmopolitismo dominante y apela a la historia nacional, Lugones recrea mitos fundadores. Tiempo después propone revalorizar –en sus conferencias del Teatro Odeón– el carácter heroico del gaucho a partir del indudable valor literario del Martín Fierro. Rojas encuentra “el origen de la civilización en la pampa” en este libro, como en el Facundo, “ambos definitivos en la historia de nuestra cultura intelectual”. Así el creador de la historia literaria argentina ubica al texto de Hernández por encima de todas las obras previas.
Casi cincuenta años antes, Sarmiento –en carta a Vicente Fidel López– establecía una secuencia de autores fundada en Bartolomé Hidalgo –el “creador del género guachipolítico”. En la misma serie intentaba colarse el sanjuanino.
Mitre le dice a Hernández que “Hidalgo será siempre su Homero, porque fue el primero”. Atrás quedaba la machacona descalificación del padre Castañeda que apelaba al “mal color” del poeta, a su aspecto moro. El sesgo de clase lo introduce Lugones cuando destaca el oficio de “rapabarbas”, o de “rapista”, como dice Rojas. El autor de La restauración nacionalista se anima a recrear su figura en un juego creativo: “vestido de chiripá sobre su calzoncillo abierto de cribas; calzadas las espuelas en la bota sobada del caballero gaucho; terciada, al cinturón de fernandinas, la hoja labrada del facón….”.
Su imaginación tiene límites. Porque en la pluma de Rojas, Hidalgo queda relegado a ser un mero repetidor de la gauchesca extendida. El montevideano ni funda los cielitos ni es tan novedoso, dice. La crítica se dirige a quienes le atribuyen autorías que no le pertenecen. Su arte es ingenuo y realista; sus cielitos son simples y rústicos, apenas un eslabón en una zaga que se realza con Hernández, puntal de la Historia de la Literatura Argentina.
No entiende Rojas, o entiende pero es fundamental para su proyecto consolidar al Martín Fierro en desmedro de sus antecedentes, que Bartolomé Hidalgo tiene –en tanto creador– un carácter doblemente espectral. Porque más allá que no se conozca un solo retrato del poeta artiguista, su figura es fantasmagórica porque asume la condición coral de la creación colectiva; voz que resume lo anónimo y que en su nombre aúna las que confluyen en él.
En las cercanías al Parque del Prado, en Montevideo, una estatua recrea la imagen de un gaucho. Su basamento dice: "Bartolomé Hidalgo -poeta de la Patria Vieja -fundador de la lírica gauchesca en el Río de la Plata". El escultor Ramón Bauzá creyó a pie juntillas en las cualidades de cantor guitarrero que sugería Rojas en su recreación. Pero su rostro es tan genérico, tan anodino, que debe haber intuido –como Borges– que “Hidalgo sobrevive en los otros, Hidalgo es de algún modo los otros”.
En la coyuntura del Centenario, los escritores nacionalistas habían preferido una tradición ya recortada, un homenaje a la nación constituida sin la Banda Oriental. Y también, lo popular con menos énfasis.
Guillermo Korn (Buenos Aires)
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