Un ojo sobre la pantalla buscando letras y palabras. Así conversaba Ricardo Piglia (1941-2017) con los amigos que lo visitaron en el último año de su vida, y así también corrigió Los casos del comisario Croce (2018). En la nota final del volumen explicaba: “Compuse este libro usando el Tobii, un hardware que permite escribir con la mirada. En realidad parece una máquina telépata”. Piglia no se conformaba con la descripción de un estado de urgencia, quería convertir la situación en un problema de escritura: “Mis otros libros los escribí a mano o a máquina (con una Olivetti Lettera 22 que aún conservo). A partir de 1990 usé una computadora Macintosh. Siempre me interesó saber si los instrumentos técnicos dejaban su marca en la literatura. ¿Qué cambia y cómo? Dejo abierta la cuestión.”
La última vez que se presentó ante el público fue en el otoño del 2014 en la Biblioteca Nacional. Los primeros síntomas eran ostensibles: un brazo paralizado. Comentó al pasar que se trataba de un virus; uno de esos virus extraños, dijo con desdén. Los virus y las máquinas ya estaban en sus narraciones, la diferencia ahora era que el escritor empezaba a ser su propio –y ajeno- borrador, su working progress. Como la mujer que cuenta historias encerrada en una máquina en La ciudad ausente (1992). Las visitas de sus amigos al tiempo se volvieron complejas situaciones de lectura. Para más, Piglia se había mandado hacer una suerte de túnica para no lidiar con cierres y botones. La vestimenta debió teñir de un halo algo exotérico a esos encuentros. Los amigos hablaban y Piglia oía como si leyera lo que callaban hasta que, de golpe, se imponía el lento proceso en que los ojos buscaban hablar y en la pantalla se formaban las palabras. ¿Cómo está X? ¿Qué pasó con Y? ¿Pudiste encontrar a W? En esas ocasiones se concretaba lo que afuera se consumía en buenos principios, allí realmente importaba lograr la pregunta justa. Stephen Hawking, que padeció también una enfermedad neurodegenerativa, se había inclinado por el camino inverso. Al conceder una entrevista pedía que le enviaran las preguntas con semanas de antelación, entonces el ojo emprendía con tiempo la paciente búsqueda de las palabras en la pantalla y otro programa las leía imitando una voz que se grababa y se emitía el día fijado simulando una conversación espontánea. Hawking fingía una naturalidad imposible, Piglia buscaba en cambio una respiración artificial para abordar lo que se imponía como naturalidad imposible.
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