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El Eros de Palaiópolis, por Federico Lorenz


Fray Mocho, 10 de diciembre de 1915, N° 189
Entre abril de 1915 y enero de 1916, durante la Primera Guerra Mundial, una fuerza expedicionaria aliada intentó forzar el paso del Estrecho de los Dardanelos, en manos de los turcos. Miles de soldados ingleses, australianos, neozelandeses y franceses se apiñaron en las playas y sólo pudieron avanzar unos kilómetros hacia el interior, imposibilitados de cumplir con el sueño de Winston Churchill, principal planificador de la acción: ocupar Constantinopla y asegurar una ruta hacia Rusia a través del Mar Negro. Al final de la campaña, habían muerto alrededor de 131.000 hombres de ambos bandos, y cerca de 265.000 fueron heridos. La lógica de la guerra de trincheras, que dominaba el frente Occidental, se había traslado al Mar Egeo. Durante meses se alternaron los ataques y contraataques, ya para profundizar la cabeza de playa, ya para echar a los invasores al mar. Uno de los más famosos poetas británicos, Rupert Brooke, murió de fiebre allí, sin llegar a combatir.

    Los Dardanelos son, como sabemos, un viejo escenario de la cultura clásica: aqueos y troyanos, persas, griegos y macedonios, combatieron en, por y a través de él a lo largo de los siglos: es el antiguo Helesponto. En 1915, viejas y nuevas guerras se cruzaron. La revista Fray Mocho, reproduciendo una nota de la francesa L’Illustration, informaba de un hallazgo arqueológico fortuito producido en la retaguardia aliada, durante unos ejercicios de fortificación: “Al norte de la isla de Lemnos, cerca del estrecho de los Dardanelos, hay un pequeño pueblo de pescadores, conocido con el nombre de Palaiópolis, ‘Ciudad – Vieja’. Esta Palaiópolis, según los sabios, es probablemente la antigua Hephestia. Pues bien, ahí, un contingente francés que se dedicaba a hacer ejercicios de trincheras, tuvo la suerte, mientras cavaba el suelo, de poner al descubierto una preciosa reliquia del arte griego, Dios sabe cuándo allí sepultada. A pesar de los restos que aún no se han hallado, pero que se espera encontrar, lo que de la estatua resta, permite afirmar que se trata de un Eros, de un Cupido, perteneciente a la mejor escuela griega. A fuerza de frotar con cuidado, el mármol apareció al fin en todo su esplendor ante los ojos admirados de la oficialidad, entre la que no faltaban algunos conocedores”.
    Sin embargo, esos oficiales “conocedores” respetaron el origen de la escultura, ya que en definitiva, en la concepción de la época, estaban luchando en nombre de una civilización que se consideraba heredera y defensora de la cultura grecolatina:
     “Hemos decidido –escribe el oficial que dirigió la operación- que la artística reliquia, descubierta por soldados franceses en tierra extranjera, pero hospitalaria, sea cedida a la nación descendiente de aquel otro pueblo de grandes artistas a los que tanto debe nuestra civilización occidental. Y nos consideraremos muy bien pagados si, en el museo griego donde se exponga nuestro Eros, se puede leer esta inscripción: “Encontrado por oficiales y soldados del cuerpo expedicionario de los Dardanelos en Palaiópolis de Lemnos. Campaña contra Alemania, Austria – Hungría y Turquía. Octubre, 1915”.
    No sabemos qué sucedió finalmente con el Eros de Palaiópolis. Pero es difícil no recordar las noticias sobre los saqueos en la antigua Mesopotamia en ocasión de las Guerras del Golfo, también en nombre de la civilización. En 2003, las noticias decían que pese a las advertencias internacionales, el 80% de los objetos depositados en el Museo Nacional de Bagdad habían desaparecido. Tal vez porque los pretorianos de Bush no eran conocedores, o acaso todo lo contrario.
Federico Lorenz (Buenos Aires)
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