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Saer: el Arte de conversar, por Aníbal Jarkowski


1.

La crítica ha observado, temprana y acertadamente, que en sus relatos Saer invierte el uso de los procedimientos primordiales de la narración convencional; es decir, por ejemplo, y es lo más evidente, que los desarrollos narrativos ceden su hegemonía al de aquellos dedicados a las descripciones. Así, a veces, puede ocurrir que la historia es breve, como sucede en Glosa, cuyas más de 250 páginas narran el encuentro de dos conocidos y su caminata a lo largo de 21 cuadras, hecho que no ocupa en sus vidas poco más que 50 minutos del 23 de octubre de 1961.
     Se ha observado menos, entiendo, el uso que Saer hace de otro de los elementos naturales, previsibles en una narración; esto es, el diálogo entre los personajes. En verdad, sí ha sido observado por la crítica, aunque acaso no tanto en la perspectiva que deseo señalar aquí.
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APUNTES

Rojas y Prietos, por Aníbal Jarkowski


De las numerosas cosas de las que me avergüenzo –lo hago público-, una de ellas es no haber considerado en su justa medida, en su verdadero valor, la Historia de la Literatura Argentina. Ensayo filosófico sobre la evolución de la cultura en el Plata, publicada entre 1917 y 1922, de manera queeste año se cumple el centésimo nonagésimo de su publicación completa.
    ¿Por qué no fui inteligente, respetuoso, o siquiera agradecido de las palabras, seguramente harto repetidas en referencia a la obra de Rojas:
“El maestro que la inauguró [a la cátedra de Literatura Argentina] debió no sólo dictar sus lecciones, sino crear esta nueva asignatura. Yo tomé una cátedra sin tradición y una asignatura bibliográfica” (I, 27).
   La juventud, por cierto, es una disculpa de la que no puedo ni deseo volver a avergonzarme, así que la postergo o la descarto sin más.
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APUNTES

Sobre Literal. La vanguardia intrigante, de Ariel Darío Idez, por Aníbal Jarkowski


Uno de los sueños más persistentes e insensatos de algunos escritores es la desaparición absoluta de los críticos para que, a partir de ese momento ideal, se haga realidad el lema mendaz que cada año, con poca imaginación, repite la Feria del Libro – El libro del Autor al Lector-.
    La insensatez de ese sueño radica en la inesperada ignorancia que supone desconocer que la desaparición de la crítica se correspondería, sin más, con la desaparición de aquello que, hace más o menos doscientos cincuenta años, entendemos por Literatura.
    Es verdad que la obra de muchos escritores y escritoras no recibe ni recibió la atención de aquellos lectores expertos a los que se les reconoce, en virtud de sus acreditaciones, su capacitación, experiencia e idoneidad, cierta autoridad crítica – desatención que dio pie a esa extraña pero tan mentada categoría que, sin la culpa de ellos, integran los autores “injustamente olvidados” -; sin embargo, por el revés, es una ley del sistema literario que la sobrevida de los textos en el tiempo depende en buena medida - si no en su totalidad - de la atención que las críticas y los críticos les dediquen. Dando todavía un paso más, puede proponerse que la significación de un texto literario – no hablemos necesariamente de su valor – es directamente proporcional a la atención que reciba del discurso crítico.
    Este pormenor introductorio acaso quede justificado para comentar ahora Literal. La vanguardia intrigante (Prometeo Libros, 2010), el valioso libro que Ariel Darío Idez dedicó a esa revista que, muy probablemente, haya motivado ya una cantidad de páginas críticas muy superior a las que la misma revista contuvo en sus escasas tres apariciones, entre noviembre de 1973 y noviembre de 1977.



Se ha escrito muchas veces que Literal es una revista mítica, en el sentido de la cantidad de relatos, probables, improbables o sólo conjeturales, que produjo a lo largo del tiempo, mucho más allá de su desaparición y, sobre todo, en la última década – particularmente gracias a la compilación antológica que realizó Héctor Libertella y Santiago Arcos Editor publicó en 2002 -, cuando ocurre que, a diferencias de otras revistas, la lectura directa de Literal sólo es posible si se da con algunas de las contadas hemerotecas que cuentan con ejemplares de los tres números editados. Toda la razón parece asistir a Ricardo Strafacce – autor de la reciente y minuciosa biografía de Osvaldo Lamborghini – cuando observa que “mil veces más citada que leída, esa sola condición le habría bastado a Literal para convertirse en mito.”
    En esta dirección, uno de los mayores aciertos del trabajo de Idez es contribuir, con solidez, al desmoronamiento de ese mito y a su reemplazo, en cambio, por una consideración de Literal como un emergente histórico; es decir, la observación atenta de las muy peculiares coordenadas políticas, sociales, culturales – y hasta económicas, es claro – en que la revista hizo su efímera y discontinua aparición; coordenadas, por cierto, muy distintas de las actuales. Es sencillo, entonces, entender por qué Idez se demora hasta el tercer capítulo para concentrarse en el “Surgimiento de Literal”, y prefiere dedicar los dos primeros a un rápido registro de acontecimientos políticos y económicos del año 1973 – “Literal: clase 73” – y a la descripción de tensiones estético-ideológicas de ese particular momento de nuestra historia – “Clima cultural”.

El trabajo de Idez, desarrollado con comodidad en poco más de 120 páginas, es, acaso por su misma economía espacial, una feliz sucesión de observaciones y razonamientos convincentes, nada presuntuosos ni arbitrarios, y expuestos con una cuidada claridad. Respecto de esto último, es francamente un hallazgo que la escritura del autor, en ninguna de las páginas del libro, se haya mimetizado con el estilo hegemónico en su objeto de estudio. Esto, por una parte, indica reflexión y mesura intelectual y, por otra, habla también del envejecimiento – la fuerte historicidad – del discurso mismo de la revista. Las muy precisas determinaciones con que emergió hacen de la “flexión Literal” una experiencia de escritura e interpretación que hoy sólo podría remedarse – como en el caso de Contorno, por ejemplo – en términos paródicos.

Más allá de su relativa brevedad y de la estrategia general de una argumentación calma y apoyada en citas siempre pertinentes, el libro de Idez también incluye algunas iluminaciones conceptuales, nada pretenciosas ni arbitrarias, como la mimetización del discurso de algunos escritores – Cortázar, Eloy Martínez, Walsh – con el léxico belicista que impregnó los discursos de la época; la contradicción entre los textos de la revista y los de los avisos publicitarios que los acompañaban; el provincianismo de exhibir la firma en artículos cuando pertenecían a autores extranjeros; la observación de que Literal nunca explicitó el nombre de sus adversarios ni rechazó de manera frontal los mecanismos de consagración que, necesariamente, debía impugnar en razón de sus propios postulados teóricos; el “conflicto entre la consagración a futuro del proyecto grupal de vanguardia” de la revista “y la repercusión individual en el aquí y ahora”, que se manifestó, por ejemplo, cuando Osvaldo Lamborghini publicó un relato en el suplemento literario del diario Clarín; la indicación de que el psicoanálisis “fue clave en la lectura que Literal hace de sus propios textos”, aunque ese aparato hermenéutico no tuviese el mismo peso en las obras de ficción de los escritores centrales de la revista – Germán García, Osvaldo Lamborghini y Luis Gusmán -; la idea de que las novedades teóricas – el postestructuralismo y el psicoanálisis lacaniano fundamentalmente – fueron posteriores a la escritura de textos como Nanina, El fiord y El frasquito y funcionaron como una “máquina de lectura” para acompañar, defender o esclarecer esa “literatura prologada” ante los lectores; la distinción entre el Macedonio Fernández de la revista Martín Fierro – un “Macedonio oral” – y el de Literal – “Un Macedonio leído” -; o la propuesta de que Literal operó, no un “parricidio” respecto de la generación anterior, sino un “fratricidio” respecto de sus contemporáneos.

Más allá del acuerdo en general con el trabajo de Idez, el mismo interés que despertó en mí su lectura me compromete también a plantear algunas discrepancias.
    En primer lugar, si bien el análisis de las diferentes apropiaciones que Martín Fierro y Literal – separadas por medio siglo – hicieron de la figura de autor, las ideas y la obra de Macedonio Fernández es convincente – y entiendo que, además, es original –, no lo es tanto la idea de que Literal tuviera “una firme voluntad de vinculación con la vanguardia martinfierrista de los años veinte”, como también parece excesiva la afirmación de que Literal fue “un ataque a las propuestas que había esgrimido y consolidado Contorno veinte años atrás...”
    Por un lado, la relectura de Macedonio o la recurrencia a los manifiestos como forma de intervención polémica, con todo, no parecen suficientes para proponer a Literal como una suerte de “restauración martinfierrista”.
    El tono humorístico, la búsqueda del impacto visual a través del diseño gráfico, la construcción de la propia identidad a partir del enfrentamiento con la generación anterior, las tensiones internas entre nacionalismo y cosmopolitismo, el culto a la novedad, la amplia atención dispensada a la poesía – e incluso a otras artes no literarias como el cine, la pintura o la escultura – o la ausencia de radicalidad ideológica son, entre otros, rasgos distintivos de Martín Fierro que no reaparecen en Literal.
    Hay, sí, en ambas revistas, una común reivindicación de la autonomía literaria y un rechazo a la fe realista, pero las circunstancias, de todo orden, son muy diferentes en lo que fue de 1924 a 1973, de manera que aquella reivindicación y aquel rechazo alcanzan una distinta significación en cada caso.
    Por otro lado, el programa estético y las posiciones ideológicas de Literal están, en efecto, en las antípodas de las de Contorno, pero acaso eso mismo no deba entenderse como el ataque a una revista que había desaparecido dos décadas antes sino, mejor, como el enfrentamiento a publicaciones exactamente contemporáneas como Crisis o Los libros, por ejemplo – aunque por diferentes razones con cada una -. Idez no ignora esto y hasta lo señala fugazmente, pero posterga desarrollarlo para construir, en cambio, algo forzadamente, la tradición en la cual Literal se inscribiría.

En segundo lugar, durante la lectura del libro extraña que Idez no se detenga en ningún momento a considerar los textos de ficción que también aparecieron en la revista, más allá de que los enumere en alguna página.
    En principio es una omisión significativa, pero además resulta interesante considerar si esa omisión no es, en verdad, un tácito juicio de valor sobre esas ficciones. Es muy probable que los manifiestos de Literal y otros textos de naturaleza equivalente conserven hoy un interés mucho mayor que el de las ficciones que los acompañaron en las páginas de la revista.

Por último, Idez entiende que la radicalidad experimental de obras como Nanina, El fiord, Sebregondi retrocede y El frasquito y “el renovado arsenal teórico” que aportó Literal “anticipan el tono de la literatura argentina de los años ochenta”, al extremo de que hoy sería difícil pensar los últimos treinta años de nuestra literatura “por fuera de la influencia de Literal”, y propone, entre sus descendientes, escrituras experimentales como las de Aira, Libertella o Fogwill.
    Esta hipótesis, antes que errada, parece excesiva e incompleta; producto, acaso, de un entusiasmo que impidió ampliar el campo de mira y aparear otras razones y circunstancias.
    El paradigma de análisis lacaniano, su aparato conceptual y aun los amaneramientos de su escritura, por ejemplo, casi no dejaron descendencia visible en la literatura argentina y hoy – otra vez – su remedo sólo podría perseguir fines paródicos. La violenta irrupción normalizada de fuerzas parapoliciales primero, y la posterior exacerbación inconcebible de esa violencia – convertida en programa político de exterminio a partir de la dictadura militar de 1976 -, desvaneció la fe ciega en paradigmas omniexplicativos como el marxismo, la Teoría de la Liberación o la ideología tercermundista, pero ese desvanecimiento también incluyó a las impertérritas verdades del psicoanálisis.
    Desde los años ochenta, y acaso hasta el menemismo, la literatura argentina desconfió, drásticamente, de las diáfanas representaciones del realismo, de la transparencia referencial del lenguaje y de cualquier función social o política reservada a la literatura; sin embargo, eso parece efecto, menos de una deuda contraída con los ideales de Literal, que del transtorno de toda certeza que significó soportar durante siete años una dictadura criminal y demente.
    Al salir de esa atroz pesadilla – y entrar en otras menos repugnantes – la literatura argentina pareció entender – para ser también excesivos – que su salvación quedaba cifrada en releer la obra de Borges y considerar qué se podía hacer con ella.

El libro de Idez – autor a quien desconozco personalmente pero a quien desde ya respeto en términos intelectuales – por distintas razones que intenté señalar es una valiosa contribución al creciente interés por el ideario y las estrategias discursivas de Literal y por la obra anterior, coetánea y posterior de los escritores que centralmente participaron en la revista – esto es, Germán García, Luis Gusmán y Osvaldo Lamborghini -.
    Es, también, una nueva evidencia de la insensatez que supone soñar con la desaparición de la crítica.


Aníbal Jarkowski (Buenos Aires)

Literal. La vanguardia intrigante, de Ariel Darío Idez, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2010.
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La condición de asesino, por Aníbal Jarkowski


1. Hacia fines de 1992 Ricardo Barreda ejercía la profesión de odontólogo en la ciudad de La Plata. Tenía por entonces 57 años y vivía en la calle 48 con su esposa Gladys MacDonald, de su misma edad; sus hijas Adriana – odontóloga también – y Cecilia, de 24 y 26 años respectivamente; y su suegra Elena Arreche, largamente octogenaria.
    El domingo 18 de noviembre, cerca del mediodía, asesinó a las cuatro mujeres con disparos de escopeta; primero a su esposa y a su hija menor y luego, de inmediato, a la mayor y a la suegra..
    Por esos hechos, Barreda fue detenido, juzgado, se le aplicó el artículo 80 del Código Penal de la Nación y se lo condenó a reclusión perpetua por la comisión de triple homicidio calificado – el de su esposa e hijas- y un homicidio simple – el de su suegra.
    Permaneció recluido en el penal de Gorina hasta el 23 de mayo de 2008, cuando, en virtud de su edad y los informes acerca de su comportamiento, obtuvo de la Justicia el beneficio de la prisión domiciliaria. Al efecto, fijó su residencia en el barrio de Belgrano, en el departamento de Berta André, mujer de su misma edad, soltera, sin hijos, docente jubilada, a quien había conocido mediante un intercambio de correspondencia y de sucesivas visitas que la mujer realizó al penal.
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    Hace apenas unos días, el 21 de enero de 2011, Barreda dejó el departamento por algunas horas y, por haber violado el arresto domiciliario, el juez Raúl Dalto le revocó el beneficio del que venía gozando y determinó que Barreda regresara a la cárcel para continuar con el cumplimiento de su condena.
    Todos estos pormenores fueron cubiertos con amplitud por los distintos medios de comunicación; sean las radios, los canales de televisión – abierta y por cable – o la prensa escrita en soporte material y virtual.


2. Entre las razones que llevaron al juez Dalto a tomar su decisión, se encuentra el informe técnico criminal preparado por profesionales del Servicio Penitenciario Bonaerense; allí, entre otros aspectos, se señaló la falta de arrepentimiento de Barreda respecto de los crímenes cometidos – aunque hace tiempo el condenado declarara a la prensa: “Estoy tremendamente arrepentido”- , lo que colocaría a Berta André, actual pareja del condenado, en una posición de riesgo latente. Según los especialistas, “resultan inciertos los recursos objetivos con los que podría contar Barreda en caso de que alguna situación vivida como hostil reedite vivencias pasadas”.
    A este respecto, consultada por un periodista, André dijo: “nunca sentí que mi vida estuviera en peligro” y “por supuesto que volvería a vivir con él”.
    El doctor Miguel Maldonado, médico psiquiatra y legista, señaló en un reportaje “que Barreda ya no tiene tiempo de volver a armar una trama como la que armó con las cuatro mujeres”, aunque advirtió que debería recordársele a André que “tampoco las cuatro mujeres le tenían miedo a Barreda.”
    El abogado defensor de Barreda, Eduardo Gutiérrez, informó a la prensa que apelaría la decisión de suspender el beneficio del arresto domiciliario – ya que Barreda habría dejado el departamento por razones de urgencia médica – y recurriría un fallo contra la denegación de la libertad condicional y definitiva de su representado.
    Exactamente en este momento de la tarde, mientras escribo, un locutor informa por la radio que Barreda recuperará el beneficio del arresto domiciliario por lo que regresará al departamento del barrio de Belgrano.

3. Entre las muy numerosas crónicas dedicadas a estos hechos recientes, puede considerarse al menos una, a manera de ejemplo representativo de casi todas las demás, para atender a las maneras en que hace referencia a Barreda.
    Por un lado, se utiliza su nombre y su apellido o se lo llama “el odontólogo”; por otro, se lo designa como “cuádruple asesino”, “homicida”, “cuádruple homicida” y “homicida múltiple”.
En esa misma nota, Berta André se refiere a su pareja en términos de “el doctor Barreda”.

4. En la medida en que Barreda no ejerce su profesión desde hace más de dieciocho años –y es lo más probable que nunca vuelva a ejercerla – podría considerárselo ex odontólogo, de la misma manera en que se dice de René Houseman o Pelé que son ex jugadores de fútbol.
Ahora bien, ¿existe la posibilidad de que alguien que, como Barreda, asesinó pero ya no lo hace, sea considerado un ex asesino?
    Como clase de palabra, asesino es un adjetivo calificativo y así se lo usa muchas veces para modificar a un sustantivo; en términos metafóricos, por ejemplo, se lo ha aplicado para calificar a una mujer, dando lugar al sintagma “es un bombón asesino”. También se lo utiliza para formular hipálages del tipo “arma asesina”.
    Sin embargo, a través de un significativo desplazamiento, el uso más frecuente de asesino es entendiéndolo, no como adjetivo, sino como un sustantivo común, es decir, como una palabra que no indica una cualidad temporaria o accidental de una sustancia, sino que señala la sustancia en sí, en su naturaleza permanente, del mismo modo que el sustantivo árbol refiere a algo que fue, es y será siempre eso mismo, un árbol.
    En esta dirección, la naturaleza misma de la palabra asesino y sus usos más frecuentes revelan cierta complejidad si se les presta alguna atención. ¿Corresponde aplicar esa palabra a una persona en el momento exacto en que ejecuta el acto de asesinar? O, por el contrario, a partir de la ejecución del acto, ¿corresponde que la aplicación se extienda para siempre en el tiempo – incluso más allá de la muerte de la persona que ejecutó el acto?

5. Algo equivalente a lo que ocurre con asesino, parece suceder con la aplicación de la palabra locoo loca – a una persona. También adjetiva en su origen, su uso sin embargo ha sufrido también un desplazamiento que designa una condición irreversible. Para siempre se será loco como para siempre asesino.
    Por el compartido desplazamiento semántico que sufrieron ambas palabras, puede recuperarse una circunstancia ocurrida al momento de dictar el fallo contra Barreda.
    El doctor Maldonado, perito de parte que participó por la defensa en el proceso tras el cual se condenó dictó, recordó que por aquellos años comenzó trabajando en el caso junto a los peritos oficiales y a los propuestos por la querella. A medida que los trabajos se fueron sucediendo, sin embargo, surgieron dos posiciones muy distintas; mientras un grupo de peritos sostenía que veían en Barreda una “patología mental suficiente como para determinar que estaba demente” y comprendían estar frente a “un cuadro psicótico”; otros peritos, en cambio, estimaban que Barreda “había sido motivado por odio, por codicia” para cometer los cuatro crímenes.
    Llegado el momento de presentar los dictámenes periciales, un grupo de peritos, entre los que se encontraban Maldonado y el perito oficial de los Tribunales, dictaminó que “Barreda tenía un cuadro psicótico”, un cuadro delirante al que se podría dar el nombre de “delirio de reivindicación”.
    Al momento de emitir el fallo, dos de los jueces, Carlos Eduardo Hortel y Pedro Luis Soria, se apoyaron en el informe del perito Folino para declarar imputable a Barreda; en cambio, la única mujer del tribunal, María Clelia Rosenstock, votó en disidencia apoyándose en otros dictámenes periciales, que señalaban un “delirio reivindicativo” sufrido por Barreda en el momento de cometer los actos.
    Aquel dictamen de la jueza Rosenstock parece devolver a las palabras loco y asesino – al menos para este caso puntual – su naturaleza adjetiva original

6. Haciendo a un lado el caso de Barreda - que tomo nada más que en razón de su visibilidad para la opinión pública y no por ninguna otra causa – y considerando el de cualquier condenado por la comisión de un asesinato, ¿tiene esa persona – hombre o mujer – el derecho de pedir que en algún momento ya no se la llame asesino? Atribuida esa condición como sustantiva y no adjetiva ¿cesa alguna vez? ¿Cesa, por ejemplo, si la persona cumplió la condena judicial que se le haya impuesto? Ya que se relaciona muy estrechamente con la comisión de un acto puntual ¿la condición cesa inmediatamente después de que el acto se cometió –y ya nunca fue repetido- ? ¿Cesa si la persona, además de cumplir su condena judicial, manifiesta un sincero arrepentimiento del acto cometido? ¿O es una condición que no cesa nunca?


7. En el discurso jurídico, entiendo, el concepto de homicida –el asesinato es un tipo de homicidio donde interviene la alevosía, el ensañamiento u otras circunstancias y que se realiza por motivos miserables o vacuos – se aplica sólo mientras se tramita la instrucción o el juicio penal que culmina en el fallo; pero se lo abandona una vez que el condenado se encuentra cumpliendo la condena y se lo reemplaza por interno, recluso u otros términos equivalentes.
    Si esto fuera así, la condición de asesino sólo estaría ligada al acto y luego se perdería, probablemente porque el poder judicial y el servicio penitenciario admiten la carga denigratoria que la palabra tiene cuando se la aplica a una persona.
    En el discurso periodístico –menos formal que el jurídico y más permeable a la identificación con las ideas y los usos lingüísticos del público al que se dirige – las cosas no parecen iguales, y la referencia a una persona en términos de asesino -o asesina-, una vez realizada, deviene sustantiva (más allá de que Berta André, por ejemplo, le restituya a Barreda su condición de “doctor” en odontología, lo que también intentaría hacer referencia a una condición permanente, a pesar de que el ejercicio de esa profesión sea nulo desde hace casi veinte años).

7. Seguramente la muy distinta gravedad que existe, por ejemplo, entre la comisión de un robo y un asesinato – donde el primero remite a una dimensión económica y el segundo a la violación de una de las prohibiciones radicales en las que se funda la sociedad – explica que, cumplida la condena asignada por la Justicia, una persona que robó pueda, si no repite el hecho, dejar de ser llamada ladrón; mientras que no parece suceder lo mismo con quien asesinó, y más allá de que tampoco haya vuelto a hacerlo.
    Otro rasgo que probablemente distingue entre la gravedad de esos dos actos es que en uno – el robo – el acto puede ser parcialmente reparado con la restitución a su dueño de aquello que fue objeto del acto, situación imposible en caso del asesinato y que parece relacionarse con el carácter irreversible de la condición de asesino.


8. “El hombre que mató no es un asesino, el hombre que robó no es un ladrón, el hombre que mintió no es un impostor; eso lo saben (mejor dicho, lo sienten) los condenados; por ende, no hay castigo sin injusticia. La ficción jurídica el asesino bien puede merecer la pena de muerte, no el desventurado que asesinó, urgido por su historia pretérita y quizá – ¡oh marqués de Laplace! – por la historia del universo.”
    Es Palabra de Borges.

9. Hace no mucho tiempo conocí a varias mujeres condenadas por distintos delitos; algunas por el de asesinato.
    Pasé con ellas una mañana de septiembre en el penal donde estaban –y están– recluidas, reunidos todos en torno a la mesa de una pequeña biblioteca donde, una vez por semana, participaban de un taller de lectura y escritura de textos literarios.
    Casi todas las personas con las que luego hablé de aquella visita quisieron saber a quién habían asesinado aquellas mujeres, en qué circunstancias lo habían hecho, por qué motivo –aunque nunca una causa es única-, cuál era la duración de las condenas que habían recibido.
    En todos los casos respondí que no sabía.
    Aquella mañana, mientras estaba reunido con aquellas mujeres, me había parecido repugnante hacer la más mínima alusión a los delitos que cualquiera de ellas había cometido; en parte porque, gratuitamente, las hubiera llevado a recordar hechos penosos; y en parte porque yo no hubiera podido hacer absolutamente nada para ayudarlas por el solo hecho de contar con esa información.
    Esta doble argumentación tenía una fuerte carga moral y me devolvía una buena imagen de mí mismo.

10. Sin embargo, al salir del penal y subir al auto que nos trajo de regreso, tampoco quise preguntar nada al docente que me había invitado ni a las abogadas con las que compartí el viaje.
    Ahora, al razonar las palabras de Borges que antes anoté, encontré un argumento que, prescindiendo de la buena conciencia y de toda carga moral, tal vez se ajusta a la verdad de lo que ocurrió aquella mañana de septiembre.
    Si no les había peguntado nada a aquellas mujeres acerca de los asesinatos –y tampoco al docente y a las abogadas– había sido, más sencillamente, porque en ningún momento de la visita al penal yo había sentido que, aunque algunas de ellas hubieran cometido un asesinato, fueran asesinas.

11. La atribución de la condición permanente de asesino –o asesina – parece formar parte de una creencia generalizada que, por ser tal, no se revisa y puede prescindir del desarrollo de argumentos o la presentación de razonamientos o evidencias.
    El entendimiento de la palabra asesino como sustancia permanente e irreversible -y no como cualidad accidental, susceptible de ser desaplicada– parece ser suficiente para designar la condición de una persona.
    Los reclamos de aplicación de la pena de muerte o de cumplimiento absoluto de las condenas a perpetuidad – a pesar de lo que Borges propuso– parecen fundarse en el mismo entendimiento.

Aníbal Jarkowski (Buenos Aires)
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Papeles para una novela de Miguel Vitagliano, por Aníbal Jarkowski


Se escribe desde uno o incluso más lugares; lugares físicos, sociales, profesionales, simbólicos, ideológicos. En el caso de Papeles para una novela, corresponde señalar -porque es significativo- que Miguel Vitagliano escribe desde varios lugares.
    Es profesor a cargo de la cátedra de Teoría Literaria III, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Lógicamente, tiene conocimientos no sólo muy sólidos sino también actualizados en lo que hace a las, a veces sucesivas, a veces simultáneas, teoría literarias. Nada más alejado de la arbitrariedad y el capricho que este libro, más allá de que, en verdad, sea un libro sumamente personal.
    En segundo lugar, Vitagliano ha escrito y publicado numerosos artículos críticos –que, por el tipo de perspectivas adoptadas y por el estilo de sus escrituras, tal vez deberían llamarse ensayos críticos-. Este nuevo lugar, el del crítico, remite a un particular tipo de lector que describe, analiza, señala tradiciones, juzga y a la vez da a la publicidad su modo de leer. Como toda lectura de un lector experto, está determinada tanto por paradigmas teóricos como por concepciones acerca de lo que debe ser la crítica.
    Y algo más. Vitagliano ha publicado nueve novelas desde la primera, Posdata para las flores, de 1991.
    De esas nueve novelas, cinco fueron publicadas en los últimos siete años, y la más reciente, El otro de mí, apareció hace apenas algunos meses. Es decir, entonces, que Papeles para una novela nos llega también desde otro lugar: el del novelista.
    Esos tres lugares -esas posiciones- de enunciación aparecen imbricados; ninguno pasa desapercibido para quien lee el libro con cierta atención, en particular para aquellos lectores que también son expertos –graduados, docentes, investigadores, críticos y, por supuesto, novelistas- o para aquellos que, como los estudiantes de la carrera de Letras, más tarde o más temprano lo serán. Dicho con otras palabras, Papeles también será leído desde distintos lugares.

    Este libro, que presenta distintas teorías, perspectivas y problemas acerca de la novela, pertenece desde ahora a un sistema, el de la literatura argentina, cuyo máximo escritor oficial jamás quiso, o jamás pudo, escribir una novela.
    Sin embargo, yo diría que en más de un sentido éste es un libro borgeano.
    En primer lugar, Papeles para una novela se podría aproximar a las distintas antologías que Borges compuso a lo largo de su vida.
    La antología es un género con numerosos perfiles interesantes, pero al menos puede señalarse uno primordial: el de la felicidad que produce en el antólogo. Etimológicamente, antología es, al fin, un ramo de flores; una cuidadosa selección de flores con las que se intentará componer el mejor ramo posible para ofrecer, en este caso, a los lectores. En ese sentido, en cada antólogo hay una felicidad: la de disfrutar la composición de un ramo para el placer y la inteligencia de los lectores.
    En segundo lugar, Papeles otro rasgo propiamente borgeano parece el de la presentación de contigüidades inesperadas.
    Borges enseñó en la literatura argentina a unir lo muy distinto y a separar lo muy parecido; enseñó a descubrir afinidades imprevistas, muy imprevistas.
    En Papeles, un texto de Goethe es seguido por otro de Sarmiento; uno de Zolá, por otro de Butor; uno de Tolstoi, por otro de John Fowles; uno del casto Henry James, por otro del obsceno D. H. Lawrence; uno de Milan Kundera, por otro de César Aira.
    Esas contigüidades son acaso inesperadas, pero, como en Borges, nunca son caprichosas ni arbitrarias, ni responden siempre a un mismo patrón. En ocasiones, Vitagliano observa afinidades; en otras, oposiciones; en otras, a la vez, simpatías y antipatías, proximidades y distancias. Lo inesperado de esas contigüidades es unos de los encantos del libro –y una de las marcas fuertes acerca de cómo lee un novelista- y además nos revela su composición.
    Por último, un tercer rasgo borgeano acaso sea el de considerar que si la novedad absoluta es, probablemente, imposible en un arte que, como el de la novela, lleva siglos de desarrollo, acaso la novedad pueda residir entonces en el pasado.
    Cuando en la década del veinte los vanguardistas porteños se afanaban por encontrar novedades que los distinguieran del ya tardío modernismo, de la poesía social o de la lírica sentimental, Borges, en cambio, fue a buscar la novedad en el pasado. Así leyó al remoto y enquevedizado Torres Villarroel, como leyó la literatura gauchesca del ya terminado siglo XIX, y construyó una prosa absolutamente novedosa para nuestro sistema literario, al menos la que se extiende entre Inquisiciones e Historia Universal de la Infamia. La novedad venía, como el mismo Borges lo declararía luego, del ejercicio del anacronismo deliberado.
    Papeles también practica en cierta forma ese anacronismo. Vitagliano comenta y ofrece, por ejemplo, el Prólogo a La comedia humana de Balzac; recupera el ensayo Sobre la novela, de Zolá o el dedicado a La moral y la novela, que D. H. Lawrence escribió en 1936. Revela, por primera vez en español, un extraordinario texto de John Fowles, el autor de La amante del teniente francés, muerto en 2005 y cuyas novelas parecen seguir el ingrato derrotero que lo condenará al panteón donde moran los escritores injustamente olvidados. La inactualidad de la mayoría de los textos recogidos por Vitagliano es, entonces, una seña de la novedad de este libro.

Se dijo antes, y se sostiene aún ahora, que Vitagliano piensa y escribe desde distintos lugares, pero Papeles es, sobre todo, el libro compuesto por un novelista.
    Es un libro de alguien que pertenece a esa larga familia que forman los novelistas y en la que, como en toda gran familia, abundan los enfrentamientos, las peleas francas, las tardías reconciliaciones, las alianzas fraternas, las separaciones, las muertes y los nuevos nacimientos. Es una familia cuyos miembros se reconocen de inmediato porque todos llevan en sus lapiceras la misma tinta.
    Para este nuevo libro Vitagliano, compuso un ramo con flores que representan a algunos miembros notables de aquella vasta familia a la que él pertenece por derecho natural.

Aníbal Jarkowski (Buenos Aires)

Papeles para una novela, Buenos Aires, El Megáfono Ediciones, 2010.
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Sobre Gineceo de Gustavo Ferreyra, por Aníbal Jarkowski


Con el tiempo, me fue ocurriendo que, al pensar en la obra de Gustavo Ferreyra, se me apareciera asociada a las de Shakespeare y de Faulkner. Soy conciente de los riesgos y el ridículo que amenazan cuando se establece una relación entre obra actual y clásicos de semejante magnitud. Sin embargo, aun así quisiera conservarla ofreciendo al menos un argumento.
Creo que la asociación responde a que el esplendor domina a esas tres obras.
“La hipérbole, el exceso y el esplendor son típicos de Shakespeare”, anotó Borges en su “Prólogo” a Macbeth. La observación parece razonable. El esplendor de sus tragedias, y particularmente el de la composición de algunos de sus personajes, se manifiesta no sólo en el lenguaje de los soliloquios sino también en sus acciones: el esplendor mental se corresponde con los actos. En su desmesura –en su locura- Macbeth es capaz de invocar al Destino para desafiarlo a luchar.
En el caso de las novelas de Ferreyra, reconozco ese mismo esplendor en la desmesura mental de sus personajes, sólo que aquí no tienen correspondencia con los actos porque se trata de hombres y mujeres mezquinos, pusilánimes, vacíos de cualidad épica. Por esta tensión, creo, durante la lectura de estas novelas somos capaces de conmovernos hasta la desesperación con personajes a quienes también despreciamos. Creo también que, por este mismo esplendor interior, las ficciones de Ferreyra son, en su mayor medida, narraciones de estados mentales.
Entre las ya numerosas novelas de Ferreyra, tengo predilección por Gineceo. No tengo en claro el por qué; acaso porque todavía hoy, diez años después de haberla leído, está en mi memoria la descripción del ataque de asma que un adolescente sufre mientras está encerrado en el baño de la escuela.
Borges, en el mismo prólogo a Macbeth, escribió que “Shakespeare parece haber sentido que la ambición, el apetito de mandar, no es menos propio de la mujer que del hombre”. Gineceo refiere la historia de tres mujeres –una adolescente junto a su madre y su abuela- y en la mente de cada una se manifiesta, de esa manera esplendorosa, la misma voluntad de mandar que llevó a Lady Macbeth a mancharse las manos con la sangre del rey Duncan.


Aníbal Jarkowski[1](Buenos Aires)

[1] Su última novela es El Trabajo, Tusquets, Buenos Aires, 2007.
Sobre Aníbal Jarkowski: https://cuadernodetrabajo.wordpress.com/2008/02/04/reportaje-a-anibal-jarkowski/
Sobre Gustavo Ferreyra: https://www.diarioperfil.com.ar/edimp/0442/articulo.php?art=19796&ed=0442



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PIES DE IMAGEN

Sobre Ausencias, por Aníbal Jarkowski


Ausencias es una obra del fotógrafo argentino Gustavo Germano, compuesta por 13 pares de fotografías y donde cada par se reúne en función de un mismo principio: la primera es una fotografía doméstica en la que aparecen dos o más personajes, mientras que la segunda, tomada por Romano tres décadas después y en el mismo lugar, reconstruye la escena original mostrando que uno o más de aquellos personajes han desaparecido.
    Más allá de ese principio, algunas coincidencias reúnen a todas las piezas de la colección. Todos los espacios corresponden a la provincia de Corrientes y, quienes están ausentes en la segunda fotografía de cada par, fueron asesinados por fuerzas militares del Estado argentino entre 1976 y 1978.     La obra fue expuesta en el Centro Cultura Recoleta de Buenos Aires a principios de 2008, donde yo la conocí, aunque también se exhibió en otras lugares, dentro y fuera del país.
    No voy a comentar la dimensión ideológica de esta obra, que aparece de inmediato ante quien la observa aunque sea parcialmente, como en este caso; sino que quiero señalar la elipsis como el procedimiento formal que construye aquella dimensión.
    La elipsis funciona aquí de un modo complejo que se realiza, al menos, en tres niveles.
    En primer lugar, la ausencia de personajes que aparecían en la primera fotografía de cada par, dice, a través de la elipsis, que han desaparecido.
    En un segundo plano, la elipsis se realiza en la dimensión del tiempo, y dice que entre una y otra fotografía ha transcurrido un tiempo que no aparece representado. Si en la primera elipsis falta una persona –que brilla por su ausencia-, en la segunda falta el tiempo. La primera nos compromete a pensar por qué no está el ausente; la segunda, qué ocurrió durante el tiempo elidido.
    Pero hay un tercer plano, no menos perturbador que los dos anteriores. Este tercer plano también se refiere al tiempo, pero a un tiempo presente, el hoy en el que observamos las fotografías. Nosotros estamos vivos en un tiempo que el desaparecido pudo, debió vivir, y sin embargo no vivió.
    No tengo en claro si este tercer plano de la elipsis seguirá significando con el paso del tiempo; cuando alguien pueda, dentro de 50 o 60 años, entender que el ausente acaso murió por una causa natural. La pérdida de esa tercera dimensión significativa de la elipsis no será, por cierto, responsabilidad de la obra de Germano sino responsabilidad del olvido en que nuestra sociedad haga caer a las víctimas.

Aníbal Jarkowski¹ (Buenos Aires)
¹Su última novela es El Trabajo, Tusquets, Buenos Aires, 2007.
Sobre Aníbal Jarkowski: https://cuadernodetrabajo.wordpress.com/2008/02/04/reportaje-a-anibal-jarkowski/ Sobre Gustavo Ferreyra:

https://www.diarioperfil.com.ar/edimp/0442/articulo.php?art=19796&ed=0442 Seguir leyendo