PIES DE IMAGEN

Rainbows End, por Fernanda García Curten


Sabe bien qué clase de mujer se fue volviendo con el tiempo. Lejos ya de lo que cualquier chico con bermudas desflecadas que camina descalzo por la playa consideraría una “chica”. Por eso piensa que lo mejor va a ser que el chico no la siga mirando así. Que mejor pase de largo y se lleve a su harén de amigas nuevas, rubiecitas serias -sus hermanas, quizá, de vacaciones como él-, intensas recolectoras de caracoles, pequeñas ladronas. La mujer piensa que no tendrían que parar a juntar caracoles en esta parte de la playa. Aunque a lo mejor, sí. Tal vez el chico debería dejar que toda niña se aleje y quedar recortado contra el mar sólo para ella. Y mirarla bien ya que estamos. Si la hubiera mirado bien, todo sería distinto. Porque llegar hasta acá le ha costado demasiado a esta mujer.
  Porque esta mujer nunca quiso tener que llegar al borde de un mar en teoría exótico, y en esencia tan vivo, y en realidad tan plano y quieto, tan transparentemente verde, al pie de una ciudad que es la meca del esparcimiento y que ella no puede ver más que como el cadáver maquillado de una vieja actriz con cara de muñeca de los años veinte. Y verse ahí, un gusanito más, sentada en la arena, vista panorámica al abismo. O debería describir ese mar como un desierto. Un desierto fulgurante. Fulgurante y por supuesto líquido e infinito, lo cual, piensa la mujer, ya es demasiado para cualquier mar. Se lo vuelve a decir a sí misma: batallones de reposeras iguales orientadas al infinito, sólo eso. Cada una, con su respectiva sombrilla plegada, perfectamente dispuesta y perfectamente vacía. Cientos de postigos cerrados y persianas bajas de hoteles como rascacielos, uno al lado del otro hasta donde el mundo se acaba y se precipitan los barcos y los monstruos marinos devoran a los náufragos.
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PIES DE IMAGEN

El otro Jack, por Fernanda García Curten

 
Anestesiados y clavados como las mariposas, concluye Roland Barthes en un pasaje de su Cámara Lúcida, cuando se refiere a los personajes que la Foto, en tanto definición de imagen inmóvil, muestra quietos: no sólo significa que no se mueven sino que no se salen.
    En la selfie tomada por el cineasta y notable fotógrafo Stanley Kubrick durante el rodaje de El Resplandor (1980) el actor Jack Nicholson -en primer plano, fuera de foco- logra a su modo salirse. O no “salir” quedándose. O interponerse, según cómo se lo mire. El personaje más borroso de esta foto es, vaya paradoja, el más definido, ya que entre otras caras que por lo general suelen moverse detrás de las cámaras, la que nos resulta más familiar -quizá la única que podemos inmediatamente identificar, incluso antes que la del propio Kubrick- es la de Nicholson. Porque, desenfocado y todo, vemos (o sabemos) que se trata de Nicholson aunque su gesto, lo que se alcanza a distinguir al menos, no aparente evocar ninguna de las expresiones más características del actor. Zanjando la disyuntiva de Hamlet, aquí Jack es y no es en una sola fracción de segundo. A pesar de que no se parezca demasiado a sí mismo, ni al brutal y alucinado Jack Torrance -Jack, otra vez, el escritor alcohólico que se muda con su mujer y su hijito a un hotel solitario en medio de las Rocallosas, como vigilante de invierno, y enloquece- a pesar de todo, decía, logramos reconocerlo, completarlo, enfocarlo mediante la suma de innumerables “fotos” viejas y siempre vívidas de Nicholson. Busco un indicio en esos ojos esfumados -fulminantes o amigables-, en el esbozo de su boca de labios juntos, y no logro precisar si efectivamente sonríe. Si me acerco demasiado lo veo sonreír, si empiezo a alejarme lo descubro serio, hasta enojado. Su cara es una máscara inconclusa detrás de la cual seguramente sonríe malévolo el auténtico, el de mirada filosa en unos ojos de abismo, el opulento y voluptuoso, el de cortesía irreverente. Nada de eso se deja ver en esta imagen difusa -ni en la conjetura de su gesto, insisto, en principio nada escalofriante- pero guardo, guardamos, ese otro saber dentro, lo que podríamos llamar nuestro Archivo Nicholson.
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