ADELANTOS

El hombre detrás de la vanguardia, por Martín Greco


Junto a Carlos García acabamos de publicar un libro sobre Evar Méndez, el director del periódico Martín Fierro (1924-1927), a quien llamamos el hombre detrás de la vanguardia. La redacción nos llevó más de quince años. Afortunadamente logramos recuperar fuentes desconocidas e inéditas, entre ellas unas doscientas cartas que abarcan el período de 1907 a 1954, y en tal sentido la investigación resultó para nosotros un verdadero proceso de descubrimiento y aprendizaje. Ya anticipamos alguna de esas conclusiones en artículos y ensayos, por lo que no abundaré aquí en asuntos como el supuesto apoyo de Alvear a Martín Fierro y el supuesto carácter elitista del periódico, así como los desconocidos avatares en torno al cierre del periódico y otros asuntos que se tratan en el libro.
     Ahora quiero detenerme solamente en la gran paradoja que domina la fortuna póstuma de Evar Méndez (1885-1955). Nosotros mismos ignorábamos ciertos hechos que nos obligaron a reconsiderar, no sin sorpresa, las hipótesis de partida: creíamos, como la mayoría de la crítica reciente, que Méndez era un intelectual aristocrático que desdeñaba el público y la plebe. Sin embargo, al reconstruir su trayectoria fuimos advirtiendo que dicha percepción, debida a curiosos desplazamientos, no era fidedigna.
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APUNTES

Verdad y leyendas del joven Borges, por Martín Greco


Carlos García, en El joven Borges y el expresionismo literario alemán, además de compilar las traducciones del escritor argentino, observa las relaciones entre esos poemas y su propia obra. Martín Greco evalúa aquí la importancia de esta nueva publicación editada por la Universidad Nacional de Córdoba.


Por indolencia o por desconocimiento, la historia de la literatura argentina de las primeras décadas del siglo XX suele repetir leyendas, conjeturas y prejuicios cristalizados, que casi nadie se toma el trabajo de verificar.
   El hecho ha vuelto indispensable la tarea de quienes se atreven a poner en crisis las opiniones recibidas y aportan nuevos materiales para abrir discusiones críticas: a esta tarea se ha dedicado Carlos García a lo largo de una vasta carrera de investigación independiente de los financiamientos académicos. Entre sus obras se cuentan numerosos estudios sobre Jorge Luis Borges, así como la edición de la correspondencia de figuras centrales de las vanguardias hispánicas, como el mismo Borges, Rafael Cansinos Assens, Gerardo Diego, Macedonio Fernández, Federico García Lorca, Ernesto Giménez Caballero, Ramón Gómez de la Serna, Vicente Huidobro, Juan Ramón Jiménez, Alfonso Reyes, Guillermo de Torre y muchos otros. García, ahora, acaba de publicar El joven Borges y el expresionismo literario alemán.
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APUNTES

El hombre que no podía parar de contar historias, por Martín Greco



Y cuando la muerte llegue
y pregunte qué tengo
para comprar la felicidad,
diré que tengo la libertad
de soltar al Amor...
Carlos María Caron, Anatonia, 1965.

Ha muerto Carlos María Caron (Azul, 1935 - Buenos Aires, 2015), escritor, periodista y crítico de arte, que fue parte de la tumultuosa generación del 60.
    Más allá de estas circunstancias, perteneció a la misma estirpe de autores de Oliverio Girondo, Macedonio Fernández, Boris Vian, Spencer Holst y Augusto Monterroso. Es este último, creo, quien divide a sus colegas entre los que son “gato por liebre” y los que son “liebre por gato”: los primeros nos engañan con falsas profundidades, ceños adustos y oropeles pedantes; los segundos dan más de lo que anuncian y esconden con pudor o con humor esas verdades que no sabíamos que sabíamos. Caron fue, sin duda, liebre por gato.
     Fue, además, el último de los socialistas y el último de los surrealistas.
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Leer El Eternauta por Martín Greco



Ya nadie recuerda que los plumeros fueron pájaros.
Ramón Gómez de la Serna

Años después de terminar la Jerusalén Liberada, Torquato Tasso cambió de ideas y enmendó la obra según sus nuevas convicciones. El resultado de este arrepentimiento fue la Jerusalén Conquistada. Los lectores se permitieron disentir con el autor y siguieron prefiriendo la Liberada, por considerar que la nueva versión no agregaba méritos a la primera, sino más bien lo contrario.
     Algo similar sucedió con El Eternauta: en 1969 uno de sus autores, el guionista Héctor Oesterheld, reescribió en clave política la historieta original publicada por entregas entre 1957 y 1959. La nueva versión, suerte de Eternauta Conquistado, reemplazaba los estupendos dibujos de Francisco Solano López por los estupendos dibujos de Alberto Breccia. A pesar de ello no tuvo fortuna editorial.
     El propio Oesterheld confesó su fracaso con una frase rimbaudiana: “Yo era otro”. Curiosamente la reescritura tuvo otra clase de posteridad: la de engendrar interpretaciones políticas de la historieta primigenia. (Las entrevistas son recogidas en el imprescindible volumen Oesterheld en primera persona de La Bañadera del Cómic.)
      En estos días se ha vuelto a hablar de El Eternauta, por razones que exceden lo estético. Nadie ignora que un borroso millonario, de cuyo nombre no quiero acordarme, afirmó que definitivamente no entraría El Eternauta en las escuelas de la ciudad de Buenos Aires. Imposible expresar la pena que causan paparruchadas semejantes.

      Sin embargo, esta opinión o estos prejuicios –estuve a punto de escribir “esta lectura”, aunque temo que el millonario ha sido incapaz de leer El Eternauta– quizá no difieren en el fondo de los que ocupan espacios ideológicos diversos, y aun opuestos.
      Así, por ejemplo, Fernando García y Hernán Ostuni, dos de los estudiosos más profundos de la obra de Oesterheld, sostienen: “la historieta El Eternauta (ilustrada por Francisco Solano López entre 1957 y 1959) puede leerse como una sorprendente obra de ficción, un testimonio de la historia moderna latinoamericana y un espejo de la agobiante realidad que somete a la República Argentina bajo el poder del imperialismo”.
      José Pablo Feinmann, en el Página/12 del 27 de agosto de 2012, recuerda que “en 1982, en Superhumor, escribí una nota que se llamaba «La nieve de la muerte cae para todos». Ya identificaba a la nevada asesina con la dictadura de Videla”.
      Laura Vázquez, en su exhaustivo ensayo El oficio de las viñetas: la industria de la historieta argentina (2010), vincula El Eternauta con la política de su tiempo y no con la del futuro: “La serie, publicada dos años después de la Revolución Libertadora y con el peronismo proscripto, traduce en clave histórica las aspiraciones de un proyecto nacional. Los sobrevivientes provienen de distintas clases sociales, reenviando así a un programa policlasista presente en las estrategias del frondicismo.”
     Podríamos citar muchos otros ejemplos: todos prueban que la lectura política se ha vuelto una estación ineludible en los derroteros de la crítica de El Eternauta. Nadie quiere –por las dudas– quedarse afuera, como si hubiera cierta culpa intelectual en disfrutar de una mera historia de aventuras. Desde luego, todo puede leerse como otra cosa; y la lectura política, como toda lectura, es valedera. Pero aquí vengo a disentir. Entiendo que esas interpretaciones padecen del defecto simple de incurrir en el anacronismo: atribuyen a una obra las opiniones que sostendrá quince años después uno de sus autores y, aun más, las opiniones que sostendrán cincuenta años después algunos de sus lectores. Se lee la primera Jerusalén, la Liberada, como si fuera la segunda, la Conquistada.
      (Sobre la evolución de Oesterheld, paralela a la de Rodolfo Walsh, y sus trágicos destinos, véase “La guerra de los Antartes” de Pablo Luzuriaga en el número anterior de Escritores del Mundo.)
      Sondear a través de los sucesivos estratos que fueron cubriendo una obra hasta convertirla en un mito implica riesgos, pero sin duda no es inoportuno recordar que los plumeros fueron pájaros, insistir en ciertos rasgos de El Eternauta que han sido señalados numerosas veces, olvidados muchas más.
      El primero se refiere a su concepción. Juan Sasturáin estableció con agudeza un vínculo entre El Eternauta y el Martín Fierro de José Hernández, dos obras que trascienden, y a la vez conservan, las marcas de su contexto de publicación.
       Ahora se lee El Eternauta como un proyecto acabado y unitario, cuando en verdad fue escrito discontinuamente, a los apurones, con la estética, los recursos y la convenciones del folletín, semana a semana durante ciento seis semanas. Estos procedimientos le quitan unidad a la obra, pero le otorgan una intensidad incesante: parece haber menos historia que relato; el autor de un folletín ajusta la escritura de acuerdo a su repercusión en el público; elige el camino a medida que crea sus propias encrucijadas; en el narrar encuentra el sentido de lo ya narrado. No parece casual, en tal sentido, que el relato comience con un guionista de historietas.
       La bella “edición vintage” de El Eternauta, recientemente aparecida, nos permite recuperar los episodios de la historieta tal como fueron apareciendo cada semana.
      “La idea”, admite el escritor, “era hacer una historia de final rápido, pero tuvo tal éxito que se convirtió en un folletín semanal que duró dos años”. Y afirma también, en el prólogo a la primera recopilación en un único volumen: “Publicado en un semanario, El Eternauta se fue construyendo semana a semana; había, sí, una idea general, pero la realidad concreta de cada entrega la modificaba constantemente”.
      Si ampliamos la perspectiva, debemos considerar asimismo el marco en que tales episodios se insertaron. Sorprende constatar cierta insignificancia de El Eternauta, es decir, la completa carencia de significados trascendentes que ahora se le atribuyen: el propio Oesterheld, pocos días antes de que comenzara la publicación de la serie, no se definía como un artista, sino como “un obrero intelectual cuyo nombre por lo común suele mantenerse en la penumbra, oculto por el esplendor más «romántico» que rodea la labor del dibujante”.
      Es indudable que los autores no eran conscientes de estar realizando una obra particularmente memorable: en esos años el guionista era editor de sus propias revistas, Frontera, Frontera Extra, Hora Cero, Hora Cero extra, mensuales, y Hora Cero Suplemento Semanal, y autor casi exclusivo de todas sus historietas. Basta hojear estas publicaciones para advertir que Oesterheld escribía a la vez muchos relatos, conforme a la ecléctica variedad exigida por el mercado: una historieta de guerra, una del oeste, una de ciencia ficción, una policial, una de terror, una gauchesca. La galería de personajes produce asombro por su número y su variedad: Ernie Pike, Sargento Kirk, Ticonderoga, Sherlock Time, Nahuel Barros, Verdugo Ranch, Lucky Piedras, Tipp Kenia, Burt Zane, Star Kenton, Rul de la Luna, Capitán Lázaro, Pichi, Hueso Clavado, Leonero Brent, Cayena, Tom de la Pradera, Lord Crack...



Por su parte, el coautor Francisco Solano López declara que prefiere otros trabajos suyos, “en los que quizás, desde el punto de vista del oficio, del empeño y de la concentración, tienen puesta mucha más energía y mucho más trabajo del que yo ponía en El Eternauta, que era una más de las tres o cuatro historietas simultáneas que hacía para la Editorial Frontera”. (Entrevista realizada por Mariano Chinelli y recogida en su notable página Continum 4, del www.portalcomic.com.) Y en declaraciones a Juan Sasturain (Buscados vivos) Solano López revela que junto a él trabajaba un ayudante, Juan Schiaffino, con quien “llegamos a hacer seiscientos cuadritos mensuales”.
      El Eternauta, en Hora Cero Suplemento Semanal, era una entre seis o siete historias, algunas seriales, otras unitarias. Su protagonista tuvo éxito, pero no fue en principio el más destacado de la editorial: Oesterheld refiere que el personaje con mayor repercusión por entonces era Randall the Killer, un matador del Far West.



Si para los autores no era una obra única, tampoco lo era para los lectores contemporáneos, porque formaba parte de una vasta serie de relatos de ficción científica y de terror que no sólo ofrecía la historieta en particular, o la industria de la literatura popular en general, sino también el cine. Jordi Costa (Hay algo ahí afuera: Una historia del cine de ciencia ficción) sostiene que en los años 50 “el cine de ciencia ficción adquiere entidad propia, nace como género cinematográfico plenamente codificado” y que es, en especial, el cine serie B el ámbito donde “florecieron y se desarrollaron los temas rectores de la ciencia ficción cinematográfica del período: las invasiones extraterrestres, la mirada xenófoba hacia lo desconocido, el miedo atómico metaforizado en monstruosas criaturas capaces de aniquilar una ciudad de un zarpazo, las visiones apocalípticas.”
     Si se exceptúa la xenofobia, aunque no el temor a lo desconocido, este catálogo de prodigios podría parecer una descripción de El Eternauta. Fue Juan Sasturáin, creo, uno de los primeros en señalar el vínculo de la historieta de Oesterheld y Solano López con el cine B. Laura Vázquez conviene en que “la trama argumental está basada en una serie de estrategias presentes en la literatura fantástica y en algunos tópicos recurrentes de la industria cinematográfica”.
     Estas ideas circulaban en todos los ámbitos. Para recibir su influencia, ni siquiera era necesario ir al cine: diarios y revistas traían tapas de libros, fotos, estremecedores afiches de películas, a menudo más interesantes que las propias películas. Jordi Serra lo explica con precisión: “La quintaesencia de la ciencia ficción fifties está en esas películas de carteles ditirámbicos, impresionantes, puras joyas del sensacionalismo hecho trazo: unos carteles que a menudo contrastaban en exceso con las desangeladas imágenes que, en principio, debían promocionar. En otras palabras, la edad de oro de la ciencia ficción cinematográfica contó quizá con mejores publicistas que cineastas; pero de ese cúmulo de despropósitos –de este amasijo de monstruos risibles, efectos especiales paupérrimos, actores pasmados y errático sentido de la puesta en escena– emergieron preocupaciones que no eran nada impostadas, sino que respondían perfectamente a la atmósfera moral de su tiempo”. La historieta no tiene las limitaciones presupuestarias del cine B, y sus monstruos pueden no ser risibles. Su única restricción con respecto a los afiches es la dificultad de uso del color. En El Eternauta Solano López convirtió esa carencia en una virtud, desarrollando una estética del blanco y negro que hoy nos resulta insustituible.



Un simple vistazo a las películas de los años 50 muestra la vastedad del fenómeno. Los títulos son tan sugestivos como los afiches y logran constituirse de hecho en microrrelatos: Cuando los mundos chocan, El día que se paralizó la Tierra, El enigma de otro mundo, Zombis de la estratosfera,¡Ellos / El mundo en peligro!, El día en que terminó el mundo, La bestia de 1.000.000 de ojos, Eso llegó de abajo del mar, Eso conquistó el mundo, Eso llegó de otro mundo, La criatura camina entre nosotros, La invasión de los ladrones de cuerpos, Viví dos veces, De otro mundo, El monstruo que desafió al mundo, El principio del fin, De regreso de la muerte, L ¡Eso! El terror del espacio, Los devoradores de cerebros, Me casé con un monstruo del espacio exterior. (Véase una lista más extensa en el Apéndice al presente trabajo.)



Una invasión extraterrestre no es necesariamente una metáfora. La historieta original de Oesterheld y Solano López se muestra menos relacionada con las consignas políticas de los 70 (o de los 2000), que con los tópicos recurrentes del cine de los 50. Ello explica por qué se le atribuye una visión profética a la historia de Juan Salvo: porque sus lecturas políticas son posteriores. El Eternauta no es Rebelión en la granja. Si tiene una dimensión política, la tiene como La invasión de los ladrones de cuerpos, es decir, de un modo sesgado, silencioso y periférico, y no de un modo directo, ruidoso y central. El problema de leer las historias de aventuras como acertijos políticos o sociológicos es que todo puede interpretarse a voluntad. En La invasión de los ladrones de cuerpos los invasores extraterrestres intentan reemplazar a los humanos con duplicados idénticos sin consciencia, lo que provoca una perturbadora paranoia: nadie puede confiar en nadie. Pues bien, ello ha sido visto como una alegoría contra el comunismo o como una alegoría contra el anticomunismo, según el descifrador.
      Por lo demás, las interpretaciones alegóricas encubren un íntimo desprecio hacia los componentes de la historia; un personaje y una situación no tienen valor por sí mismos sino como significantes de algo más trascendente y verdadero: la Cosa sólo sirve como señal de Otra Cosa.
      Sin desmedro de su originalidad o de su grandeza, pueden rastrearse en El Eternauta gran parte de los motivos recurrentes de la ciencia ficción y el terror del cine B, instalados en el horizonte de la época, a menudo como reformulación de obsesiones más perdurables:
      * La invasión extraterrestre, que incluye las naves espaciales, la tecnología superior, los seres a la vez diferentes y semejantes a los humanos;
      * Las armas sofisticadas;



      * La posibilidad de traspasar la materia, y
      * Los experimentos nucleares, como casos particulares de:
      * Los conflictos ocasionados por los avances de la ciencia, que puede ser al mismo tiempo benéfica y destructora;
      * El Apocalipsis o Fin del Mundo tal como lo habíamos conocido, y su contracara:
      * El Paraíso Perdido y la Edad de Oro;


      * Los últimos sobrevivientes, robinsones aislados en un mar de hostilidad;
      * El tiempo detenido;
      * Los viajes en el tiempo;
      * El inmortal o el errante, condenado a vagar por toda la eternidad;
      * El control de las mentes;



       * Los zombies, hombres robots, o seres sin voluntad propia. Con dos derivaciones:
       a) Los enemigos que son iguales a nosotros, la imposibilidad de confiar en nuestros semejantes, los traidores, la paranoia;
       b) La mujer fatal, tentación para la caída, como la muchacha robot enviada para tenderles una trampa a los protagonistas;
      * Los monstruos, categoría con muchas subdivisiones, en especial:
      a) Los monstruos antediluvianos, como dinosaurios, gurbos y gozillas;
      b) Los monstruos de otros mundos;
      c) Las criaturas domésticas fuera de su escala natural, como tarántulas, moscas, mantis y cascarudos gigantes;
      * La destrucción de la ciudad;


       * La Tierra Prometida, zona libre de nevadas;
       * Los Héroes contra su Voluntad: Hombres Ordinarios en Circunstancias Extraordinarias;
       * El reclutamiento de un grupo de “elegidos”, una “jauría salvaje” (a wild bunch), es decir, la reunión de individuos heterogéneos para constituir una suerte de personaje colectivo, en el que cada uno aporta según sus saberes y competencias;
      * El Sacrificio: Salvo quiere ser el primero en ponerse el traje para salir a la nevada mortal;
      * Y, por último, el enfrentamiento con un mal incognocible, indefinido. Si antes el miedo tenía nombre propio: Frankestein, Drácula, King Kong, en la fantasía científica de la segunda posguerra el horror carece de nombre: The Thing, It, Them, los Ellos. (¿Y si detrás de estos Ellos hubiera otros Ellos...? ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza?)



De manera recurrente la crítica ha indagado acerca de los motivos de la perdurabilidad de El Eternauta: qué fue lo que diferenció esta historia de las otras quince o veinte que escribía entonces Oesterheld cada mes.
     Una de las respuestas más frecuentes es que ello se debe a la ambientación en Buenos Aires: la mención del subte D y de la plaza del Congreso la harían irresistible. No es imposible, pero tres razones obligan a mitigar el aserto:
     1. La ciudad de Buenos Aires de hoy, como la invisible Maurilia de Italo Calvino, en muy poco se parece a la ciudad que también entonces se llamaba Buenos Aires y estaba situada, casualmente, en el mismo lugar;
     2. No sólo los lectores porteños disfrutan de El Eternauta;
     3. Los mismos autores, el guionista y el dibujante, muy poco antes de la aparición de El Eternauta, publicaron otra historia de invasores extraterrestres en Buenos Aires, hoy casi olvidada: Rolo el marciano adoptivo. No prosperó.
     Podemos aventurar otra respuesta, vinculada precisamente a la amplia galería de tópicos de la cultura popular. En La estrategia de la ilusión, Umberto Eco analiza los motivos de perduración de una película de culto como Casablanca: “obligados a inventar sobre la marcha, sus autores han metido de todo un poco en la trama argumental, y para ello eligieron material del repertorio de lo tradicionalmente aceptado. Cuando la elección de lo ya aceptado es limitada, se obtiene un film amanerado, de serie, o incluso kitsch. Pero cuando de lo aceptado se utiliza verdaderamente todo, lo que se logra es una arquitectura como la Sagrada Familia de Gaudí. Se logra el vértigo, se roza la genialidad”, “se despliegan con una fuerza casi telúrica los Poderes de la Narratividad en estado salvaje”.
      Para hacer una buena historia alcanza con una sola situación arquetípica. El Eternauta, como Casablanca, desarrolla una trama que incluye colosales dosis de Arquetipos Eternos. No es una historieta, sino muchas, una antología. Cuando todos los arquetipos irrumpen sin pudor alguno, dice Eco, “se alcanzan profundidades homéricas. Dos clichés producen risa. Cien, conmueven. Porque se percibe vagamente que los clichés hablan entre sí y celebran una fiesta de reencuentro”.
      La perduración de El Eternauta tal vez obedezca a un fenómeno similar, a este “reencuentro de clichés”, a su narratividad en estado salvaje. No importa que un millonario hombre robot intente impedirlo: vamos a leer y a seguir leyendo esta historia de aventuras, porque en sus páginas palpitan nuestras obsesiones, las más secretas y las más perdurables.


Martín Greco
Buenos Aires, EdM, septiembre de 2012.


(Con motivo de la publicación de El Eternauta, “edición vintage”, Buenos Aires: Dodyeditores, 2012, con un interesante prólogo de Fernando Ariel García.)




Apéndice: algunas películas de ciencia ficción de los años 50

Destino la Luna (Destination Moon, 1950)
El disco volador (The Flying Saucer, 1950)

Conquistando Marte (Flight to Mars, 1951)
Cuando los mundos chocan (When the Worlds Collide, 1951)
El continente perdido (Lost Continent, 1951)
El día que paralizaron la Tierra (The Day the Earth Stood Still, 1951)
El enigma de otro mundo / La Cosa (The Thing from Another World, 1951)
El hombre del planeta X (The Man from Planet X, 1951)
Hombre de dos mundos (The House in the Square / I'll Never Forget You, 1951)
Los últimos cinco (Five, 1951)
Mundo desconocido (Unknown World, 1951)

El milagro de Marte (Red Planet Mars, 1952)
Invasión EE.UU. (Invasion USA, 1952)
Guerra entre planetas / Comando Cody, el Intrépido (Radar Men From the Moon, 1952)
Zombis de la estratosfera (Zombies of the Stratosphere, 1952)

200.000 leguas de viaje a la Luna (Cat-women on the moon, 1953)
El fantasma del Espacio (Phantom from Space, 1953)
El monstruo del mar (The Beast from 20000 Fathoms, 1953)
El terror atómico (The Magnetic Monster, 1953)
La guerra de los mundos (The War of The Worlds, 1953)
Los invasores de Marte (Invaders from Mars, 1953)
Llegaron de otro mundo (It Came from Outer Space, 1953)
Monstruos de Marte (Robot Monster, 1953)

Asesinos del Espacio (Killers from Space, 1954)
La diabla de Marte / Marte ataca la Tierra (Devil Girl from Mars, 1954)
El monstruo de la laguna negra (Creature from the Black Lagoon, 1954)
El mundo en peligro (Them!, 1954)
Godzilla, rey de los monstruos (Gojira, 1954)
Invasores de otros mundos (Target Earth, 1954)
Pánico mortal (The Quatermass experiment / The Creeping Unknown, 1954)
Tobor el grande (Tobor the Great, 1954)

Cadaveres atómicos (Creature with the Atom Brain, 1955)
El cerebro atómico (Time Slip / The Atomic Man, 1955)
El fin del mundo (The Day the World Ended, 1955)
El regreso del monstruo (Revenge of the Creature, 1955)
La bestia de 1.000.000 de ojos (The Beast with a Million Eyes, 1955)
La conquista del Espacio (Conquest of Space, 1955)
La fiera del mar (It Came from Beneath the Sea, 1955)
Mas allá de la Tierra (This Island, Earth, 1955)
Tarántula (Tarantula, 1955)

Bajo el signo de Ishtar (The Mole People, 1956)
Trampa rubia (Blonde Bait, 1956)
Conquistaron el mundo (It Conquered the World!, 1956)
El monstruo vengador (The Creature Walks among Us, 1956)
El planeta desconocido (Forbidden Planet, 1956)
Doncellas del espacio exterior (Fire Maidens of Outer Space, 1956)
Invasion de discos voladores (Earth vs. The Flying Saucers, 1956)
La bestia de la montaña (The Beast of Hollow Mountain, 1956)
La incognita X (X, the Unknown, 1956)
Muertos vivientes / La invasión de los ladrones de cuerpos (Invasion of the Body Snatchers, 1956)
Mundo sin fin (World without End, 1956)
Viví dos veces (I’ve Lived Before, 1956)
Cat Girl (1957)

Cita con el demonio (Curse of the Demon, 1957)
De otro mundo (Not of This Earth, 1957)
El ataque de los monstruos (Attack of the Crab Monsters, 1957)
El escorpion negro (The Black Scorpion, 1957)
El hombre increible (The Incredible Shrinking Man, 1957)
El moderno Frankenstein (The Unearthly, 1957)
El monstruo alado (Deadly Mantis, 1957)
El monstruo que retó al mundo (The Monster that Challenged the World, 1957)
El niño invisible (The Invisible Boy, 1957)
El principio del fin (Beginning of the End, 1957)
El vampiro atómico (Fiend without a Face, 1957)
La bestia de otro planeta (20 Million Miles to Earth, 1957)
La garra gigante (The Giant Claw, 1957)
La invasión de los hombres del espacio (Invasion of the Saucer-Men, 1957)
La vuelta del monstruo (From Hell It Came, 1957)
Los 27 días del Planeta Sigma (The 27th Day, 1957)
Monstruos de piedra (The Monolith Monsters, 1957)
Poseída por la muerte (Back from the Dead, 1957)
The Mysterians (1957)
Vasallos del mal (Quatermass II: Enemy From Space, 1957)

El ataque de la mujer de 50 pies (Attack of the 50 Foot Woman, 1958)
El gigante del otro mundo (giant from the unknown 1958, 1958)
El hombre H (The H Man, 1958)
El terror del año 5000 (Terror from the Year 5000, 1958)
Hijos del Espacio (Space Children, 1958)
Invasion de la Luna (Missile to the Moon, 1958)
La amenaza de otro mundo (It! The Terror from Beyond Space, 1958)
La araña (Earth vs. The Spider, 1958)
La carnivora (The Womaneater, 1958)
La mancha voraz (The Blob, 1958)
La morte viene dallo spazio (1958)
La mosca (The Fly, 1958)
La rebelión de los muñecos (Attack of the Puppet People, 1958)
La reina del Espacio exterior (Queen from Outer Space, 1958)
Las sanguijuelas humanas / Los devoradores de cerebros (The Brain Eaters, 1958)
Me casé con un monstruo (I Married a Monster from Outer Space, 1958)
Rey del espacio (Space Master X-7, 1958)

El hombre de la cuarta dimensión (4D Man, 1959)
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APUNTES

El farol de Girondo, por Martín Greco


El 15 de diciembre de 1922, en una imprenta de los suburbios de París, terminaron de imprimirse los mil ejemplares numerados del libro más deslumbrante de la literatura argentina: Veinte poemas para ser leídos en el tranvía de Oliverio Girondo. Este libro-objeto –una edición de semilujo, de 24 x 32 cm, ilustrada, pagada sin dudas por el mismo autor– era el resultado de una larga maduración. Girondo tenía ya más de treinta años cuando lo publicó. Había estado garabateando y rompiendo papeles alrededor del mundo durante mucho tiempo, hasta poder rescatar este puñado de poemas y dibujos.
    El libro fue bien recibido por artistas e intelectuales jóvenes, y contribuyó a la introducción en nuestro país de las novedades de la vanguardia europea. Una de las más curiosas reseñas críticas de la época la escribió en Madrid Ramón Gómez de la Serna; éste afirma que leyó el libro efectivamente en un tranvía, con boleto hasta el último poema, y pagó luego el boleto de vuelta para releerlo.
    La propuesta de que los poemas sean leídos en el tranvía es más poética que práctica: la poesía de vanguardia se produce y se consume en la calle. En verdad, por sus grandes dimensiones, el libro era difícil de manipular en un tranvía. En 1925 apareció la segunda edición, para públicos más amplios, editada por el periódico Martín Fierro. Esta sí era de bolsillo, una “edición tranviara a veinte centavos”. No tenía la calidad del original; el papel era rústico; las ilustraciones, en blanco y negro, pero sirvió para darle al libro una difusión casi masiva. Girondo le agregó, como prólogo, una carta a Evar Méndez y otros amigos, que es toda una declaración de principios de la literatura de vanguardia: “tiro mis Veinte poemas, como una piedra, sonriendo ante la inutilidad de mi gesto”.
    El libro estuvo cuarenta años sin reeditarse. Lo rescató, no podía ser de otra manera, el Centro Editor de América Latina en los años 60, poniéndolo a disposición de una nueva generación de lectores que lo devolvería al interior del canon nacional. A partir de entonces hubo muchas ediciones disponibles, pero la mayoría privilegió el aspecto verbal, soslayando la dimensión visual, reproduciendo las ilustraciones en baja calidad, en blanco y negro, o directamente suprimiéndolas, como ocurrió incluso en la última edición de las obras de Girondo, llamada – misteriosamente– “crítica” y “completa”.
    Ahora, acaba de aparecer una edición facsimilar que permite evocar la original en su esplendor artístico y tipográfico. Recuperarla es como asistir a la restauración de un viejo mural desleído. Compárense las tétricas reproducciones en blanco y negro a las que nos habíamos ido acostumbrando con la deslumbrante explosión de color de las ilustraciones originales.



    El hecho nos obliga a releer la obra y pone en crisis las conclusiones de nuestras lecturas precedentes. Por cierto, es menester recordar que Girondo mostró un permanente interés por las artes visuales; escribió muchas páginas sobre artes plásticas; fue arqueólogo, bibliófilo, coleccionista, y nunca dejó de pintar a lo largo de su vida.
    Sus ilustraciones de los Veinte poemas no funcionan como un simple acompañante decorativo. Poesía y dibujo son más que complementarios; potencian mutuamente sus sentidos. Su lectura es un ejercicio que opera a la vez en lo visual y lo verbal. De los veinte poemas, diez están ilustrados, en una alternancia rigurosa: poema ilustrado, poema no ilustrado. Jorge Schwartz, que es sin duda el más grande estudioso de Oliverio Girondo, tenía razón cuando decía que las ilustraciones de los Veinte poemas no son auxiliares sino que forman parte de la estructura misma del poema; son “estrofas visuales”. Ya en 1923, Jules Supervielle había afirmado que “durante una segunda lectura, no podemos evitar mirar los poemas de arriba abajo, y leer las ilustraciones de izquierda a derecha”.

    Lo primero que encuentra el lector/espectador del libro no es un texto sino la estilizada imagen de los tres marineros del “Paisaje bretón”, mercurizados, dinámicos, unidos con “envión de ola”. No es casual que algunos poemas se titulen “croquis”. Los dibujos, desde luego, no son naturalistas. Girondo aplica los mismos procedimientos metafóricos al poema y a la ilustración. En “Río de Janeiro” las casas se rascan la cabeza y las montañas son también camellos o elefantes.

    El poeta de vanguardia hace poesía con elementos que para los otros no son dignos; ve lo poético allí donde nadie lo ve. Puede oír el “canto humilde y humillado de los mingitorios” y el “silencio de las estrellas, sobre el asfalto humedecido”. Por ello, en las puertas de su libro, Girondo colgó un provocativo epígrafe: “Ningún prejuicio más ridículo que el prejuicio de lo sublime”. Aquello que contrasta con lo sublime es lo pedestre, y tal es título, precisamente, de uno de los poemas centrales del libro, fechado en “Buenos Aires, agosto, 1920”.

    La ilustración se destaca entre las demás, porque es la única que no tiene motivos humanos o humanizados. Se la lee como una línea más del texto; “Con un brazo prendido a la pared, un farol apagado tiene la visión convexa de la gente que pasa en automóvil”.
    Los faroles parecen adquirir una importancia central en la poesía de Girondo, quien en uno de sus membretes propone “trasladar al plano de la creación la fervorosa voluptuosidad con que, durante nuestra infancia, rompimos a pedradas todos los faroles del vecindario”. Por fortuna, el farol de “Pedestre” se salvó de las pedradas. Jorge Schwartz observa que este farol es en cierto modo el “narrador” de la escena urbana: “el ojo testigo se convierte aquí en ojo narrador”.
    Y el farol nos narra: el fragmento de un automóvil, un árbol, un coche de plaza, la insignia inversa de un hotel, un tranvía.
    El farol de Girondo es la cifra de su poética. El farol distorsiona, modifica, fragmenta, recrea, corrige, anima.
    Podemos ir aun más allá y conjeturar que este farol, representación en la representación, abre una infinita puesta en abismo: en el tranvía reflejado está el lector ideal, que lee los Veinte poemas para ser leídos en el tranvía, donde está la ilustración de “Pedestre”, en cuyo farol se refleja un tranvía, donde el lector ideal sigue leyendo el libro de Girondo, y así hasta el vértigo sin término...
    Yo querría ser ese lector que lee, hasta el final de los tiempos, los Veinte poemas para ser leídos en el tranvía de Oliverio Girondo.

Martín Greco, Buenos Aires, septiembre de 2011, con motivo de la edición facsimilar de Veinte poemas para ser leídos en el tranvía de Oliverio Girondo. (Santiago de Chile: Tajamar Editores, 2011).
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PIES DE IMAGEN

El ojo pensante, por Martín Greco


Diego María Concepción Juan Nepomuceno Estanislao Rivera Barrientos Acosta y Rodríguez, más conocido como Diego Rivera, pinta en Madrid en 1915 el Retrato cubista de Ramón Gómez de la Serna, una obra central en la historia de las vanguardias hispánicas.
    Rivera vive en París, pero tras el estallido de la Primera Guerra Mundial busca refugio en España.
    Atraviesa por entonces un período cubista, breve pero fundamental para su evolución estética. Junto a otros artistas realiza en marzo de 1915 la muestra de «Los pintores íntegros»: por primera vez llegan a Madrid los escándalos del arte nuevo. Durante esa exposición pinta el retrato de Gómez de la Serna, convergencia de artes plásticas y literatura, de España y América. Para el artista de vanguardia, la obra es una colaboración entre el pintor y su modelo; y es además una traducción de la realidad visible. Según el testimonio del artista mexicano:

“…pintamos Ramón y yo su retrato. Y digo los dos porque no puse a Ramón en calidad de momia viva, sino que mientras él trabajaba yo trabajaba también, siguiendo su vivir, tratando de traducirlo en movimiento de color y forma.”

También Gómez de la Serna refiere, en varias ocasiones, el singular proceso de creación:

“Yo escribí una novela mientras me retrataba, fumé, me eché hacia delante, me eché hacia atrás, me fui un rato de paseo, y siempre el gran pintor pintaba mi parecido; tanto, que cuando volvía del paseo –y no es broma– me parecía mucho más que antes de salir. El pintor tampoco se estaba inmóvil. A veces pintaba de espaldas a mí, y, sin darme importancia, miraba con más interés que al modelo el paisaje del balcón, o leía un libro como si copiase párrafos de sus páginas con colores de su paleta.”

En esta evocación se destacan el modelo que escribe y el pintor que lee. Este último, asimismo, puede pintar de espaldas: el arte nuevo supera los estrechos postulados del naturalismo. Por ello, Ramón llama a Rivera «el óptico prodigioso», y afirma: «Todo lo que colinde con la fotografía es repugnante, porque la fotografía es un ojo prehistórico. El ojo debe ser pensante... Estas son las paradojas del arte burlándose de la propia realidad». Ya en 1913 Apollinaire había señalado que el cubismo no es un acto de imitación sino de concepción.
Para Gómez de la Serna este retrato significa el correlato objetivo de su propia busca de renovación literaria:

“Mi retrato cubista me daba ánimo, me confortaba en las polémicas, me enseñaba a desañar el porvenir: se podía escribir de otra manera, puesto que estaba bien claro que se podía pintar de otra manera.”

Esa busca convertirá a Ramón en el maestro declarado de los movimientos de literatura de vanguardia de ambos lados del Atlántico; una busca incesante: aún treinta años después, en 1946, en el prólogo a su novela El hombre perdido, el escritor declara que «esta realidad que acabo de tocar y que puede desaparecer de un momento a otro, que ya ha desaparecido al sentarme a escribir frente a mi pupitre, no me convence como motivo de escrituración. Ha de ser una cosa que no esté ni en el realismo de la imaginación ni en el realismo de la fantasía, otra realidad, ni encima ni debajo, sino sencillamente otra». Y recuerda que Macedonio Fernández lo ha llamado «el mayor realista del mundo como no es».
    Una vez terminado, el cuadro es exhibido en la vidriera de la exposición de Madrid. Según Diego Rivera, pudo verse entonces a «la policía montada alejando a caballazos a la gente que obstruía materialmente la calle de Carretas, ante el escaparate ... que contenía el retrato de Ramón; a la gente protestando y chillando y, finalmente, el gobernador ordenando que se retirase el cuadro del escaparate por constituir una incitación al crimen, pues se apercibían en él una pistola automática de repetición y una cabeza de mujer cortada por una espada.»
    Es que para el pintor, este retrato cubista «tenía la apariencia de un demonio anárquico, que incitaba al crimen y a la sublevación. En esta satánica figura todos reconocían los rasgos de Gómez de la Serna, famoso por su oposición a todo principio convencional, religioso, moral y político... El retrato de Gómez de la Serna capturaba el espíritu de violenta desintegración.» Cuando Rivera regresa a París, le deja el cuadro a Ramón, quien lo cuelga en su estudio, en medio de los mismos objetos y libros que aparecen en ella, y las figuras se triplican cuando el retrato y el retratado se abisman en un espejo, en vértigo barroco, según evoca el escritor español:

“Durante años había tenido ese retrato frente a mí, y cuando se encontraban su imagen y la mía de refilón, en un espejo de mi cuarto, me sorprendía un parecido mayor que el mío, asomado detrás de mí.”

En 1931 Ramón pone el retrato en la portada de su libro Ismos, una recopilación de ensayos sobre la vanguardia, que incluye el texto titulado «Riverismo».
    Una nueva guerra interviene en la historia del cuadro: en 1936, con el advenimiento de la Guerra Civil Española, Ramón huye de Madrid, abandonando la mayoría de sus pertenencias, entre ellas la pintura de Rivera. Se refugia en Buenos Aires, y durante años busca recobrar el retrato cubista, reclamándolo mediante artículos y cartas enviados a todo el mundo. Será en vano. Nunca lo reencontrará, y pasará a llamarlo el Retrato Perdido.
    El escritor no puede acostumbrarse a vivir sin él:

“Mi vínculo con mi retrato cubista existirá siempre, sino que durante algún tiempo será secreto y estará silenciado. Ahora vivo dos vidas, una subterránea y otra sobre la superficie de la tierra. A veces me acuerdo de él y me pregunto: ´¿Dónde estará? En qué sótano de latrocinio se oculta? ¿Los detectives darán con él?´... Es ése un robo con algo de homicidio. El retrato mío está secuestrado y a medio asfixiar en su mazmorra desconocida... No sé ya dónde estoy ni dónde está y tengo ya un pedazo de mí que me falta como una mutilación y como si esa sombra de mí mismo fuese topo de ocultación.”

Para Gómez de la Serna, este retrato se parecía más a él que él mismo, gracias al ojo pensante del óptico prodigioso, pues «en los retratos del cubismo los hombres aparecen con su máscara ideal, la máscara del porvenir... Todos morirán antes de entrar en el espacio enrarecido si no se lleva la escafandra especial de los cuadros cubistas.»
    El retrato presenta diversos procedimientos de vanguardia, desarrollados no sólo por el cubismo, sino también por el futurismo, como el intento de capturar el movimiento mediante la reproducción de las sucesivas modificaciones de un cuerpo en el espacio: «tiene la condición de que es de perfil y de frente al mismo tiempo.». El recurso se advierte asimismo en las manos; en la posición de la mano derecha que escribe y en «la posición de la mano que tiene la pipa al fumar en sus tres momentos: primero, el de llevarse la pipa a la boca; segundo, el de tenerla en la boca, y tercero, el de reposar la pipa en el cuenco de las manos; los tres instantáneos, seguidos, casi simultáneos».
    Rivera «era el primer pintor que se daba cuenta de que el arte de pintar es un acto de movimiento. En el retrato de Diego estoy rotativo».
    También el color es empleado expresivamente: «La pesadez de una parte de mi cuerpo necesitó un color más oscuro y con cierta espesura, así como la levitación de la otra parte es difuminación y color vivo, más vivo de lo que en apariencia es. Los colores no son mezclas estúpidas y naturalistas».
    Quizá el aspecto más estremecedor del cuadro de Rivera sea la mirada del retratado, con un ojo cerrado y un ojo abierto, símbolo de la actitud del escritor de vanguardia, de los dos momentos de toda producción estética:
    En el ojo redondo está sintetizado el momento de deslumbramiento, y en el ojo entornado y largo, el momento de comprensión... Un ojo apaisado, entornado, rasgado, ojo con el que nivelo –como con un nivel de agua– lo que el otro ve con locura, con deslumbramiento y embriaguez.

Martín Greco (Buenos Aires)
Referencias bibliográficas
Gómez de la Serna, Ramón
“Mi retrato cubista”, en La Esfera, n. 513, Madrid: 3 de septiembre de 1925.
“Riverismo”, en Sur, n. 2, Buenos Aires: otoño de 1931, luego en Ismos, Madrid: Biblioteca Nueva, 1931.
“El retrato perdido”, en Saber Vivir, n. 100, Buenos Aires: junio de 1952.

Rivera, Diego
My art, my life. An Autobiography (with Gladys March), New York: Dover, 1991 (1a. ed. 1960).

Suárez, Luis
Confesiones de Diego Rivera, México: Era, 1962.

El Retrato cubista de Ramón Gómez de la Serna pertenece actualmente a la colección Costantini, que se exhibe en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires - MALBA. Mide aproximadamente 110 x 90 centímetros.
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RELATOS

Feliz cumpleaños, por Martín Greco


Está el día en que alguien cumple años y sin pensar invita gente a su casa porque cree que la va a pasar bien.
    Pero ahora los cumpleaños son bajar a abrir la puerta.
    Primero llegan los parientes. Después empiezan a llegar los amigos, y los parientes dicen que se van porque no quieren molestar. Para entonces el del cumpleaños pasó la mitad de la noche en el ascensor y en la puerta del edificio. Y como en total los invitados son unos veinticinco, entre bajar a abrir a los que vienen y bajar a abrir a los que se van, hay que bajar a abrir unas cincuenta veces. Y la fiesta va sucediendo mientras el del cumpleaños baja a abrir.
    –Qué lástima que no pudimos hablar más –le dicen los que se van.
    Los que todavía están arriba nunca vuelven a contar los chistes que él se perdió. Sólo oye las carcajadas desde el ascensor, cuando volvía de abrir.
    El del cumpleaños empieza a sentir que no lo invitaron a su propio cumpleaños. Tiene que ir a buscar más papas fritas, juntar las botellas vacías, llevar a otro lado los abrigos porque ahí no hay más lugar y limpiar el vino que le volcaron sobre el cajón con documentos, así que nunca puede sentarse.
    Cómo se va a sentar si hay que ir a lavar vasos. Quién sabe por qué en los cumpleaños cada persona usa de promedio siete vasos.
    –¿Este vaso era el mío? –dice uno olfateando con recelo–. Mejor servime en uno limpio.
    Al del cumpleaños no le resulta fácil lavar los vasos porque hay un par que se fueron a la cocina a estar en privado y lo reciben como a un intruso.
    Se aleja sin protestar. Pasó la tarde en el supermercado haciendo las compras para la fiesta, y de verdad le gustaría sentarse si hubiera una silla libre.
    Mientras va con las llaves y viene con los vasos, mira a la chica que le gusta, porque ese era el día en que le iba a hablar, pero ella está sentada con otro, los dos en la misma silla, y el otro con la excusa de la música fuerte ya le empezó a hablar al oído.
    Y cuando él se decide a hablarle por el otro oído, la música se calla de golpe, y todos lo oyen, y viene uno que lo arrastra lejos para darle el regalo. El del cumpleaños hace una sonrisa voluntariosa y mientras abre el paquete piensa: ¿Tan poco me conoce?
    Ahora que llegan las velitas va a poder sentarse, es el momento de que los demás lo agasajen. Pero como nadie sabe dónde está la torta ni de dónde se apaga la luz, no le queda más remedio que ocuparse él mismo.
    Entonces pide tres deseos: que se vayan, que se vayan, que se vayan. Y sus deseos serán satisfechos muy pronto, porque no hay nada que haga escapar tan rápido a la gente como ver apagar las velitas de la torta. No sé cómo en las carreras de atletismo para dar la señal de partida en lugar de un disparo de pistola no usan una torta con velitas.
    Hay algunos que amortizan el beso de felicitación y lo usan también como beso de despedida. De golpe todos quieren irse, pero no entran en el ascensor. El de cumpleaños hace varios viajes para bajar a abrir, y al volver siempre encuentra a uno que parecía que se iba a quedar más pero que ya tiene el abrigo puesto.
    Los fugitivos se esperan abajo para seguir la fiesta en otro lado. El del cumpleaños está tan cansado que al ver que ella se va con el que le hablaba al oído, sólo piensa: Al menos no tengo que bajar a abrir dos veces.
    Cuando al fin se sienta, solo, estudia los vasos que no se rompieron para ver si rescata aunque más no sea un fondito de cerveza tibia. Luego junta las servilletas con torta licuefacta y la empanada de carne picante que a alguien no le gustó y dejó a medio morder sobre la impresora. Si tiene suerte, no saldrá volando al pisar las aceitunas que rodaron hasta el pasillo.

Martín Greco (Buenos Aires)
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APUNTES

Ramón Buenos Aires, por Martín Greco



"Cuando me muera quisiera que me llorasen
todas las cariátides de Buenos Aires."
Ramón Gómez de la Serna


RAMÓN Gómez de la Serna (Madrid, 1888 - Buenos Aires, 1963) es, por la importancia y el volumen de su obra, uno de los más significativos escritores de lengua española del siglo XX. Se dedicó muy tempranamente a la literatura y al periodismo: su primera obra, Entrando en fuego, es de 1905. Desde entonces publicó un centenar de libros, en los que incursionó en casi todos los géneros e inventó otros, el más recordado de ellos, la greguería. Animó durante más de veinte años (1915-1936) la tertulia del café de Pombo, por la que pasaron escritores y artistas de todas las nacionalidades.
   El apogeo de su renombre internacional corresponde a las décadas de 1920 y 1930, cuando se constituyó en el principal divulgador de los movimientos de vanguardia en el ámbito hispánico. Amigo de Picasso, Ortega y Gasset, García Lorca, Buñuel, Dalí, Jean Cocteau, toda su obra se inscribe bajo el signo de la renovación permanente, y ha sido equiparada por su influencia a la de James Joyce y Marcel Proust.
Fue admirado y elogiado por importantes escritores argentinos, como Oliverio Girondo, Jorge Luis Borges, Leopoldo Marechal, Ricardo Güiraldes, Macedonio Fernández y Victoria Ocampo.
   Visitó en dos ocasiones (1931 y 1933) la Argentina, donde fue recibido triunfalmente y brindó una recordada serie de conferencias. Lola Membrives le estrenó la obra teatral Los medios seres. En Buenos Aires Gómez de la Serna conoció a la escritora argentina Luisa Sofovich, con quien se casó y vivió el resto de su vida.
Con el advenimiento de la Guerra Civil, cientos de intelectuales españoles buscaron hospitalidad en Argentina. Entre ellos se contaba Gómez de la Serna, que vivió en Buenos Aires desde 1936 hasta su muerte en 1963. Sólo regresó a España por unos pocos meses, en 1949.
   En la capital argentina escribió y publicó su obra maestra, la Automoribundia (1948), y varios de sus libros más importantes, como Retratos contemporáneos (1941), Lo cursi y otros ensayos (1943), Norah Borges (1945), El hombre perdido (1947), Greguerías (1940-1952) y Cartas a mí mismo (1956). Dos de sus obras recogen las observaciones del escritor sobre la ciudad: Explicación de Buenos Aires (1948) e Interpretación del tango (1949).
   Gómez de la Serna colaboró en los principales diarios argentinos, La Nación, El Mundo, La Razón, La Prensa, Clarín, en el periódico de la colectividad judía Amanecer, y en revistas como Sur, Proa, Martín Fierro, Caras y Caretas, Mundo Argentino, PBT, Atlántida, Saber Vivir y El Hogar.
   Se relacionó en Buenos Aires con intelectuales como Oliverio Girondo, Norah Lange, Macedonio Fernández, Manuel Mujica Láinez, Juan Battle Planas, Eduardo Mallea, Victoria Ocampo, Enrique Larreta, José María Castiñeira de Dios, Guillermo de Torre, Norah Borges, Maruja Mallo, Rafael Alberti, Alejandro Sirio, Ramón Columba, Conrado Nalé Roxlo, Olga Orozco, Jorge Luis Borges, César Tiempo, Ricardo Rojas y Emilio Pettoruti, entre muchos otros. Conoció personalmente a Eva Perón en 1947, el año en que se realizó la Exposición de Arte Español Contemporáneo en el Museo Nacional de Bellas Artes, entre cuyas obras se contaba el mítico cuadro que lo retrata junto a sus amigos: La tertulia del café de Pombo de José Gutiérrez Solana.
   La figura de Ramón ha recibido en los últimos años una creciente atención. En 1996 comienza la publicación de sus Obras Completas en veinte tomos, bajo la dirección de Ioana Zlotescu. Se reeditan y traducen sus libros, se rescatan sus dibujos, y vuelven a aparecer sus escritos periodísticos dispersos. En el año 2000 aparece en Madrid una revista dedicada exclusivamente a estudiar su vida y su obra, el Boletín RAMÓN, dirigido por el editor Juan Carlos Albert. En septiembre de 2001 se inaugura el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA). Una de las piezas más importantes de su colección es la obra de Diego Rivera, el Retrato cubista de Ramón Gómez de la Serna.
   El propio Gómez de la Serna comprendía su carácter único de hombre en la tensión de dos patrias, España y Argentina. Por ello escribió en los años cincuenta en la revista Saber Vivir: “Aquí o allá, lo mismo da”, “habría que hacer la tertulia en medio del océano Atlántico”.
   Las Segundas Jornadas Internacionales Gómez de la Serna 2010 se proponen como esa tertulia en medio del Océano: un modo de acortar distancias y encontrar coincidencias.




Martín Greco (Buenos Aires)


RAMÓN BUENOS AIRES
Segundas Jornadas Internacionales sobre Gómez de la Serna

Lunes 7 de junio de 2010, desde las 17 hs.
Auditorio MALBA

Martes 8 de junio de 2010, 19 hs.
Biblioteca Nacional, Sala Juan L. Ortiz

Miércoles 9 de junio de 2010, desde las 17 hs.
Auditorio MALBA

Exponen: Juan Carlos Albert, Patricia Artundo, Martín Greco, Evelyn Hafter, Juli Highfill, Jerónimo Ledesma, Raquel Macciuci, Sylvia Saítta, Mónica Scordamaglia, Miguel Vitagliano, Roberto Yahni, Laura Yusem, Ioana Zlotescu.

Exhibiciones especiales:
Senos de Ramón Gómez de la Serna, lectura dirigida por Laura Yusem
El Buenos Aires de Ramón, muestra de fotos de 1940 y 1950
Madrid en la Avenida de Mayo, proyección del documental realizado por la Universidad de la Matanza.

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