PIES DE IMAGEN

Le baiser de l´hotel de ville, de Robert Doisneau, por Viviana Lysyj


La llamada fotografía humanista francesa llega a los objetos de diseño hogareños que una marca de acolchados y artículos de blanquería pone a la venta junto a las sopas Campbell y las fotos de Marylin, así es como descubro los individuales y posavasos de la famosa foto de Robert Doisneau: Le baiser de l´Hotel de Ville tomada en 1950 y no dudo en comprarlos para acompañar mi ingesta cotidiana de sabor vegetariano. Por esa foto se ha pagado recientemente en una subasta la suma sideral de 155.000 euros, la bajada de martillo arrancó en 10.000 euros y un coleccionista suizo se la llevó por esa suma considerada altísima para la fotografía francesa.

Parece que Doisneau entró un día al bar Le Vilars donde un par de jóvenes estudiantes de teatro se estaban besando apasionadamente y quedó prendado de la imagen: “Tengo un pedido de LIFE para que retrate a los enamorados de París , y ustedes me parecen adorables, tan jóvenes, enternecedores” les dijo el fotógrafo a Francoise Bornet y Jacques Corteaud, tras lo cual, y con la anuencia de ambos enamorados, Doisneau salió a la calle y les pidió a los besadores que se movieran con total libertad, que se acariciaran, mimaran y besaran a su antojo, versión contraria a la leyenda negra que sugiere que la foto fue posada, es decir, armada, estudiada minuciosamente, menos espontánea que lo que su belleza casual en blanco y negro sugiere, pero Catherine, la besadora, presente en la subasta europea con su ancianidad sonriente y motivo de interés suplementario para los curiosos que han querido ver de cerca a esa mujer que en los años 50 ha representado como nadie el glamour de París y el símbolo de un amor que atraviesa décadas, desmiente el carácter de pose, sí, la foto está pensada, pero los protagonistas se han besado con naturalidad, sino no tendrían sus brazos esa expresión entre frágil y casual como tallos de planta, sobre todo las manos, entreabiertas como pétalos de flores, a mitad de camino entre el vuelo y el repliegue, algo que sólo es posible con el movimiento.

La particularidad formal de esta foto es que el centro –el beso de los enamorados- es nítido, y su contorno –los autos, la ciudad, el cabello de un peatón sentado de espaldas en un bar de la vereda- es borroso, desdibujado, inestable, movido, flou, como sugiriendo aquello que todo enamorado percibe: “estoy en una nube”, “el mundo exterior no existe”, “me siento volar”: ellos dos están de pie y en movimiento, sólidos en la materialidad de su beso eterno, como soldados para siempre en una soldadura que más que captar la intensidad del amor se adueña de la fugacidad del instante y el misterio del tiempo, porque ese beso ahí, desparramado en individuales y posavasos, dura una eternidad, algo que en la realidad no existe porque ningún beso dura una eternidad, salvo el beso de la fotografía, la literatura, la escultura o la pintura. Ambos estudiantes de teatro parecen captados en un momento furtivo que al espectador le encanta espiar, eso que debería ser un tesoro de a dos, esa felicidad minúscula de una intimidad gozosa, se transforma en una visión abierta al colectivo de los espectadores. Quien mire el beso de Doisneau va a creer para siempre que el ojo mirón de la cámara se ha apropiado a hurtadillas del gozo de los enamorados, ese es su encanto, ese beso como robado a los protagonistas. Las enamoradas de otras épocas solían decir: me robó un beso, como recalcando la ausencia de voluntad de la mujer cuyo deseo no estaba bien visto, y Truffaut inmortalizó la expresión en su film les baisers volés. De modo que Doisneau finge robar con su cámara ese beso anónimo para placer de los voyeurs, aunque después nos enteremos de la pose, una pose que parece invitar eternamente al carpe diem: atrapa el día, porque pronto se hace de noche y los coches antiguos que circulan por París y esas boinas y el peinado revuelto y rebelde del besador tan parecido al actor Gérard Philippe desaparecerán del radio que circunda al Hotel de Ville.

Viviana Lysyj
Buenos Aires, EdM, julio de 2012

Seguir leyendo
APUNTES

Pina Bausch, por Viviana Lysyj


Un día de octubre corro desesperada a ver el film de Wim Wenders sobre (o para) Pina Bausch. Temo que se evapore en el aire o que un bulldozer americano lo aplaste. Pina está en la base del personaje de la coreógrafa de mi novela Tragamonedas, junto con Marta Graham, otra maestra de la danza contemporánea. Más allá de la contundencia de su danza, que es evidente, me seduce el physique du role de esta mujer: a su mente -radical y extrema- le corresponde una silueta descarnada, la de esa clase de artistas que va al hueso de las cosas, por eso, supongo, luce magra, con sus costillas a la vista. Parece puro espíritu, salvo el humo de su cigarrillo y el pelo recogido que recibe el bautismo de dama del rodete. Pero además su danza se corresponde con mi idea de la escritura: a Pina no le interesa la linealidad de una historia, más bien produce explosiones de sentido en el instante presente.

    Un día cualquiera en la línea temporal de los 80´ Wim Wenders está en Venecia con una mujer, la mujer le dice que la coreógrafa Pina Bausch presenta una de sus obras y que es imperativo ir a verla. Wenders prefiere pasear por Venecia, pero muy a su pesar se dirige a la representación. A partir del espectáculo desgarrador de Café Muller, Wenders solloza, queda transformado, y se convierte en admirador y más tarde en amigo de Pina Bausch. Ambos comienzan sus carreras en 1973, ese año Pina se hace cargo del ballet de Wuppertal y Wenders se dirige a esa ciudad para rodar su film Alicia en las ciudades, tienen en común las vivencias de la dura Alemania de posguerra (Pina nace en 1940). Años más tarde, ambos sueñan con hacer un film sobre la danza de Pina. Wenders no da con la forma, no sabe cómo encarar un film sobre bailarines donde los cuerpos están en primer plano. Cuando por fin el cineasta encuentra su herramienta, el cine en 3D, lo comunica a su amiga quien también se entusiasma con las posibilidades técnicas que abre la tercera dimensión para surcar la imagen en profundidad. Pero Pina se siente cansada, muy cansada, y va a una clínica a hacerse un chequeo. Cinco días después, sin ver a nadie ni despedirse de nadie, es llevada por un cáncer. De qué otro modo puede morir una mujer así, me dice alguien, sino de una muerte súbita e intensa. Busco en todas partes cuál es su cáncer, como si pudiera hallar una clave en su historia clínica. Tengo que esperar a que se publique su biografía ya que no encuentro el dato que complete la historia completa de su cuerpo.
    Wenders filma a su amiga para todos aquellos que no han tenido nunca el privilegio de ver una obra de Pina. Y lo logra, porque su película recorre el mundo y multiplica salas con una masividad que las giras de Pina –de todos modos exitosa- no ha alcanzado. Bailarines en las calles, frente a un semáforo, o al borde de una pileta con niños haciendo crowl, bailarinas de líquido vestido rojo en contraste con un paisaje seco y árido, espacios dramáticamente fascinantes donde el público no espera ver seres danzantes: ¡el tren aéreo de Wuppertal, tan bello y luminoso, sobrevolando un río, como escenario de coreografía!
    Hay algo que roza lo ligeramente ridículo y que no tiene relación con la pantalla sino con el espacio inverso (¿es inverso? Quizá Pina hallara en esta disposición de la platea alguna veta de movimiento espacial): los espectadores con los anteojos 3D, sentados, uno al lado del otro, como niños jugando a la ciencia ficción. Me pongo los anteojos, me los saco, me los vuelvo a poner, la luz del film no es la mejor con estos adminículos infantiles. De a ratos prefiero la distorsión de la imagen a la desaparición de la luz fulgurante. De repente todo tiembla con la música de Stravinsky, hoy como ayer, como hace un siglo, La consagración de la primavera suena violenta, extraña, con una fuerza obsesiva que pone la piel de gallina. La coreografía de Pina es brutal como lo exige la barbarie del sacrificio humano que va a tener lugar. Ya no recuerdo en detalle la versión de Béjart, otro grande de la danza, pero siento que la versión de Bausch es más primitiva, más arcaica, con esos brazos y esas piernas que se abaten sobre el piso como martillazos. Y después hay más y más y a la tierra esparcida en el escenario para el sacrificio de Consagración le sigue el agua, los chapoteos, los baldazos, la lluvia escénica de otra coreografía, menos potente pero igualmente gozosa, de atronadora música que -como toda la música de la película- es de una belleza infinita. Todo lo que veo es deleite para los ojos, shock visual de alto impacto, salpicado aquí y allá por imágenes de archivo y por rostros de bailarines que confiesan sus sentimientos más caros. En silencio, frente a cámara, se escuchan a sí mismos en grabaciones previas, recurso altamente logrado que rompe con el cliché del documental clásico.
    Me quedo con hambre de danza, y me entero más tarde que se está rodando –o que ya se ha filmado- otro film sobre la Bausch: “Dancing dreams”, allá vamos.
    Me carcome la duda: algunas críticas hacia los últimos trabajos de Pina apuntan a una repetición efectista. Eso es letal: ¿se habrá comido Pina a sí misma al comprobar su falta de savia nueva? Eso puede derribar a una artista y al árbol mejor plantado. A lo mejor nos morimos cuando estamos cansados del mundo, o aburridos de nosotros mismos.

Viviana Lysyj (Buenos Aires)
Seguir leyendo
MAPAS COMPARTIDOS

Mientras se traduce Piercing, por Viviana Lysyj


l 4 de enero me llega la traducción al francés de Piercing. Temo hacer clic en el archivo porque mi conocimiento del francés puede conducirme a estados alterados. Si mi novela se traduce al serbio o al chino –cosa altamente improbable- ya no tendré el control del texto, me vería por lo tanto obligada a confiar en el traductor-traidor, a dejarme llevar por las oleadas de sonidos incomprensibles que él introduce a lo largo de doscientas cincuenta páginas. Pienso en esa perspectiva y me sobreviene el pánico. El desconocimiento de un idioma exótico me deja inerme, desprotegida, y me enseña, definitivamente, la lección de la omnipotencia: yo no tengo el control del mundo. En este estado de ánimo abro el archivo: con euforia y temor, como si al abrir la caja de Pandora de la traducción fuera a encontrarme, entrelazados, serpientes y diamantes. El peso específico de imágenes y metáforas puede irse por la borda si la presencia de un traductor-escritor las altera o las suprime en pos de su propio deseo estilístico. De todos los traductores, ese es el más peligroso. Así que mi dedo índice derecho desconfía antes de hacer clic: es mi ligero encono contra el traductor que nunca me ha consultado, me imagino a un sujeto altanero, seguro de sí mismo, un superstar, así que en mi imaginación peleo con él y preparo de antemano la revancha: estoy convencida de que van a aparecer errores. Al principio prima la sorpresa, aparece el texto, la historia, pero con otros sonidos, con otras palabras engarzadas en frases a veces más largas que el original, otras, más cortas, ya que el traductor –en un rapto de síntesis- me tijeretea un par de ideas. Entonces aparecen las preguntas paranoicas: ¿la frase del traductor es más corta porque mis oraciones llenas de comas, sin punto y aparte, conllevan a su entender algún tipo de ilegibilidad? El fantasma de la política editorial se desliza por la mente: el traductor y la editora tienen un pacto de traducción que yo no conozco.
    El siguiente paso es la delectación: hay capítulos de la novela que en francés suenan más musicales: donde yo escribo se perfuma con alguna esencia digna de una bruja de aquelarre, la traducción reza: un parfum digne d´une sorciere en route pour le sabbat, o sea: un perfume digno de una bruja en ruta hacia el sabbat. La palabra aquelarre es fuerte, dura, la combinación de sorciere y sabbat, en cambio, suena más sibilante. De modo que en esta etapa me pongo a saborear el francés, y hasta tal punto saboreo que releo dos o tres veces el mismo párrafo (pero aparte del sabor, está ese gato alerta en mi mente que espera dar el zarpazo al primer error del traductor, ¡sí, busco denodadamente que ningún ratón se cuele en el texto!) y espero también –como el episodio de la magdalena en la taza de té de Proust- que renazcan sensaciones dormidas, los episodios que rodean a la elaboración del texto allá a principios del nuevo milenio. De modo que me voy por las ramas, leo y me maravillo con el vocabulario francés, me adormezco en el disfrute, pero de repente viene el empujón: aparecen los errores de sentido:¡ mordida es traducida como pot-de-vin que significa coima! El traductor tuvo un contagio del español de España donde al parecer a la coima le dicen mordida, en cambio mi mordida es pura mordida literal: morsure. Ahí es cuando mi gato mental se regodea en el zarpazo: el traductor vedette es sorprendido en su soberbia. Es en este punto donde la escritora desconfía para siempre: si hay un error, puede haber otros, incluso muchos. Se trata de una guerra declarada por el control del texto y en esta guerra es esencial que el soldado no duerma. Los sentidos alertas velan sobre la pantalla de la notebook para detectar la mínima aparición del derrape. Y sí, efectivamente, la operación de rastrillaje trae al mismo tiempo media hora de gozo y media hora de enojo: me deleito frente a los hallazgos del traductor pero enseguida me lleno de rabia frente a un malentendido, cuando yo escribo el flaco está en otra, el traductor escribe el flaco sale con otra, entonces la duda que me carcome es si no entiende el giro idiomático o si ha decidido a propósito, en pos de alguna lógica interna, cambiarle el sentido a la frase. A veces cuando hablo de hombro, él traducehomme que es hombre. Me pregunto qué sensaciones tendrá él cuando trabaja con sus traducciones: es de madrugada y ya lo gana el cansancio, ahí es donde baja la guardia y antes de poner en hora su despertador cierra la página con un desacierto. Termino disculpándolo porque la lectura global en francés es inspirada, tiene sentido del ritmo, gracia, agilidad. El examen exhaustivo me lleva veintidós días y diez hojas de correcciones y sugerencias. Analizo renglón por renglón, -una locura- con dedicación de amanuense. Y ahora, con el síndrome del nido vacío, reconozco en el trabajo obsesivo de revisar la traducción la misma demora que me gana a la hora de entregar un libro: no quiero soltarlo, la excusa es la perfección -que nunca llega-, pero el meollo es la angustia del desprendimiento porque el texto llena y su culminación conduce al vacío.

Viviana Lysyj (Buenos Aires)

Piercing fue publicada en español en el año 2006 por la editorial Alfaguara
Seguir leyendo
APUNTES

Injurias, por Viviana Lysyj


"En Francia, las injurias más abrumadoras datan de Voltaire y terminan con De Gaulle", constata Pierre Chalmin, el autor de un diccionario de injurias literarias de más de 700 páginas que aparecerá en Francia el 23 de septiembre. Los extractos de anticipo son absolutamente sabrosos y confirman que en todas las épocas los escritores se odiaron por diversos motivos, pero sobre todo por disidencias estéticas irreconciliables. Algo que hoy se disimula por diferentes conveniencias -¡todas las puertas que se nos cierran si criticamos a ciertos autores con poder!- pero que sigue latente y a punto de explotar como un territorio minado. Miren lo que escribe Paul Claudel acerca de André Gide: "Muerte de André Gide: la moral gana mucho y la literatura no pierde gran cosa" (vale aclarar que Gide también dijo cosas terribles de Claudel) o Jean Renoir sobre Céline: "Monsieur Céline me recuerda a una dama que tuviese dificultades periódicas, esto le provoca dolor de vientre, entonces grita y acusa a su marido. La fuerza de sus chillidos y lo licencioso de su lenguaje divierten la primera vez; la segunda vez, uno bosteza un poco; las siguientes veces, uno se las toma y la deja gritando sola". Para Henry Miller, Proust nunca va al grano: "Proust explica demasiado -para mi gusto-: 300 páginas para hacernos entender que Tutur se encama con Tatave es demasiado...".
    Las entradas de este imperdible diccionario se caracterizan por tres principios: 1) la notoriedad del injuriado, 2) la calidad de aquel que injuria y 3) el carácter excesivo, humorístico, o de una total mala fe del insulto.
    El título original del diccionario: "Cerrá la boca, Bukowski! Diccionario de injurias literarias" proviene de una anécdota acontecida el 22 de septiembre de 1978 en el estudio de televisión de "Apostrophes", el célebre ciclo de Bernard Pivot que en aquella ocasión recibiera a Bukowski. Parece que este último se vació dos botellas de vino durante la emisión y empezó a portarse mal, por lo cual Cavanna, otro autor invitado le espetó: "Bukowski, ta gueule! Je vais te foutre mon poing sur ta gueule!" que, traducido, sería algo así como "cerrá el pico o te voy a dar un puñetazo en la jeta!". Al final del programa Bukowski confesó que le había resultado insoportable toda esa cosa intelectual, vanidosa, discursiva, y que no encontró otro modo de tolerarlo que llenándose de alcohol.
    Según Chalmin, hoy se insulta de otro modo: callándose uno la boca, o conspirando con silencios. Ya no es época de duelos sangrientos sino de ese zumbido incesante de internet que amplifica todo como un eco. Pero cómo no extrañar frases como ésta de Salvador Dalí sobre Aragon: "tanto y tanto arribismo para arribar a tan poco!" o la feroz parrafada de los hermanos Goncourt sobre el poeta Verlaine: "maldición sobre ese Verlaine, sobre ese borrachín, ese pederasta, ese asesino, ese boludazo atravesado cada tanto por miedos del infierno que lo hacen cagarse en los calzones, maldición sobre ese gran pervertidor que, por su talento, ha hecho escuela entre la juventud letrada con todos los malos apetitos, con todos los gustos antinaturales, con todo lo que es asco y horror!". Otro tanto se explaya Witold Gombrowicz sobre Tchaikowski: "su obra desprende un olor insoportable, mezcla de insignificancia y de cosa superada, cosa muerta, enterrada, luego inflada artificialmente, melodías mediocres, ya perimidas". Y un tal Renard dice de George Sand que es "la vaca bretona de la literatura" (al traducir caigo en la cuenta de que "renard" en francés significa "zorro", con lo cual hay que ver quién es más animal, si el injuriado o el injuriante).
    En fin, en esta época de consenso blando no viene mal la lectura de frases viscerales. Ojalá a alguien se le ocurra un diccionario de injurias argentinas.

Viviana Lysyj (Buenos Aires)
Seguir leyendo
APUNTES

Les Glaneurs et la Glaneuse, por Viviana Lysyj


Film de Agnès Varda (Francia, 2000)
En este film -la palabra documental no le calza del todo ya que su costura excede a la etiqueta- la gran directora se pasea por toda Francia tomando planos de gente que recolecta basura, algunos para comer, otros para reciclar o hacer esculturas o muebles, y en esa diversidad de planos el espectador se encuentra con las manos viejas y nudosas de Varda que las expone a la pantalla como un objeto de estudio antropológico, muestra sus pliegues, sus arrugas, sus manchas. Pocas veces un film sobre la basura y la recolección en general -cosechas, coleccionismo, reciclaje- ha sido tratado con tanto respeto, belleza y lucidez.
    En ningún momento la mirada de la cámara de la directora se posa sobre los personajes de modo moral o intelectual, sus ojos hurgan junto a ellos, exponen los deshechos, acompañan al universitario que revuelve detritus y come tomates y lechugas de las bolsas que el mercado central arroja a la vereda después del horario de cierre.
    Me siento identificada con los aires de libertad que soplan en esos planos de los recolectores y la recolectora (la misma Varda) -como podría traducirse la actividad aludida en el título original- porque es un cine sin corset, lleno de digresiones, y eso que para otros puede ser un defecto -ese irse por las ramas que marca el movimiento de la digresión- para mí es una elección estética, y por una razón muy específica: la imaginación no es sedentaria sino nómade, recorre distancias imposibles en sólo segundos, con lo cual la clásica noción de unidad de acción es un chaleco de fuerza que ciñe los deseos de expansión del mundo imaginario. Así Varda se pasea por infinidad de espacios, muestra frutos, resalta el esplendor de los colores, se detiene en el cuadro de Millet "Les glaneuses", lo analiza, luego conversa con otros recolectores, aquellos que descubren paquetes de comida intactos que alguien arrojó a la basura sin siquiera abrir. Pero ella también es una recolectora, y una de las imágenes más conmovedoras de la película es la de un reloj que trajo de sus excursiones por la calle: un objeto ideal para el ser humano porque no registra el paso del tiempo: un reloj sin agujas, objeto que ahora decora su casa y acompaña sus reflexiones sobre la vejez. Agnès Varda acumula objetos heteróclitos bajo la lente, persigue movimientos de camiones, acompaña el ritmo discursivo de gentes y lugares, y en este ir y venir de la mirada -un poco fuera de tema o fuera de campo- hay paradójicamente un resultado de unidad inquebrantable porque la sensibilidad de la artista sabe que en esa "recolección" aparentemente azarosa están los elementos primordiales de lo que ella quiere contar".

Viviana Lysyj (Buenos Aires)

Sobre Viviana Lysyj: https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/10-2033-2006-04-17.html
Seguir leyendo
MAPAS COMPARTIDOS

Cuaderno de trabajo: La muerte del gato, por Viviana Lysyj


ste es el diario de escritura de la muerte de mi gato Príncipe. El cuerpo debajo del cuerpo, o de cómo los cuerpos amados estallan de vida y luego se deshacen en la muerte.
   "Vos no sos un gato, sos un angelito disfrazado de gato", suelo decirle muy a menudo estos últimos tiempos antes de que la leucemia felina se lo devore y le saque su preciosa sangre roja, glóbulo trás glóbulo, hasta la anemia más galopante en pocos días, "vos sos un angelito disfrazado de gato" le digo, y él me mira, entiende, sabe que mi frase es premonitoria, el salto al vacío de él, hacia la liberación final, y el mío, mi salto, hacia el desamparo absoluto en cuyo silencio me faltan sus maullidos, las variaciones tonales de sus maullidos que son para mí la música de las esferas, el pentagrama pitagórico con que descifro las necesidades y los estados de ánimo de mi gato, de mi príncipe, la expresión más desesperada del amour fou, la plenitud de un amor fusional y libertario a la vez, porque el amor imposible que acabo de descubrir es que la fusión eterna no existe, que hay un marco corporal siempre endeble, frágil, genético o adquirido, que va a separarnos, que él no es una prolongación de mi brazo, de mi vientre, o de mi mente, tampoco un hijo eterno que no crece ni abandona el nido materno sino un gatito que ha llegado a mi vida desde el extravío en la calle hasta el extravío más grave e irrecuperable de su sangre por el despertar de un virus latente que un día bosteza y estalla y despierta en mí el virus del lenguaje que también explota de palabras que se extienden en la pantalla de la computadora como las hojas de una enredadera donde yo tejo una botánica que nos mantenga unidos, porque ahí, enterrado en un enorme macetón del lavadero, mi gato va a dar a luz la planta más gatuna de la urbe, destilada en las gotas de las velas aromáticas color rojo sobre un montículo de tierra, una planta-altar de hojas exuberantes nacidas del compost de su cuerpo".

Viviana Lysyj(Buenos Aires)

Sobre Viviana Lysyj: https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/10-2033-2006-04-17.html

Seguir leyendo