ADELANTOS

Adelanto de Necias y nercias: “Perseverar” por Ana Ojeda


Cualquiera sabe qué quiere decir “inercia”, pero, ¿“nercias”, quién? Con la otra palabra del título es más fácil, todos saben aquello de “Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón…”, aunque en este caso, claro, las “necias” serían ellas. La clave del asunto está en la “y”, en la conjunción que todos conocemos y que pasa tan deslucida en los escaparates grandilocuentes de la vida doméstica, o domesticada, que recorre Ana Ojeda en los cuentos de libro. “Perserverar” también habla de ese asunto, y de perros, y de piletas…

I.

Aparece primero uno marroncito claro, fajado con un arnés que lo sujeta por delante y por detrás de las patas delanteras. No lleva correa. Entra trotando solo, avanzando en autonomía y a buen ritmo por el sendero central de la placita hasta que se detiene –con la exactitud de lo arquitectado de antemano– sobre su zapato, que mea alzando una gamba. A partir de ahí, can que traspasa el vallado de la plaza se concita, como radarizado, sobre ese zapato. Se apura a mear a su vez. La dueña del calzado aúlla cada vez que sobreviene la evacuación, sin cambiar de lugar. Por nada del mundo abandona el banco de piedra que ha elegido esta tarde para sentarse a ver pasar las horas. Gritos desgarrados aturden la paz barrial de la placita, evidencia incuestionable de su odio al can.
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ADELANTOS

Adelanto de la novela: Mosca blanca, mosca muerta de Ana Ojeda



Una mujer suelta la lengua y habla hasta por los codos de su cuerpo y los hombres, pero también de su dentista, de Aqua Gym…, habla como si dijera todo. Así comienza la nueva novela de Ana Ojeda (Buenos Aires, 1979), Mosca blanca, mosca muerta, que la editorial Bajo la Luna está a punto de publicar, y por supuesto, con la boca abierta.


Señora. Me molesta. ¡Y lo repiten! No paran, es como una obsesión que tienen, un cáncer toti, potencial, poderoso: la oscura enfermedad de los falsos, amables. Porque yo, hija de mis siglos, me esfuerzo. El finadito me dejó y yo gestiono. El ph, el local, la cochera. Su pensión. Vivo bien, discreta. Mente activa para que no se empaste el disco de arranque. No me dejo estar. Hoy, un ejemplo, ya veo que Juliana me va a hacer la de llegar tarde a Pilates. Esta Juliana se impresenta todo el tiempo. ¡Pelotuda me tiene! ¡La voy a echar! Siempre me llega tarde, es su deporte nacional. Al final es una tarada del montón, como dice Gladys. Lo que es la gente: mala y contenta.
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RELATOS

Relato: “Qué remedio”, por Ana Ojeda


Ana Ojeda es escritora y editora de El 8vo. Loco, una de las editoriales que desde hace ya varios años participa en el panorama de la nueva literatura argentina. En 2012 publicó su novela Falso Contacto, un recorrido por la piel de la ciudad en las voces de personajes que la atraviesan durante casi todo el siglo XX. El relato “Qué remedio” también está atento al tiempo, y sobre todo a esas marcas que nos marcan cuando creemos que vamos desmarcados por la calle.


Fue un caso de falta de respeto diacrónica. Lo que apenas pasados los 60 parecía obligatorio, a los 75 se volvió innecesario y después de los 90, ridículo. Cuidado con el escalón, por ejemplo. Cadera quebrada y recompuesta una, dos, tres veces.
–Tiene adentro más titanio que Terminator.
    Ella seguía en pie y silencio, habitando su tiempo huraño.
    Los nietos llegaron como guarnición de noisette. Comenzaron los deslices.
–¿Y si la disfrazamos de Mamá Noel? Total, con que esté sentada basta.
     La metamorfosis se operó múltiple y la convirtió en árbol de navidad, elfo del bosque o enana de jardín. El efecto encantaba a la parva de menores que acompañaba sin resistencia en la visita semanal obligatoria, pensando que la esquina de Independencia y Boedo era una especie de pelotero clandestino.
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NOTICIAS DE AYER

Animales, por Ana Ojeda


El 28 de marzo de 2013, 500 ciclistas autoconvocados en torno de la agrupación Masa Crítica circulaban por Figueroa Alcorta. A la altura de Sarmiento, Diego López, 55 años, atropelló con su taxi a 3 de ellos.


Automovilista
(Del ant. moeble y este del lat. mobĭlis: dicho de todo aquello que puede moverse por sí mismo)

1. com. Mamífero omnívoro de la familia de los brutos. En perpetuo desplazamiento, para él la inmovilidad (su mera perspectiva) es panic attack. Nace adulto y, aunque algo torpe en sus movimientos al principio, sabe ya que cualquier cosa es mejor que la humillación del freno. Preferirá cien veces desgarrarse la garganta a bocinazos (ululares, algunos, bastante ridículos) que frenar, como si su supervivencia dependiera de no aminorar la marcha, no ceder un centímetro de la posibilidad de avance continuo hacia el horizonte.
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MAPAS COMPARTIDOS

Crónica de un grotexto (1) que da vueltas sobre la literatura argentina, por Ana Ojeda


e desperezó y no pudo evitar el reloj: las diez y media, el sol entraba lleno de polvo por la ventana. Venía de un sueño plúmbeo, petite morte que siempre resultaba en un renacer rejuvenecido: recargué pilas. Se repantigó debajo del plumón (única posesión de valor en el monoambiente de alquiler) y se convirtió en una pequeña pirámide con funda. Mientras colgaba sus ojos de la deriva del polvito ingrávido que caía sin fin a la luz del sol, barajaba posibilidades para la jornada a cuya puerta se encontraba. La quería lánguida, saquito de lana y polaina a media pantorrilla, rodajas de pan con miel y mate mate mate, para que por contraste la desempetrolara del desquicio que era su cotidiano de secretaria en la Fábrica de Fantasmas del Sr. Quiroga. Se acordó de su madre, hacía cerca de un mes que no la veía, y no porque no estuviera allí, junto a ella, en la otra mitad de la cama.
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APUNTES

Música acuática, por Ana Ojeda


A propósito de Las ostras, de Martín Cristal
Caballo Negro editora, Córdoba, 2012, 232 pp.


Somos madeja esponjosa en las garras de un gato cruel. Y no tenemos escapatoria. Más tira él de la hebra suavemente peluda, más se adelgaza nuestra respiración, que adelanta desgracia: el derrumbe final de Franco, hombre bueno que pugna por establecer un vínculo con el hijo de su mujer y darse un lugar en su nueva familia. Así, con esa tensión, trabaja Martín Cristal la materia de su historia en Las ostras, publicada con cuidado y elegancia por Caballo Negro (www.caballonegroeditora.com.ar), joven proyecto editorial cordobés: sobre la cornisa del suspenso. Su narrador, alfarero hábil, moldea el abismo de la tragedia como una pieza de cerámica húmeda. La modela con paciencia y arte, dándole forma, perfeccionando sus ángulos, su orientación; aprieta y ajusta hasta lograr situaciones que tanto pueden resolverse sin dificultad como desplomarse en la más amarga de las desgracias. El lector, aferrado a la baranda, sigue las derivas de los personajes con los ojos secos a falta de pestaña enmovimentada, intentando en vano anticipar lo que vendrá sin por eso poder hurtarse al correr de las páginas.
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NOTICIAS DE AYER

Circo Beat. Ida y vuelta a la Feria del Libro de Córdoba 2012, por Ana Ojeda


Risa o refalosa: ésa es la disyuntiva en Ascasubi
J. L. Borges

San Cristóbal haciendo esquina y recostada sobre ella, un Peugeot 206 metalizado. Dos adentro y dos afuera, una mochilita por cabeza, sonrisas y expectativa en el tupido cejamén del conjunto. Son cuatro y parte de un contingente mayor, armada Brancaleone y repulgue en torno de Matías Reck, Esplendor Editorial responsable de Milena Caserola, Kali de mil brazos, ramificaciones, presentaciones y formatos con un solo objetivo: apretar el pomo hasta hacer de la editorialía una experiencia horizontal y común, en la que todo el mundo produzca los libros que desee y obtenga por ellos el reconocimiento que hoy se reserva a sellos exquisitos como –un ejemplo– La Bestia Equilátera. En definitiva: expoliación proletaria en el campo cultural: se viene el estallido.
–Está todo bien, muchachos, todo es relativo –Esplendor Editorial mediando en una de las reuniones previas del Córdoba Tour–. El que quiere las vende y el que no, no. En todo caso, la rifa se hace el 9 de octubre en Eterna Cadencia, ¿estamos? Es por un e-readerehhh, por un i-pod, un pad… por un Kindl. La pantallita ésa para leer libros e. Chicos: pongámonos las pilas –y sonrisa de gato Cheshire.
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RELATOS

Adicción, por Ana Ojeda



La cantante británica Amy Winehouse, de 27 años, ha sido encontrada muerta en su casa de Londres. La intérprete de soul tenía un largo historial de problemas con el alcohol y las drogas, sustancias a las que era adicta.

El truco no salió como la modeluchi había practicado y al pasar por encima de la cabeza de su soñador dio el empeine contra la frente del participante, resultando el imprevisto en un fuertísimo golpe contra el piso (la cabeza en pole position), que la recibió con los brazos abiertos. Mantuvo el conocimiento, pero no pudo evitar primero las náuseas y luego los vómitos (todo líquido, la última comida había sido hacía casi cuatro días) que la tomaron por asalto a continuación. La modeluchi continuó con la coreo hasta el final, momento en que la cámara 1 pudo por fin atropellarse en un primerísimo primer plano de sus enormes tetas turgentes bañadas de jugo gástrico y lo que parecían pedazos de nueces, aceitunas y almendras, pero eran en realidad fragmentos de tejido estomacal.

–Se golpeó feo –aclaró el Conductor en off acercándose con cara de circunstancia, haciéndole señas al camarógrafo de la steady de que se aproximara con él.
La vomitiva participante hipaba a los pies de su soñador, con el pudor despelotado. Con el golpe, el hilo dental se había desacomodado y los pezones, antes hábilmente escondidos detrás de un sutil soutien, tomaban el fresco de la noche, a algunos centímetros del atribulado mentón, que experimentaba cierto movimiento tectónico tipo puchero. La organizada presencia del Conductor, de impecable ambo azul a rayas blancas, contrastaba con el despatarre de la modeluchi, que seguía los eventos desde el piso. El Conductor se acercó a ella para informarse –como si no hubiera sido obvio– de cómo te sentís. En ese grotesco mundo del revés en el que los hombres eran todos domadores y las mujeres sus exóticos félidos, vistosos pero sumisos, hasta lo evidente exigía confirmación.
–Estoy bien, estoy bien –gorjeó inexplicablemente la modeluchi, temiendo que el líquido gástrico estuviera desmereciendo las tomas de su inflada proa.
Parecía improbable que sus declaraciones fueran veraces, sobre todo porque segundos después se desvaneció, obligando al Conductor a reposicionarse de modo que la cámara 1 la tomara en toda su vulnerable decadencia.
El silencio se hizo en el estudio y sobre todo entre los miembros del jurado, compendio de cirugía plástica y boca de goma, impecable muestreo del grotesco de la realidad ciudadana. Algo había en riesgo, pero no quedaba claro si era la vida de la modeluchi, los puntos de raiting o la continuidad de la emisión (el Inadi era vivido como un peligroso Gran Hermano al acecho de métodos impropios) cuyas cámaras, lejos de la interrupción, seguían tomando todos los detalles del repentino coma cerebral de la odalisca. Le enfocaban los ojos, piadosamente cerrados, la boca, todavía con restos de líquido gástrico, pero sobre todo las tetas y la cotorra, que se adivinaba apenas debajo de la escueta lycra color piel elegida por la danzarina para acometer el romántico adagio.
–Que venga un médico. Dr. Laponia, por favor –exigió el Conductor, que no parecía particularmente urgido.
Su tono era neutro, parodia de la seriedad postpreocupación. Los tomas del piso se sucedieron y alternaron escorzo (piernas abiertas que flanqueaban el espolón aéreo terminado en la vertiginosa hendidura), picada (foco en el pezón derecho, escapado –como su hermano– del confundido corpiño) y raz de piso (el Conductor, el micrófono cosido a los labios y junto a él, decenas de anónimos llamativamente desprolijos en el vestir). La escena emuló la que se repite desde el alba de los tiempos: el pequeño roedor abandona la huida, quedando a merced de la desagradable hiena, que se precipita sobre ella con sus mandíbulas poderosas, capaces de quebrar huesos y desgarrar pellejos, para saciar su gula putrefacta. Al fin, la modeluchi volvió en sí: sobre la camilla y con cuello ortopédico, rodeada por un séquito de desconocidos útiles. El Conductor, con el tono de quien realiza obra benéfica, se coló entre ellos para ponerle el micrófono a la accidentada debajo del naso, para que calmara la lógica sed de información de los telespectadores.
–No sé qué pasó, chicos. Me fui en el truco y me desperté acá. Quiero decirle a mi marido, que me está mirando, que estoy bien, que no se preocupe, y también a mi mamá, que no se preocupe, estoy bien.
El Conductor entonces enfrenta la cámara 1 y repite en discurso indirecto las palabras de la modeluchi. Su actitud aporta credibilidad y además sirve de prólogo para el debate que inaugura enseguida, acerca de qué fue lo que realmente pasó (como si no hubiera quedado claro). Desde la producción, alternan su voz con la repetición en cámara lenta de la caída. Una y otra vez, hasta la náusea. El Conductor, mientras, entrevista a las chicas del Coro, que aguardan sus democráticos 15 minutos de fama con ojos de oportunidad. Una cualquiera de entre ellas se adueña del micrófono y ofrece su versión de lo acaecido, igual de válida que todas las anteriores y siguientes. Aprovecha para desfilar el conjunto de tanga y corpiño transparente con corazoncitos en los pezones, que el Conductor le elogia:
–¡Cómo estamos hoy! Estas chicas cada vez más lindas.
El minirreportaje concluye con un primer plano de la cara –expresión de perrita en celo– de la interpelada, que pronto vuelve a la línea de bailarinas decorativas, contoneando todo lo posible la raya del culo.
Entre el jurado cunde el cuchicheo. La deformidad morocha –alguna vez vedette y actriz, actualmente mejunje de carne operada– toma la palabra compungida y pedorrea un mea culpa.
–Por nuestra parte no vamos a pedir más tantos trucos y acrobacias. Yo, por lo menos, me comprometo a bajar las exigencias porque este no es el primero de estos episodios.
La deformidad rubia –alguna vez vedette y actriz, actualmente mejunje de carne operada– asiente en silencio, tan chocada por la situación que por primera vez en lo que va de la emisión acuerda con su archienemiga. Entre los jueces “hombres” –a pesar de que aquí cualquier teoría de género encuentra su límite– las opiniones son similares, si bien bigotito con sombrero se apura a explicitar que la responsabilidad de la caída no la tiene la coreo sino la modeluchi, que no logra levantar la gamba sin provocarse un desgarro. El coreógrafo también toma la palabra, a su turno. Explica que la exigencia no fue mayor, probablemente la modeluchi se esté sobreexigiendo: a las dos funciones diarias de calle Corrientes hay que agregarle las demandas de los hijos (es madre de un par), los ensayos, en fin, mucho trabajo. Todos entienden y acuerdan –no se sabe exactamente en qué–, se adoran y tiran flores. La tragedia ha dado paso a un gran entendimiento general, que dura lo que un corte comercial porque el Conductor sabe que su negocio es la venta de carne podrida y si no hay enfrentamiento, no hay raiting.
–“Pan y circo”, en latín panem et circenses, es una fórmula que conjuga una concepción del pueblo (o la ciudadanía, en este caso) como básicamente estúpido y la existencia de un gran hombre (emperador, rey, general o, sencillamente, conductor, condottiero) que alimenta los instintos más bajos de la plebe con vistas a lograr su apoyo o adhesión incondicional. La masa, entelequia que poco tiene que ver con el individuo, es el objetivo de este tipo de comportamientos demagógicos, tan antiguos como el hombre mismo.
Eructos de su memoria que se inmiscuyen en el presente, cruzándolo con rastros de otras épocas. Siempre la consideró frágil, en concordancia con el sintagma cristalizado por la haraganería consuetudinaria. Sin embargo, cuando se detiene a pensar en ella se le aparece la pachorra barrial de un domingo, la límpida quietud de un feriado. Se trata, para él, de una memoria indolente y poco dada al esfuerzo, crítica –por lo tanto– de la pertinencia del trabajo como objetivo de toda vida humana. Entre los recuerdos que, por alguna razón, su memoria gata al sol no deja escapar se cuenta el de su profesora de Latín y Griego del secundario, mujer admirada y adorada en partes iguales, trabada en el silencio tenso de un felino antes del zarpazo. Su voz los lleva de las narices, tironea sin miramientos de su curiosidad, la acicatea, pincha y pellizca hasta que logra despertarla, a pesar de la lejanía, de la estrambotiquez de ser un grupete de señoritos jadeando para recordar –a duras penas– el alfabeto griego, tartamudeando sus letras con una mezcla de obligación y vanidad, sabedores de las bondades de entrenar la memoria, hábito del que chorrearán, con el tiempo, futuros resplandecientes.
–Y si bien Aristófanes lo precede varios siglos, se puede decir que Los caballeros es una obra en la línea de lo que el poeta Juvenal, alrededor del año 100 antes de Cristo, acuñó en su Sátira X como panem et circenses. En dos palabras: Demos es un hombre simple, medio boludo. ¿Qué significa demos en griego?
–Ciudadanía, doña.
Aprovecha el corte comercial para levantarse a tomar jugo. Se siente embotado, abotagado. La caída de la modeluchi no le ha causado ninguna impresión. Consumidor habitual de la programación de los canales de aire, tiene un umbral de tolerancia altísimo, cada vez mayor. Se pregunta qué podría sorprenderlo: ¿una muerte en vivo, allí, sobre el piso?, ¿sexo explícito entre el jurado y alguna participante?, ¿el Conductor cogiéndose de parado a alguna de las modeluchis participantes? No, no le parece probable. El mundo de la tele es un universo lejano y fascinantemente degradado, que no puede dejar de consumir. Noche a noche, día a día. Cada vez necesita más horas, más humillación, más carne sobre el asador. Se ha convertido en un voyeur y le resulta imposible saciarse.
La tanda termina. Enjuaga el vaso y acomoda el mantel floreado de la mesa de la cocina. Apaga la luz.
–Dale, papá, apurate que te vas a perder cuando se la llevan. ¡Parece que de nuevo perdió el conocimiento!
Ana Ojeda,
Buenos Aires, EdM, julio 2012

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PIES DE IMAGEN

(Id)entidad. Un recorrido por los paisajes humanos de Laura Ojeda Bär, por Ana Ojeda


¿Dondé se ovilla la identidad? ¿Dónde atraca? Los cuerpos que desaparecen en los inquietantes –paradójicamente tranquilos– cuadros de Laura Ojeda Bär responden a estos interrogantes con acercamientos, intuiciones, soluciones provisorias, que se corrigen sobre la marcha. Proponen: la identidad como work in progress, sin paz, sin fin. Cambiante, por momentos densa o deshilachada, luminosa o apagada o estrambótica como un loro salido de La isla del tesoro sobre el hombro de un perfecto porteño de clase media. Porque en la obra de LOB todo habla del ser: qué se es y cómo. 

Hombres y mujeres en permanente (de)construcción, en un juego de falta y resto: cabezas sin cuello, tórax sin cintura ni cadera, pies sin pantorrillas, hombros sin brazos. Cuerpos incompletos. Pantalones pintados con esmero que resaltan la ausencia de las piernas, bufandas retratadas con exactitud milimétrica anudadas a cuellos que se desvanecen en la nada, en las pinceladas del fondo. El cuidado impetuoso con que LOB trabaja la ropa de sus modelos contrasta con el interés relativo que le suscita su fisonomía. Se trata más de captar al vuelo un gesto, una pose, que de intentar representar a una persona de forma mimética. La potencia pictórica de LOB se desencadena de manera furiosa en los detalles, un par de zapatos, un short. Y luego, como la ola que baña la arena playera, se repliega dejando en el camino una mano, una porción de cara, un cuello. 


Si –raro– una tela contiene un retrato completo de cuerpo entero, con todas sus partes y detalles, lo que se desvirtúa entonces es el fondo, de pronto área para la experimentación y el desacato. En los cuadros de LOB encontramos una negación de la idea de la totalidad como algo concluido, cerrado, porque no hay conclusión posible para la identidad. O, lo que es lo mismo: LOB concibe la identidad como una experiencia siempre abierta, fluida, en perpetuo cambio. Una experiencia que se inscribe en la ropa, la pose, el gesto y se transmite desde detalles ínfimos, que pasarían desapercibidos, si no fuera por su ojo, que salvaguarda para nosotros los nodos significativos de quienes sujeta con su pincel a la tela. 

LOB desmembra cuerpos con apacibilidad, en un gesto que se opone a la espectacularización de la violencia a la que televisión y cine nos han ido acostumbrando. Desde el circo desbarrancado de Tinelli –al que le impugno no la exposición pornográfica (carente de cualquier totalidad posible, justamente) de los cuerpos femeninos, sino la rabiosa lógica falocéntrica con la que somete a sus participantes mujeres– hasta el último blockbuster de “acción” parido en California, pasando por emisiones como TruTv y otras similares. Amable sosias de Hannibal Lecter, LOB ofrece al espectador un almuerzo desnudo en el que riega pistas y detalles, salpicados aquí y allá, para obligar al espectador a hacerse cargo de manera activa de la parte que le compete en el proceso de decodificación, en la asignación de rasgos y matices; a reconocer sus intuiciones, prejuicios y sospechas como un ropaje más que se cierne sobre el interrogante que lo interpela desde la tela. 

Del hombre de calzoncillos colorados al misterioso hombre sobre fondo azul, las presencias de LOB se afirman en lo que falta, como si lo que nos constituye fuera, primero y antes que nada, lo que todavía no sabemos de nosotros mismos, lo que nos queda por descubrir. 

Ana Ojeda 
 Buenos Aires, Argentina, EdM, junio de 2012
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