RELATOS

Relato: “Qué remedio”, por Ana Ojeda


Ana Ojeda es escritora y editora de El 8vo. Loco, una de las editoriales que desde hace ya varios años participa en el panorama de la nueva literatura argentina. En 2012 publicó su novela Falso Contacto, un recorrido por la piel de la ciudad en las voces de personajes que la atraviesan durante casi todo el siglo XX. El relato “Qué remedio” también está atento al tiempo, y sobre todo a esas marcas que nos marcan cuando creemos que vamos desmarcados por la calle.


Fue un caso de falta de respeto diacrónica. Lo que apenas pasados los 60 parecía obligatorio, a los 75 se volvió innecesario y después de los 90, ridículo. Cuidado con el escalón, por ejemplo. Cadera quebrada y recompuesta una, dos, tres veces.
–Tiene adentro más titanio que Terminator.
    Ella seguía en pie y silencio, habitando su tiempo huraño.
    Los nietos llegaron como guarnición de noisette. Comenzaron los deslices.
–¿Y si la disfrazamos de Mamá Noel? Total, con que esté sentada basta.
     La metamorfosis se operó múltiple y la convirtió en árbol de navidad, elfo del bosque o enana de jardín. El efecto encantaba a la parva de menores que acompañaba sin resistencia en la visita semanal obligatoria, pensando que la esquina de Independencia y Boedo era una especie de pelotero clandestino.

     Antes de los 100 no se tomaron el trabajo de pensar qué hacer con ella, sería tal vez que no se les había ocurrido que resultaría tan aguantadora. Fue el “cancerito”, como le decía el de cabecera, el que los hizo pensar que habían dejado de ser idóneos. Además, los chicos habían crecido y ya no quedaba nadie que se riera de la nariz de payaso o la corona de princesa de cartón, torcida sobre despeinados vellones pelirrojos con artificio, extrañamente ajada.
    Resultó que todos los geriátricos de Buenos Aires estaban llenos, con lista de espera.
–¿Pero no podrán…? Es tan menudita, cabe en cualquier lado.
     Se acordó hacerle un lugarcito en el cuarto del mayor, emancipado hacía tiempo y padre él mismo de una pandilla de emoticones siempre dispuestos al desmán.
    La decoración generó cierta controversia. Hubieron los que apoyaron el cambio y los que se expidieron por el gatopardismo, vale decir, por reacomodar los posters del Increíble Hulk, He-man y San Lorenzo corazón para dar idea de elegante con las mismas pilchas de antes.
Ganó la lavada de cara.
     Ella aceptó bien el cambio, nadie le escuchó una queja. Para evitar que se luciera con la gran suelta de dientes (epílogo de todas las comidas), se ocupaban de alcanzarle comestibles y bebestibles al cuarto. Preferían marginarla de la mesa familiar, el espectáculo era socorrido. Lo de la higiene también pasó a ser un imperativo relativo porque tan viejita está, da pena molestarla.
    Cumplió 110 y le organizaron un fiestón. Llenaron el comedor de flores y velas y gente. Por respeto y en atención a su fragilidad todo el mundo hablaba bajito, le deseaban un futuro pronto y mucha paz.
Tampoco eso funcionó.
    Intentaron entonces la indiferencia. Contrataron a una señora para que se ocupara y se ocuparon ellos de vivir, que bastante les costaba como para andarse diversificando.
    El primer zafarrancho cardíaco fue como una bendición largamente esperada, neutralizada con eficiencia por el activo personal del SAME. En caballería rusticana llegaron al lugar del hecho, desfibrilador en mano y lograron contrarrestar natura sin ningún inconveniente. Dejaron anciana en reposo y misivas para el de cabecera, que la familia prefirió ignorar con un suspiro contrariado.
    Los nietos tuvieron hijos y fue nueva algarabía y bullicio a su alrededor y entorno. Una vez más hubo sentido y se la vio bastante por el comedor, de palmera o torre eléctrica. Tal vez fuera el deambular, de pronto incrementado: un hongo la atacó fementido, haciéndose con todas las uñas de uno de sus pies en calidad de sarmentoso trofeo. El hecho tuvo alguna repercusión por lo desagradable de la vista resultante, pero como tenía de repuesto en el otro pie, pronto cayó en el olvido.
    El segundo berrinche cardíaco pasó sin pena ni gloria, poco antes de Navidad. Una vez más, la corporación médica se interpuso con eficacia en el decurso de esta historia. El brindis tuvo lugar a las doce en punto, de acuerdo con la receta milenaria.
    Hubo a continuación quienes auguraron ACV y nocaut técnico. Otros, en cambio, se inclinaron por un triunfo por abandono.
    A partir de los 120, bajaron los brazos y dejaron de contar. Imposible parecía doblegar la porfía médica, siempre dispuesta a una absurda contención de daños. Así siguió, estancada en su porfía, en eterna cadencia.

Ana Ojeda
Buenos Aires, EdM, octubre 2014
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