APUNTES

Sublunar. Entre el kirchnerismo y la revolución, de Javier Trímboli, por Roberto Pittaluga


El pasado sábado 9 de septiembre el sello 40 Ríos, una oportuna asociación entre el colectivo editor de El Río sin Orillas y Las 40 editora, convocó a la presentación de Sublunar. Entre el kirchnerismo y la revolución, de Javier Trímboli. El ensayo, que el autor de Espía vuestro cuello comenzó a escribir en diciembre de 2015, fue presentado por Guadalupe Lucero, Matías Farías y Roberto Pittaluga, en Caburé Libros. Escritores del Mundo festeja la salida del libro y comparte con sus lectores esta lectura escrita por Pittaluga a partir de su presentación. 

Un incisivo libro acaba de publicar Javier Trímboli bajo el sello Cuarenta Ríos. Ya el título advierte que se trata de un recorrido singular, tanto como la experiencia sobre la que reflexiona.
    Singular, el texto. Se equivocaría quien pensara encontrar allí una suerte de balance distanciado de los aspectos positivos y negativos de los años del kirchnerismo (o aun, de la gestión estatal del kirchnerismo), o un texto que actuara como exorcismo de purificación; “no va por ese lado”, como suele decir Trímboli a lo largo de sus 164 páginas.
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ESCRITORES EN SITUACIÓN

Voces de la Revolución: Carta a Frank Harris (1920), por Emma Goldman


Deportada junto a su compañero, Alexander Berkman durante el Red Scare en Estados Unidos, Emma Goldman llega a la Rusia de los Soviets en 1920.
    En la carta a Frank Harris de ese mismo año son visibles algunos de los aspectos de la revolución que provocan su inicial simpatía. Entre otros, la toma de la palabra por parte del pueblo como dimensión característica de lo revolucionario; la puesta en marcha de un principio no productivista, que atendiera primero a las necesidades; o el fortalecimiento de la fe revolucionaria como talante espiritual de las multitudes en el escenario más adverso y necesitado que pudiera imaginarse. Un texto que nos ofrece una breve imagen del despertar revolucionario, pero que en esa brevedad de la presentación —que será también la de la experiencia de la revolución— ausuculta allí mismo los vectores posibles para historias futuras alternativas, que quedan así pendientes.
    La voz crítica que siempre la caracterizó la llevará a distanciarse del proceso revolucionario, particularmente por la pérdida de vitalidad de las organizaciones y movilizaciones del pueblo frente a un Estado cada vez más centralizado, marcando la represión de Kronstadt un punto sin retorno para la mirada de esta militante libertaria.
    La carta constituyó uno de los materiales con los que Goldman elaboró su manuscrito sobre Rusia, al que titulo “Dos años en Rusia”, pero que fue publicado de modo incompleto en Nueva York en 1923 con el título My Disillusionment in Russia. Pero antes, ese mismo año de 1920, fue publicada en Buenos Aires, en una compilación, por la editorial anarquista Argonauta. (Presentación y archivo: R. Pittaluga)


Petrogrado, enero 29 de 1920

Estimado señor Harris:

Nuestro viaje en ferrocarril a través de Finlandia, en carros cerrados y con Guardias Blancas a la vista, fue una pesadilla. Mannerheim no hace ya más carnicerías en Finlandia, pero evidentemente su espíritu se mantiene vivo. Durante 24 horas se nos trató atrozmente; después nuestros carceleros aflojaron algo la rígida disciplina. Súbitamente se tornaron más corteses. Luego supimos que había sido la noticia del levantamiento del bloqueo la causa de este cambio de actitud en ellos.
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ADELANTOS

Soviets en Buenos Aires, de Roberto Pittaluga


El mes próximo la editorial Prometeo distribuirá Soviets en Buenos Aires, de Roberto Pittaluga. ¿Hubo un soviet en Buenos Aires? ¿La revolución de octubre tuvo también lugar en las inmediaciones del obelisco? En este estudio minucioso sobre "La izquierda de la Argentina ante la Revolución Rusa" se afirma una cosa y también la contraria. Porque asume a la ficción "como instancia de inteligibilidad, parte inescindible de cualquier régimen historiográfico". Pittaluga, co-autor de Memorias en montaje (2006), propone en este, su más reciente trabajo, la cualidad política del soviet que sí existió: el que el libro compone, "una subjetivación que desabarataba identidades y saberes", la verdad de ese instante de emancipación que recorrió el mundo en la primera posguerra. Escritores del Mundo se complace en presentar este adelanto.



Preliminar

“Especialmente en Rusia sólo puede ver quien ya se ha decidido. En un punto de inflexión del acontecer histórico, como lo vaticina, si no lo establece, el hecho de la «Rusia Soviética», ni siquiera cabe debatir cuál realidad es la mejor, ni cuál voluntad se encuentra en el mejor camino. Solamente se trata de lo siguiente: ¿Cuál realidad converge internamente con la verdad? ¿Cuál verdad se prepara internamente para converger con la realidad? Sólo quien responda claramente estas preguntas es «objetivo». No frente a sus contemporáneos (eso no interesa) sino frente a los hechos actuales (eso es lo decisivo). Sólo quien, a través de su decisión, haya hecho las paces dialécticas con el mundo, puede entender lo concreto. Pero a quien quiera decidirse «sobre la base de los datos», los datos no le ofrecerán base alguna para la decisión”.
Walter Benjamin, 1927.


1. ¿Qué discute la izquierda de la Argentina cuando se encuentra ante la Rusia revolucionaria? Evidentemente se discute, con los elementos que se tienen a mano, sobre la revolución en un lugar a la vez “lejano” y “cercano”. Una controversia entre la idea y la imagen que se tiene de lo que una revolución debe ser, y lo que una revolución acaecida dice que es —y hace por ese decir. En esa discusión sobre se tramitan, simultáneamente y por debajo, las querellas político-conceptuales que traman un campo de izquierda cuyas polaridades no se corresponden, necesariamente, con sus divisiones identitarias, ni con los términos del léxico heredado. Querellas político-conceptuales: son los sentidos de ese léxico los que quedan en entredicho, y en su objeción afloran los supuestos que traman —tejen y también conciben, engendran— los significados de la emancipación. Supuestos que son como topoi que ofician de puntos de anclaje de las derivas significativas y desde los cuales se construyen, como edificios argumentales, las orientaciones y las acciones de la izquierda. Pero esos lugares son también objeto de otra controversia, que no es explícita. Hay una arquitectura inestable de lo que se llama campo de izquierda, y el lenguaje que la textura está lejos de parecerse a un sistema homeostático. Ese universo nocional puesto por debajo y que generalmente escapa a la mirada, aflora en los deslizamientos de sentido de aquellas palabras propias del léxico de la izquierda en el momento en el que es tocado por la revolución, exponiendo en una larvada guerra por sus significaciones ese campo polar (que la izquierda es) y la inestabilidad semántica —y por ello política— que lo anima. Atravesar los nombres de ese léxico con el que la izquierda se presenta en una coyuntura que compromete sus coherencias para producir una aproximación a ciertas instancias de significación que no necesariamente fueron inteligibles a sus contemporáneos, es el propósito de este trabajo. Atravesar: se trata de una ex-posición a través de los discursos, a través de las palabras proferidas.
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NOTICIAS DE AYER

Leer lo que (no) se dijo, por Roberto Pittaluga


Uno de los aspectos a través de los cuales la prensa gráfica tomó posición en relación a la dictadura iniciada en 1976 fue la construcción de una panorámica del momento político como un pasaje natural desde una situación de caos y violencia desintegradora de la nación, a una instancia de recomposición, orden y sensatez. Por eso titulaban que las fuerzas armadas asumían el gobierno o el poder. Asumir: tomar algo, pero en el sentido de la responsabilidad, de un deber, una obligación.

     Esta estrategia discursiva que expone la situación como pasaje de la crisis al orden es particularmente visible en la primera plana de Clarín del día siguiente al golpe, el 25 de marzo de 1976, donde título y volanta principal rezan “Total normalidad. Las Fuerzas Armadas ejercen el gobierno”. Ejercer el gobierno: como se ejerce un oficio o un derecho. Las imágenes que acompañan esas afirmaciones y naturalizaciones son la de los tres comandantes que integran la Junta Militar y una fotografía del centro porteño cuyo epígrafe aclara que en “la primera jor-nada del nuevo régimen … la actividad industrial y comercial se desarrolló sin inconve-nientes” y que “las calles del centro de Buenos Aires mostraron su aspecto habitual”. Esta primera plana resulta interesante por su estructura visual, que parece simular una balanza: volanta y título son el fiel del momento, y se sostienen en las dos imágenes que acompañan la tapa; a su vez, es la posición complementaria entre ambas fotografías la que permite estabilizar el montaje de textos e imágenes que finalmente construye una figura de equilibrio, dando una idea de estabilidad de la situación (y con ello de vuelta a la normalidad, a la norma, a lo “habitual”). El enlace entre ambas imágenes no es sólo por composición visual; también las conecta un epígrafe compartido, que narrativamen-te inicia la elucidación de lo que se ve a la izquierda para pasar luego al cuadro de la derecha sin solución de continuidad, estableciendo así un juego complementario entre ambas fotografías. Justamente a la derecha, una vista de la peatonal Florida (es la calle seleccionada) expone un tránsito de personas en ambas direcciones lo más alejado posi-ble de las figuras o representaciones de las movilizaciones sociales. Esta imagen “de la calle” se apoya en la fotografía de la izquierda, donde tres figuras rígidas, la de los co-mandantes militares de la nueva dictadura —en una composición de la toma que destaca por la simetría— semejan columnas de un nuevo panteón, y en “posición de firmes” pretenden ser la figuras vivas de los pilares fundamentales del orden y la normalidad; esta imagen de la izquierda juega visualmente como condición de posibilidad —y por eso también de fundamento de un reordenamiento social— que explica tanto el tránsito cansino del peatón como el vertiginoso deambular del agente de Bolsa o del emprende-dor comercial que se muestran a la derecha.
     El montaje expone, a la vez, que la de los medios es una posición anfibológica: a través de sutiles juegos argumentales y visuales pretenden mos-trar el acontecimiento desde un punto de vista exterior para poder ser un agente de su construcción como instancia legítima (y ese es el modo de ubicarse en su interior). El discurso —texto e imagen— adquiere la pretensión de la neutralidad de aquél que muestra una escena, como si no estuviera involucrado en el paisaje. Pero justamente se trata de una construcción del paisaje, de un recorte y una organización semántica de lo dado, que muestra y dice, a la vez que oculta y calla.
     Selección de palabras e imágenes que señalaban y ocultaban, que apuntaban y silenciaban: así la metódica exclusión de vocablos como “golpe” o “dictadura” para nombrar lo que sucedía en y desde marzo de 1976. No todo se explica por la censura, ni ha sido meramente un escamoteo de ciertos términos “fuer-tes” para poner en liza otros menos dramáticos, como si tratara de una moderación de las expresiones. Antes bien se fue constituyendo una terminología y una interpelación discursiva que eran portadoras tanto de una interpretación sobre situaciones y aconteci-mientos de aquella actualidad como de la violencia estatal que se había puesto en juego; palabras y discursos aptos, asimismo, para ser utilizados en ámbitos muy variados debi-do al carácter poco preciso de sus significaciones, y con la facultad —derivada de todo ello— para disponer comportamientos y actitudes. Un campo discursivo que si bien se sostenía en el ejercicio de la violencia —dirigida a un otro, el subversivo, acechante, omnipresente, potencialmente cualquiera— se caracteri-zó también por producir una significación latente, instituida en la conexión entre la re-presión y la figura de una nueva subjetividad emergente.
     Quizás una de sus más citadas ilustraciones haya sido esa frase aparentemente destinada a una mentalidad higienista: “el silencio es salud” se transformó en un cliché gracias también a una larga tradición discursiva que hizo de la metáfora biológica una de sus principales imágenes del orden social. Pero ni esa tradición ni el hecho de contar desde 1975 con una publicística fenomenal (fue re-producida en un enorme anillo que rodeaba el obelisco de Buenos Aires) fueron los mo-tores principales de esa popularización de la frase en cuestión: fue el pacto político que propiciaba bajo coerción el motivo de su conversión en saber popularizado para finalmente ser constitutiva de una figuración subjetiva; un saber que estimaba que si en la Argentina de Videla deberían morir todos los que fueran necesarios para resguardar el orden —como afirmó el dictador— era la pérdida de la palabra, de cierta pala-bra, lo que se exigía para no ser considerado subversivo y lo que se intercambiaba por la vida. Vivir implicaba transformarse en mudo, pero de una cierta mudez, de hondo contenido político (como el personaje que interpreta Federico Luppi en Tiempo de revancha, el film de Adolfo Aristarain de 1981, que debe perder en el silencio su pasado como activista sindical y sus tradiciones vinculadas a la memoria de la revolu-ción española).
     Construir una interpretación de ese pasado supone empezar por leer a través de esa mudez, leer lo que no se dijo, lo que fue ocultado, borrado, olvidado. Leer lo que falta es atender al malestar de un decir, a lo que está fuera de lugar, a lo que contradice el saber instituido, a lo inesperado y a contratiempo, a lo excepcional cuando resulta más fecundo para la comprensión. Leer aquellos signos que pasan inadvertidos pero que dicen antes del conocimiento sobre el que versan. Aquello que no se dice como tal pero igualmente aflora o se presenta allí donde menos se lo espera, exige una lectura sintomática de los restos. En la primera plana de Crónica del 29 de marzo de 1976 la noticia principal es la asunción de Videla como presidente. La fotografía del momento de su discurso en una “breve y austera ceremonia” es contrastada con la vio-lencia guerrillera en la muerte de un jefe policial y en la presunta detención de los sindi-calistas Herrera y Miguel. Sin embargo, el verdadero complemento y a la vez contra-punto de esa ceremonia “despojada” lo constituye la tira cómica “Lolita”, ubicada al pie de la tapa del diario: en ella y en ese preciso día, el hombre que mira lo que no debe ser mirado, es desaparecido. Hay, entonces, una preceptiva sobre cómo y qué mirar, o lo que es lo mismo, un mandato del lugar social de cada uno (y con ello de la vista posible); pero a la vez, bajo esta modalidad disfrazada, distorsionada, desplaza-da, en un lugar marginal de la arquitectura de esa primera plana, apelando al humor, aparentemente ajeno a la noticia, se abre paso lo no dicho del acontecimiento; emerge allí, como a contramano, en un lugar insólito, lo que no se nombra, la desaparición. 

Roberto Pittaluga
Villa Crespo, Buenos Aires, EdM, febrero 2012


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PIES DE IMAGEN

Esa plaza del 24, por Roberto Pittaluga


Madrugada del 24 de marzo de 1976. Héctor “Puchi” Vázquez estaba frente a la Casa Rosada junto a otros reporteros gráficos y periodistas; se trataba de registrar, para la prensa, alguna imagen que diera cuenta del “golpe”, y todas las miradas estaban enton-ces dirigidas a ese lugar conspicuo del poder, la casa de gobierno. Finalmente, una de las imágenes más elegidas por los medios fue la del helicóptero despegando desde la terraza, con la mandataria depuesta. Sin embargo, mientras esperaba, Vázquez hizo otra fotografía, mirando a sus espaldas; incluso podría decirse, fijando su mirada en lo que está detrás de la escena —visible, mostrada— del golpe. Giró y miró lo que había detrás de sí, y entonces decidió que eso que veía —o que no veía, más precisamente— debía ser captado, tomado, testimoniado. Lo que resulta es una toma que podríamos calificar de “invertida”, que va a contramano del foco de la aten-ción pública, que mira al revés, se fija en el tras-fondo.

    Tal vez allí, en esa “plaza vacía”, Héctor “Puchi” Vázquez vio algo que era significativo del “golpe”, y más aun, de la dictadura. O mejor dicho, no vio algo, y justamente porque no vio, fue capaz de mirar; en otras palabras, distinguió un vacío, una ausencia. Es probable que primero le sorprendiera el contraste: ver esa plaza vacía cuando lo acostumbrado eran las “plazas llenas” de los últimos años. Esa plaza del 24 antagoniza con aquella de las movilizaciones de masas, la de las multitudes. En primera instancia, entonces, sorprende la ausencia del pueblo. Si la fotografía, como decía Barthes, tiene un efecto de realidad porque lo que quedó fijado, marcado materialmente en la película es un instante efectivamente sucedido, esta fotografía produce otro efecto de lo real, el de señalarnos una ausenta-ción; es una fotografía que desesperadamente se dirige sobre aquello que falta. Más que la imagen de una “plaza vacía” lo que el fotógrafo logró retener es el vacío que la plaza denuncia.
    Sartre sostenía que la imagen no es una cosa, sino un acto; inter-pretarla implica, entonces, la reconstrucción de su proceso de producción y circulación (para que no sea meramente proveedora de “datos” o ilustradora de otros saberes). Al-gunos de esos aspectos de la producción de esta fotografía pueden desprenderse de su lectura, como por ejemplo la elección del ángulo de la toma. Vázquez se agacha e intenta tomar la imagen desde abajo, como si estuviera “a ras del suelo”: elección de una perspectiva que, junto a la utilización de un gran angular, sea capaz de “mostrar” el vacío. El efecto visual es la puesta en primer plano de una trama de baldosas de aspecto infinito e infinitamente vacías, pues el resto de los elementos de la imagen parecen re-traerse hacia el fondo del cuadro.
    Es que para construir esa ausencia que Vázquez ve a las espaldas de la escena del día del golpe, no basta con una toma amplia de la plaza vacía. Lo que esta fotografía expone es otra laguna, un vacío de otro tipo, que para ser captado debe registrarse desde un particular punto de vista, desde abajo. La elección de ese específico ángulo de mira hace de la fotografía una lectura de la situación y no una mera reproducción de aquello que estaba ante el fotógrafo. El aspecto constructivo de la ima-gen nos incita a quienes la observamos a trabajar sobre su factura, sobre las elecciones del autor para su composición. Estamos ante un material que nos exhorta a que lo inter-pretemos, que exhibe su carácter de artificio, que desbarata cualquier uso meramente ilustrativo. Por este medio del arte (imagen, perspectiva, angular) su autor intenta regis-trar y mostrar “lo que no está” en la imagen; aspira a decir una verdad que pretende ser silenciada, borrada.
    La elección de esa perspectiva desde abajo no tiene sólo la moti-vación—más o menos consciente— de invertir la mirada del poder y con ello la imagen de la Plaza de Mayo, generalmente tomada desde arriba. También puede infe-rirse que en ese preciso día —contexto de producción— la vista elegida da cuenta de una condición: es la perspectiva de alguien que está en el suelo, derribado, abatido. Abatir es un verbo que se repite en las noticias diarias de la prensa gráfica durante la dictadura: son abatidos los subversivos, los extremistas, los terroristas. Los fusilamientos y asesinatos aparecen en la prensa bajo esas modalizaciones enunciativas por las cuales todos los días alguien aparece abatido. Abatido, es decir, derribado, caído, pero también descompuesto en sus partes, des-armado, despoja-do de sus armas, incluyendo la palabra política.
    Una vista a ras del suelo como podría verla quien ha sido abatido, quien ha caído, quien ha sido tumbado. Pero sabemos que justamente el disposi-tivo de exterminio ha incluido la negación de la muerte y la imposibilidad de la tumba. El punctum barthesiano de esta fotografía es esa particular puesta en primer plano de la extensa, ilimitada trama de baldosas de la plaza. La propia imagen queda dividida en dos: la noche y las luces, los monumentos y los edificios, se asientan, se sostienen sobre esa otra mitad de la imagen que son los mosaicos. Ese territorio de la imagen geometrizado, cuadriculado, casi sin matices (salvo por los efectos de la ilumi-nación) es lo más parecido a una ausencia de traza, esto es, lo que no tiene historia (si pensamos que ésta es siempre una experiencia, que impone un recorrido y unas marcas). Ausencia de traza, vacío de la desaparición. Personas desaparecidas, junto con sus histo-rias, sus huellas, sus pisadas, sus muertes. En su lugar, un espacio con una nueva grafía de carácter uniforme, unas cuadrículas que son una reescritura que pretende no conservar nada del pasado de quienes transitaron esa plaza con tono político, quienes ocuparon plazas y calles con la expectativa de un cambio social.
    Sin embargo, habría que decir que allí donde parece no haber nada escrito, hay una escritura que requiere ser descifrada, y cuyos vestigios precisan ser repuestos. El primer rastro, el primer indicio es la misma fotografía, en tanto escritura de una ausencia, de una ausentación forzosa. Una escritura de lo que no está, de lo que falta, una marca de la falta de marca. Y ese vacío denunciado en la imagen sólo es visible si se lo enfoca desde abajo, y si se trabaja sobre la escena distorsionándola (angular) para ver lo que no se muestra, lo suprimido. Lo que disipa cualquier ingenuidad sobre el lugar del intérprete (el fotógrafo ese 24 de marzo, nosotros hoy), que debe ser activamente productor de esa lectura de rastros que sólo pueden presentarse deformados. Que esta imagen no sea vista como una imagen noctur-na más requiere de la recuperación de ese trabajo de producción (la acción de la toma en el contexto de la toma) como también seguir la historia de la misma fotografía y dispo-nerse —quien mira— en un “ángulo de lectura”, en una perspectiva.
    Esas baldosas del primer plano de la imagen, volverán a ser tran-sitadas y también marcadas. De lo contrario, ¿cómo comprender que hoy la Plaza de Mayo ostente en sus mosaicos, pintados, escritos, los símbolos de la lucha contra la dic-tadura, emblemas que nacen como formas primeras de recuperación de una palabra que había sido enajenada, prohibida, olvidada? El mismo nombre de esa plaza está asociado desde entonces a esa lucha y a la recuperación de las historias borradas. Las veredas y plazas de la ciudad pasan a ser, desde hace un tiempo, lugar de escritura de lo que fue ausentado por la fuerza. Ya no es posible caminar por Buenos Aires sin que el paso sea interrumpido por esos recordatorios que nos señalan lo que sucedió, nos ofrecen los nombres de aquellos que fueron desaparecidos o asesinados y nos revelan cuánto de nuestro transitar cotidiano se realiza por los mismos espacios por los que circuló el terror y la muerte sistematizada.
    La fotografía de la Plaza de Mayo que el 24 de marzo de 1976 tomó Héctor “Puchi” Vázquez es, además, una imagen superviviente. Junto con parte del archivo fotográfico de las publicaciones periódicas El Descamisado y La causa peronista fue “resguardada” durante la dictadura en un saco de correo depo-sitado en el vagón de encomiendas de la formación ferroviaria que hacía el trayecto Buenos Aires-Tucumán. Durante años, la mentada fotografía fue de Buenos Aires a Tucumán y viceversa, sin que nadie tocara el bolso que según el rumor que corría entre los empleados ferroviarios, pertenecía a Montoneros. Como la carta robada de Poe, la fotografía y el archivo estuvieron a la vista y por eso ocultos, y quizás eso nos diga algo sobre los modos en que el pasado llega a nuestro presente, es decir, cómo se nos revela. Fue ya en los años del nuevo siglo que María Laura Guembe, por entonces al frente del archivo fotográfico de Memoria Abierta, se interesó en el acervo sobreviviente de Vázquez, y fue en 2006 que esa fotografía pasó a formar parte de una circulación públi-ca de la que antes había carecido, cuando Memoria Abierta la eligió como la foto em-blema de su muestra a propósito de los 30 años del golpe. Desde ese año, además de la muestra de Memoria Abierta, exhibida en distintos lugares del país y del extranjero (como Chile y Sudáfrica), esa fotografía también formó parte de los materiales que pro-dujo y de las actividades educativas que sostuvo el equipo “A 30 años del golpe” del Ministerio de Educación de la Nación.
    Ese trabajoso y peligroso camino que transitó la fotografía de Vázquez ilustra parcialmente cuánto de esfuerzo y de labor “arqueológica” requiere indagar sobre un pasado del que nos llegan testimonios fragmentados, heridos, que ex-hiben su carácter de sobrevivientes. Lo que implica una delicada tarea de escucha, de lectura de signos, de interpretación de huellas, prestando atención a todos sus detalles pero a la vez inscribiendo dichos restos en su contexto de producción. Así devolvemos a esta fotografía de la plaza del 24 el destino público que su autor deseó originalmente y ella nos brinda un soporte material para que construyamos una memoria crítica.

Roberto Pittaluga
Villa Crespo, Buenos Aires, EdM, enero 2012
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