La mirada establece un espacio –ese cubo- donde los elementos no se acoplan, no ritman, donde cada uno determina por separado su formato y sus límites. Sujetos que no han abolido sus diferencias. Inmovilidad. Silencio. Luz plana, sin relieves.
Un pájaro mediano, de cuerpo negro y buche y pico amarillos, entra abruptamente por la derecha, se posa en la verja negra y rompe literalmente el espacio del cubo de afuera a adentro –sonido de batir de alas, ráfaga de color en el espacio-, baja en un vuelo rapidísimo e intempestivo al bebedero del perro, sale. Ha roto la quietud. Ha calado, literalmente, la apariencia de lo vivo. Hendió con la velocidad y el movimiento, fondo y forma
Abre, cierra los ojos, inspira hondamente. Desde la cocina donde está, escucha el sonido de las uñas del perro contra algo que suena a quebracho y que aún a la distancia huele a otra cosa, pero es madera dura y el cuerpo del pájaro ha comenzado aún a esa distancia, a emitir su pequeño fresco hedor en la mañana sobre el pasto. El benteveo ha sido cazado a la perfección por el joven galgo. La escena de la cacería vista desde la ventanita del fondo: el animal más grande escucha todo el cuerpo dirigido hacia un sonido imperceptible en la hierba, la mano izquierda doblada hacia atrás, una detención invisible de músculos aceitados en la masa del cerebro para eso único e irreversible, el salto mortal en tierra para que el animal menor entre en el marco y pueda ser apresado. Tomo el cubo de materia viviente entre los dedos. Lo veo rotar. A mi pesar el cubo rota ante mí. Fue un patio antes translúcido. Hubo helechos, dos árboles, una pared rústica apartándolo de otros sitios igualmente inseguros, una verja negra, un bebedero de barro, una mesa, utensilios de jardín. Hay niebla ahora, el patio ha quedado reducido al tamaño de un dado.
No tenemos pesadillas, ¿te acordás que no tenemos pesadillas?
¿Y cuando las primeras brevas nacían?
La palabra “breva” no existe.
Alicia Silva Rey (Buenos Aires)
Fotografía: Paula Fernández Sarti. Seguir leyendo