POEMAS

PARADJANOV, la voz lírica del cine, por Yaki Setton


En julio de este año fue publicado por Leviatán, Los caballos de Paradjanov, de Denis Donikian. Yaki Settón fue uno de los presentadores del libro, junto a Lala Toutonian y Ana Arzoumanian,  en la Universidad del Cine. Para esa ocasión, Yaki Setton escribió estos poemas que hoy publicamos en Escritores del Mundo. 


1.
cómo se cuenta una tragedia
cómo
cómo se hace poesía y cine
de una tragedia
de cine sin separar de la vida
como si la poesía fuera imagen
como si el cine fuera imagen
o cuadros en movimiento
o retablos en arenas movedizas
¿cómo se hace cine una tragedia?
sí, aquí me pregunto.
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ESCRITORES EN SITUACIÓN

Lamento por Leonard Cohen, por Yaki Setton

"I will kill you if i must,/ i will help you if i can"
"Te matare si debo/ te ayudaré si puedo"
Leonard Cohen, Historia de Isaac


Sí, somos varios los que aún nos sentimos sobrevivientes de los campos de concentración. Es más, si hemos sido contemporáneos de esos impiadosos y crueles momentos de la humanidad -a los que han seguido y siguen lamentablemente otros- o no, no tiene ninguna importancia. Porque nos preocupamos por esos crímenes como si la Segunda Guerra nunca hubiera terminado, como si los fascismos europeos nunca se hubieran rendido, como si los crematorios nazis nunca hubieran sido inutilizados.
      ¿Esto mismo le habrá pasado a Leonard Cohen cuando eligió "El lamento del partisano" como cuarto tema de su segundo disco Songs of a room (Nashville, 1969)? "The partisan" es el título que él eligió para esta canción de resistencia escrita por Emmanuel d'Astier de la Vigerie en 1943 con música de Anna Marly, y versionada al inglés por Hy Zaret tal como figura en los créditos. La había aprendido en esos campamentos de juventud típicos de la comunidad judía canadiense en su adolescencia cuando recién comenzaban a circular los testimonios y documentos de lo que había sucedido en Europa hasta casi fines del '45.
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POEMAS

Tesoro: Sobre Poesía Secular de Selomo Ibn Gabirol, por Yaki Setton


A mi amigo Sandro Barrella

A veces sucede como un hecho inesperado: un libro que brota de la nada y cae en nuestras manos: ¿es para mí?, ¿cómo se llama, ¿sobre qué trata?, ¿de dónde viene?
    Un libro que nos llega, enigmático, como un tesoro descubierto sin saber de su existencia porque no lo buscamos ni lo esperamos ni está oculto bajo ninguna falsa puerta o bajo tierra, al lado de un gran árbol. Un libro que se abre como una caja mágica y de la que no brota un conejo sino cientos de bellos versos mozárabes, hebreos y está entre nuestras manos. Un libro que nos amenaza como una caja de Pandora con muchos de los enigmas de este mundo: los de la bondad, los de la maldad, los del amor, los de la amistad, los de la fe y los del dolor.
    Eso me sucedió con Poesía Secular de Selomo Ibn Gabirol editado por Alfaguara en noviembre de 1978 en su colección de Clásicos con Prólogo de Dan Pagis, traducción y notas de Elena Romero. De 22 x 13 cm, con 532 páginas, tapa dura y sobrecubierta; Poesía secular es un libro inhallable en las librerías de Madrid, Granada, Barcelona o Buenos Aires. Sin embargo, en Librería Norte, en su misterioso sótano más exactamente, apareció el ejemplar que tengo en estos momentos entre mis manos.
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APUNTES

Tres variaciones sobre el oro, por Yaki Setton


Yaki Setton leyó el siguiente texto en la presentación de Variaciones de la luz de Diana Bellessi, editorial Cien Volando, en La Casa de la Lectura, Ciudad de Buenos Aires, el jueves 4 de septiembre de 2014.

Uno

Se escuchaba un poco mal, entrecortado, alejados. Era febrero del 2006, una voz en la ciudad de Buenos Aires, la otra en el Tigre

-pero ya está corregido, Diana?
-Sí, mi querido. Ya está. Solo necesito que vengas un día a la isla a que lo leamos juntos. Variaciones de la luz, se va a llamar, Variaciones de la luz.

Fue para una efímera colección de poesía hecha junto con la editorial Bajo la luna que Diana Bellessi, amiga y maestra desde hace casi treinta años me cedió por primera vez este bello y sencillo universo de cuatro palabras: “Variaciones de la luz”. Con su propia letra cursiva dibujó la tapa de ese libro provisorio. Para mí Variaciones de la luz fue desde un principio un llamado al amor por la amistad y por la poesía. La generosidad de Diana al ceder una serie de poemas en proceso que luego culminó en dos libros: Tener lo que se tiene (incluido en la poesía reunida, Tener lo que se tiene, publicado por Adriana Hidalgo en 2009) y Variaciones de la luz (Premio Internacional de la ciudad de Melilla, editado en el 2011 por Visor de España) Finalmente hoy presentamos Variaciones de la luz, su edición argentina, en la nueva editorial Cien Volando .
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ESCRITORES EN SITUACIÓN

Tumba profunda. Sobre País bárbaro de Angela Ricci Lucchi y Yervant Gianikian, Por Yaki Setton



“Hoy aquí, en Europa, el racismo se expande. Se toman las armas para ahuyentar a los pobres, a los extranjeros inquietantes para mandarlos de vuelta a su infierno original”, dicen en off Angela Ricci-Lucchi y Yervant Gianikian mientras su último documental de “cine encontrado” ocurre delante de nuestros ojos, de nuestros oídos. Sí, en Lampedusa, Italia, y en otros países de Europa se replica hoy sin vergüenza crímenes, persecuciones y expulsiones ya sucedidas durante la primera mitad del SXX en África (Libia, Etiopía, Argelia, Marruecos) y en su propio territorio. De esto trata País bárbaro, de sentar posición sobre lo que tememos sucederá sin solución de continuidad en el viejo continente como si fuera natural caminar entre cadáveres. Hacia esa persistencia nos llevan los directores italianos; sus producciones artísticas obligan a observar sin clemencia y sin pelos en la lengua; actualizan lo que ya sucedió con materiales fílmicos encontrados en archivos y colecciones privados. Ellos intervienen cada fotograma, uno a uno, con su cámara analítica: digitalización, cambio de la velocidad, color, ampliación, congelamiento, puesta en negativo, re-edición y re-filmación. En el sonido, música electrónica uniforme compuesta por Keith Ullrich y la entrada esporádica de la voz de Giovanna Marini. Formas de apropiarse y distanciarse en la recepción de los viejos materiales sobre los nuevos espectadores, efectos que actúan sobre esas imágenes en movimiento, que horadan su esencia fílmica y documental para convertirlas primero en copia y luego en reproducción móvil cuasi-pictórica. Tras la impiadosa trilogía sobre los desastres de las luchas y guerras de principio del siglo XX integrada por Prigionieri della guerra (1995), Inventario Balcanico (2000) y Oh! Uomo (2004), Pais bárbaro es una cruda y casi explícita puesta al día, algo nuevo en su obra, un rechazo a la actual política inmigratoria de Europa del 2013:
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POEMAS

Niña de Freire y Juramento, por Yaki Setton














La espío hace varios días desde mi ventana aunque
repita siempre la misma rutina de lunes a viernes.
Es por la mañana, apenas las seis media, y ya
juega y barre la vereda con su pequeña escoba.
Luego, ordena sus sábanas, frazada, juguetes,
lápices de colores; los guarda despacio y con
delicadeza en su bolsa de plástico transparente.

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PIES DE IMAGEN

La fuente termal de Akitsu (1962) de Kijû Yoshida, por Yaki Setton










Están atrapados en el paisaje. Los dos amantes
nos dan la espalda y se alejan. Shinko va delante,
Shusaku detrás mientras ella camina con pasos
cortos. Su kimono jaspeado de blanco y lila se pliega 
y se despliega. Ella sigue. Andan lento a la vera
del río turbulento. El se va de nuevo. Ella ya
le ha dicho “Tengo la impresión de haber pasado
la vida viéndote partir, una y otra vez”. Su mirada 
se pierde en el vacío - solo puede pensar en ello,
solo puede vivir por ello - hasta que descubre
una navaja de la suave tela: su mano acaricia
el filo y él se espanta, se alejan y se acercan.
Porque Shinko y Shusaku viven este amor
como un despliegue de coreografías inútiles,
un baile de cuerpos que se tocan y se separan,
se rozan y se acarician aunque ella
sabe que al final está su propia muerte. Seguir leyendo
APUNTES

Cosas de grimms, por Yaki Setton


A Maite Alvarado, porque le hubieran gustado estas historias

“¿Y si todos los cuentos que hemos estado escuchando no son historias imaginarias? ¿y si son reales?” dice Juliete, novia del protagonista de Grimm en su penúltimo episodio (lunes 2 de julio 2012, Canal Universal, 21 horas).
En un principio, los adelantos de la serie me atraparon por el humor cómplice que tenían las imágenes de esa joven Caperucita roja que, mientras cruzaba el bosque de la ciudad de Portland, iba escuchando en su Ipod rojo Sweett dreams (“Los dulces sueños están hechos de eso/ ¿Quién soy yo para no estar de acuerdo?”) de Eurythmics en tanto una extraña criatura se la comía con velocidad y avidez aunque sólo se escuchara sus ampulosos ruidos al masticarla y tragarla. Así, en la medida que pude seguí esta serie y, nuevamente para mi sorpresa, me empecé a obsesionar con todo aquello que se relacionara con el mundo de los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm.


Hace semanas que leía, como se bebe un licor dulce y amargo a la vez, el exquisito y perturbador libro de Lina Meruane Las infantas (Eterna Cadencia, 2010) en el que, al igual que una serie, los cuentos conservan su autonomía y construyen, sin prisa ni pausa, un mundo propio atiborrado de enanos, crímenes crueles e infantiles, incestos, caníbales, huérfanos extraviados, cadáveres putrefactos en un clima heredado de Lewis Carrol, Schwob, Andersen y los hermanos Grimm (“- Me duele la espalda, y aquí, en la cintura, y un poco más abajo, Hansel. / Desabrochó los botones de su camisa y aspiró profundamente para sentir el intenso aroma a eucalipto”). A él se sumó Oscuro bosque oscuro de Jorge Volpi (Primera edición, 2010). Relato con resonancias poética sobre una masacre en la Alemania nazi que abreva también en los cuentos tradicionales infantiles (“Había una vez, /cerca de un bosque oscuro bosque oscuro/un miserable leñador que vivía con su esposa y sus dos hijos, /cerca del oscuro bosque oscuro, /cuando una terrible hambruna se abatió sobre esas tierras”).
Los cuentos de los hermanos Grimm, recopilados, escritos y reescritos entre 1806 y 1829, tienen esa bella atracción e inquietud de una suave navaja bien afilada y brillante que da ganas de acariciar para probar si nos lastima o corta, si deja que brote como un hilo ese tibio líquido rojo llamado sangre. ¿Cuántas veces los hemos escuchado? ¿Cuántas versiones hemos leído? ¿Cuántas ediciones ilustradas y no ilustradas guardamos en nuestra biblioteca? Caperucita roja, Hansel y Gretel, La reina de las abejas, El gato con botas, Los músicos de Bremen, Rapónchigo, El sastrecillo valiente, La oca de oro, Blancanieves, Pulgarcito, El señor Korbes son algunas de las historias que nos han transmitido los Grimm recopiladas, durante el siglo XIX, de la oralidad campesina europea; de un “mundo de cruda brutalidad desnuda” (Robert Darnton, La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa, 1987).

A ese universo nos regresa la serie de televisión emitida en la Argentina desde el 21 de noviembre de 2011 con una sola temporada y 22 episodios. Relato policial clásico cuyo hèroe es el detective de homicidios Nick Bukhardt, Grimm nos revela que los famosos hermanos pertenecen a una estirpe de cazadores de seres sobrenaturales que, en definitiva, no son otra cosa que los protagonistas de sus conocidos cuentos infantiles. De este modo, y con sus correspondientes nombres en alemán, los blutbad son los lobos, lowen son leones, dämonfeuer son dragones, siegbarste son ogros, etc; clasificación que pertenece a un grupo de enciclopedias, antiguos saberes, excéntricos brevajes y armas que el protagonista hereda de sus antecesores y que legítima el verosímil del relato televisivo. Con este radical giro realista, los creadores de la serie, Stephen Carpenter, David Greenwalt y Jim Kouf, le dan al entramado de sus narraciones una atractiva crudeza y una estética vinculada a las series de vampiros deudoras de las historias orales campesinas que antecedieron a las adaptaciones de los siglos XVIII y XIX. En ese sentido, esta idea tiene una impronta fuerte en los primeros capítulos (Caperucita roja, Los tres chanchitos, El flautista de Hamelin) que convierte al espectador en un cazador de citas literarias y aproxima el mundo de la serie al del cine, tal como lo propone varios de los artículos del último número de la revista Kilómetro 111 (N°10, Buenos Aires, mayo 2012). Luego, la propuesta inicial se va desdibujando y las criaturas, sus historias, adquieren una autonomía respecto de su origen que no siempre beneficia el propósito general del gran relato serial.
¿Por cuántos episodios más me podrá atrapar esta sociedad de monstruos, criminales, seres sobrenaturales, cazadores y policías estadounidenses? La tentación es más fuerte cuando este realismo vuelve su mirada a la potencia misteriosa e inquisidora de los cuentos populares y de hadas; la tentación se hace más débil cuando la serie se transforma en un modo simplificador e ingenuo de comprender este universo de asesinatos sin móvil, matanzas en masa o niños decapitados porque sí del mundo verdadero que hoy nos rodea.


Yaki Setton
Buenos Aires, EdM, julio de 2012




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Ciryl, el niño de la bicicleta, por Yaki Setton


¿Qué son estos niños y niñas del cine? De El pibe (1921) de Chaplin a El niño de la bicicleta (2011) de los hermanos Dardenne, pasando por Cabeza de Zanahoria (1932) de Duvivier, El mago de Oz (1939) de Victor Fleming, Alemania, año cero (1948) de Rosellini, La infancia de Iván (1962) de Tarkovsky, Mouchette (1967) de Bresson o Inteligencia artificial (2001) de Kubrick-Spielberg. Todos son niños singulares, auténticos, fuera de lo común con pocos años de vida que sin embargo parecieran acumular experiencias de siglos y siglos. Inmersos en un entorno más cerca de los cuentos de hadas y tan peligrosos como la vida real, estos pequeños juegan entre ladrones, ruinas, cadáveres y filicidas sin hesitar un segundo. Caminan y caminan con la respiración contenida porque saben que su vida corre siempre peligro. Ellos nacen, pelean, lloran, se salvan o mueren sin dejar de mostrar su pequeña gran humanidad, sin abandonar su destino ejemplar de seres excepcionales.

      Como ya lo han señalado Bruno Bettelheim o Robert Darnton el universo de los cuentos infantiles están en clave simbólica o sin solución de continuidad en el mundo de los adultos. De la misma manera, en El niño de la bicicleta los hermanos Dardenne nos desafían a reconocer y desconocer en este film realista la fábula siniestra y moralista, pero también cautivadora, quizás de otro Pinocho, de un Hansel o un Pulgarcito. Ciryl, el niño protagonista, se ve empujado por un insistente e inexplicable instinto en la búsqueda de su padre biológico que nunca se preocupará por él y al igual que en los mejores cuentos infantiles el niño se queda solo. Los personajes arquetípicos acompañan la persistencia del protagonista en caminar por el borde de la cornisa. Samantha es su hada madrina, Guy, el zorro de Pinocho aunque falta Gepetto; no hay padre ni madre que arme a Ciryl y por eso se construye solo a caídas de bicicleta, de golpes, de huídas y de robos. Nadie puede asegurar qué le ocurrirá al protagonista pero, como si estuviera protegido por su propia pureza, que es la ausencia de maldad y de bondad en su persona, él mismo avanza por instinto propio hacia adelante con su protectora que sin condena moral le permite crecer y sobrevivir en un mundo rapaz y cruel.
      El film se despliega, habitual en los Dardenne, bajo una narración y actuación seca, austera en tanto los hechos se suceden como si fuera un documento visual de la vida cotidiana. La cámara y sus movimientos, la luz no poseen ningún artilugio que los estetice: las cosas suceden y el espectador en su butaca asiste a estos hechos de la misma manera que un automovilista ve pasar a las niñas y niños en las esquinas haciendo morisquetas y pidiendo limosna mientras el semáforo en rojo los detiene. Ni siquiera la música, algo inhabitual en los directores belgas, los desvía de su cometido: se cuenta lo que es necesario contar, nada demás nada de menos, porque se revela poco sobre las razones y los móviles de los sujetos que viven dentro del relato.

      Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne narran en El niño de la bicicleta una fábula que de forma original se sostiene, como es común en ellos, sobre un código naturalista y de conflictos de clase aunque para el cierre nos han guardado una gran sorpresa. El film se da vuelta como una media y lo que era una historia de lo real se vuelve maravillosa sin dejar de ser verosímil. Así, con un simple pase mágico, las dos cabezas de los hermanos belgas ejecutan en la coda final una afrenta al ojo acomodado del espectador. 

Yaki Setton 
Buenos Aires, EdM Mayo 2012
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El caso Moro o Buongiorno, Notte y viceversa, por Yaki Setton

“¿Cómo hemos llegado a este vacío?”
P. P. Pasolini, “El artículo de las luciérnagas”

Ya no recuerdo qué película argentina me llevó a ver Buongiorno, notte (2003) pero desde un primer momento quedé atrapado en su telaraña. Más allá del modo seco y filoso de la obra de Marco Bellocchio, esa cabeza alargada, ese rostro huesudo, esa nariz prominente, esa mirada triste y resignada de Roberto Herlitzka me convenció de que la cara y el semblante de Aldo Moro no podía ser otro que ése. Con el objetivo enmascarado por un truco óptico, la figura de este actor, adquiere en la pantalla un tinte trágico cercano a las primeras obras maestras del cine mudo donde la apuesta del relato no estaba tanto en lo que se decía sino en lo que se mostraba. Para ejemplo inmediato están las imágenes más conocidas de La pasión de Juana de Arco (1928) de Carl T. Dreyer. Esos primeros planos indescriptibles de Renée Falconetti organizan la narración y le dan una fuerza extrema que hacen casi innecesarios los diálogos impresos, tomados de las actas del juicio de 1430, que cercenan las imágenes dramáticas de la acción de los inquisidores y el vía crucis de la heroína francesa. En ese sentido, Marco Bellocchio le acerca al espectador de Buongiorno, notte una perspectiva en la que también sobran las palabras de Moro. El es ése que está ahí, preso en una pequeña habitación camuflada, con el fondo rojo furioso de la bandera de las Brigadas Rojas. Es quien se mueve y gesticula en soledad o mira al espectador sin saber que el espectador está ahí (como está Chiara la co- protagonista del film); porque el personaje Moro no necesita hablar.

Todo lo contrario sucede en el ensayo amargo y lúcido de Leonardo Sciacia, El caso Moro (1978), que reeditó Tusquets por estos días. El escritor siciliano le cede la palabra a Moro mientras que él nos susurra el oído lo que se puede descubrir detrás de las palabras del político italiano abandonado a su suerte por la Democracia Cristiana. Entre carta y carta, enviada desde su cautiverio, se nos abre el camino hacia el pensamiento, la voz y la escritura de Aldo Moro. Por ellas asistimos al lento derrumbe de su espíritu, entre el 16 de marzo y el 9 de mayo de 1978, en el cual pasa de ser el futuro sostén del nuevo gobierno italiano (una alianza inédita entre la Democracia y el Partido Comunista) a ser un fantasma pues, como dicen sus compañeros del partido, “el Moro que habla desde la ‘prisión del pueblo’ no es el Moro que conocimos”. El es un cadáver político antes de haber sido asesinado por el estado italiano, al no negociar y abandonarlo a la voluntad de sus secuestradores, y por las Brigadas Rojas. Esto lo denuncia Moro en una de sus cartas “no hacer nada por impedirlo [su muerte], seguir obrando con insensibilidad y respeto ciego de la razón de estado, significaría ni más ni menos volver a introducir la pena de muerte en nuestro ordenamiento”.
Así, películas y libro parecen complementarse y conmovernos. Unas por sus imágenes, el otro por sus palabras y como una cinta de Moebius nos llevan y nos traen sin solución de continuidad por los vericuetos de estos crímenes que tienen una víctima, un móvil y un victimario pero que igual siguen siendo un enigma. En el final, Juana de Arco, Dreyer, Moro, Sciascia y Bellocchio se encuentran más allá del tiempo y el espacio, entonces, hermanados por cierta tristeza y cansancio moral que nos embarga por siempre a todos.

Yaki Setton (Buenos Aires)
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Izcor (2010), por Yaki Setton



zcor” es un efecto no esperado de haber visto dos documentales excepcionales mientras escribía Nombres propios (ver en este número la presentación del poemario escrita por Gonzalo Aguilar). El primero es La rabia (1953) de Pier Paolo Pasolini y el segundo es Prigionieri della guerra (1995) de Yervant Gianikian y Angela Ricci Lucchi. El film de Pasolini, precursor de lo que hoy se llama “cine encontrado” (found foutage), me hizo descubrir que la escritura de Nombres propios , en un punto, era el traslado a la poesía de lo que él genialmente había logrado. En cuanto a la película de Gianichian-Ricci Luchi no hizo más que confirmarme que el arduo y tortuoso camino del libro era el correcto: tenía que transformar acontecimientos y documentos del siglo XX, de historias públicas y privadas, en una voz poética propia. Ellos, con la manipulación, en el buen sentido de la palabra, de material fílmico sobre prisioneros de la primera guerra mundial lo lograron. Así, sin darme cuenta, realicé, al montar fragmentos fílmicos de documentales y ficciones, un material audiovisual para la presentación del libro el viernes 19 de noviembre 2010. Gracias a la ayuda dos amigos, el poeta Osvaldo Bossi y el músico Marcelo Moguilevsky, logré llevar este pequeño proyecto, cual un barco ebrio, a buen término. Gracias a ustedes, inesperados espectadores, por reflotarlo, darle nueva vida y volver a verlo.









Yaki Setton (Buenos Aires)
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Releo y escribo a medida que releo Temporada de invierno de Carolina Esses (Buenos Aires, Bajo la luna, 2009) por Yaki Setton


Temporada de invierno empieza en el verano. Allí, el cuerpo y la naturaleza son pura analogía. De este modo, cual un hipérbaton, la montaña, la mano y la palma están invertidos. Es como si el verano fuera el invierno o estuviera en su lugar (“Es verano. /Aquel brillo entre las piedras /podría ser la nieve”)
     Por esto mismo, se imponen las formas verbales “inseguras”: el condicional, el imperfecto y algunos tiempos del modo subjuntivo imperan en el libro; no estamos seguros de nada pero estamos. Es que no hay naturaleza (como opuesto a lo humano) porque hay ilusión de naturaleza (1): hay médanos, rocas, higueras, mar y espuma de mar, espigas, pumas pero al mismo tiempo no hay nada. Así, entre ese cuerpo y esa naturaleza hay sin solución de continuidad una sola materia, una especie de cinta de Moebius que se junta y se separa del derecho y del revés.
     En Temporada de invierno la comparación es la base de lo poético; es el como que une dos mundos aparentemente distintos pero tan parecidos:


“La montaña cabía en la palma
de una mano”(p.11)
“Ahora tu cuerpo es un punto entre las dunas” (p.16)
“yo había sido también la roca de
la vertiente” (p.17)
Dichosa como la nube que ahí pasa”(p.19)


Luego se llega a una identificación nuclear del texto “yo soy mi padre” (p.20) así como Rimbaud dice “Je est un autre”; como yo soy montaña, piedra, arena ad infinitum. Carolina Esses logra en esta Temporada de invierno, su nuevo poemario, un entramado poético que nos envuelve y nos protege de lo que vendrá. Así, en esta “larga temporada de invierno” se constituye una serie donde piedra y distancia, hermana y padre se encuentran en una distancia próxima, como lados opuestos de una misma hoja.

“COMO EL ABEDUL
en el confín del parque
tan a la mano
con sus hojitas de sombras suspendidas
y a la vez tan remoto.”



Yaki Setton (Buenos Aires)

(1)“¿Por qué te finges piedra, viento, pájaro?” A. Ajmátova citada en el libro.
En este mismo número de EdM, publicó una nota Carolina Esses
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Cuaderno de trabajo: Lectura de verano, por Yaki Setton



n Mar Azul, enero 2010.

De Hojas de Hipnos [1943 – 1944] de René Char se trata. Lo abro durante el día a veces siguiendo una continuidad de lectura otras al azar y siempre me atrapan sus pequeños fragmentos en prosa. Es una edición excepcional, comprado gracias a un aguinaldo de diciembre del 2008. De tapa dura, bilingüe, tiene seiscientas páginas e incluye toda la poesía escrita por Char entre 1938 y 1949 pero yo me concentro en Feuillets d´Hypnos; “138. ¡Horrible jornada! He asistido, a unos cien metros de distancia, a la ejecución de B. ¡Me bastaba con apretar el gatillo del fusil ametrallador y podíamos salvarlo!”
Me atrapa su simultaneidad entre escritura y acción: se escribe sobre algo que pasa, se escribe sobre la vida y la muerte en la Francia ocupada desde la resistencia, es ese el campo de batalla. El fondo son los alemanes que ocupan Francia, los SS torturando y matando a sus camaradas.  Imagino el día de los maquis entre los Alpes bajos,  leo al Capitán Alexandre (Char) durante la noche. Y yo entonces estoy en cualquier página “152. El silencio de la mañana. La aprehensión de los colores. La oportunidad del gavilán.” Desde hace  tiempo sueño con escribir un diario de guerra con el tono intimista y al pie de trincheras inexistentes. Y René Char es mi maestro; ahora mismo me dice “Nos hemos retorcido de dolor ante el anuncio de la muerte de Robert G. (Émile Cavagni), asesinado en una emboscada Forcalquier, el domingo. Los alemanes me arrebatan a mi mejor hermano de acción, aquel que con un movimiento de pulgar desviaba las catástrofes”. Entonces, no puedo seguir. Cierro el libro con fuerza. No puedo volver.

 Yaki Setton (Buenos Aires)

Su último libro es La Apariencia de lo espléndido, Buenos Aires, Bajo la luna, 2006.
https://www.cuentomilibro.com/entrevista.asp?id=14
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Casamiento del 23 de marzo de 2010, por Yaki Setton


Yo estoy ahí y saco la foto. Todo empieza
con los asistentes esperando a la luz de la luna y las estrellas
hasta que de pronto entra el novio con un sobretodo negro,
manos en los bolsillos, el sombrero de alas anchas
que hace sombra sobre sus ojos cerrados y su padre
llevándolo del brazo izquierdo y su futuro suegro del derecho:
ambos con una lámpara de cebo cuya luz los guía en medio
de la penumbra hasta llegar a la jupá.
El novio queda ahí solo con el sombrero que aún esconde
parte del rostro, con su cuerpo que se inclina de adelante
hacia atrás y viceversa. Yo estoy ahí y quedo prendido
de la escena, no puedo salirme y sin poder evitarlo me abalanzo
y me pongo casi cara a cara, soy un testigo privilegiado,
no puedo dejar de mirarlo: hay un punto donde él está
de negro para que lo observe en esa oscuridad móvil
de donde sale y entra como si sólo un invisible
telón nos separara. ¿Por qué no puedo sacar
mis ojos de sus ojos cerrados? El murmullo
de esos cánticos en un idioma antiguo con un tono
extraño por momentos me aletarga por momentos
me anima a seguir allí como si hubiera una suspensión
natural del paso del tiempo.

Yaki Setton (Buenos Aires)
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