A Maite Alvarado, porque le hubieran gustado estas historias
“¿Y si todos los cuentos que hemos estado escuchando no son historias imaginarias? ¿y si son reales?” dice Juliete, novia del protagonista de Grimm en su penúltimo episodio (lunes 2 de julio 2012, Canal Universal, 21 horas).
En un principio, los adelantos de la serie me atraparon por el humor cómplice que tenían las imágenes de esa joven Caperucita roja que, mientras cruzaba el bosque de la ciudad de Portland, iba escuchando en su Ipod rojo Sweett dreams (“Los dulces sueños están hechos de eso/ ¿Quién soy yo para no estar de acuerdo?”) de Eurythmics en tanto una extraña criatura se la comía con velocidad y avidez aunque sólo se escuchara sus ampulosos ruidos al masticarla y tragarla. Así, en la medida que pude seguí esta serie y, nuevamente para mi sorpresa, me empecé a obsesionar con todo aquello que se relacionara con el mundo de los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm.
Hace semanas que leía, como se bebe un licor dulce y amargo a la vez, el exquisito y perturbador libro de Lina Meruane Las infantas (Eterna Cadencia, 2010) en el que, al igual que una serie, los cuentos conservan su autonomía y construyen, sin prisa ni pausa, un mundo propio atiborrado de enanos, crímenes crueles e infantiles, incestos, caníbales, huérfanos extraviados, cadáveres putrefactos en un clima heredado de Lewis Carrol, Schwob, Andersen y los hermanos Grimm (“- Me duele la espalda, y aquí, en la cintura, y un poco más abajo, Hansel. / Desabrochó los botones de su camisa y aspiró profundamente para sentir el intenso aroma a eucalipto”). A él se sumó Oscuro bosque oscuro de Jorge Volpi (Primera edición, 2010). Relato con resonancias poética sobre una masacre en la Alemania nazi que abreva también en los cuentos tradicionales infantiles (“Había una vez, /cerca de un bosque oscuro bosque oscuro/un miserable leñador que vivía con su esposa y sus dos hijos, /cerca del oscuro bosque oscuro, /cuando una terrible hambruna se abatió sobre esas tierras”).
Los cuentos de los hermanos Grimm, recopilados, escritos y reescritos entre 1806 y 1829, tienen esa bella atracción e inquietud de una suave navaja bien afilada y brillante que da ganas de acariciar para probar si nos lastima o corta, si deja que brote como un hilo ese tibio líquido rojo llamado sangre. ¿Cuántas veces los hemos escuchado? ¿Cuántas versiones hemos leído? ¿Cuántas ediciones ilustradas y no ilustradas guardamos en nuestra biblioteca? Caperucita roja, Hansel y Gretel, La reina de las abejas, El gato con botas, Los músicos de Bremen, Rapónchigo, El sastrecillo valiente, La oca de oro, Blancanieves, Pulgarcito, El señor Korbes son algunas de las historias que nos han transmitido los Grimm recopiladas, durante el siglo XIX, de la oralidad campesina europea; de un “mundo de cruda brutalidad desnuda” (Robert Darnton, La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa, 1987).
A ese universo nos regresa la serie de televisión emitida en la Argentina desde el 21 de noviembre de 2011 con una sola temporada y 22 episodios. Relato policial clásico cuyo hèroe es el detective de homicidios Nick Bukhardt, Grimm nos revela que los famosos hermanos pertenecen a una estirpe de cazadores de seres sobrenaturales que, en definitiva, no son otra cosa que los protagonistas de sus conocidos cuentos infantiles. De este modo, y con sus correspondientes nombres en alemán, los blutbad son los lobos, lowen son leones, dämonfeuer son dragones, siegbarste son ogros, etc; clasificación que pertenece a un grupo de enciclopedias, antiguos saberes, excéntricos brevajes y armas que el protagonista hereda de sus antecesores y que legítima el verosímil del relato televisivo. Con este radical giro realista, los creadores de la serie, Stephen Carpenter, David Greenwalt y Jim Kouf, le dan al entramado de sus narraciones una atractiva crudeza y una estética vinculada a las series de vampiros deudoras de las historias orales campesinas que antecedieron a las adaptaciones de los siglos XVIII y XIX. En ese sentido, esta idea tiene una impronta fuerte en los primeros capítulos (Caperucita roja, Los tres chanchitos, El flautista de Hamelin) que convierte al espectador en un cazador de citas literarias y aproxima el mundo de la serie al del cine, tal como lo propone varios de los artículos del último número de la revista Kilómetro 111 (N°10, Buenos Aires, mayo 2012). Luego, la propuesta inicial se va desdibujando y las criaturas, sus historias, adquieren una autonomía respecto de su origen que no siempre beneficia el propósito general del gran relato serial.
¿Por cuántos episodios más me podrá atrapar esta sociedad de monstruos, criminales, seres sobrenaturales, cazadores y policías estadounidenses? La tentación es más fuerte cuando este realismo vuelve su mirada a la potencia misteriosa e inquisidora de los cuentos populares y de hadas; la tentación se hace más débil cuando la serie se transforma en un modo simplificador e ingenuo de comprender este universo de asesinatos sin móvil, matanzas en masa o niños decapitados porque sí del mundo verdadero que hoy nos rodea.
Yaki Setton
Buenos Aires, EdM, julio de 2012
Seguir leyendo