Este anuncio no me pertenece, lo juro, aunque mi vestido también era de esa talla, me quedaba algo holgado en aquel tiempo, lo compré en una feria de garage una mañana de otoño, sin hacer preguntas a la niña que lo vendía entre discos, libros y unos sacones de otros tiempos, mientras la mamá miraba desde la ventana del chalecito muy American Way of Life, desde la ventana de la cocina, no creo que su atención se debiera al vestido, tampoco la mía, yo había pensado en llevarme un saco de flores hecho de tela de cortina y cambié de opinión, quizás porque descubrí la mirada de esa mujer que estaba preparando una limonada para traerle a la hija, hacía un calor imposible para colgarme ese cortinado sobre la piel, otra posibilidad es que lo haya comprado para salvar a esa mujer, como no dudé en decir el día en que le regalé ese vestido a una amiga, un año después y habiéndolo usado solo una vez una noche de playa, sin ningún error, con besos que iban y venían como las olas aunque con un amor menos constante, sin un poco del arrepentimiento que mostraba esa mujer en los ojos, no mi amiga que se casó en Las Vegas con el amante de la infancia que estaba en viaje de negocios y en cuatro días regresaba a su casita en Carrasco, imagino que ella todavía guadará ese vestido, todos los días habían sido por error menos ese día en coche atravesando el desierto que imaginé en detalles tantas veces, casi tantas como las olas que me llevaban tan cerca de mí en esos brazos que parecían míos, la mujer de la limonada no habrá tenido la misma suerte, la nena se balanceaba en una mecedora, no se me ocurrió preguntarle si también estaba en venta, yo llevaba puesto mi walkam y escuchaba a Serú, las canciones me hacían vivir lejos, acaricié el vestido antes de comprarlo pero la mirada de la mujer se me fue imponiendo después, era posible que ella esperara que ese hombre pasara por la puerta de su casa, vi esa escena en los ojos de mi amiga cuando me comentaba que iba a casarse para vivir cuatro días con su primer amor, se conocían desde los ocho años y ahora él estaba casado y vivía en el Uruguay y se habían encontrado de casualidad, dos hijas tenía ese hombre, pude verlas, sin embargo nunca supe nada de la nena que me vendió el vestido, en ningún momento, ni siquiera ahora en que pienso en el desafío que le hizo Hemingway a un grupo de amigos escritores, les preguntó si eran capaces de escribir un cuento de seis palabras, no sobre un vestido de novia, claro que no, ni sobre la nena que espera por su limonada fresca, ni sobre el mar una noche, ni esa pareja besándose en un coche con fondo de desierto, solo seis palabras dijo Hemingway, y bebió lo que no era limonada, jugó con el hielo y soltó, For sale: baby shoes, never worn, es decir: A la venta: zapatos de bebé, nunca usados, un auto pasa por la calle, la mujer señala un cartel, o acaso señale los ojos de la mujer en la ventana, una joven de pelo revuelto mira el auto pasar y lo olvida.
Lucía Thompson
Buenos Aires, EdM, julio 2017
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