PIES DE IMAGEN

Mujer y mujer y lo que no digo, por Lucía Thompson


Todos recuerdan las escenas mudas de Vértigo en las que Scottie persigue a Madeleine y la observa, extasiado, cómo ella contempla en un museo vacío el retrato de otra mujer. No es preciso decir más para que se imponga lo no dicho, ¿verdad? El sobreentendido cultural se encarga de reponer por si solo el nombre del director y los actores. Como también, desde luego, el nombre de Madeleine disolviéndose en la boca, cuando otros, antes, podían vivir el tiempo como una taza de té de tilo. Hablamos constantemente con ese tipo de sobreentendidos, tanto como con esos otros que completan las miradas y los gestos, o que al menos confiamos que los completen. Las elipsis son los hormigueros y nuestras palabras las hormigas, ¿quién podría decir que puede haber hormigas sin hormigueros? Mejor aún: ¿quién podría decir que hablar no es saltar entre islas?
     Un ejemplo: alguien cuenta la historia de un joven que ingresó a una empresa llevando papeles por los tres pisos del edificio y que tres años después se convirtió en su más alto ejecutivo. La historia cambia sus pretendidas virtudes si incorporamos un detalle elidido: el joven era el hijo del dueño. Pero quiero hablar, sin embargo, de los cuadros y las miradas. En el invierno de 1985 fue robado del museo de arte de la Universidad de Arizona, en Tucson, la pintura Mujer-ocre (1957-1959) de Willem de Kooning (1904-1997), uno de los maestros del action painting, y ahora, más de treinta años después, ha sido recuperada. Lo único que se supo en ese largo ínterin –una elipisis para unos y un secreto para otros- es que una mujer y un hombre ya mayores, sumergidos en gruesos abrigos, se las ingeniaron para distraer al único guardia de la sala y se llevaron la tela de 1 metro por 70 cm, sin que nadie se percatara sino horas más tarde. El cuadro de Kooning no se perdió en la bóveda blindada de ningún coleccionista, ni estuvo escondido en una sala con luz especial frente a un sillón. Pasó sus mejores días en el cuarto de una pareja de jubilados. Colgado en la pared junto a la entrada de su dormitorio. Cuando la puerta se cerraba a los otros, la pintura se abría completa para ellos dos. Mujer–ocre era su pintura, Kooning no había hecho más que pintar el cuadro.

     Ellos eran Rita y Jerome Alter, una lingüista y un profesor de música ya retirados de los demás, no de ellos mismos. El mundo de la elipsis se parece a lo extraordinario casual que tanto se repite en esas ocasiones. Rita y Jerome murieron en 2012, a los 81 años, y el sobrino heredero vendió sus cosas, entre ellas el cuadro. Una furgoneta fue suficiente para reunir el conjunto a cambio de 2 mil dólares. Lo previsible se repite en cada hazaña: el cuadro de 100 millones de dólares encontrado por casualidad, la colección de fotos que una niñera tomó durante décadas apareció en unas cajas olvidadas, el manuscrito escondido en una lata, los borradores de una novela extraordinaria… Las hazañas son devoradoras de elipsis. El brillo de lo excelso devora las líneas de todos los relatos contenidos en su espesura. Pero los hormigueros están ahí, claro que sí. ¿Por qué Rita y Jerome robaron esa pintura en particular? ¿Tendrán importancia las fechas de Kooning y las compartidas por la pareja? ¿Qué es lo que veían en ese cuadro? ¿No habría que observarlo de nuevo hasta descubrir, acaso como Scottie creía ver en Madelaine, más de una mujer en la mujer del retrato? Déjenme decirles ese silencio, sí, como quien busca abrigo en día frío.

Lucía Thompson
Buenos Aires, Edm, septiembre 2017
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