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Verso a verso X: Gelman, por Liliana Lukin


Es porque acaba de morir que su escritura nace más? Versos que él escribió cubrieron siempre como una mancha de aceite la ciudad donde escribo. Imposible lavarla, ver su rastro era probable deslizamiento involuntario sobre la superficie de una contaminación.
    En todos sus libros hay versos que en la búsqueda para este texto, he dejado de lado, aún cuando fundaron en mí modos de pensar y de escribir.
    Y estos, del poema “Corajes”, en el libro Relaciones, escrito entre 1971 y 1973,
instalan, en una poética que podría definir como “de lo posible”, lo imposible entre los seres del mundo, cada uno en sí mismo destinado a sobrevivir más allá de sus fuerzas:

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POEMAS

Tres poemas, por Liliana Lukin


Los tres poemas que siguen forman parte del nuevo libro que Liliana Lukin (Buenos Aires, 1951) publicará en los próximos meses y que llevará el título de Poemas del Buen Amor.


no sin consecuencias

pagar por el Yo
semanas respirando
igual arriba que abajo,
el súbito ascenso del sueño
en un fondo de ojos: sólo se ven
repisas con juguetes, mamá
y miniaturas, merezco el golpe

soy hundida y
veo: la propia calavera
como obra
de arte, sueño desnuda,
acurrucada en brazos
del operador de la máquina,
y atrás de la pupila me protejo


partir dejando toda
identificación, toda
posición, partir de allí: eso


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Verso a verso IX: Lezama Lima, por Liliana Lukin


mposible no dar a leer, en la continuidad de este proyecto, el fragmento completo del poema cuyo comienzo se cita en Verso a verso VIII:

Deseoso es aquel que huye de su madre. (…)

que continúa:

Despedirse es cultivar un rocío para unirlo con la secularidad de la saliva.
La hondura del deseo no va por el secuestro del fruto.
Deseoso es dejar de ver a su madre.

La madre es fría y está cumplida.
Si es por la muerte, su peso es doble y ya no nos suelta.

y ¿de dónde huimos, si no es de nuestras madres de quien huimos
que nunca quieren recomenzar el mismo naipe, la misma noche de igual ijada
                                                                                                    descomunal?
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Verso a verso VIII: Vallejo, Saint-John Perse, Lezama, por Liliana Lukin


Habría leído Vallejo a Saint-John Perse? Un mapa de las lecturas de cada escritor, con los posibles cruces en tiempo y espacio, un mapa de citas e influencias, el sueño de todo lector, develaría una imposibilidad, pero qué maravillosas sugestiones abre saber años de escritura, de publicación, amistades, el destino de los libros, la historia de sus traducciones…Porque Saint-John vivió de niño en el Caribe, y eso narra el largo poema “Para celebrar una infancia”, en su primer libro, Elogios, de 1911, del que tomo esta línea:
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Verso a verso VII: Girri, Dickinson, Pessoa, Vallejo, por Liliana Lukin




n su “Arte poética”, citado en Verso a verso VI, Alberto Girri había escrito, cerrando cada estrofa en cursiva, tres versos, del que podía leer el segundo. Ahora van todos, un mantra para pensar, que no pide más que eso, porque “las cosas son el único sentido oculto de las cosas”, como dijo Pessoa:


“la ambigüedad a expensas de la convicción”

(…)
“la materia a expensas del lenguaje”
(…)
“la imaginería a expensas de tormentos.”

Por eso la decisión de introducir en esta entrega versos de inversa, valga el juego sonoro, carga. Sí, “invertir la carga de la prueba” y elegir, para empezar, otra clase de cuasi aforismos, que no reflexionan sobre su instrumento, y, aunque parezca una obviedad escribirlo, se inscriben directamente en la carne, como si pudiera hablarse de escrituras que se “oyen” y escrituras que se “sienten”. Son de Emily Dickinson, que en 1859 escribió:
El agua se aprende por la sed
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Verso a verso VI: Orozco, Girri, por Liliana Lukin


omo si continuara hacia atrás, en una genealogía de poesía argentina que en Verso a verso V me llevó a escribir sobre Alejandra Pizarnik, releo a Olga Orozco, volviendo a las marcas con lápiz de 40 años atrás, que me revelan hoy cuánto la he leído entonces, y entre todos, encuentro este verso:
Madre, es tu desamparada criatura quién te llama,

Sigo y leo:
¿Y quién roe mis labios, despacito y a oscuras, desde mis propios dientes?
Ambos son de distintos poemas del mismo libro, Los juegos peligrosos, de 1962.

“Duro brillo, mi boca”, se titula un poema en Museo salvaje, de 1974.

Veinte años después, publicaría Con esta boca, en este mundo, y el poema homónimo, “Con esta boca, en este mundo”, termina así:
¿Cómo nombrar en este mundo con esta sola boca en este mundo con esta sola boca?

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POEMAS

Poemas: Serie materna, por Liliana Lukin


1.

mamá me dice a mí

“mamita”: me ama mamá,

cuando no sé cómo

hacerle olvidar el futuro

y le digo “pero mamá”,

y es todo, esa objeción en

medio de la vida que el lenguaje

alcanza a la boca:

“pero mamá”, le digo y la beso

con eso, la beso



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Verso a verso V: Pizarnik, por Liliana Lukin




area: releer los cuatro textos anteriores. Ir al comienzo, donde dice: “escribir sobre un verso…¿qué es eso de un verso, eso que el espacio y el silencio musical le imponen a una frase para que no siga escribiéndose en la misma línea?” 
   Recordar que han pasado cuarenta años de la muerte por mano propia de Alejandra Pizarnik y elegir esta vez una línea, releída y olvidada, ambas cosas, por años: 

“Es tan lejos pedir. Tan cerca saber que no hay” 


Es del poema “Mendiga voz”, en Los trabajos y las noches, 1965. Es de los años en que también escribía el citado Bonnefoy, la Bachmann… 

No poder dejar de oír el eco, en “Verso a verso I”, del Celan de “no separes el no del sí / (...)/ dice verdad quien dice sombra.”  

Observar la economía de los recursos: “tan lejos”, “tan cerca”. “Pedir”, “saber que no hay”: eso es todo, abrir los pares, mezclar los sintagmas, agregar el verbo, que sea el verbo ser, que diga “es”… 

Reparar en la sencillez de las operaciones: abrir, mezclar, un juego de cartas realiza las mismas, pero este verso requiere algo más que azar, y algo menos. 
   Una inteligencia melódica rige estas frases, una perfecta ecuación matemática se desprende al mirar el verso: el verbo puesto fuera, como el punto desde donde se dispara el lenguaje (todo “es”, y luego, “es” otra cosa), deja leer a continuación dos estructuras que empiezan con un “tan”, casi tañidos, casi tambores, de tres y seis palabras cada una. 

Darse cuenta, entonces, de que la primera frase es duplicada en cantidad de palabras por la segunda: la distancia de la que se habla, sobre la que se escribe, está invertida en relación con el deseo y su realización: “pedir” es lo que se ve y se lee primero, pero se anuncia como “lejos”, “saber que no hay” en cambio, está más lejos en la frase, pero el “cerca” que lo precede asegura la frustración: cerca ese vacío, siempre. 

No olvidar que escribió en El infierno musical, su libro de 1971: 
  “Esperando que un mundo sea desenterrado por el lenguaje, alguien canta el lugar en que se forma el silencio. Luego comprobará que no porque se muestre furioso existe el mar, ni tampoco el mundo. Por eso cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa.”

Dudar sobre el uso de la cita anterior, no es un verso, ni la última línea es un verso, pero es un suceso, un fragmento de experiencia poética en permanente estado de florescencia: en unas líneas presenta esta serie: lenguaje, canta, silencio, palabra, dice lo que dice… 

Pensar que, como antes se había hecho, como se seguirá haciendo, ella ha puesto el mazo del idioma desparramado en la mesa del banquete, y ella, alguien, muestra cómo abrir, mezclar, barajar y dar de nuevo, en un juego que da una clase de felicidad, donde no hay casi nada, pero que no termina. 

Liliana Lukin 
Buenos Aires, EdM, septiembre 2012
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Verso a verso IV: Mallarmé, Eliot, Shonagon, por Liliana Lukin


l texto anterior se cierra con esa especie de maldición escrita por Mallarmé: “La carne es triste, ¡ay!, y todo lo he leído”, del poema ‘Brisa marina’, y ahora que está copiada aquí, ahora que ha sido proferida, qué necesaria parece la cita de Eliot, una ablución que se lleva por el desaguadero la revelación, por un instante insoportable, de que entre carne y lectura sólo habría tristeza y nada… 


En cambio, Eliot instala una relación entre certeza y tiempo (“Y claro que habrá tiempo”), entre valor y pena (“Y habría valido la pena, después de todo”) y esos versos de ‘La canción de amor de Alfred L. Pruffrock’, escritos a comienzos del siglo XX, después de todo esperanzados en sí mismos, casi responden a aquél escrito a fines del siglo XIX. 

Cómo redimen del golpe, de la segura melancolía con que se hunde en nosotros la disyunción dolorida del “¡ay!” que divide en el verso mallarmeano dos certezas terribles, y cómo, sin nombrar ni carne ni tristeza ni libros, esos versos casi conversados, disuelven, evaporan, vuelven frágil tanta seguridad: devuelven el cuerpo al texto y el texto al lector, como asegurando que siempre habrá lectura, sexo, muerte. 

Se dice que escribió Sei Shonagon en El libro de la almohada, en el año 1000: “Hay dos cosas en la vida en las que confiar: los placeres de la carne y los de la literatura”, y si bien no es seguro que estos poetas hubieran leído ese diario, ni es seguro que los versos dialoguen en anacronismos o secuencias, qué buen descanso el de una frase como ésa, encontrarla cuando todo parece perdido. 

Liliana Lukin 
Buenos Aires, Argentina, EdM, agosto 2012
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Verso a verso III: Stampa, Bonnefoy, Eliot, Mallarmé, por Liliana Lukin


Qué interesante que Gaspara Stampa, en el verso elegido por Ingeborg Bachmann: “vivero ardendo e non sentire il male.”, le diera a ella, especialmente a ella también, un mandato, (aunque en infinitivo, y no en el imperativo que de René Char y Paul Celan se leen en aquellos ya citados en Verso a verso I).

Ella eligió mantener la cita en su lengua original, y es posible pensar que, como un conjuro, esa orden encubierta hizo que sucediera una escritura que aún no termina de hacerse, que se quema en el instante: como una reverberación desaparece y resucita página tras página.
Eso, ya vimos, es No sé de ningún mundo mejor: reescrituras de reescrituras en la escena de un sufrimiento moral, (no de un yo), que no podía dejar de sentir, es decir no podía cumplir con la orden: poemas sin final visible, como ese sufrimiento, y que como “el mal, no los errores, perdura”.

Hay una obsesión que consiste en volver a leer hacia atrás, un mecanismo que ciertos textos piden, reconstrucción y enlace para permitir la continuación de esa lectura, casi un bordado: el movimiento hacia adelante y atrás de las hojas, varias veces adelante, una vez hacia atrás, dos, tres, hasta que se pierde el hilo y hay que enhebrar de nuevo.
Esa lectura pide un libro inacabado, que es en cierto sentido el libro perfecto.

Por la misma época, Ives Bonnefoy había escrito un poema cuyo título es su verso final: “La imperfección es la cima.”. Así, la frase enmarca un texto que es su propia escalera hacia ese final: en esa repetición revela dos veces, como un rezo, una clase de verdad.
Se entiende entonces una relación no expresada entre los términos de la ecuación perfección/imperfección, se intuye que hay que explorar ese relato.
Sí, la imperfección pide sangre, pide carne sacrificial, pide excesos, en cualquier lenguaje, el equivalente de alaridos, de rasguños, un comercio con el exilio, el fin de toda forma de tranquilidad en lo representado.
Esa revelación, para la escritura, es fundamental cuando reaparece (tantas veces en tantos libros en la Historia): escrituras bellas, poemas prolijos, búsquedas de metáforas ‘precisas’, preocupaciones formales caen hechas pedazos ante ese verso perfecto en su paradoja: “La imperfección es la cima”.
No es en infinitivo, ni en imperativo, no tiene un destinatario, pero enuncia fuertemente un saber, su propia verdad pide ser escuchada, aunque sea en ese decir impersonal, como una flecha que va a dar en el blanco.
En cambio, en otro poema escribe el mismo Bonnefoy: “Soy como el pan que partirás,” y su paradoja se borra. Todos comemos de él, por un instante.

Y claro que habrá tiempo”, escribía T.S.Eliot mucho tiempo antes, “Y habría valido la pena, después de todo,” continuaría escribiendo líneas después en el mismo poema, y estos versos en futuro, en condicional, como susurrados entre dientes para nadie, se oyen todavía. No hay allí más que un consuelo del verso para sí mismo, o una queja, ahora que recuerdo a Mallarmé: “La carne es triste, ¡ay!, y todo lo he leído”.


Liliana Lukin
Buenos Aires, EdM, julio 2012


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Verso a verso II: Celan, Bachmann, Stampa, por Liliana Lukin


l archivo de los ahora devenidos “libros para la búsqueda de versos”, es una biblioteca desarmada, hojas sueltas que pasar con cuidado, bordes superiores doblados, papelitos amarillos adhesivos sobresaliendo como plumas o aletas arrugadas, que despego uno a uno después de años. 
    Sin embargo, volví al texto publicado en mayo, a lo que dejó como hilachas: esos versos que ya mencioné, de Paul Celan, en el poema “Habla tú también”: 


     “no separes el no del sí/ (...) / dice verdad quien dice sombra.” Son del libro De umbral en umbral, de 1955, y en su imperativo me ofrecen de alguna manera la dirección única de toda la escritura que vendrá. A pesar de su inagotable belleza, a pesar de que cada vez que los leo me detengo en el tiempo y en el espacio como en una estupefacción, una certeza de que todo puede y debe ser pensado de nuevo, quiero ser rigurosa. No cumplen la consigna de ser un verso, sólo uno. Y vuelvo a recordar que en Libro de buen amor, en 2010, puse como cita un fragmento del poema “Calle de la gloria”, de Ingeborg Bachmann, que empieza con el siguiente verso, de absoluta ruptura del ritmo lineal: 

    “El mal, no los errores, perdura,”

     El fragmento, en la versión que reproduje, dice: 

    “El mal, no los errores, perdura, 
    lo perdonable está perdonado hace tiempo, los 
    cortes de navaja 
    se han cerrado también, sólo el corte que produce 
    el mal, 
    ése no se cura, se reabre en la noche, cada noche.”

     No sé de dónde tomé la cita, porque en la edición bilingüe que ahora tengo, la traducción ordena los versos de otra manera y traduce del alemán lo siguiente: 

    “El mal, no los errores, perduran, 
    lo perdonable está perdonado hace mucho, los cortes de navaja 
    se han curado también sin ello, sólo el corte que aplica el mal, 
    ese no cura, revienta en la noche, cada noche,” 

    Prefiero la primera, y estoy segura de que el plural de “perduran” de la segunda es una errata, aunque en el original la palabra es “dauern” y no sé nada de alemán…. 
    El libro es la edición de poemas inéditos, encontrados 30 años después de su muerte, y publicados en 2003 por sus hermanos, bajo el título “No sé de ningún mundo mejor”. Tienen un orden más o menos aleatorio, y escritos entre 1962 y 1964, casi todos son reescrituras que se modifican una tras otra y parecen no haber sido corregidos. 
    Este poema tiene tres, pero ninguna de las siguientes repite ese verso: 

    “El mal, no los errores, perdura,”

     El poema comienza así: 

    “La merced morfina, mas no la merced de una carta,”

     En el libro, 80 páginas más adelante, ella usa en poemas de distinto título una cita de Gaspara Stampa que es, en ese universo de dolores, un conjuro contra el daño, y también un mandato, en infinitivo y en la lengua original: “vivere ardendo e non sentire il male. En el llamado “Alla piu umile, alle piu umana, alla piu sofferente”, el párrafo final se enlaza como en una corona de espinas con el verso elegido por mí, al repetir, tan lejos de “Calle de la gloria”: “La merced morfina, mas no la merced de una carta”.
      “El mal, no los errores, perdura”, es una lista de “no”: no la merced de una carta, no los errores, no se cura, no sé de ningún mundo mejor… Como un mantra, lo negativo tiene la fuerza de una aseveración. 
    En oposición al de Celan, este verso que avanza y retrocede no me ofrece una dirección, sino que me desarma, me escupe en el alma su comprobación, advierte y entristece, no hace más que advertir que no, que no se acaba, que no sólo no se acabará nunca sino que abrirá una y otra vez la herida que produce. 
    Y sé que sabe lo que dice.

Liliana Lukin
Buenos Aires, EdM, Junio 2012

Ver: Verso a Verso I 
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Verso a verso I: Marechal, Char, Celan, por Liliana Lukin


na demanda aceptada: escribir sobre un verso…¿qué es eso de un verso, eso que el espacio y el silencio musical le imponen a una frase para que no siga escribiéndose en la misma línea? He revisado mi colección de citas, un poco al azar …y casi todos los versos que me interesaban eran dos: una frase, dos versos, una parte arriba, otra abajo, separadas por la infelicidad de una decisión que no preveía esta hipótesis de trabajo: escribir habiendo decidido lo indecidible. 
    Cuando me ofrecieron el trato, pensé en éste: “con el número dos nace la pena”. Ah, Marechal, qué envidia ese verso, me dije, pero la vanidad no me permitió aprovechar tanta eficacia…Así es que seguí buscando: si algo hay en mis bibliotecas y estantes de trabajo son libros marcados, y el camino de los libros marcados siempre lleva a Roma, es decir a amor, que es antiguo, duerme bajo capas de ceniza y nunca deja de estar rodeando los lugares donde fructificó. 


    Me tuve que decidir, es cierto, en poco tiempo, tendría que tener , pensé, la ‘pila de libros para búsqueda de versos’, el archivo, el recorte en ese infinito de lo que cae en el olvido. Así, encontré algunos que adolecían de inconclusión, o eran maravillosos, pero siempre subsidiarios de las palabras que le seguían a continuación, o eran sólo bellas frases: no creía tener en ellas dónde morder…Soy una lectora de escrituras, pero cuando me encargan un trabajo soy una lectora carnívora, voraz, despiadada. Hasta que dí con éste, de René Char: 

     “Impone tu suerte, encierra tu felicidad y ve hacia tu riesgo.” 

Es del libro Les matinaux, de 1950. Cuando en 1998 publiqué Las preguntas, fue uno de los epígrafes en la primera, blanca página. Adentro, en la mitad, los epígrafes eran dos fragmentos: de una carta de Marina Tsvietáieva y de un ensayo de Simone Weil. 
    En la presentación del libro, el verso fue señalado, analizado, por estar el verbo en modo imperativo, y curiosamente, acompañado de otros, también en imperativo, del poema de Paul Celan “Habla tú también”, por lo cual fui sometida a interpretación interesante: 

     “no separes el no del sí / (...)/ dice verdad quien dice sombra.” 

Lo del imperativo…debo decirlo, fue una casualidad de las que no existen, seguramente no escuché, en ambas citas, la música del imperativo, no fui conciente de ese detalle hasta que me fue marcado, como los libros. Era la idea de una absoluta determinación, de un poder, de un deseo sin límites, de la presencia de la profundísima felicidad solitaria que pedía Rilke, lo que había en ese verso para mí, lo que en él me hablaba. 
     “Impone, encierra, ve / suerte, felicidad, riesgo.”, una perfecta y austera estructura paralela, de tres sustantivos y tres verbos, sustantivos que son ideas, impulsos, posibilidades, no objetos, nada visible, y verbos activos que no piensan ni dudan, crean, mueven, deciden, como la pasión. 
    La combinatoria del verbo con el sustantivo que le corresponde es tal, que otra funcionaría, por ejemplo: “impone tu felicidad, ve hacia tu suerte, encierra tu riesgo”, resulta verosímil para el lenguaje, pero se puede escuchar cómo en esa alteración del texto del poeta la música se ha roto: es otra cosa entonces lo que se dice. 
    Podemos seguir rompiendo la mecánica, como en un juguete y ver qué es lo que se impone, qué es lo que se encierra y hacia dónde se va, y encontrar que esas palabras están combinadas del modo más sutil, y en el lugar más perfecto y como talismanes, operan en el mundo: de allí el poder con que nos afectan. 
    Y yo, que he accedido al original en francés mucho después de haber usado el verso como epígrafe, pude asegurarme de que la traducción, de Raúl Gustavo Aguirre era literal. Pero hace un instante he ido a buscar la fuente en francés, y ví con sorpresa que, por alguna cuestión que ya no recuerdo, en mi libro la cita efectivamente es un solo verso, lo que me permitió decidirme hoy por ella con alegría, pero en el original, ese verso continúa, después de un punto, con parte de lo que siempre consideré el segundo verso de aquel epígrafe: 

     “Impose ta chance, serre ton bonheur et va vers ton risque. A te regarder, ils / s'habitueront.”    

Así que, por el camino del amor, adonde todos los caminos de esta búsqueda me llevaron, traicioné la consigna sin querer, no he sido lo estricta que debía: me declaro irrespetuosa con todo placer y gran inocencia, porque he cumplido escribiendo y declaro que el verso entonces dice: 

     “Impone tu suerte, encierra tu felicidad y ve hacia tu riesgo. A mirarte, ellos /
     se acostumbrarán.”

     Que se acostumbren.

 Liliana Lukin
 Buenos Aires, Argentina, EdM, mayo de 2012
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APUNTES

La performer de poesía, por Liliana Lukin


Imagen: Gustavo Schwartz
Leer a viva voz como en un teatro de ideas representando mi escritura: doble de haber sido ya escrita, de estar escrita para ser leída, por otros, por mí, ante otros.
Estar amplificada en el placer de un experimento de aparato fonador y gestos, que hacen de mí un animal controlado. Dudando de la transparencia del sonido, deseosa de lo metálico, lo grave y suave de una voz en transformación, y estar donde se golpea cada palabra en el sonido.

    De no leer nunca en público, habremos quedado sordos, como cuerpos ciegos de la lengua.
    Habrá un lugar, una luz, una silla o estar de pie, con el micrófono como un músculo expandido. Todo el tiempo en que tengo la palabra estoy de pie. Confiar en el don y en la escucha, entregar todo a la mirada y saber que algo muy simple, que preparo con cuidado, va a suceder. Al hacer que una palabra se enlace en el aire con otra soy puro cuerpo: una caja toráxica como pasaje que regula, en un lugar detrás de mi conciencia, el sístole-diástole de unos acentos, mi schibbolet, dulces entonaciones de un idioma y su música, puestas en escena. He puesto el cuerpo, que se dobla como una caña, mira y lee, levanta la cabeza, busca los ojos múltiples de un conjunto que respira y le devuelve un eco, el silencio como una marea que habla y se ve. Intento llegar con esa voz al fondo del salón como si hubiera detrás de los otros un hueco de lo dicho.
    De leer en público, el poder de crear un volumen, de modular y ver cómo algo material se forma en el espacio: experimento con la boca y trabajo el lenguaje para provocar una acción.
    Cada vez, administro lo líquido de las letras, hago que el aire alcance un tiempo justo para una emisión completa de eso que he querido decir, pero que mejor he escrito. Le doy, a eso que está ya vuelto escritura, un aliento de única vez, y en ese instante lo con-vierto en seducción de la letra y así, obra.
    Leer en público devuelve la función primera de mi estar en el mundo: tener una voz propia y “que se escuche/ como una canción”.

Liliana Lukin
Buenos Aires, Argentina, EdM, marzo 2012
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POEMAS

Dos poemas inéditos, por Liliana Lukin


Pero ¿y si no fuera necesario
hablar, decir nada,
para que los acontecimientos
arrojaran deshechos
los últimos restos de
algún conocimiento adulterado?

el poema, el poema,
¿a quién le importa
su revelación, la tardía
idea que tu idea trae
a estas playas de puro
tiempo y melancolía?

escribir sería una
fiesta en otra parte,
improbable,
donde la saciedad
de lo que el cuerpo pide
creara secreciones:

deseos de palabra
como deseo segundo,
deambular del ojo a la búsqueda:
inutilidades, adivinación, perturbaciones
que actuaran sobre lo visible
y lo dieran a probar: poemas.

*************************************


Prensar,
entre dos placas
de amianto, el corazón de una,
en el pozo ciego caída la gran ilusión

con los ácidos del reciclado
de la mente nada que hacer

estiércol
de los años de pastoreo
esparcidos en el altar
de los propósitos

gran depredación:
dejaron sólo dientes aptos
para una hierba cada vez más alta,
cromada y seca,

a todas luces sellado el material
de una posible resurrección
con la saliva
de las voces.

Liliana Lukin (Buenos Aires)
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PIES DE IMAGEN

Muro, por Liliana Lukin


“La libertad consiste en saber que la libertad está en peligro”
Emmanuel Levinas.

Son más sutiles que la piedra, el hormigón, el antiguo ladrillo, el adobe del que estuvieron hechos todos los muros que en el mundo han sido. En la memoria de aquellos, los cuerpos que quedaron atrapados, que formaron la argamasa, cuyas cenizas solidificaron, lava, grava, canto rodado de la intemperie de toda imposibilidad. Pero ahora son más sutiles. Impenetrables, están hechos para penetrar, urden en la trama de lo otro: hunden, cortan, cierran o abren según intuiciones o programas que escapan a nuestra idea de la construcción del mundo. Son invisibles o son todo lo que se nos deja ver. Su representación es infinita porque siempre hay otro lado, el obstáculo monstruoso, la prohibición absurda, la fuerza bruta, el destino indecidible.
    En todo lo que respira hay aire y allí donde algo vivo ocupa el espacio, donde la intención se hace deseo y el temor se disuelve, donde la palabra se vuelve acto, allí, los muros estarán listos para amurar, surgiendo de la nada. Como el líquido que revela, en un negativo, la verdad de una imagen, saber qué hacer, y estar alerta.

Liliana Lukin (Buenos Aires)

Imagen de Gustavo Schwartz sobre “El sueño de la razón produce monstruos” de Goya Seguir leyendo
PIES DE IMAGEN

"Sobre El amor del lobo, poemas del cordero", por Liliana Lukin


 Gustavo Schwartz, 2011, 
sobre "Agnus-Dei" de Zurbarán
1-El amor del lobo por el cordero es
una herramienta que sangra en la comprensión
de lo que no se comprende del amor
ni del lobo, en lo que queda desgarrado
del cordero.

2-En lo que no se comprende del lobo,
en lo que del cordero hay desconocido,
avanza la conjetura sobre la naturaleza
del amor que el cordero tiene por
el amor del lobo hacia el cordero.

5-Sueño con lobos, los corderos
persiguen mi sueño,
quieren entrar en él
como quien entra atropellando
en la jaula de su miedo.


7-El cordero sabe que es la metáfora
de otra cosa, que el lobo es
la metáfora de otra cosa: comienza
con palabras como amor, y termina
con la sangre de alguna pasión colectiva.

8-El amor del lobo por el cordero está
un instante detenido antes de desaparecer
en el amor del cordero por el lobo:
ambos miden lo que pierden, sólo pierden
y esto es así, indefectiblemente así.

11-El pelaje del lobo está hecho para la caricia
que no conocerá, inevitablemente el lobo ama
el amor en el cordero, pero más los brazos que cargan
al cordero, las manos que se deslizan por su lomo,
la paz de ser el perseguido y no el perseguidor.

13-El cordero no ama en el lobo más
que su temor anciano y nonato: él es una creación
de la mujer por salvarse del lobo en el cuento
de la ofrenda, donde siempre hay un leñador,
un hacha, un bosque, un aire de tormento.

14-El cordero sueña con lobos: una manada
que ondea como los pastizales donde él
corre, en el saber de que jamás será
alcanzado por las fauces abiertas ni el jadeo
sinuoso y húmedo, porque puede despertar.

16-El corazón del cordero hiede a espuma
para los ojos del lobo, hundido en un mar
de corderos: un oleaje de corderos llenos
de ojos, un regalo para esa amenaza que
le permite oler el desorden del mal menor.

Liliana Lukin (Buenos Aires)
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Sobre el tránsito de los cuerpos, por Liliana Lukin


uerpos en viaje, o de cómo las lecturas transforman mi cuerpo, mientras va leyendo los cuerpos narrados en la escritura.)

Jerusalén 2009, la Universidad Hebrea, una invitación.
Estoy en Israel traída, llevada a, por una historia de lecturas.
Se trata de pensar lo que las lecturas le hacen a un cuerpo: cómo años de hurgar en textos escritos sobre y por sobrevivientes del Holocausto, novelas, autobiografías, memorias, diarios, cartas, documentos, ensayos, cómo años de leer, antes, durante y después, la literatura, los testimonios y documentos escritos en la Argentina sobre la Dictadura, se trata, decía, de pensar cómo esas capas de lectura, enormes masas de información, esa repetición en su infinita diversidad, dejan una marca, producen un acto.
Se trata de crear un teatro de ideas para esos modos de representación de los cuerpos: sus construcciones lingüísticas y represivas.
Ese corpus de trabajo nunca enunciado así a lo largo del tiempo, "cayó por su propio peso", y llevo la huella del trauma en el viaje: es de pronto, en el tiempo, una necesidad de transmisión, segrega su transformación en otro discurso.
Arbitrariamente armado, es un cuerpo de ideas que genera su propia vestidura: un programa, un destino. Es un cuerpo que viene con todo su peso sobre mis espaldas, me atraviesa, sigue pasando a través de mí en ese, en éste momento.

Frío marzo, sabiendo que no lo habría, está de antemano perdido el centro del idioma de la infancia en su doble sonoridad, en su naturalidad doble.
Idish para que la niña no entienda, idish de la enseñanza prohibida, al que la niña contesta. Castellano, español, argentino de los argentinos en la ciudad sagrada, colombiano, chileno, en la universidad, hebreo en los carteles. Y en las calles, árabe, hebreo, unos turistas más en el mercado de la Ciudad Vieja, regateando en hebreo, árabe, inglés, argentino.

Un mediodía habremos hecho el camino del Memorial del Holocausto, en Yad Vashem, habremos quedado mudos, como cuerpos en viaje a un presente absoluto donde aquello que escuchamos, a lo que los objetos y fragmentos de objetos había pertenecido, aquello que conocíamos de incontables documentos y que las fotos habían registrado, continuaba ocurriendo incesantemente .
Arrastraremos el cuerpo al salir, como calzados con zuecos sobre la nieve, azotados por la desgracia de ver, cada vez más de cerca.

Un viernes al atardecer estaremos frente al Muro en todas las lenguas del mundo, calados por lo helado del aire, por la música conocida de los cánticos, el murmurar, los susurros.
Entraré por el lado derecho, a la izquierda podré espiar a los hombres, sus tocados rituales, el talit, esas barbas que apuntan hacia el Muro, donde se golpea cada palabra en el sonido, de esa lectura oiré crecer el sonido hasta alcanzar el fervor, los pequeños soldados bailarán en ronda con su maestro en el centro, arengados en la rareza de una creencia que les permita ser más allá del miedo, Veré, mezclada con ellas pero sin tomar un libro, a las niñas, a las mujeres, el rostro hundido en el libro, decir su oración, a las jóvenes las veré golpear suavemente su frente contra el Muro, las veré besarlo, chupar el libro, lamer la hoja, la piedra delante de sus ojos.

De cuerpo presente la lengua: hablaré dos veces tres horas sobre la representación del cuerpo en la tortura y la represión, en la literatura, en el arte del Siglo, hablaré de la relación entre el Holocausto y la Dictadura Militar 1976-1983 en Argentina, hablaré, en trance, de cómo se vinculan por sus consecuencias, pero también cómo la segunda es una forma de perfeccionamiento del primero, hablaré, en mi idioma, de la memoria y el olvido, del sobreviviente, del testigo, del testimonio, de la mudez y de la escritura, ficcional o no ficcional, en la literatura argentina escrita entre 1960 y 2000.
Y no me daré cuenta de que estoy de pie, todo el tiempo en que tengo la palabra estoy de pie. Yo soy mi cuerpo.
Rodear ese relato, dar rodeos y sostenerlo: narrar lo sucedido para que suceda en una historia de las lecturas.
Aún con el exceso de equipaje, eso que significa haber venido desde hace tanto con la experiencia de lo atroz en el lenguaje. Aún en carne viva por haber extenuado la carne de esa letra: asociaciones, hilos que van o invento que van de un texto a otro, de una a otra revelación.
He puesto el cuerpo, como si una entera biblioteca hubiera caído en mí, he puesto el cuerpo, he absorbido el golpe, he hilvanado una serie no arbitraria de ideas: me han comprometido, no en la lectura solamente, sino en sus efectos. Deberé pues, responder. Invento una respuesta: reescribo aquello que nunca cesa de necesitarse decir.

Siete meses después, escribo un texto que es apenas la ficcionalización fragmentaria de aquella experiencia: trabajo lo dicho, otra vez el cuerpo se invierte, pura potencia, agobio y tensión. Trabajo el lenguaje para provocar una acción, trabajo el lenguaje para escribir algo que sea inolvidable. Entro en el placer: de la grabación, lo desgrabado y del texto informe,- mal escuchado, mal escrito-, el restañar de la experiencia recordada.
Entro en el placer de una escritura.

Barcelona, noviembre 2010, he sido regresada a ese destino de transmisión, aceptado al recibir una nueva invitación.
También en el frío, envuelta en el castellano, el español, el catalán, -que se escucha como galaico, gutural, hondo-, y esa deriva de no ser turista pero estar por afuera, ajena del lugar, resistente a la intemperie, es decir, sin resistencia física a la niebla, a la llovizna pertinaz, al rápido descenso del sol, al aire limpio y alto, que corta la voz, deseosa de interiores cálidos, silenciosos. Encuentro el rincón adecuado en un restaurante portugués, Antico Café, donde hablan esa otra lengua, una más, en el puente justo entre el español y el gallego, que me hace feliz escuchar como en un sueño de brumosas palabras dichas a mí, pero que no escucho.
Administro lo líquido de las letras: escribo con tinta negra, dibujo como siempre una letra cursiva con lapicera de punta cortada, redondeo el cuerpo de la letra, sostengo la línea sin renglones donde apoyar el rastro, rasgo, rostro de mí invertido en el papel, voy alternando un bocado de comida y el trabajo, soy un cuerpo entre los cuerpos.

Universidad Autónoma de Barcelona, el mismo programa, el mismo imperativo, el mismo equipaje sobre mi espalda, pero otra energía en la boca, en el resuello otro ritmo. No sólo el dolor en el cuerpo ante lo imposible de duplicar una experiencia, sino la ausencia de las coordenadas simbólicas que hicieron de aquélla primera experiencia un pasaje irrepetible que empezó en un cineclub restaurante con ventanales al Infierno.

Ahora camino por las callecitas del Barrio de Gracia, voy en tren a Bella Terra, atravieso Travesseras, sola soy lo familiar de este mundo, agradecida de esos nombres, de esas sonoridades: nada me aleja más del corpus del trabajo para el que me preparo.
Lo que me arrastraba a un decir, a un saber necesario de ser dicho, como un afluente de sangre, es ahora una cicatriz, y me veo raspándola, abriendo la herida para que suceda una inmediatez de eso obturado por la distancia.
Busco un goce, busco el centro del trauma de ese peso volviendo a mí para darme la palabra.
Sola con los cuerpos de los textos subrayados en la repetición de las lecturas, veo señales en lápiz, inadvertidas antes, con un gesto de sorpresa por la persistencia de la intuición: en el mismo párrafo, en la misma página, sus formas cada vez iguales a sí mismas y yo, en el centro de un olvido que recupero como memoria, reconocimiento de un saber vago, vuelvo al cuerpo abandonado: páginas, fotocopias, anotaciones al margen. Lo examino ante la zona de sombra del que debo extraer-me, extraer mis lecturas, anteriores, tan espejadas en los textos, en mi modo de mirar, tan oblícuas que directamente me llevan a la recuperación de sus restos, de su perdida identidad.

Donde no se puede hablar ni callar, se puede escribir.
Reescribo el trabajo: ante el fracaso del recuerdo, la resurrección de la letra. En color, resaltadas, las frases toman cuerpo, me devuelven el alma al cuerpo, son otras, como yo soy otra, otra vez, por una única vez.

Liliana Lukin (Buenos Aires)
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Correspondencias (La palabra en el cuerpo), por Liliana Lukin


En su película Escrito en el cuerpo, Peter Greenaway cuenta la historia de una niñita japonesa a la que su mamá le leía todas las noches, antes de dormir, fragmentos de "El libro de la almohada", diario íntimo de una cortesana china que había vivido en el año 1000. El libro es una lista de "cosas bellas”, y la voluptuosidad se desliza por el papel fragante, índigo, lunar: "Hay dos cosas en la vida en las que confiar, los placeres de la carne y los de la literatura". El papá era un maestro calígrafo que copiaba libros para un editor, y con esas manos, en cada cumpleaños dibujaba a punta de pincel en la cara de su hija la oración de la creación del mundo, poniéndole la firma en la espalda. Esa escena, soñada desde siempre por cada uno, tiene en la película una verosimilitud cercana a la del sueño: perfecta. La niña del cuento, literalmente así marcada, devendrá una mujer que sólo podrá amar al hombre que escriba en su cuerpo, y escribirá también un diario íntimo: "mis listas eran negativas", dirá, y “escribir sobre el amor, y encontrarlo". El Sexo y la Escritura: el cuerpo y la palabra. Ella elige unir lo que parece debiera mantenerse separado. El amado, un extranjero que dibuja en su piel latines y frases en el idioma del Imperio, va aprendiendo, lujosa, lujuriosamente, a trazar los signos de la lengua de su amada. Se escriben los cuerpos mutuamente, "sólo me dejaba desnuda donde yo acostumbraba estar vestida", dice ella, y él besa sus propios trazos en ella: "dulce, perfecta melange, sexo de un ángel". Duermen y comen y trabajan desnudos, entre frascos de tintas de colores, siempre en la misma mesa de madera, vasta y pulida por el uso: una cama, una página, un Lugar. Se proponen hacer del cuerpo un libro, sexo entre los libros, el deseo de honrar al padre en la piel, a la madre en la lengua: el envío del hombre libro al editor. Hasta aquí la película, la historia de esa mujer, la cruda metáfora de un problema.
    El cuerpo o la palabra ha sido siempre la disyuntiva. Algunas escritoras, como la rusa Marina Tsvietáieva, sobre todo en su correspondencia amorosa (con Rilke y Pasternak, con Abraham Visniák), hicieron una literatura que anuncia y denuncia el lugar, el modo en que las aman los hombres. Saben que nunca serán para ellos un cuerpo palabra: "siempre ha habido algo de más en mí: una gran mitad, toda una yo de más, o la yo viviente, o el yo viviente de mis versos. Nadie sospechó que son las dos caras de una sola y misma fuerza, fuerza que hubiera podido manifestarse bajo mil formas y todavía seguiría siendo una y total ", dice en Noches florentinas, con pasión, y después: “Mientras lo ame, me encontrará siempre entre usted y yo, jamás en usted, o en mí ... ( te amo hasta más no poder ! ¿dónde? en mi cuerpo!)”. La palabra y el cuerpo, son la misma Cosa. Y si concebimos a la literatura como lujo, no podemos ignorar que se trata de la voluptuosidad de escribir, tanto como de la de amar (en ese punto que señala Bataille como "la encrucijada universal de los sentidos", donde “el hombre se mezcla por completo consigo mismo”, y no puedo dejar de señalar que Bataille usa el sustantivo ‘hombre’...). Si escribo:"dice dolor y no puede/ soportarlo, y amor dice, y se le hace/ agua la boca", cuando leo me vuelve a doler, a dar sed. La niña desea ser Una, y que él sepa abrir la puerta para ir a jugar.

Liliana Lukin (Buenos Aires)
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Sobre Alejandra Pizarnik, maestra de psicoanálisis, ensayo de Marcelo Percia, por Liliana Lukin.



Yo vengo de visitante, y porto una doble incomodidad, la de no haber escrito y la del exceso de equipaje. Mi exceso de equipaje son los libros de Marcelo, que volví a leer para este encuentro: sus títulos arman un sintagma que de alguna manera nos desliza, creo, hacia el que presentamos hoy: Crónica del crack-up, Ficciones psicoanalíticas, Una subjetividad que se inventa, Diálogo-Demora-Recepción, y agrego un texto que, incluido en alguno de esos libros, me convoca especialmente para la lectura de éste. Publicado en 2002 en la revista Confines, se titula “Discrepantes e insumisas, los jabalíes de oro se están comiendo a Ivonne”. Es un bello texto que empieza con la relación entre mujeres discrepantes e insumisas hospitalizadas, en tránsito posible hacia otras moradas, (o miradas), y un poema de Juan Gelman, que se podría vincular con el poema “Sala de psicopatología” de Alejandra Pizarnik, analizado en este libro.

     Encuentro aquí una especie de eje, de centro, que es lo que me preocupaba encontrar, para pensar este libro como una necesidad intelectual que señale un recorrido y haga visibles ideas nuevas, en un pensamiento que ya se estaba construyendo ante nuestros ojos, en esos libros anteriores. Me preguntaba qué convocaba, qué de Alejandra Pizarnik podía haber convocado tan fuertemente la escritura de este libro, más allá de lo evidente, de la preocupación por establecer nuevas maneras de relacionar la escucha, el lugar del analizante, del analista, del psicoanálisis.
     Y me acordé del concepto de ternura que alguna vez escuché en una charla de Fernando Ulloa, algo así como: la ternura provoca el miramiento. Y esta frase aparece, seguramente, porque creo que la mirada de Marcelo Percia sobre el psicoanálisis, sobre la posibilidad de pensar la locura, de pensar la neurosis, de pensar el otro, la otra, están teñidas, veladas, atravesadas por la ternura. Por la conciencia dolorida de saber que en el dolor hay un secreto y que hay un cuidado que se debe a ese secreto. Y alrededor de todo eso él desgrana esta serie de ideas sobre el lugar de los que piensan el psicoanálisis y de los que estudian y trabajan con personas que están en estado de sufrimiento, por decirlo de alguna manera.
     Dice Marcelo Percia que no se puede imponer a los psicoanalistas “que aprendan a escuchar, como diría Pizarnik, con una esponja en los oídos, ni obligar a que profesores dicten en clases universitarias ‘la voz de su enseñanza’, la de Alejandra, pero sería una lástima privarse de estas ideas”.
     Yo pienso que sería una lástima privarse de la lectura de este libro, pero aprovecho esta cita tan conocida y emblemática de Alejandra, que es “por eso cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa”, para instalar la idea de que la conciencia de su sufrimiento era algo que Alejandra Pizarnik, como cualquier artista, atesoraba: hay una vanidad del sufrimiento. Que la magnitud de ese sufrimiento y el borde en que ese sufrimiento la pondría no era algo de lo que ella deseaba verdaderamente desprenderse y que en todo caso, así como con Spinoza se podría pensar que no se sabe lo que puede un cuerpo, con Henri Meschonnic se podría pensar que hay que establecer o hay que trabajar para saber qué es lo que puede un cuerpo en el lenguaje.
     De alguna manera entre esas dos frases, entre esas dos ideas, está trabajando todo el libro: pienso en qué le hace la lectura a un cuerpo, qué le puede hacer la lectura de este libro, o la lectura de la poesía de Alejandra Pizarnik al psicoanálisis, que le hace a Marcelo Percia la lectura continua de textos literarios, de textos poéticos que lo instalan, como dice él, a hacer una residencia (clínica), en el poema.
     El libro nos invita a volver entonces sobre algo ya escrito por el autor, la cuestión de la insumisión y de la discrepancia, al hablar de la locura como forma de “dar testimonio de un desacuerdo en uno mismo”. “Un desacuerdo en uno mismo”, no con uno mismo, en uno mismo, y en esa diferencia entre el con y el un me parece que también hay algo muy interesante: modos de situar.
     Con todo, creo que el libro de Marcelo se estructura, como él dice, entre dos cuestiones que están fuera de esto o al costado, una es una carta de A.P. no enviada a su analista, Enrique Pichón Riviére y la otra un poema de A.P. no publicado, “Sala de psicopatología”, hasta la edición de las obras del año 2000, (es decir que hubo varias ediciones, supuestamente de sus obras completas, que nunca incluyeron este poema).
     Podríamos jugar con Lacan y decir que toda carta llega a destino y tal vez pensar que la carta no enviada a Enrique Pichón Riviére tenía un destino en este libro de Marcelo Percia. Y también, que el poema no publicado, ese poema que se llama “Sala de psicopatología”, funciona en la obra de Pizarnik como una carta no enviada, involuntariamente para ella, pero una carta no enviada que también encuentra su destinatario en Marcelo Percia.
     Si él plantea a Alejandra Pizarnik como la primera analizante en castellano, yo diría que Marcelo Percia es el primer analizante del texto mantenido inédito de Alejandra Pizarnik , que instala mas que ningún otro texto de su producción, de todo lo que hemos leído siempre, incluso de sus Diarios, esa verdad que se cree debe serle develada al que sufre.
     Creo que Alejandra Pizarnik en sus textos (diarios, cartas, poemas) dijo todo lo que tenía que decir, en el sentido, (otra vez) de que “cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa”, una frase que es el triunfo de la idea poética de lo que no se puede decir.(No sólo saber que la palabra y el yo están anudados por un vacío, sino escribirlo en una frase que hace historia en la poesía argentina).
     Pero Marcelo Percia se da el lujo que puede darse de encontrar allí, en ese plus, en ese más y en ese otra cosa una manera de aprender, de aprender de una poesía, o en la poesía, o en la letra, una manera nueva de la escucha.
     Quiero leer una cita de Henri Meschonnic, de su libro La Poética como crítica del sentido: “se podría decir que un texto, en el sentido de una invención de pensamiento ( y sea lo que sea eso que uno califica como género, poema o novela, texto llamado filosófico) es eso que un cuerpo hace al lenguaje.
     Y si un texto, en este sentido, es eso que un cuerpo hace al lenguaje, entonces obliga a pensar, repensar eso que se llama sujeto.
(...) pero entonces, la poética es ella misma una ética en acto del lenguaje (...) ella es en un mismo movimiento, política. Una política del sujeto. De los sujetos.”
     Marcelo Percia escribe que “el cuerpo falta a la palabra”. Analizando el personaje y la escritura de Alejandra Pizarnik se le ocurre esta frase, “el cuerpo falta a la palabra”. Faltar a su palabra quiere decir algo más que “que el cuerpo falta a la palabra”, pero se me ocurrió, además de ese doble sentido, que el cuerpo falta a la cita, pensando que Marcelo cita varias veces el poema “Casa de citas” de Alejandra.
     En cambio Percia nunca falta a la cita, sabe lo que falta en el psicoanálisis, se propone él como aprendiz de la palabra poética para mostrar un método de lectura que sea un método de escucha: una creencia en la palabra que se cree a sí misma es necesaria para atender.
     Yo creo que este libro sus-cita, para seguir jugando con los métodos de escrituras anteriores, y lo que suscita es una discusión, porque Marcelo plantea que él es llamado a hospedarse en la conflictividad del otro, así como dice “Alejandra se hospeda en su propia conflictividad”. Relacionado también con el cuerpo, me interesa el concepto de in-visión, que en otro momento propone para echar luz sobre algunas cosas que no están explícitas ni en la poesía de Alejandra Pizarnik ni en lo que se ha escrito sobre ella.
     En general, para hablar de su poética y de su vida, se apela a la palabra lucidez y en este texto en cambio se escribe sobre la invisión, una tensión entre lo que es posible ver, cómo el sujeto puede ver-se, cómo siempre se ve, distinto de su deseo y cómo puede ser mirado por el analista. Entonces la invisión del sujeto estaría compensada por la visión que se le devolvería en la escucha.
     Yo digo: todo lo que Alejandra Pizarnik dice o escribe que desea es el deseo, todo lo que dice que la hace sufrir, es el sufrimiento. Ella, creo, no prescindiría de nada.
     Es decir que no se trata, solamente, de lo que el psicoanálisis podría haber hecho por Alejandra Pizarnik, no se trata de pensar en la salvación de alguien que con su escritura demostró que sabía que la escritura no salva de nada, sino de cómo las discrepancias y la insumisión pueden, deben ser leídas de otros modos. A.P. como modelo de una locura programada, programática, como si hubiera dicho: “no permitas que deje de sufrir, curame, no me cures, si no sufro no vivo, si no sufro no escribo...”
     Me parece, con M.P., que se vuelve necesario incorporar nuevas formas de pensar la relación vida-poesía, que Alejandra cultivaba tanto, (a partir de su pasión por Nadja de Bretón, por ejemplo, como un nudo de sus pasiones), en la que podríamos leer esa inscripción, la de crearse universos para poder vivir en ellos, pero universos en la palabra, universos en el lenguaje, y cómo allí debería ser posible leer la pérdida de la razón como una pérdida de todo o una forma de estar perdida del Todo. Habría tal vez una pérdida de la razón en la construcción de una vida en búsqueda de una razón (poética) en la escritura.
     M.Percia trabaja la idea de la corrección, ese procedimiento, que desde afuera de la escritura, desde lo que los Diarios y otros testimonios aportan, ofrece la pregunta de qué más se puede pensar sobre el psicoanálisis y su relación con el lenguaje, con la palabra poética y, sobre todo, con la palabra, en este caso, que la poeta escribe sobre su escritura, en el doble movimiento de tachadura o reflexión.
     Y la corrección nos lleva no solo a la obsesividad, “porque la locura es el dolor de una imperfección”, y corregir sería la ilusión de una sanación del dolor en la escritura, sino porque la felicidad de la poesía es la potencia en acto, y corregir sería obtener esa felicidad. Corregir en el sentido de encontrar esa “palabra que dice lo que dice y además más y otra cosa”.
     Pero aquí se lee también la idea de corrección política, corrección social, que siempre está como sobreimpresa cuando se piensa en términos de locura, de suicidio. Y es en ese riesgo donde Marcelo Percia parece agregar alguna reflexión sobre la relación entre vida y obra y analiza: “pienso en el suicidio, coqueteo con él, como si al decirlo quisiera asustar a alguien, pero mamá está lejos y tal vez no existe”.
     Podría terminar diciendo que esta frase de Alejandra, trabajada junto con otras sobre el suicidio, me devuelve a la interpretación de que aquí se propone una escucha en el análisis convocada por la ternura, esa especie de curioso cuidado por una siempre fragilidad, idea que encuentro como insistencia en todos los textos de Marcelo Percia.

Liliana Lukin (Buenos Aires)
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PIES DE IMAGEN

La Etica de Spinoza demostrada según el orden poético, por Liliana Lukin


¿Qué razón hay para que no sea tan conveniente desechar la melancolía como apagar el hambre y la sed?
Baruch de Spinoza

Demostración
(habla Baruch de Spinoza)

Escolio y Finale

Sueño con pertenecer. Yo,
que nada tengo, a quien nada
pertenece, he sido arrojado.
Amo mi arrojo,
ese acto contra mí
ha hecho de mí lo que soy:
un artífice
que documenta la visión:
un revelador y un
rebelado.

Sueño con ser
recibido,
que mi madre
tome mi rostro entre
sus manos y no pueda
dejar de llorar.
Sueño con perder
el miedo como se pierde
el amor: practicando
su falta.

Sueño con volver
al regazo aún atroz
del mundo,
con los libros que he
escrito, carne de mi carne,
dentro
del saco, como
almohada:

Yo, que he sido
puesto fuera, temido y
desoído y siempre a punto
de caer, cuelgo
del hilo de mi razón
como de la cuerda
el ahorcado:
soy mi razón y mi cuerda.

Sueño con dejar
palabras en el oído
de un niño: quién
podrá decir que no
dije lo que pensaba y
amé y entregué y cuidé
mi pensamiento
como un padre ?

Sueño con una puerta:
armo mi cerrojo
como una llave.
Como en todos los
bellos sueños humanos,
la puerta da a un jardín.
Pero mi llave abre hacia
adentro, donde solo hay
sombra, perfume y rumor
de hojas y de viento.

Yo que he sido
echado, expuesto, amo el resto
de luz que hace posible
ver el jardín donde no
hay un jardín: amo mi arrojo,
mi cerrojo, el texto
en el peligro
concebido.




Liliana Lukin (Buenos Aires)
Imagen de Gustavo Schwartz
Sobre la autora ver: https://www.lilianalukin.com.ar/
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