uerpos en viaje, o de cómo las lecturas transforman mi cuerpo, mientras va leyendo los cuerpos narrados en la escritura.)
Jerusalén 2009, la Universidad Hebrea, una invitación.
Estoy en Israel traída, llevada a, por una historia de lecturas.
Se trata de pensar lo que las lecturas le hacen a un cuerpo: cómo años de hurgar en textos escritos sobre y por sobrevivientes del Holocausto, novelas, autobiografías, memorias, diarios, cartas, documentos, ensayos, cómo años de leer, antes, durante y después, la literatura, los testimonios y documentos escritos en la Argentina sobre la Dictadura, se trata, decía, de pensar cómo esas capas de lectura, enormes masas de información, esa repetición en su infinita diversidad, dejan una marca, producen un acto.
Se trata de crear un teatro de ideas para esos modos de representación de los cuerpos: sus construcciones lingüísticas y represivas.
Ese corpus de trabajo nunca enunciado así a lo largo del tiempo, "cayó por su propio peso", y llevo la huella del trauma en el viaje: es de pronto, en el tiempo, una necesidad de transmisión, segrega su transformación en otro discurso.
Arbitrariamente armado, es un cuerpo de ideas que genera su propia vestidura: un programa, un destino. Es un cuerpo que viene con todo su peso sobre mis espaldas, me atraviesa, sigue pasando a través de mí en ese, en éste momento.
Frío marzo, sabiendo que no lo habría, está de antemano perdido el centro del idioma de la infancia en su doble sonoridad, en su naturalidad doble.
Idish para que la niña no entienda, idish de la enseñanza prohibida, al que la niña contesta. Castellano, español, argentino de los argentinos en la ciudad sagrada, colombiano, chileno, en la universidad, hebreo en los carteles. Y en las calles, árabe, hebreo, unos turistas más en el mercado de la Ciudad Vieja, regateando en hebreo, árabe, inglés, argentino.
Un mediodía habremos hecho el camino del Memorial del Holocausto, en Yad Vashem, habremos quedado mudos, como cuerpos en viaje a un presente absoluto donde aquello que escuchamos, a lo que los objetos y fragmentos de objetos había pertenecido, aquello que conocíamos de incontables documentos y que las fotos habían registrado, continuaba ocurriendo incesantemente .
Arrastraremos el cuerpo al salir, como calzados con zuecos sobre la nieve, azotados por la desgracia de ver, cada vez más de cerca.
Un viernes al atardecer estaremos frente al Muro en todas las lenguas del mundo, calados por lo helado del aire, por la música conocida de los cánticos, el murmurar, los susurros.
Entraré por el lado derecho, a la izquierda podré espiar a los hombres, sus tocados rituales, el talit, esas barbas que apuntan hacia el Muro, donde se golpea cada palabra en el sonido, de esa lectura oiré crecer el sonido hasta alcanzar el fervor, los pequeños soldados bailarán en ronda con su maestro en el centro, arengados en la rareza de una creencia que les permita ser más allá del miedo, Veré, mezclada con ellas pero sin tomar un libro, a las niñas, a las mujeres, el rostro hundido en el libro, decir su oración, a las jóvenes las veré golpear suavemente su frente contra el Muro, las veré besarlo, chupar el libro, lamer la hoja, la piedra delante de sus ojos.
De cuerpo presente la lengua: hablaré dos veces tres horas sobre la representación del cuerpo en la tortura y la represión, en la literatura, en el arte del Siglo, hablaré de la relación entre el Holocausto y la Dictadura Militar 1976-1983 en Argentina, hablaré, en trance, de cómo se vinculan por sus consecuencias, pero también cómo la segunda es una forma de perfeccionamiento del primero, hablaré, en mi idioma, de la memoria y el olvido, del sobreviviente, del testigo, del testimonio, de la mudez y de la escritura, ficcional o no ficcional, en la literatura argentina escrita entre 1960 y 2000.
Y no me daré cuenta de que estoy de pie, todo el tiempo en que tengo la palabra estoy de pie. Yo soy mi cuerpo.
Rodear ese relato, dar rodeos y sostenerlo: narrar lo sucedido para que suceda en una historia de las lecturas.
Aún con el exceso de equipaje, eso que significa haber venido desde hace tanto con la experiencia de lo atroz en el lenguaje. Aún en carne viva por haber extenuado la carne de esa letra: asociaciones, hilos que van o invento que van de un texto a otro, de una a otra revelación.
He puesto el cuerpo, como si una entera biblioteca hubiera caído en mí, he puesto el cuerpo, he absorbido el golpe, he hilvanado una serie no arbitraria de ideas: me han comprometido, no en la lectura solamente, sino en sus efectos. Deberé pues, responder. Invento una respuesta: reescribo aquello que nunca cesa de necesitarse decir.
Siete meses después, escribo un texto que es apenas la ficcionalización fragmentaria de aquella experiencia: trabajo lo dicho, otra vez el cuerpo se invierte, pura potencia, agobio y tensión. Trabajo el lenguaje para provocar una acción, trabajo el lenguaje para escribir algo que sea inolvidable. Entro en el placer: de la grabación, lo desgrabado y del texto informe,- mal escuchado, mal escrito-, el restañar de la experiencia recordada.
Entro en el placer de una escritura.
Barcelona, noviembre 2010, he sido regresada a ese destino de transmisión, aceptado al recibir una nueva invitación.
También en el frío, envuelta en el castellano, el español, el catalán, -que se escucha como galaico, gutural, hondo-, y esa deriva de no ser turista pero estar por afuera, ajena del lugar, resistente a la intemperie, es decir, sin resistencia física a la niebla, a la llovizna pertinaz, al rápido descenso del sol, al aire limpio y alto, que corta la voz, deseosa de interiores cálidos, silenciosos. Encuentro el rincón adecuado en un restaurante portugués, Antico Café, donde hablan esa otra lengua, una más, en el puente justo entre el español y el gallego, que me hace feliz escuchar como en un sueño de brumosas palabras dichas a mí, pero que no escucho.
Administro lo líquido de las letras: escribo con tinta negra, dibujo como siempre una letra cursiva con lapicera de punta cortada, redondeo el cuerpo de la letra, sostengo la línea sin renglones donde apoyar el rastro, rasgo, rostro de mí invertido en el papel, voy alternando un bocado de comida y el trabajo, soy un cuerpo entre los cuerpos.
Universidad Autónoma de Barcelona, el mismo programa, el mismo imperativo, el mismo equipaje sobre mi espalda, pero otra energía en la boca, en el resuello otro ritmo. No sólo el dolor en el cuerpo ante lo imposible de duplicar una experiencia, sino la ausencia de las coordenadas simbólicas que hicieron de aquélla primera experiencia un pasaje irrepetible que empezó en un cineclub restaurante con ventanales al Infierno.
Ahora camino por las callecitas del Barrio de Gracia, voy en tren a Bella Terra, atravieso Travesseras, sola soy lo familiar de este mundo, agradecida de esos nombres, de esas sonoridades: nada me aleja más del corpus del trabajo para el que me preparo.
Lo que me arrastraba a un decir, a un saber necesario de ser dicho, como un afluente de sangre, es ahora una cicatriz, y me veo raspándola, abriendo la herida para que suceda una inmediatez de eso obturado por la distancia.
Busco un goce, busco el centro del trauma de ese peso volviendo a mí para darme la palabra.
Sola con los cuerpos de los textos subrayados en la repetición de las lecturas, veo señales en lápiz, inadvertidas antes, con un gesto de sorpresa por la persistencia de la intuición: en el mismo párrafo, en la misma página, sus formas cada vez iguales a sí mismas y yo, en el centro de un olvido que recupero como memoria, reconocimiento de un saber vago, vuelvo al cuerpo abandonado: páginas, fotocopias, anotaciones al margen. Lo examino ante la zona de sombra del que debo extraer-me, extraer mis lecturas, anteriores, tan espejadas en los textos, en mi modo de mirar, tan oblícuas que directamente me llevan a la recuperación de sus restos, de su perdida identidad.
Donde no se puede hablar ni callar, se puede escribir.
Reescribo el trabajo: ante el fracaso del recuerdo, la resurrección de la letra. En color, resaltadas, las frases toman cuerpo, me devuelven el alma al cuerpo, son otras, como yo soy otra, otra vez, por una única vez.
Liliana Lukin (Buenos Aires)
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