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Verso a verso III: Stampa, Bonnefoy, Eliot, Mallarmé, por Liliana Lukin


Qué interesante que Gaspara Stampa, en el verso elegido por Ingeborg Bachmann: “vivero ardendo e non sentire il male.”, le diera a ella, especialmente a ella también, un mandato, (aunque en infinitivo, y no en el imperativo que de René Char y Paul Celan se leen en aquellos ya citados en Verso a verso I).

Ella eligió mantener la cita en su lengua original, y es posible pensar que, como un conjuro, esa orden encubierta hizo que sucediera una escritura que aún no termina de hacerse, que se quema en el instante: como una reverberación desaparece y resucita página tras página.
Eso, ya vimos, es No sé de ningún mundo mejor: reescrituras de reescrituras en la escena de un sufrimiento moral, (no de un yo), que no podía dejar de sentir, es decir no podía cumplir con la orden: poemas sin final visible, como ese sufrimiento, y que como “el mal, no los errores, perdura”.

Hay una obsesión que consiste en volver a leer hacia atrás, un mecanismo que ciertos textos piden, reconstrucción y enlace para permitir la continuación de esa lectura, casi un bordado: el movimiento hacia adelante y atrás de las hojas, varias veces adelante, una vez hacia atrás, dos, tres, hasta que se pierde el hilo y hay que enhebrar de nuevo.
Esa lectura pide un libro inacabado, que es en cierto sentido el libro perfecto.

Por la misma época, Ives Bonnefoy había escrito un poema cuyo título es su verso final: “La imperfección es la cima.”. Así, la frase enmarca un texto que es su propia escalera hacia ese final: en esa repetición revela dos veces, como un rezo, una clase de verdad.
Se entiende entonces una relación no expresada entre los términos de la ecuación perfección/imperfección, se intuye que hay que explorar ese relato.
Sí, la imperfección pide sangre, pide carne sacrificial, pide excesos, en cualquier lenguaje, el equivalente de alaridos, de rasguños, un comercio con el exilio, el fin de toda forma de tranquilidad en lo representado.
Esa revelación, para la escritura, es fundamental cuando reaparece (tantas veces en tantos libros en la Historia): escrituras bellas, poemas prolijos, búsquedas de metáforas ‘precisas’, preocupaciones formales caen hechas pedazos ante ese verso perfecto en su paradoja: “La imperfección es la cima”.
No es en infinitivo, ni en imperativo, no tiene un destinatario, pero enuncia fuertemente un saber, su propia verdad pide ser escuchada, aunque sea en ese decir impersonal, como una flecha que va a dar en el blanco.
En cambio, en otro poema escribe el mismo Bonnefoy: “Soy como el pan que partirás,” y su paradoja se borra. Todos comemos de él, por un instante.

Y claro que habrá tiempo”, escribía T.S.Eliot mucho tiempo antes, “Y habría valido la pena, después de todo,” continuaría escribiendo líneas después en el mismo poema, y estos versos en futuro, en condicional, como susurrados entre dientes para nadie, se oyen todavía. No hay allí más que un consuelo del verso para sí mismo, o una queja, ahora que recuerdo a Mallarmé: “La carne es triste, ¡ay!, y todo lo he leído”.


Liliana Lukin
Buenos Aires, EdM, julio 2012


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