area: releer los cuatro textos anteriores. Ir al comienzo, donde dice: “escribir sobre un verso…¿qué es eso de un verso, eso que el espacio y el silencio musical le imponen a una frase para que no siga escribiéndose en la misma línea?”
Recordar que han pasado cuarenta años de la muerte por mano propia de Alejandra Pizarnik y elegir esta vez una línea, releída y olvidada, ambas cosas, por años:
“Es tan lejos pedir. Tan cerca saber que no hay”
Es del poema “Mendiga voz”, en Los trabajos y las noches, 1965. Es de los años en que también escribía el citado Bonnefoy, la Bachmann…
No poder dejar de oír el eco, en “Verso a verso I”, del Celan de “no separes el no del sí / (...)/ dice verdad quien dice sombra.”
Observar la economía de los recursos: “tan lejos”, “tan cerca”. “Pedir”, “saber que no hay”: eso es todo, abrir los pares, mezclar los sintagmas, agregar el verbo, que sea el verbo ser, que diga “es”…
Reparar en la sencillez de las operaciones: abrir, mezclar, un juego de cartas realiza las mismas, pero este verso requiere algo más que azar, y algo menos.
Una inteligencia melódica rige estas frases, una perfecta ecuación matemática se desprende al mirar el verso: el verbo puesto fuera, como el punto desde donde se dispara el lenguaje (todo “es”, y luego, “es” otra cosa), deja leer a continuación dos estructuras que empiezan con un “tan”, casi tañidos, casi tambores, de tres y seis palabras cada una.
Darse cuenta, entonces, de que la primera frase es duplicada en cantidad de palabras por la segunda: la distancia de la que se habla, sobre la que se escribe, está invertida en relación con el deseo y su realización: “pedir” es lo que se ve y se lee primero, pero se anuncia como “lejos”, “saber que no hay” en cambio, está más lejos en la frase, pero el “cerca” que lo precede asegura la frustración: cerca ese vacío, siempre.
No olvidar que escribió en El infierno musical, su libro de 1971:
“Esperando que un mundo sea desenterrado por el lenguaje, alguien canta el lugar en que se forma el silencio. Luego comprobará que no porque se muestre furioso existe el mar, ni tampoco el mundo. Por eso cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa.”.
Dudar sobre el uso de la cita anterior, no es un verso, ni la última línea es un verso, pero es un suceso, un fragmento de experiencia poética en permanente estado de florescencia: en unas líneas presenta esta serie: lenguaje, canta, silencio, palabra, dice lo que dice…
Pensar que, como antes se había hecho, como se seguirá haciendo, ella ha puesto el mazo del idioma desparramado en la mesa del banquete, y ella, alguien, muestra cómo abrir, mezclar, barajar y dar de nuevo, en un juego que da una clase de felicidad, donde no hay casi nada, pero que no termina.
Liliana Lukin
Buenos Aires, EdM, septiembre 2012
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