ESCRITORES EN SITUACIÓN

Escritorios para escritores, por Miguel Vitagliano


El escritorio de San Jerónimo, el traductor de la biblia al latín, fue el más representado hasta la invención de la fotografía. Durero realizó su grabado en 1514, casi mil años después de la muerte de San Jerónimo y, sin embargo, eligió representarlo en un ambiente del Renacimiento. Las ventanas terminadas en arcos y con vidrios, el atril, la mesa y las sillas no son propios de la ciudad de Belén en el siglo V. Más allá de eso resulta oportuno detenerse en el resto de los objetos. Sobre la tabla, solo el atril y el tintero; al costado los libros desparramados, aún no se habían inventado las estanterías; atrás, colgados en la pared, se ven notas, una navaja y unas tijeras. Desde luego, también hay objetos alegóricos, como la cruz, la calavera y el reloj de arena. El león y el perro que retozan delante de la mesa merecen otra atención. Cuentan que una vez San Jerónimo le quitó a un león una espina que llevaba clavada y que desde entonces la fiera no se apartó de su lado; dicen que murió de hambre junto a su tumba. Otros insisten en que la leyenda es atributo de otro santo. Como la presencia del perro, se podría decir, porque en definitiva ese sí no le pertenecía a Jerónimo sino a Durero, que buscaba representar la lealtad a través del animal.
    Lo que más destaca el grabado es la idea de que el escritorio ha sido siempre un espacio fuera lugar para los escritores. Dispositivo de tránsito entre mundos y épocas. Dispositivo de transformación. No hay escritorio que no contenga objetos imposibles, restos de futuros que acaso jamás serán visitados. ¿Qué es lo que cuelga del techo: un anticipo de una lámpara de luz eléctrica o de gas, o simplemente una calabaza en posición inexplicable? Maquiavelo no ocultó el poder que expandía su escritorio. Después de un tiempo en prisión acusado de conspirar contra los Medici, se retira a vivir a su casa de campo donde pasa los días cazando tordos en el bosque entre leñadores, o en la posada conversando con un carnicero y un molinero. Maquiavelo dice expresamente: “…revuelto con estos piojosos, dejo enmohecer mi cerebro y desahogo la malignidad mía.” Pero también cuenta que a la noche, al regresar a su casa, se despoja de la “ropa cotidiana” para entrar a su escritorio a dialogar con los grandes hombres: “Durante cuatro horas no siento fastidio alguno, me olvido de todos los contratiempos; no temo a la pobreza ni me asusta la muerte.” Esas fueron las condiciones en las que escribió El Príncipe, publicado un año antes de que Durero realizara su trabajo.
    En plena Ciudad de México, en el siglo XVII, Sor Juana Inés de la Cruz hizo de su celda en el convento un laboratorio de ideas. Lo convirtió en el único refugio donde una mujer de su época podía pensar y practicar sin restricciones el estudio de las ciencias y las letras. Para lograrlo se apartó de las “carmelitas” y se ordenó en el Convento de San Jerónimo. Lectora y estudiosa de la obra del jesuita Kircher, Sor Juana entendía que las palabras eran cosas con las que se fabricaban mecanismos complejos. El nombre de San Jerónimo, sin duda, habrá sido una suerte de talismán. Las celdas del convento, como explica Octavio Paz, tenían baño, cocina y sala, además de la habitación para dormir; no eran espacios diminutos, lo minúsculo estaba afuera, en el mundo. El obispo de Puebla le envió a Sor Juana una carta firmada con un nombre de mujer en la que la adulaba, criticaba y aconsejaba dejar los libros y las ciencias. En realidad, le tendía una trampa: si ella respondía destacando la importancia de los libros no-sagrados lo que la esperaba era la Inquisición. Lo que hizo entonces Sor Juana fue escribir la verdad mientras aparentaba que fingía.
    Esa manera de proceder en Respuesta a Sor Filotea tiene bastante de lo que se condensa en los escritorios. Un espacio de combate que siempre es más frontal cuando se toma el camino oblicuo. Un espacio en el que los detalles traman rituales secretos. En 1852, cuando Rosas es derrotado por el Ejército Grande, lo primero que hace Sarmiento es alistarse para una íntima venganza. Esa misma noche llega a la casa de Rosas en Palermo, entra a su escritorio, se sienta en su silla y con la pluma, el papel y la tinta de su enemigo, redacta cuatro cartas a sus allegados. “Era esta una satisfacción que me debía”, escribió después: “Había cumplido la tarea.” ¿En qué lugar se había librado la guerra entre ambos si no era en las palabras?
    Para Sarmiento el futuro comenzaba en un escritorio. Es más, había escrito sobre Buenos Aires sin haberla visitado, y lo mismo hizo en verdad con la campaña, a la que llamó “desierto” aun cuando contenía las tierras más fértiles de la región. El espacio más fecundo para Sarmiento estaba en su pluma, por eso no podía perder tiempo en corregir sus escritos teniendo por delante tanto por hacer. Una pluma para un solo mundo. Bertolt Brecht, en cambio, tenía siete escritorios en su casa de Berlín y en cada uno trabajaba en proyectos diferentes. Eran otros tiempos, mediados del XX, y el mundo mostraba otras formas de la guerra. Se habían abierto todos los frentes en la guerra de masas. No bastaba un escritorio, no bastaba ni siquiera un solo tipo de pluma, las ideas debían estar en constante movimiento. Era preciso atender a la combinación de tácticas para mantener una estrategia efectiva. A un burrito de madera que tenía a la vista le colgó un cartel que decía “Hasta yo lo tengo que entender” y, en una de las vigas del techo, anotó “La verdad es concreta.”
    El prestigioso editor de Suhrkamp Verlag, Siegfried Unseld, destacó la capacidad de su autor para retomar trabajos apartados luego de varios años en alguno de sus escritorios. Brecht recortaba y pegaba frases de distintas versiones de sus textos, como si hiciera montajes o collages. Sus manuscritos siempre estaban en proceso de construcción. Los entregaba a la editorial con notas para la mecanógrafa en la que le pedía que deje un amplio espacio en tal o cual párrafo para luego poder seguir escribiendo.
    Otra característica de los escritorios: llegan a ser crueles, prometen compartirlo todo y apenas si sueltan algo. Brecht solía distraerse mirando a través de la ventana que daba al cementerio y terminó por ser enterrado allí. También a Pablo Neruda le gustaba mirar a través de la ventana, contemplaba el mar desde una ventana de Isla Negra, la casa que compró en 1939 para convertirla en un lugar donde escribir. La casa no tardó en ocuparse con sus mascarones de proa y su colección de caracoles. Un día salió corriendo con Matilde hacia la playa a esperar algo que había divisado en el mar: “Matilde, allí viene mi escritorio.”
    Mientras otros aspiran a que su escritorio llegue lejos con sus trabajos, Neruda estaba convencido de que su escritorio era una tabla que venía desde los confines. ¿Quién elegía a quién?
    Sarmiento murió en Paraguay en 1888, a los 77 años. A sus familiares dejó el expreso pedido de ser fotografiado, no en la cama sino sentado en su sillón de su trabajo. Como si la muerte se confundiera con el sueño.
    George Perec recordaba la imagen de San Jerónimo en su escritorio, pero la realizada por Antonello Messina en 1475. El detalle que concitaba su atención era ver a San Jerónimo vestido con un suntuoso atuendo rojo y descalzo.
    ¿Cuál era la razón para esa posición: mover los pies con mayor libertad o maltratar la vanidad del cuerpo con el frío? Los escritorios son impredecibles, pueden resultar extrañas moradas. La celda de Sor Juana, junto con el resto del convento de San Jerónimo, pasó a ser, por ejemplo, posesión del gobierno mexicano en 1862 y se convirtió en cuartel, luego en caballeriza. En 1927, ya en manos privadas, Antonieta Rivas Mercado inauguró allí el teatro Ulises: una artista de vanguardia actuando en lo que había sido la odisea de Sor Juana. Después fue el lugar para un salón bailable llamado El Pirata, un cabaret, un conventillo, un parking, un baldío... La rutilante trama barroca incorporó, en 1979, un signo altisonante, el proyecto de crear en el predio una universidad.
    Durante las excavaciones para la nueva construcción, hallaron entre el palimpsesto de muros lo que podrían ser, según aseguraron, los restos de Sor Juana. Pero ni una sola palabra de su escritorio.

Miguel Vitagliano
Buenos Aires, EdM, septiembre de 2012
Imprimir

No hay comentarios:

Publicar un comentario