APUNTES

Leer El Eternauta por Martín Greco



Ya nadie recuerda que los plumeros fueron pájaros.
Ramón Gómez de la Serna

Años después de terminar la Jerusalén Liberada, Torquato Tasso cambió de ideas y enmendó la obra según sus nuevas convicciones. El resultado de este arrepentimiento fue la Jerusalén Conquistada. Los lectores se permitieron disentir con el autor y siguieron prefiriendo la Liberada, por considerar que la nueva versión no agregaba méritos a la primera, sino más bien lo contrario.
     Algo similar sucedió con El Eternauta: en 1969 uno de sus autores, el guionista Héctor Oesterheld, reescribió en clave política la historieta original publicada por entregas entre 1957 y 1959. La nueva versión, suerte de Eternauta Conquistado, reemplazaba los estupendos dibujos de Francisco Solano López por los estupendos dibujos de Alberto Breccia. A pesar de ello no tuvo fortuna editorial.
     El propio Oesterheld confesó su fracaso con una frase rimbaudiana: “Yo era otro”. Curiosamente la reescritura tuvo otra clase de posteridad: la de engendrar interpretaciones políticas de la historieta primigenia. (Las entrevistas son recogidas en el imprescindible volumen Oesterheld en primera persona de La Bañadera del Cómic.)
      En estos días se ha vuelto a hablar de El Eternauta, por razones que exceden lo estético. Nadie ignora que un borroso millonario, de cuyo nombre no quiero acordarme, afirmó que definitivamente no entraría El Eternauta en las escuelas de la ciudad de Buenos Aires. Imposible expresar la pena que causan paparruchadas semejantes.

      Sin embargo, esta opinión o estos prejuicios –estuve a punto de escribir “esta lectura”, aunque temo que el millonario ha sido incapaz de leer El Eternauta– quizá no difieren en el fondo de los que ocupan espacios ideológicos diversos, y aun opuestos.
      Así, por ejemplo, Fernando García y Hernán Ostuni, dos de los estudiosos más profundos de la obra de Oesterheld, sostienen: “la historieta El Eternauta (ilustrada por Francisco Solano López entre 1957 y 1959) puede leerse como una sorprendente obra de ficción, un testimonio de la historia moderna latinoamericana y un espejo de la agobiante realidad que somete a la República Argentina bajo el poder del imperialismo”.
      José Pablo Feinmann, en el Página/12 del 27 de agosto de 2012, recuerda que “en 1982, en Superhumor, escribí una nota que se llamaba «La nieve de la muerte cae para todos». Ya identificaba a la nevada asesina con la dictadura de Videla”.
      Laura Vázquez, en su exhaustivo ensayo El oficio de las viñetas: la industria de la historieta argentina (2010), vincula El Eternauta con la política de su tiempo y no con la del futuro: “La serie, publicada dos años después de la Revolución Libertadora y con el peronismo proscripto, traduce en clave histórica las aspiraciones de un proyecto nacional. Los sobrevivientes provienen de distintas clases sociales, reenviando así a un programa policlasista presente en las estrategias del frondicismo.”
     Podríamos citar muchos otros ejemplos: todos prueban que la lectura política se ha vuelto una estación ineludible en los derroteros de la crítica de El Eternauta. Nadie quiere –por las dudas– quedarse afuera, como si hubiera cierta culpa intelectual en disfrutar de una mera historia de aventuras. Desde luego, todo puede leerse como otra cosa; y la lectura política, como toda lectura, es valedera. Pero aquí vengo a disentir. Entiendo que esas interpretaciones padecen del defecto simple de incurrir en el anacronismo: atribuyen a una obra las opiniones que sostendrá quince años después uno de sus autores y, aun más, las opiniones que sostendrán cincuenta años después algunos de sus lectores. Se lee la primera Jerusalén, la Liberada, como si fuera la segunda, la Conquistada.
      (Sobre la evolución de Oesterheld, paralela a la de Rodolfo Walsh, y sus trágicos destinos, véase “La guerra de los Antartes” de Pablo Luzuriaga en el número anterior de Escritores del Mundo.)
      Sondear a través de los sucesivos estratos que fueron cubriendo una obra hasta convertirla en un mito implica riesgos, pero sin duda no es inoportuno recordar que los plumeros fueron pájaros, insistir en ciertos rasgos de El Eternauta que han sido señalados numerosas veces, olvidados muchas más.
      El primero se refiere a su concepción. Juan Sasturáin estableció con agudeza un vínculo entre El Eternauta y el Martín Fierro de José Hernández, dos obras que trascienden, y a la vez conservan, las marcas de su contexto de publicación.
       Ahora se lee El Eternauta como un proyecto acabado y unitario, cuando en verdad fue escrito discontinuamente, a los apurones, con la estética, los recursos y la convenciones del folletín, semana a semana durante ciento seis semanas. Estos procedimientos le quitan unidad a la obra, pero le otorgan una intensidad incesante: parece haber menos historia que relato; el autor de un folletín ajusta la escritura de acuerdo a su repercusión en el público; elige el camino a medida que crea sus propias encrucijadas; en el narrar encuentra el sentido de lo ya narrado. No parece casual, en tal sentido, que el relato comience con un guionista de historietas.
       La bella “edición vintage” de El Eternauta, recientemente aparecida, nos permite recuperar los episodios de la historieta tal como fueron apareciendo cada semana.
      “La idea”, admite el escritor, “era hacer una historia de final rápido, pero tuvo tal éxito que se convirtió en un folletín semanal que duró dos años”. Y afirma también, en el prólogo a la primera recopilación en un único volumen: “Publicado en un semanario, El Eternauta se fue construyendo semana a semana; había, sí, una idea general, pero la realidad concreta de cada entrega la modificaba constantemente”.
      Si ampliamos la perspectiva, debemos considerar asimismo el marco en que tales episodios se insertaron. Sorprende constatar cierta insignificancia de El Eternauta, es decir, la completa carencia de significados trascendentes que ahora se le atribuyen: el propio Oesterheld, pocos días antes de que comenzara la publicación de la serie, no se definía como un artista, sino como “un obrero intelectual cuyo nombre por lo común suele mantenerse en la penumbra, oculto por el esplendor más «romántico» que rodea la labor del dibujante”.
      Es indudable que los autores no eran conscientes de estar realizando una obra particularmente memorable: en esos años el guionista era editor de sus propias revistas, Frontera, Frontera Extra, Hora Cero, Hora Cero extra, mensuales, y Hora Cero Suplemento Semanal, y autor casi exclusivo de todas sus historietas. Basta hojear estas publicaciones para advertir que Oesterheld escribía a la vez muchos relatos, conforme a la ecléctica variedad exigida por el mercado: una historieta de guerra, una del oeste, una de ciencia ficción, una policial, una de terror, una gauchesca. La galería de personajes produce asombro por su número y su variedad: Ernie Pike, Sargento Kirk, Ticonderoga, Sherlock Time, Nahuel Barros, Verdugo Ranch, Lucky Piedras, Tipp Kenia, Burt Zane, Star Kenton, Rul de la Luna, Capitán Lázaro, Pichi, Hueso Clavado, Leonero Brent, Cayena, Tom de la Pradera, Lord Crack...



Por su parte, el coautor Francisco Solano López declara que prefiere otros trabajos suyos, “en los que quizás, desde el punto de vista del oficio, del empeño y de la concentración, tienen puesta mucha más energía y mucho más trabajo del que yo ponía en El Eternauta, que era una más de las tres o cuatro historietas simultáneas que hacía para la Editorial Frontera”. (Entrevista realizada por Mariano Chinelli y recogida en su notable página Continum 4, del www.portalcomic.com.) Y en declaraciones a Juan Sasturain (Buscados vivos) Solano López revela que junto a él trabajaba un ayudante, Juan Schiaffino, con quien “llegamos a hacer seiscientos cuadritos mensuales”.
      El Eternauta, en Hora Cero Suplemento Semanal, era una entre seis o siete historias, algunas seriales, otras unitarias. Su protagonista tuvo éxito, pero no fue en principio el más destacado de la editorial: Oesterheld refiere que el personaje con mayor repercusión por entonces era Randall the Killer, un matador del Far West.



Si para los autores no era una obra única, tampoco lo era para los lectores contemporáneos, porque formaba parte de una vasta serie de relatos de ficción científica y de terror que no sólo ofrecía la historieta en particular, o la industria de la literatura popular en general, sino también el cine. Jordi Costa (Hay algo ahí afuera: Una historia del cine de ciencia ficción) sostiene que en los años 50 “el cine de ciencia ficción adquiere entidad propia, nace como género cinematográfico plenamente codificado” y que es, en especial, el cine serie B el ámbito donde “florecieron y se desarrollaron los temas rectores de la ciencia ficción cinematográfica del período: las invasiones extraterrestres, la mirada xenófoba hacia lo desconocido, el miedo atómico metaforizado en monstruosas criaturas capaces de aniquilar una ciudad de un zarpazo, las visiones apocalípticas.”
     Si se exceptúa la xenofobia, aunque no el temor a lo desconocido, este catálogo de prodigios podría parecer una descripción de El Eternauta. Fue Juan Sasturáin, creo, uno de los primeros en señalar el vínculo de la historieta de Oesterheld y Solano López con el cine B. Laura Vázquez conviene en que “la trama argumental está basada en una serie de estrategias presentes en la literatura fantástica y en algunos tópicos recurrentes de la industria cinematográfica”.
     Estas ideas circulaban en todos los ámbitos. Para recibir su influencia, ni siquiera era necesario ir al cine: diarios y revistas traían tapas de libros, fotos, estremecedores afiches de películas, a menudo más interesantes que las propias películas. Jordi Serra lo explica con precisión: “La quintaesencia de la ciencia ficción fifties está en esas películas de carteles ditirámbicos, impresionantes, puras joyas del sensacionalismo hecho trazo: unos carteles que a menudo contrastaban en exceso con las desangeladas imágenes que, en principio, debían promocionar. En otras palabras, la edad de oro de la ciencia ficción cinematográfica contó quizá con mejores publicistas que cineastas; pero de ese cúmulo de despropósitos –de este amasijo de monstruos risibles, efectos especiales paupérrimos, actores pasmados y errático sentido de la puesta en escena– emergieron preocupaciones que no eran nada impostadas, sino que respondían perfectamente a la atmósfera moral de su tiempo”. La historieta no tiene las limitaciones presupuestarias del cine B, y sus monstruos pueden no ser risibles. Su única restricción con respecto a los afiches es la dificultad de uso del color. En El Eternauta Solano López convirtió esa carencia en una virtud, desarrollando una estética del blanco y negro que hoy nos resulta insustituible.



Un simple vistazo a las películas de los años 50 muestra la vastedad del fenómeno. Los títulos son tan sugestivos como los afiches y logran constituirse de hecho en microrrelatos: Cuando los mundos chocan, El día que se paralizó la Tierra, El enigma de otro mundo, Zombis de la estratosfera,¡Ellos / El mundo en peligro!, El día en que terminó el mundo, La bestia de 1.000.000 de ojos, Eso llegó de abajo del mar, Eso conquistó el mundo, Eso llegó de otro mundo, La criatura camina entre nosotros, La invasión de los ladrones de cuerpos, Viví dos veces, De otro mundo, El monstruo que desafió al mundo, El principio del fin, De regreso de la muerte, L ¡Eso! El terror del espacio, Los devoradores de cerebros, Me casé con un monstruo del espacio exterior. (Véase una lista más extensa en el Apéndice al presente trabajo.)



Una invasión extraterrestre no es necesariamente una metáfora. La historieta original de Oesterheld y Solano López se muestra menos relacionada con las consignas políticas de los 70 (o de los 2000), que con los tópicos recurrentes del cine de los 50. Ello explica por qué se le atribuye una visión profética a la historia de Juan Salvo: porque sus lecturas políticas son posteriores. El Eternauta no es Rebelión en la granja. Si tiene una dimensión política, la tiene como La invasión de los ladrones de cuerpos, es decir, de un modo sesgado, silencioso y periférico, y no de un modo directo, ruidoso y central. El problema de leer las historias de aventuras como acertijos políticos o sociológicos es que todo puede interpretarse a voluntad. En La invasión de los ladrones de cuerpos los invasores extraterrestres intentan reemplazar a los humanos con duplicados idénticos sin consciencia, lo que provoca una perturbadora paranoia: nadie puede confiar en nadie. Pues bien, ello ha sido visto como una alegoría contra el comunismo o como una alegoría contra el anticomunismo, según el descifrador.
      Por lo demás, las interpretaciones alegóricas encubren un íntimo desprecio hacia los componentes de la historia; un personaje y una situación no tienen valor por sí mismos sino como significantes de algo más trascendente y verdadero: la Cosa sólo sirve como señal de Otra Cosa.
      Sin desmedro de su originalidad o de su grandeza, pueden rastrearse en El Eternauta gran parte de los motivos recurrentes de la ciencia ficción y el terror del cine B, instalados en el horizonte de la época, a menudo como reformulación de obsesiones más perdurables:
      * La invasión extraterrestre, que incluye las naves espaciales, la tecnología superior, los seres a la vez diferentes y semejantes a los humanos;
      * Las armas sofisticadas;



      * La posibilidad de traspasar la materia, y
      * Los experimentos nucleares, como casos particulares de:
      * Los conflictos ocasionados por los avances de la ciencia, que puede ser al mismo tiempo benéfica y destructora;
      * El Apocalipsis o Fin del Mundo tal como lo habíamos conocido, y su contracara:
      * El Paraíso Perdido y la Edad de Oro;


      * Los últimos sobrevivientes, robinsones aislados en un mar de hostilidad;
      * El tiempo detenido;
      * Los viajes en el tiempo;
      * El inmortal o el errante, condenado a vagar por toda la eternidad;
      * El control de las mentes;



       * Los zombies, hombres robots, o seres sin voluntad propia. Con dos derivaciones:
       a) Los enemigos que son iguales a nosotros, la imposibilidad de confiar en nuestros semejantes, los traidores, la paranoia;
       b) La mujer fatal, tentación para la caída, como la muchacha robot enviada para tenderles una trampa a los protagonistas;
      * Los monstruos, categoría con muchas subdivisiones, en especial:
      a) Los monstruos antediluvianos, como dinosaurios, gurbos y gozillas;
      b) Los monstruos de otros mundos;
      c) Las criaturas domésticas fuera de su escala natural, como tarántulas, moscas, mantis y cascarudos gigantes;
      * La destrucción de la ciudad;


       * La Tierra Prometida, zona libre de nevadas;
       * Los Héroes contra su Voluntad: Hombres Ordinarios en Circunstancias Extraordinarias;
       * El reclutamiento de un grupo de “elegidos”, una “jauría salvaje” (a wild bunch), es decir, la reunión de individuos heterogéneos para constituir una suerte de personaje colectivo, en el que cada uno aporta según sus saberes y competencias;
      * El Sacrificio: Salvo quiere ser el primero en ponerse el traje para salir a la nevada mortal;
      * Y, por último, el enfrentamiento con un mal incognocible, indefinido. Si antes el miedo tenía nombre propio: Frankestein, Drácula, King Kong, en la fantasía científica de la segunda posguerra el horror carece de nombre: The Thing, It, Them, los Ellos. (¿Y si detrás de estos Ellos hubiera otros Ellos...? ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza?)



De manera recurrente la crítica ha indagado acerca de los motivos de la perdurabilidad de El Eternauta: qué fue lo que diferenció esta historia de las otras quince o veinte que escribía entonces Oesterheld cada mes.
     Una de las respuestas más frecuentes es que ello se debe a la ambientación en Buenos Aires: la mención del subte D y de la plaza del Congreso la harían irresistible. No es imposible, pero tres razones obligan a mitigar el aserto:
     1. La ciudad de Buenos Aires de hoy, como la invisible Maurilia de Italo Calvino, en muy poco se parece a la ciudad que también entonces se llamaba Buenos Aires y estaba situada, casualmente, en el mismo lugar;
     2. No sólo los lectores porteños disfrutan de El Eternauta;
     3. Los mismos autores, el guionista y el dibujante, muy poco antes de la aparición de El Eternauta, publicaron otra historia de invasores extraterrestres en Buenos Aires, hoy casi olvidada: Rolo el marciano adoptivo. No prosperó.
     Podemos aventurar otra respuesta, vinculada precisamente a la amplia galería de tópicos de la cultura popular. En La estrategia de la ilusión, Umberto Eco analiza los motivos de perduración de una película de culto como Casablanca: “obligados a inventar sobre la marcha, sus autores han metido de todo un poco en la trama argumental, y para ello eligieron material del repertorio de lo tradicionalmente aceptado. Cuando la elección de lo ya aceptado es limitada, se obtiene un film amanerado, de serie, o incluso kitsch. Pero cuando de lo aceptado se utiliza verdaderamente todo, lo que se logra es una arquitectura como la Sagrada Familia de Gaudí. Se logra el vértigo, se roza la genialidad”, “se despliegan con una fuerza casi telúrica los Poderes de la Narratividad en estado salvaje”.
      Para hacer una buena historia alcanza con una sola situación arquetípica. El Eternauta, como Casablanca, desarrolla una trama que incluye colosales dosis de Arquetipos Eternos. No es una historieta, sino muchas, una antología. Cuando todos los arquetipos irrumpen sin pudor alguno, dice Eco, “se alcanzan profundidades homéricas. Dos clichés producen risa. Cien, conmueven. Porque se percibe vagamente que los clichés hablan entre sí y celebran una fiesta de reencuentro”.
      La perduración de El Eternauta tal vez obedezca a un fenómeno similar, a este “reencuentro de clichés”, a su narratividad en estado salvaje. No importa que un millonario hombre robot intente impedirlo: vamos a leer y a seguir leyendo esta historia de aventuras, porque en sus páginas palpitan nuestras obsesiones, las más secretas y las más perdurables.


Martín Greco
Buenos Aires, EdM, septiembre de 2012.


(Con motivo de la publicación de El Eternauta, “edición vintage”, Buenos Aires: Dodyeditores, 2012, con un interesante prólogo de Fernando Ariel García.)




Apéndice: algunas películas de ciencia ficción de los años 50

Destino la Luna (Destination Moon, 1950)
El disco volador (The Flying Saucer, 1950)

Conquistando Marte (Flight to Mars, 1951)
Cuando los mundos chocan (When the Worlds Collide, 1951)
El continente perdido (Lost Continent, 1951)
El día que paralizaron la Tierra (The Day the Earth Stood Still, 1951)
El enigma de otro mundo / La Cosa (The Thing from Another World, 1951)
El hombre del planeta X (The Man from Planet X, 1951)
Hombre de dos mundos (The House in the Square / I'll Never Forget You, 1951)
Los últimos cinco (Five, 1951)
Mundo desconocido (Unknown World, 1951)

El milagro de Marte (Red Planet Mars, 1952)
Invasión EE.UU. (Invasion USA, 1952)
Guerra entre planetas / Comando Cody, el Intrépido (Radar Men From the Moon, 1952)
Zombis de la estratosfera (Zombies of the Stratosphere, 1952)

200.000 leguas de viaje a la Luna (Cat-women on the moon, 1953)
El fantasma del Espacio (Phantom from Space, 1953)
El monstruo del mar (The Beast from 20000 Fathoms, 1953)
El terror atómico (The Magnetic Monster, 1953)
La guerra de los mundos (The War of The Worlds, 1953)
Los invasores de Marte (Invaders from Mars, 1953)
Llegaron de otro mundo (It Came from Outer Space, 1953)
Monstruos de Marte (Robot Monster, 1953)

Asesinos del Espacio (Killers from Space, 1954)
La diabla de Marte / Marte ataca la Tierra (Devil Girl from Mars, 1954)
El monstruo de la laguna negra (Creature from the Black Lagoon, 1954)
El mundo en peligro (Them!, 1954)
Godzilla, rey de los monstruos (Gojira, 1954)
Invasores de otros mundos (Target Earth, 1954)
Pánico mortal (The Quatermass experiment / The Creeping Unknown, 1954)
Tobor el grande (Tobor the Great, 1954)

Cadaveres atómicos (Creature with the Atom Brain, 1955)
El cerebro atómico (Time Slip / The Atomic Man, 1955)
El fin del mundo (The Day the World Ended, 1955)
El regreso del monstruo (Revenge of the Creature, 1955)
La bestia de 1.000.000 de ojos (The Beast with a Million Eyes, 1955)
La conquista del Espacio (Conquest of Space, 1955)
La fiera del mar (It Came from Beneath the Sea, 1955)
Mas allá de la Tierra (This Island, Earth, 1955)
Tarántula (Tarantula, 1955)

Bajo el signo de Ishtar (The Mole People, 1956)
Trampa rubia (Blonde Bait, 1956)
Conquistaron el mundo (It Conquered the World!, 1956)
El monstruo vengador (The Creature Walks among Us, 1956)
El planeta desconocido (Forbidden Planet, 1956)
Doncellas del espacio exterior (Fire Maidens of Outer Space, 1956)
Invasion de discos voladores (Earth vs. The Flying Saucers, 1956)
La bestia de la montaña (The Beast of Hollow Mountain, 1956)
La incognita X (X, the Unknown, 1956)
Muertos vivientes / La invasión de los ladrones de cuerpos (Invasion of the Body Snatchers, 1956)
Mundo sin fin (World without End, 1956)
Viví dos veces (I’ve Lived Before, 1956)
Cat Girl (1957)

Cita con el demonio (Curse of the Demon, 1957)
De otro mundo (Not of This Earth, 1957)
El ataque de los monstruos (Attack of the Crab Monsters, 1957)
El escorpion negro (The Black Scorpion, 1957)
El hombre increible (The Incredible Shrinking Man, 1957)
El moderno Frankenstein (The Unearthly, 1957)
El monstruo alado (Deadly Mantis, 1957)
El monstruo que retó al mundo (The Monster that Challenged the World, 1957)
El niño invisible (The Invisible Boy, 1957)
El principio del fin (Beginning of the End, 1957)
El vampiro atómico (Fiend without a Face, 1957)
La bestia de otro planeta (20 Million Miles to Earth, 1957)
La garra gigante (The Giant Claw, 1957)
La invasión de los hombres del espacio (Invasion of the Saucer-Men, 1957)
La vuelta del monstruo (From Hell It Came, 1957)
Los 27 días del Planeta Sigma (The 27th Day, 1957)
Monstruos de piedra (The Monolith Monsters, 1957)
Poseída por la muerte (Back from the Dead, 1957)
The Mysterians (1957)
Vasallos del mal (Quatermass II: Enemy From Space, 1957)

El ataque de la mujer de 50 pies (Attack of the 50 Foot Woman, 1958)
El gigante del otro mundo (giant from the unknown 1958, 1958)
El hombre H (The H Man, 1958)
El terror del año 5000 (Terror from the Year 5000, 1958)
Hijos del Espacio (Space Children, 1958)
Invasion de la Luna (Missile to the Moon, 1958)
La amenaza de otro mundo (It! The Terror from Beyond Space, 1958)
La araña (Earth vs. The Spider, 1958)
La carnivora (The Womaneater, 1958)
La mancha voraz (The Blob, 1958)
La morte viene dallo spazio (1958)
La mosca (The Fly, 1958)
La rebelión de los muñecos (Attack of the Puppet People, 1958)
La reina del Espacio exterior (Queen from Outer Space, 1958)
Las sanguijuelas humanas / Los devoradores de cerebros (The Brain Eaters, 1958)
Me casé con un monstruo (I Married a Monster from Outer Space, 1958)
Rey del espacio (Space Master X-7, 1958)

El hombre de la cuarta dimensión (4D Man, 1959)
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2 comentarios:

norberto dijo...

Me interesa que charlemos personalmente.
Tu análisis es muy ajustado a la época (que yo viví) de publicación.
Mi e-mail:
erreveerre@gmail.com

norberto rodriguez van rousselt

Jorge Claudio Morhain dijo...

Tenés que leer "La Argentina Premonitoria en El Eternauta", www.quintadimension.com/article3.html

Jorge Claudio Morhain
jcmorh@gmail.com

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