MAPAS COMPARTIDOS

La palabra infundada, Por Pablo De Santis


uando tenía diez años me asomaba cada noche a las páginas de una enciclopedia llamada Lo sé todo. Los artículos no tenían ningún orden: a un episodio del Imperio Romano lo seguía la invención de los rayos X, del cultivo del tabaco pasábamos a los hombres de las cavernas desayunando un mamut. Yo elegía para leer los artículos sobre dinosaurios, sobre grandes batallas, sobre mitología. Allí aprendí que en los antiguos mapas había una leyenda que señalaba el confín del mundo conocido: Más allá hay monstruos. Y eso me interesaba como interesa a todos los niños: el momento en que la vida cotidiana cesa y llega la hora de los héroes, los científicos locos y los monstruos.

    Esa es la versión del mundo que siempre nos ha servido a los escritores: no la historia del mundo real, sino el mundo transformado por el mito y la leyenda. Y esto no es por gusto a las mentiras, sino por la convicción de que en las transformaciones, los resúmenes y las ilusiones de la memoria hay también una verdad escondida, más real que las fechas de las batallas o el número de naves hundidas. La leyenda no da precisiones sobre el mundo, pero da precisiones sobre los que estamos sobre el mundo.
    Nunca perdí del todo la afición por las noticias extravagantes, por los informes poco dignos de crédito, pero que tanto seducen a la imaginación. Uno de mis libros favoritos se llama el Mundo de lo insólito, y es una recopilación de noticias estilo Ripley. Allí se lee, por ejemplo, que la viuda del pirata Walter Raleigh llevaba a todas partes una bolsa con la cabeza de su marido conservada en sal. O que los verdugos no podían tocar las frutas en los mercados, y debían usar una vara de madera. O esta noticia científica, delicada como un haiku:
    Los erizos lo ven todo de color amarillo.
    Las palabras novela y nouvellederivan de la idea de noticia. Así comenzó la literatura: un rumor infundado, un temor exagerado, las palabras de alguien que repite lo que no ha visto.
    La literatura se ha presentado siempre como un modo de apoderarse de lo más lejano pero también de lo más cercano, de mundos remotos pero también de la vida cotidiana y de la infancia. Es como un lento rodeo que damos, por la historia y la inmensidad del mundo, para llegar a nuestra casa y nuestra vida. Una de mis historietas favoritas es Little Nemode Winsor McKay, que siempre me pareció una luminosa metáfora de la lectura. Cada noche Little Nemo viaja a mundos lejanos, pero no abandona su cama, que lo acompaña en sus aventuras. Así actúa siempre la literatura: para apoderarse de lo más lejano, nunca pierde de vista lo más cercano, lo más íntimo.


Pablo de Santis, 
Buenos Aires, EdM, Diciembre 2011
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APUNTES

Sobre Mario Levrero, por Pablo De Santis


En la segunda mitad de los años ochenta el escritor Mario Levrero era jefe de redacción de una revista de juegos, que funcionaba en la calle Uruguay, cerca de Corrientes. Yo solía visitarlo, para abrumarlo con mis manuscritos juveniles. No se quejaba y me regalaba sus libros, entre ellos la colección de relatos breves Caza de conejos, que nunca fue reeditado y donde se leían miniaturas como ésta:
    “Nunca pudimos salir del castillo. Por temor, por desidia, por comodidad, por falta de voluntad. Y a pesar de todo nuestra única ambición era ir al bosque a cazar conejos. Planificábamos expediciones perfectas que jamás se llevaron a cabo. Estudiábamos los manuales más complejos sobre la caza del conejo. Pero nunca nos atrevimos a salir del castillo”.
    Era muy meticuloso, y en la oficina tenía todo ordenado, como corresponde a quien se dedica a palabras cruzadas y juegos de ingenio.
    -Para mi trabajar es prácticamente una novedad. Yo en Uruguay logré ir tirando trabajando lo mínimo.-Evocaba con nostalgia los años en Piriápolis y Montevideo. Las contratapas de sus libros decían que había sido librero y fotógrafo, pero él daba a entender que había que sacarle todo énfasis a la mención de esos oficios.
    Todos sus cuentos y novelas trataban de enormes lugares dominados por la extrañeza. En La ciudad, en El lugar, que publicó la revista Péndulo, en París, hay siempre ciudades por recorrer.
    -Abro el Ulises y no me importa si no entiendo todo, lo que me importa es que el libro es una ciudad.
    Por eso mismo, por su aspecto urbano, le fascinaban las novelas policiales que buscaba en librerías de viejo.
    -Las novelas muchas veces me decepcionan. El género jamás.
    Escribía por ese entonces una historieta que ilustraba Lizán, sobre una pandilla que intentaba unos atracos siempre fracasados. Se llamaba Los profesionales, y cada capítulo desmentía el título.
    Sus libros fueron considerados al principio dentro de la literatura fantástica. Sus amigos Marcial Souto y Elvio Gandolfo hicieron lo imposible por publicarlo y difundir su nombre. A partir de Diario de un canalla, su obra abandonó el clima de extrañeza y se centró –sobre todo después de su regreso a Uruguay- en la demorada descripción de hechos mínimos y reflexiones sobre la escritura.
    Antes de instalarse en Montevideo vivió largo tiempo en Colonia. Recuerdo que le escribí una carta, preguntándole cómo era su vida allí, ya que me costaba imaginarlo fuera de una gran ciudad. Me respondió con una carta en ese papel finito que se usaba para vía aérea, donde había trascripto un poema de Kavafis, que terminaba,
    “Has arruinado tu vida en esta ciudad, la arruinaste en cualquier lugar del mundo”.
    Me contó su amigo Gandolfo que en el último año de su vida leyó, en un sueño, un diario con la noticia de su muerte. Estuvo seguro (había escrito una vez un Manual de Parapsicología) de que el vaticinio se iba a cumplir. Pero murió meses después. También en los sueños los diarios a veces se equivocan.




Pablo De Santis (Buenos Aires)

Su reciente novela El Enigma de París obtuvo el primer Premio Planeta-Casa de América en 2007
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