uando tenía diez años me asomaba cada noche a las páginas de una enciclopedia llamada Lo sé todo. Los artículos no tenían ningún orden: a un episodio del Imperio Romano lo seguía la invención de los rayos X, del cultivo del tabaco pasábamos a los hombres de las cavernas desayunando un mamut. Yo elegía para leer los artículos sobre dinosaurios, sobre grandes batallas, sobre mitología. Allí aprendí que en los antiguos mapas había una leyenda que señalaba el confín del mundo conocido: Más allá hay monstruos. Y eso me interesaba como interesa a todos los niños: el momento en que la vida cotidiana cesa y llega la hora de los héroes, los científicos locos y los monstruos.
Esa es la versión del mundo que siempre nos ha servido a los escritores: no la historia del mundo real, sino el mundo transformado por el mito y la leyenda. Y esto no es por gusto a las mentiras, sino por la convicción de que en las transformaciones, los resúmenes y las ilusiones de la memoria hay también una verdad escondida, más real que las fechas de las batallas o el número de naves hundidas. La leyenda no da precisiones sobre el mundo, pero da precisiones sobre los que estamos sobre el mundo.
Nunca perdí del todo la afición por las noticias extravagantes, por los informes poco dignos de crédito, pero que tanto seducen a la imaginación. Uno de mis libros favoritos se llama el Mundo de lo insólito, y es una recopilación de noticias estilo Ripley. Allí se lee, por ejemplo, que la viuda del pirata Walter Raleigh llevaba a todas partes una bolsa con la cabeza de su marido conservada en sal. O que los verdugos no podían tocar las frutas en los mercados, y debían usar una vara de madera. O esta noticia científica, delicada como un haiku:
Los erizos lo ven todo de color amarillo.
Las palabras novela y nouvellederivan de la idea de noticia. Así comenzó la literatura: un rumor infundado, un temor exagerado, las palabras de alguien que repite lo que no ha visto.
La literatura se ha presentado siempre como un modo de apoderarse de lo más lejano pero también de lo más cercano, de mundos remotos pero también de la vida cotidiana y de la infancia. Es como un lento rodeo que damos, por la historia y la inmensidad del mundo, para llegar a nuestra casa y nuestra vida. Una de mis historietas favoritas es Little Nemode Winsor McKay, que siempre me pareció una luminosa metáfora de la lectura. Cada noche Little Nemo viaja a mundos lejanos, pero no abandona su cama, que lo acompaña en sus aventuras. Así actúa siempre la literatura: para apoderarse de lo más lejano, nunca pierde de vista lo más cercano, lo más íntimo.
Pablo de Santis,
Buenos Aires, EdM, Diciembre 2011
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