Ana María Shua ha querido compartir generosamente con EdM una serie de microrrelatos que no encontraron lugar en su libro Fenómenos de Circo, recién publicado en Buenos Aires por la editorial Emecé y en España por Páginas de Espuma.
Los iremos publicando uno por uno, para paladearlos mejor.
Se cuenta en la China que, en tiempos del Emperador Amarillo varios generales desertaron del ejército imperial y utilizaron su habilidad en las artes marciales para desarrollar la acrobacia china, convirtiéndose en artistas ambulantes.
La capoeira fue una técnica de lucha creada y desarrollada en secreto por los esclavos negros en Brasil. Con el tiempo se convirtió en una danza acrobática, en un arte casi circense.
El cacique Águila Negra y su troupe de indios sioux, capaces de disparar sus flechas a todo galope, recorrieron Europa a principios del siglo XX contratados, con la aprobación del gobierno de los Estados Unidos, por el circo alemán Sarrasani. El mismísimo Toro Sentado, que condujo a sus guerreros contra Custer en la sangrienta victoria de Little Big Horn, actuaba por cincuenta dólares a la semana en el espectáculo de Búffalo Bill.
También el tiro al arco de los pigmeos del África Central, las competencias de bastón entre los vañaturos de Tanzania, el número de los lanzadores de la azagaya watusi que se disfrutan hoy en los circos africanos, fueron en su origen artes de la muerte, de la guerra.
Recordando las lecciones de la historia, los humanos que logramos sobrevivir estamos preparando ya juegos con ametralladoras, danzas de tanques coordinados, diminutas explosiones nucleares. Cuando se pierde la guerra, siempre queda el circo.
Ana María Shua, Buenos Aires, octubre 2011
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