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Palabras: Shibboleth, por Dardo Scavino


EdM no ha dejado de celebrar y brindar desde el momento en que se enteró de que Dardo Scavino ha obtenido el Premio Anagrama por su ensayo El sueño de los mártires. Meditaciones sobre una guerra actual. ¿Podríamos privarnos de compartir esta alegría?

l 17 de enero de 2014 una célula de Al-Qaeda Irak, la organización que a partir de junio de ese año pasaría a llamarse Estado Islámico de Irak y Sham, interceptó en las afueras de Bagdad una caravana del ejército iraquí y obligó a todos los soldados a apearse para ponerse a rezar. No pretendían hacerles cumplir a la fuerza uno de los cinco deberes medulares del islam sino identificar, por su manera de proceder, a los militares chiitas. Conscientes de la amenaza, estos trataban de imitar los gestos de sus colegas sunitas revelando, con sus torpezas, su filiación confesional, desaciertos que se traducían en una ejecución inmediata. Tretas como estas ya habían sido empleadas en otras oportunidades. Así, los ustachis croatas, aliados de los nazis y responsables de la matanza de centenas de miles de serbios, judíos y gitanos durante la Segunda Guerra, obligaban a los habitantes de los pueblos a santiguarse y observaban si las personas cruzaban la mano de izquierda a derecha, a la manera católica, o de derecha a izquierda, según el uso ortodoxo, diferencia que podía costarle la vida a un serbio. Unos años antes, las tropas del dictador Rafael Trujillo habían recurrido a una ardid muy parecido para identificar a los inmigrantes haitianos en República Dominicana: los militares obligaban a los campesinos afroamericanos a pronunciar la palabra “perejil”, fonéticamente indócil para un hablante del francés, y ejecutaban o expulsaban a las personas que reprobaban el examen. Todos estos episodios recuerdan el célebre ejemplo del vocablo shibboleth que el galaadita Jefté les exigía proferir, según el Libro de los Jueces, a quienes atravesaban el Jordán. Y lo hacía para identificar, por la manera de pronunciarlo, a sus enemigos efraimitas y degollarlos en el acto. Todas estas atrocidades funcionan como una especie de versión amplificada de cualquier fenómeno corriente de exclusión social.
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Palabras: “Nosotros” por Dardo Scavino


Si el “yo” es una cáscara, esa falsa morada en la que, como decía Freud, ni siquiera es dueño el que dice “yo”, ¿se imagina usted, vuestra merced, lo que habita dentro de un “nosotros”?

mile Benveniste estimaba que hablar de “primera persona del plural” constituía un error de los manuales de gramática dado que el sujeto de la enunciación seguía siendo, en casos así, uno solo. “Nosotros” no es un plural de “yo”, y en la enorme mayoría de las lenguas ni siquiera poseen la misma raíz léxica. En proposiciones como “los maestros pensamos que…”, “las mujeres exigimos que…” o “cuando los uruguayos nos independizamos…”, sigue hablando una persona singular. Sólo que esta vez habla en nombre de otros. Y esos otros pueden englobar, o no, a los interlocutores. Nebrija mantenía aún en su gramática la distinción entre el pronombre “nos” que los incluía y “nos otros” que los excluía, como el nos alteros latino o el nous autres del francés. “Nosotros” terminó asumiendo en español ambos valores. Este pronombre sigue aludiendo a un enunciador singular pero presentado como portavoz de otros. Identificándose con otros. Aquellas frases, en efecto, equivalen a decir: “yo, en mi calidad de maestro, pienso que…”, “en mi carácter de mujer, exijo que…” o “cuento, como uruguayo, cuando nos independizamos…”. Más que una primera persona “amplificada”, como la llamaba Benveniste, se trataría de una primera persona “caracterizada”.
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Palabra: “Desinformación”, por Dardo Scavino


un Tzu sabía, por experiencia, que el arma más poderosa en la guerra era el engaño. Proporcionarle una información falsa al enemigo podía resultar más ventajoso que obtener alguna información verdadera sobre él. Los servicios de inteligencia terminaron llamando desinformación a esta artimaña. Y cualquier estado mayor se dota de importantes medios de espionaje para obtener informaciones útiles acerca de sus enemigos, pero también de importantes medios de contraespionaje para desinformarlo.
    Entre las obras maestras de la desinformación durante la Segunda Guerra se encuentra sin lugar a dudas la Operación Fortaleza, cuando los Aliados lograron convencer al estado mayor alemán de que el desembarco tendría lugar en Calais en lugar de Normandía. Para eso, simularon instrucciones a través de transmisiones radiales y telegráficas, pusieron falsos planes de desembarco en los bolsillos de un cadáver, recurrieron a varios agentes dobles –como el legendario “Garbo”–, y hasta montaron un escenario de tanques, aviones e infraestructura militar de utilería, destinado a engañar a los pilotos alemanes que sobrevolaron el lugar. Lograron así que la Wehrmacht concentrara el grueso de sus tropas en las inmediaciones de Calais desprotegiendo Normandía.
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Palabra: “Red”, por Dardo Scavino


na de las marcas de fábrica del platonismo sigue siendo la identidad entre el ser y el deber ser. Cuando uno interroga a un platónico acerca de lo que es, por ejemplo, la política, nos responde lo que debería ser a su entender, y nos asegura que las demás formas de política –aquello que la opinión suele llamar “erróneamente” política– no son sino copias degradadas o fraudulentas de la política genuina: la verdadera esencia de la política se encuentra, para él, en la única política buena. Y cuando uno le pregunta si le gusta tal o cual texto literario, se precipita a contestar que no porque “no es literatura”.
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Palabras: “Pirata” por Dardo Scavino



¿Qué diferencia hay entre un emperador y un ladrón? ¿Y entre estafador y un gobernante? Exactamente en esos mares navega la palabra de Dardo Scavino esta vez.

a leyenda cuenta que cuando Alejandro Magno le recriminó a Diomedes sus pillajes, el marino le respondió: “Tú haces lo mismo que yo por todo el orbe, pero como yo lo hago con un barco y tú con una flota, a mí me llaman pirata y a ti emperador”. Tomás de Aquino, quien refiere esta leyenda, añadía que el incremento del poderío militar no bastaba para elevar al pirata a la dignidad de emperador. La diferencia entre la soberanía y el latrocinio, explicaba, es la legalidad. Un acto es un delito o no, en función de si transgrede o no una norma instituida. Y como el soberano es quien instituye esas normas, él decreta si sus propios actos son delictivos o no. Además de una flota, Alejandro precisaba una vasta escuadra de letrados que transmutara sus exacciones en hazañas, sus ejecuciones en justicia y sus invasiones en pacificación. El modesto barco de Diomedes le había impedido extender sus tropelías a todo el orbe conocido y el moderado monto de sus pillajes no le había permitido granjearse las simpatías de los doctores y poetas capaces de legalizarlos o enaltecerlos.
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Palabra: “Secular”, por Dardo Scavino


l 5 de abril de 1943 una unidad de la Gestapo se presentó en el domicilio del pastor Dietrich Bonhoeffer con la orden de arrestarlo. La policía secreta del régimen lo acusaba de estar involucrado en la conspiración organizada por el almirante Wilhelm Canaris para asesinar al Führer. El atentado del coronel Claus von Stauffenberg contra Hitler lo sorprendió entonces en su celda de la prisión de Tegel, donde pasaba los días leyendo e intercambiando correspondencia con su prometida, su madre y un antiguo compañero de seminario, Eberhard Bethge. A lo largo de dos años, el teólogo le iría transmitiendo a este último la evolución de sus posiciones en materia teológica, consecuencia de sus lecturas, de su experiencia vital y de sus meditaciones carcelarias.
      Bonhoeffer había sido vicario de la Iglesia evangélica de Barcelona, becario del Seminario de la Unión Teológica en Harlem, pastor de la Iglesia Luterana en Londres, y desde hacía algunos meses venía frecuentando en la prisión a resistentes y prisioneros políticos ateos. Este pastor había comprobado que estos presos encarnaban los valores del predicador nazareno mejor que muchos cristianos, sin necesidad de observar sus liturgias ni de repetir sus dogmas ni de arrodillarse ante sus ídolos aunque los devorase la angustia o el temor ante la muerte. Después de dos mil años de propagación del cristianismo, el mundo había incorporado, a su entender, los valores del crucificado porque sus nociones de bien y de mal correspondían a su enseñanza.
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Palabra: “Refugiado” por Dardo Scavino


n las afueras de la ciudad francesa de Pau hay un pequeño caserío, llamado Boeil-Bézing, y en el caserío una calle que desemboca en el río. La calle se llama Carl Einstein y una placa conmemorativa nos informa por qué motivo la municipalidad eligió ese nombre tan exótico para los Pirineos gascones: “Poeta e historiador del Arte. Combatiente por la Libertad. Nacido el 26 de abril de 1885 en Neuwied, Alemania. Se quitó la vida el 5 de julio de 1940 para escapar a la persecución nazi”. El cuerpo del escritor había sido encontrado sin vida a unos metros de ahí, en la costa, después de haberse arrojado a las aguas del Gave de Pau desde el puente de la abadía de Lestelle-Betharram, situada a unos kilómetros más río arriba.
      Einstein ya había vivido en París en los años veinte y treinta, pero en la primavera del ‘39 había vuelto a esa ciudad, junto a centenas de miles de refugiados españoles, después de haber peleado en la columna de los amigos de Durruti contra las huestes de Franco. Apenas estalló la Segunda Guerra, la policía lo detuvo y lo deportó a un campo en Bordeaux, ni por su filiación anarquista ni por su origen judío sino por haber entrado en Francia con un pasaporte del país enemigo. Las autoridades del campo decidieron liberarlo cuando las tropas Tercer Reich entraban en la región. Pero ya era tarde: la policía lo había fichado como judío comunista y la Gestapo no encontró ningún obstáculo para hurgar en los ficheros. Desesperado, Einstein se cortaría las venas en Mont-de-Marsan, unos kilómetros al sur de Bordeaux, donde lo salvaría in extremis un scout que se lo llevó con él, malherido, hasta la abadía de Lestelle-Betharram donde lo refugiaron los monjes. La llegada del ejército alemán resultaba, aun así, inminente y los antecedentes de Einstein le impedían atravesar los Pirineos. Cercado por Franco y Hitler, prefirió saltar del puente y ahogarse en el Gave de Pau.
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Palabra: “Democracia”, por Dardo Scavino


emocracia significa soberanía del pueblo, es cierto. Pero los griegos no entendían este vocablo como lo hacemos nosotros. En democracia, para nosotros, el pueblo se gobierna a sí mismo. Los griegos pensaban que gobernaba a los otros: a los nobles, los metecos, los esclavos. Los griegos conocían un gobierno de sí. Lo llamaban enkráteia. Pero no lo aplicaban a los pueblos sino a las personas. Había personas que se gobernaban a sí mismas. Otras, no. Entre estas últimas se encontraban los niños, los locos y las mujeres. Tenían que vivir entonces bajo la tutela de las primeras. Un pueblo, en cambio, no podía gobernarse a sí mismo. Porque un pueblo no era una persona. Ni siquiera era una unidad. Pueblo era sinónimo de multitud o de gran número por oposición a los “pocos” del régimen oligárquico. Había un gobierno de uno solo pero era, como todos saben, la monarquía.
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Palabra: “Peregrino”, por Dardo Scavino


n un artículo de los años noventa consagrado a la importancia del viaje en los poemas de Wordsworth, Byron y Osip Mandelstam, el filósofo francés Jacques Rancière aseguraba que esos desplazamientos eran metáforas de la metáfora, o de la translatio latina, y, a su vez, de la revolución política y poética: cambiar de vida significaba, para estos escritores, cambiar la manera de ver las cosas, y cambiar la manera de ver las cosas significa cambiar las imágenes sobre ellas, es decir, renovar las metáforas. Pero no había que esperar a esos acontecimientos que conmovieron al mundo –la Revolución francesa y la rusa– para que este vínculo entre la renovación de las metáforas y de la vida se estableciera.
   Esta concepción del viaje contaba ya con una tradición acreditada en el pensamiento occidental y con un nombre muy preciso en el monaquismo griego de la Antigüedad y de la Alta Edad Media: xeniteía. Los autores romanos solían traducir este vocablo por peregrinatio, sólo que no entendían esta acción como una mera excursión a un lugar santo sino como un viaje a un país extranjero (xénos) o alejado de la tierra nativa. La peregrinatio era una verdadera iniciación, un abandono deliberado de la patria y la familia, una travesía que transforma por completo la vida del peregrino, de modo que estaba asociado con la conversión o metanoia. Un filósofo judío contemporáneo de San Juan, el platónico Filón de Alejandría, consideraba que la “emigración” era una manera de abandonar las costumbres y las formas de vida arraigadas en nosotros, “porque resulta difícil resistirse a los hábitos, y es de temer que alguien, si se queda en su lugar, se vea atrapado por estos, subyugado por sus seductores encantos”. Lo mejor, a su entender, era “emigrar, huyendo sin retorno de la casa y de la patria, de los prójimos y de los amigos”. Y por eso los autores judíos y cristianos solían invocar por ese entonces el versículo del Génesis en el que Jehová le dice a Abraham: “Abandona tu país, tu familia, la casa de tu padre, y márchate hacia el país que te mostraré” (Gen 12: 1). Podemos empezar de nuevo, sí, pero en otro lado.
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Palabra: “Tecnocracia”, por Dardo Scavino


unque habría aparecido por primera vez en un ensayo de 1919, el vocablo technocracy sólo empezó a circular masivamente a partir de los años ’30: en un sentido positivo, primero, sobre todo entre quienes aspiraban a que la sociedad fuese gobernada por un conjunto de expertos capaces de tomar las decisiones más eficaces para el buen funcionamiento global del sistema, y en un sentido negativo, a continuación, entre quienes comenzaron a percatarse de que los regímenes capitalistas, fascistas y comunistas coincidían todos en un punto: el tratamiento de la sociedad como un sistema que era preciso estudiar, o vigilar, en permanencia para regularlo o tomar las medidas adecuadas con vistas a mejorar su rendimiento. Estos diversos regímenes reducían a los sujetos al estatuto de objeto de estudio y de control, de cálculo estadístico y de influencia propagandística. Como escribían Adorno y Horkheimer en su Dialéctica de la Ilustración, “poder y saber” se convirtieron en sinónimos porque saber cómo funciona un objeto –noción que involucra ahora a los sujetos humanos– significa prever sus comportamientos físicos, químicos o biológicos, pero también económicos, sociales y psíquicos, y estos conocimientos permiten desarrollar las técnicas susceptibles de orientarlos o manipularlos, del mismo modo que los ingenieros agrónomos aprendieron a mejorar el rendimiento de las cosechas gracias al estudio de la biología mientras que otros expertos lograron desarrollar máquinas más eficaces gracias al conocimiento de los materiales y la energía.
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Palabra: “Moda”, por Dardo Scavino


i Charles Baudelaire y Thomas Hobbes hubiesen podido encontrarse, no habrían logrado ponerse de acuerdo acerca de un punto preciso: para el inglés, el “hombre artificial” era el Estado; para el francés, la Mujer. Aparte de esto, ambos percibían el “hombre natural” como una criatura abominable. Porque la naturaleza, decía el poeta, incita al hombre “a matar a su semejante, a comérselo, a secuestrarlo, a torturarlo” y nos “ordena acogotar” a nuestros parientes pobres o inválidos, en vez de asistirlos, como nos lo enseñan la religión y la filosofía. Baudelaire concluye entonces que el crimen es natural y la virtud artificial, es decir, cultural o “sobrenatural”, lo que explicaría no solamente por qué esta “humanidad animalizada” precisó siempre “dioses y profetas” que predicaran el bien, sino además por qué el poeta no identifica el “progreso” con el desarrollo de la técnica sino con “las disminución de las huellas” de este “pecado original” que es la naturaleza animal, o brutal, del hombre.
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Palabra: “Minoría", por Dardo Scavino


ublicada por primera vez en Ámsterdam en 1770, la Historia filosófica y política de los establecimientos y el comercio de los europeos en las dos Indias, monumental obra del abate Guillaume Raynal, forma parte de los incipientes ensayos anti-colonialistas que se escribieron en la Europa de la Ilustración. Esto le valió la censura del gobierno de Luis XV, la reprobación del papado y la simpatía de no pocos revolucionarios de las colonias de ultramar. Ni Thomas Jefferson ni John Adams ni Benjamin Franklin ni Francisco de Miranda dejaron de visitar al jesuita durante sus estadías en Francia, y más de un autor considera que su influencia se percibe tanto en la Constitución de Filadelfia de 1787 como en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre de 1789. Es más, si los montagnards lo exceptuaron de la vasta campaña de decapitaciones del año ’93, no se debió a su presunta senilidad –esgrimieron esta excusa para minimizar las críticas del abate en una carta dirigida a la asamblea– sino a la profunda admiración que le prodigaba Robespierre.
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Palabras: “Matrimonio”, por Dardo Scavino


n su decimocuarta “hipótesis de trabajo en torno de Eva Perón”, David Viñas sostenía que la actriz había interpretado “el papel de intermediaria en un cuadro típicamente paternalista” consistente en transmitirle las plegarias de los hijos a su padre, obtener cosas de él y convertirse así en “la dadora”. El escritor aludía de este modo a la “intercesora” por excelencia en el seno de la Iglesia, la Virgen, encargada de elevarle las súplicas de los creyentes al Señor. La imagen propuesta por Viñas –deliberadamente teológico-política– provenía de un pasaje de La razón de mi vida, “El camino que yo elegí”, en el que Eva Duarte explicaba cómo había decidido convertirse en “Evita” para que, por su intermedio, “el pueblo, y sobre todo los trabajadores, encontrasen siempre libre el camino de su Líder”. Porque si bien es cierto, proseguía, que los ministros y los secretarios acaparaban la atención del general, alejándolo de sus seguidores, cada uno de ellos sólo podía reunirse con él unos “escasos minutos”, mientras que ella le hacía llegar los problemas del pueblo, a través de su “voz leal y franca”, “durante el almuerzo o la cena, en las tardes apacibles de los sábados, en los domingos largos y tranquilos” cuando el ánimo del general estaba “libre de toda inquietud apremiante”, como si el pueblo hubiese podido ingresar, a través de ella, en la intimidad doméstica del “Líder”.
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Palabras: “Sospecha”, por Dardo Scavino


l verbo sospechar proviene del latín suspectare o sub-spectare, es decir, mirar debajo, y por eso la suspicacia es la actitud propia de quien busca, como se dice, descubrir una verdad. Los cuentos de Poe o Borges no les exigían otra cosa a sus lectores. Un cuento, explicaba el argentino, debe constar de dos argumentos: “uno, falso, que vagamente se indica, y otro, auténtico, que se mantendrá en secreto hasta el fin.” Borges tenía una predilección por los escritores que, como Swendenborg o Léon Bloy, creían en la existencia de una intriga providencial secreta de la historia de la humanidad. La teología condensaba, a sus ojos, una atinada economía narrativa que la literatura policial había llevado a su apogeo: Dios era el criminal inteligente y meticuloso que previó cada presunto episodio fortuito y cada palabra aparentemente ocasional; la historia, una vasta escena de crimen; el teólogo, el detective encargado de descifrar las pistas para reconstruir la verdadera historia.
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Palabras: “Papa”, por Dardo Scavino




lgunos aseguran que lo dijo en 1935, cuando el ministro de relaciones exteriores de Francia, el socialista Pierre Laval, se desplazó hasta Moscú para intentar sellar una alianza contra la Alemania de Hitler. Otros sostienen que se lo habría dicho en Yalta a Winston Churchill, unas semanas antes de que los franceses fusilaran, por traición a la patria, al mencionado Laval. Personalmente tengo mis serias dudas, sobre todo porque la anécdota tiene un indefinible tufillo a apólogo fraguado por algún jesuita. Pero finalmente importa poco porque se non è vero è bene trovato. La leyenda cuenta que cuando alguien interrogó a Stalin a propósito del Vaticano, éste le replicó sonriendo: “¿El Papa? ¿Cuántas divisiones?”
       Y digo que me suena a cuento jesuítico porque los católicos suelen desenvainar esta anécdota cada vez que recuerdan con satisfacción que, a pesar de todas sus divisiones blindadas y sus arsenales atómicos, la Unión Soviética desapareció mientras que la Iglesia está ahí desde hace dos mil años. Y esto, por no hablar de la propia Iglesia ortodoxa rusa, que sobrevivió durante setenta y cinco años a la censura y la contra-propaganda comunista, y renació con un vigor inesperado tras la Caída del Muro. La moraleja, según ellos, sería que la cruz es más fuerte que la espada, que la fe es más poderosa que las armas, que Dios vence siempre a sus enemigos, y otras inepcias semejantes.
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“Musgo”, por Dardo Scavino


Dylan no se le había dado por componer ninguna canción propia todavía. Se limitaba a interpretar con su guitarra el repertorio folk de los años cuarenta y cincuenta que conocía como un pastor puritano el Antiguo Testamento. Hasta que un día escuchó un viejo tema de Earl Robinson dedicado a un tal Joe Hill. Ese nombre le decía algo, pero no sabía muy bien qué. Así que se fue a ver a su amigo Izzy Young que trabajaba en el Folker Center de Nueva York. Young desapareció en un cuarto trasero y regresó con unos panfletos polvorientos sobre Hill.
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Palabras: “Energúmeno”, por Dardo Scavino


os griegos no tenían inconvenientes en aceptar que los dioses pudieran poseer a los humanos. Y a esta experiencia, común a las pitonisas, los poetas y a todos quienes profiriesen, alguna vez, vaticinios, la llamaban en-théon o en-thou-siasmos, vocablos que significaban “inspiración” aunque aludieran literalmente a la ocupación del interior por una divinidad. Pero sin llegar hasta esta experiencia esporádica, el simple daimon era una potencia divina que ejercía su influencia sobre cualquiera trazándole, por este motivo, un destino. Que este daimon haya ido asumiendo la forma de un “genio”, nadie lo ignora: el buen o el mal “genio”, sinónimo de buen o mal carácter, también le trazaría un destino a los sujetos. 


Los primeros cristianos creían todavía en los raptos proféticos que las iglesias pentecostales recuperarían más adelante bajo la calificación de “carismáticos”. El misterioso “don de lenguas” se explicaba, según ellos, por la intervención del Espíritu Santo (es decir, y esta vez literalmente, por la divina “inspiración”). Pero San Pablo ya había desalentado esas prácticas entre los miembros de las comunidades cristianas, sugiriéndoles que se limitaran a seguir la palabra de Cristo y amarse los unos a los otros. 

Con el paso de los siglos, sin embargo, esas posesiones se convertirían en intervenciones inexorablemente maléficas o demoníacas. Todo ocurre entonces como si esa potencia divina que los griegos llamaban daimon se hubiese transformado en ese ser maligno que toma posesión de las almas destituyendo el gobierno de la razón y precipitándolas, como consecuencia, en la locura. Alberto el Grande llamaba obsessus (literalmente, sitiado) a la persona poseída por el demonio. Y su discípulo Santo Tomás lo llamaría, retomando un vocablo griego, energoumenos. Este participo pasivo significa “ser actuado”, agitado” o “movido”, como si el cuerpo de una persona obedeciera a la voluntad de otra.

De modo que no había ya, para el doctor angelicus, una buena y una mala posesión: cualquier interferencia en la autonomía del sujeto resultaba, para él, maléfica o irracional. Y aunque el vocablo energúmeno no tenga ya la dignidad satánica de antaño, conserva las connotaciones despectivas que adquiriese en esos tiempos. Es cierto que, algunos siglos más tarde, palabras como entusiasmo o genio, desposeídas de sus dimensiones teológicas, recuperaron su buena reputación. Pero no dejaron de mantener, aun así, su vínculo con la locura y la irracionalidad en el ámbito de la creación artística. E incluso estas experiencias, que el romanticismo había resacralizado, y que van a guardar este estatuto hasta bien entrado el siglo XX, perdieron, como cualquiera sabe, su aura. 

Tal vez consideremos que resulta muchísimo más racional creer en la autonomía del sujeto que en aquel conjunto de fuerzas oscuras que afectaban sus comportamientos. Tal vez supongamos que el hecho de rendirle culto a esa presunta independencia del individuo nos salve de alguna de esas maldiciones políticas que se abatieron sobre varias poblaciones a lo largo del siglo XX. La mayoría de las disciplinas sociales, no obstante, pusieron en entredicho hace rato ese mito narcisista de la autonomía del sujeto. Esta creencia subsiste, aun así, como tantas otras, religiosas, tal vez porque repose sobre ella la supervivencia de algunas instituciones, como las elecciones libres y el igualmente libre mercado. 

Dardo Scavino 
Bordaux, Francia, EdM, agosto 2012
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Palabras: “Crueldad”, por Dardo Scavino


os gauchos, aseguraba Sarmiento, se acostumbran desde la infancia a matar las reses, “y este acto de crueldad necesaria los familiariza con el derramamiento de sangre y endurece el corazón contra el gemido de las víctimas”. Esto permitía explicar, a su entender, por qué Rosas no tenía inconveniente en reclutar a esos gauchos para aterrorizar el país. Y a la hora de contraponer el gobierno de Rivadavia al régimen del estanciero bonaerense, va a decir que el primero “nunca derramó una gota de sangre”, mientras que el segundo “se ahogaría en el lago que podría formar toda la sangre que ha derramado”. Sarmiento medía en litros de flujo sanguíneo la crueldad de una persona o la barbarie de un régimen, y por eso lo salvaje era, en el Facundo, el punto extremo de lo bárbaro, como cuando cuenta la vida de aquel soldado, Navarro, que se casó con la hija de un cacique y se habituó “a comer carne cruda y a beber la sangre en la degolladura de los caballos”, hasta que al cabo de cuatro años se hizo “un salvaje hecho y derecho”. 
    Pero esta asociación sarmientina entre la sangre, la crueldad y la carne cruda tiene una larga historia en Occidente. El vocablo crúor, raíz de crudus y crudelis, significaba, en principio, sangre, y si se distinguía de sanguis, se debía a que la primera se esparcía y la segunda circulaba por el cuerpo (nosotros conservamos el vocablo crúor, es cierto, pero como un sinónimo técnico de hemoglobina). Crudescere significaba, en este aspecto, sangrar, y recrudescere, volver a sangrar, lo que explica por qué seguimos empleando este verbo para referirnos a un mal (y nunca a un bien) que reaparece, incrementándose, después de haber retrocedido. La diferencia entre un sacrificio cruento y otro incruento, no pasaba por el uso o no de la violencia sino por la efusión o no de sangre. El holocausto, o la incineración (kauseos) completa (holos) de la víctima, formaba parte de esos sacrificios incruentos. 
    La carne cruda, en este aspecto, era aquella que sangraba, mientras que la asada eliminaba este fluido (assus proviene de ardere, quemar, y se emparenta con aridus, seco). Según una creencia muy extendida en Roma, la crueldad de los hunos estaba estrechamente vinculada con su afición por la carne cruda, es decir, sanguinolenta, y entibiada apenas bajo las monturas de sus potros. Y por eso los griegos del período romano servían dos tipos de carne durante las bodas suntuosas: basilikôs, o asada a la manera real, y barbarikôs, o cruda. Los bárbaros eran, para ellos, ajenos a la cultura griega o romana y, como consecuencia, a la cultura en general, y esto los situaba, además, fuera de la propia humanidad, junto a las fieras que comían carne sin cocinar. 
    Pero esta animalización de los otros no era una exclusividad helénica o latina. Todas las sociedades humanas, como lo observó Lévi-Strauss, piensan que la diferencia entre naturaleza y cultura coincide con la separación entre lo crudo y lo cocido, y muchas suponen que sus enemigos son crueles y, además, amantes de las carnes crudas, es decir, sanguinolentas. Y cada cultura se complace en repetir estos relatos acerca de la crueldad de los enemigos y la educación de los amigos (tanto Sarmiento como Echeverría habían denunciado la crudeza del régimen de Rosas, pero uno de los más importantes obras del antimperialismo de los años 1970 se intituló Las venas abiertas de América Latina, y comenzaba con una alusión explícita a las inclinaciones vampíricas de las potencias capitalistas de entonces). No hay cultura sin relatos, es cierto, pero tampoco sin gastronomía, lo que significa que no hay cultura que no gire, de una manera o de otra, en torno al fuego.

Dardo Scavino
Desde Bordeaux, Francia, EdM, junio de 2012
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Palabras: “Crisis”, por Dardo Scavino


n las página de esas publicaciones que deslizan de vez en cuando un artículo sobre los buenos palos de golf, o acerca de las boîtes de Ibiza, entre una aglomeración interminable de publicidades de relojes, lapiceras y perfumes, debidamente dorados y a precios exorbitantes, o en la contratapa, satinada, del folleto de un congreso sobre las mutaciones empresariales en la nueva economía, y hasta en esos libros de autoayuda que algún psicólogo –harto de limpiar la baba de sus pacientes en el tapizado del diván– cocinó mezclando a Confucio con Buda y una pizca de Tagore, cuidándose de confirmar las cuatro ideas que cualquier businessman precisa para desenfundar en una cena de negocios, ante un banquero del Líbano o un industrial de Singapur, que leyeron los mismos libros que él, y que consumen desde hace años las mismas revistas atiborradas de publicidades donde se venden relojes, lapiceras y perfumes, pero también, y sobre todo, un estilo de vestimenta y hasta de corte de pelo que la mayoría de esos hommes d’affaires de los cuatro continentes tratan, no sin esfuerzo, de imitar hasta la caricatura, ahí, entonces, puede leerse desde hace años, o décadas, y cada vez que una crisis financiera asola nuestras economías, el mismo artículo acerca del ideograma chino que significa “crisis”: weiji. Y lo que repite ese consabido artículo –porque quienes los escriben deben venir copiándolo desde que existen los Rolex y los bolígrafos Montblanc– es que ese ideograma está compuesto por dos caracteres: uno que significa “peligro” y el otro “oportunidad”.

    De modo que desde hace décadas estos articulistas, que van a escribir con otros seudónimos notas sobre las virtudes del sushi o sobre el turismo en Cancún, nos sugieren que la palabra que significa “crisis” en chino, weiji, no significa “crisis”. Es como si nos dijeran que la palabra que los birmanos emplean para traducir nuestro vocablo “desastre” significara “renovación” o como si nos aseguraran que los tailandeses prefieren decir “migraña” en vez de “melancolía”.
    Yo ignoro completamente el chino y, como consecuencia, si la palabra weiji significa crisis o no, pero si lo que dicen aquellos articulistas es cierto, entonces hay sencillamente un error de traducción. Que el masoquista diga “orgía” ahí donde cualquier militante político dice “apremios ilegales”, no significa que, en español, “orgía” sea sinónimo de “apremios ilegales”. Supongamos ahora que el masoquista fuese francés y dijese “orgie”, no podemos inferir de esto que la palabra francesa “orgie” significa “apremios ilegales”, ni aun cuando una buena porción de franceses llamaran de esa manera a ese tipo de incidentes. Que el navegante diga “río revuelto” ahí donde el pescador dice “ganancia”, no significa que este hable una lengua diferente del primero, y que el hombre de negocios diga “oportunidad” cuando otros enfrentan el “peligro” de perder sus trabajos y hasta los más elementales medios de subsistencia, no significa que la lengua china sea sabia, y las occidentales, necias. Hay, a lo sumo, en chino, una palabra, y su correspondiente ideograma, que algunos chinos emplean, se supone, para referirse a esos mismos acontecimientos que los occidentales llaman “crisis” (y no a cualquier crisis, se entiende, sino a las financieras, porque aquellos artículos nunca aluden a la mencionada voz china para hablar de “crisis alimentarias” o “crisis de asma”). Se trata de una cuestión de discursos diferentes y no de lenguas diferentes; se trata de una cuestión de referentes y no de significaciones. La lengua china –el cantonés, se supone– debe contar seguramente con otro vocablo susceptible de traducir con mayor justeza la voz de origen griego “crisis”, aun cuando ningún chino la utilice para referirse a los mismos acontecimientos que los pueblos occidentales denominan “crisis”.
     El hecho mismo de que estos artículos reaparezcan periódicamente nos sugiere que, hasta nueva orden, la palabra “crisis” va a seguir significando lo mismo por más que aquellos articulistas se empeñen en señalarnos que estas lenguas se equivocan y que “crisis” debería significar, si fuésemos más sabios, lo mismo que weiji en chino. A lo sumo, estos articulistas deberían proponernos que empleemos otro vocablo para referirnos a esos acontecimientos: “trance”, por ejemplo, que reúne también las significaciones de peligro y ocasión, o incluso “encrucijada”, que cuenta con una larga y prestigiosa tradición narrativa en nuestras literaturas. Y entonces sí podría decirse, a lo mejor, que el término weiji chino no significa “crisis” sino “trance” o “encrucijada”.

Dardo Scavino Bordeaux, EdM, mayo de 2012
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Palabras: “Genuino”, por Dardo Scavino


os filólogos pergeñaron durante años las hipótesis más aventuradas acerca del posible parentesco entre los vocablos nacer y conocer. No podía ser que dos palabras tan ostensiblemente semejantes no tuvieran un origen común, aunque resultaba difícil explicar cómo habían terminado dando lugar a dos significaciones aparentemente tan lejanas. En efecto, nacer se dice en griego gignomai, y conocer, gignosco, y estos vocablos corresponden al (g)nascor y el (g)nosco del latín (esa “g” perdida se conservó hasta nosotros en variantes como ignorante o cognitivo). Hay quienes conjeturaron una dimensión iniciática del conocimiento que podía entenderse también como un nuevo nacimiento. Y hay quienes, más sencillamente, pensaron que al nacer, el niño conocía el mundo.
            Pero en 1926 Emile Benveniste propuso una solución ingeniosa a este problema. El joven lingüista sirio abordó la cuestión desde la perspectiva del vocablo genuinus (auténtico, verdadero, legítimo) que para la mayoría de los especialistas procedía de los verbos geno o gigno: engendrar, generar (una pro-genitura). Gracias a una comparación con otra lengua indo-europea, el iraní, Benveniste demostró que genuino provendría más bien de genu, es decir, rodilla (la raíz genu sobrevive en el adjetivo español genuflexo, mientras que la variante griega, gónu, se encuentra, pero bajo su acepción de “ángulo”, en palabras como polígono, pentágono o diagonal).
El asunto era entender ahora por qué había sido así, y la respuesta la había dado unos años antes un colega de Benveniste, Joseph Loth: según una antigua costumbre, los padres o los abuelos reconocían a sus hijos y nietos recién nacidos poniéndoselos sobre las rodillas. Baste con evocar, para el caso, dos pasajes de los poemas homéricos. Uno, en donde Afrodita se queja ante su madre porque Diomedes la hirió cuando ella quiso proteger a Eneas, y en el que Dione le responde: “No sabe que el hombre que ataca a los inmortales no vivirá mucho tiempo y no regresará de la terrible contienda para oír a sus hijos llamándolo padre cuando los suba a sus rodillas”. El otro, durante la célebre escena de la Odisea en que Euriclea reconoce la cicatriz de Ulises y le recuerda que su abuelo, Autólico, volvió un día a Ítaca y “encontró a un recién nacido, hijo de su hija”, y entonces ella “le puso el niño sobre sus rodillas”. Pero podríamos recordar también que los españoles recurrían hasta hace poco al vocablo rodilla para referirse al grado de parentesco entre dos personas (“séptima rodilla”, por ejemplo, era el séptimo grado de consanguinidad).
            El hallazgo del joven Benveniste le permitiría conjeturar a su maestro, Antoine Meillet, que la familia de palabras relacionada con el verbo geno y el sustantivo gens (entre ellas, gente, génesis y genética) no aludían, en otras épocas, a un hecho natural sino más bien cultural: el reconocimiento del recién nacido y su consecuente adopción como integrante de la gens y parte de la progenie, lo que implica que la mencionada voz griega gónu estaría efectivamente en el origen de gónos, el engendramiento, o que la similitud entre hexágono y epígono no sería, como se pensaba, fortuita. La raíz pater, de hecho, tampoco alude en las lenguas indo-europeas a quien ha engendrado físicamente a los niños sino al jefe de la familia, al pater familias. De manera que (g)nosco no habría tenido, al menos en un principio, la significación de “conocimiento”, en el sentido de la adquisición de un saber, sino de un “reconocimiento”. El padre no necesita saber a ciencia cierta si ese niño tiene sus genes para reconocerlo como hijo: ese reconocimiento no es una descripción verdadera o falsa de un estado de cosas sino una declaración, es decir, un acto de habla que establece aquello que enuncia, como cuando alguien dice “tú eres mi hijo” o ejecuta un ritual con el mismo valor performativo. Los verbos gignomai y (g)nascor no habrían tenido, en un principio, el sentido de aparecer en un mundo sino en un grupo familiar. Después de todo, ¿no hablamos todavía de “ignorar a alguien”, en el sentido de “hacer como si no existiera”? El neologismo ningunear, precisamente, nos sugiere hasta qué punto no basta, para comenzar a “ser alguien”, con haberse asomado físicamente a este mundo: hace falta, además, el reconocimiento de los otros.
            En nuestras sociedades, dos interpretaciones de lo genuino parecieran haber entrado en conflicto: por un lado, el conocimiento científico permite establecer la paternidad gracias a un test genético, de manera semejante a cómo un estudio de los trazos de un pincel permite establecer la autenticidad de un cuadro, o la trama de un papel, la legitimidad de un billete; por el otro, el reconocimiento simbólico convierte la paternidad en una adopción, hasta de los hijos biológicos. Y no sería muy aventurado sostener que en esta alternativa se está poniendo en juego el estatuto futuro de lo humano. Lo curioso, en este caso, es que la segunda opción, aquella que prosigue con las más antiguas tradiciones, no es defendida hoy por los sectores más conservadores de la sociedad sino por los partidarios, entre otros, de la homoparentalidad. 

Dardo Scavino
Bordeaux, EdM, febrero 2012

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