Un peso con cincuenta; no da cambio. Colocar el vasito en su lugar. Introducir las monedas de a una. Seleccionar el sabor deseado. Ojalá todo en la vida fuera así, paso a paso, de manual; me hubiera evitado muchos problemas, piensa, o habría encontrado al menos las posibles soluciones, como ser: ella duda, ver página 320. Sin embargo, para él, una mujer era siempre un hecho inesperado, una sucesión infinita de eventos inexplicables, impredecibles, un libro caótico de lógica extraterrestre. Por otro lado, según Gerardo, era esperable que así fuera. ¿Pero quiere café? Se seca con la manga de la camisa las gotas de transpiración que se aburbujan en su frente que hierve; ahora el puño de la manga está mojado, al igual que la axila. Todas buenas razones para negarse, pero los ojos le pican como una peste y sus párpados resignados se lanzan a cubrir esos despojos a la manera de una mortaja que él levanta cada tanto como si quisiera comprobar que aún están vivos. Y lo están; las mortajas se convierten en santo sudario para poder ver a Celina que se acaba de sentar en su escritorio dejando su cartera a un lado como si viniera de la calle aunque había llegado a la oficina a la mañana temprano incluso antes que él. Debe estar en sus días, pensó Adrián, quizás fuera mejor evitarla. Pero no pudo evitar su sonrisa. Su sonrisa y ese leve movimiento de mentón, hacia él, que junto con el desplazamiento de su frente hacia atrás y un poco hacia arriba parecía querer decirle: ¿Y? Sí, es un poco gorda, pensó, pero me mueve. ¿Qué hacés apoyado ahí?, le palmeó la espalda Gerardo, ¿tenés miedo de que se caiga la máquina? Entonces Adrián sumó palma y mentón, frente y ¿Y?, y entendió el gesto de Celina. Sonrió: no estoy durmiendo bien, dijo un poco para nadie porque Celina había atendido el teléfono y Gerardo ya no estaba o más bien estaba con esa forma que tenía él de no estar: a veces hablar con él era como el viejo chiste del contestador telefónico que lo atiende a uno con un ¿hola? del dueño y cuando hola soy Adrián, resulta que del otro lado hay un silencio y después no estoy podés dejarme tu mensaje. Adrián odiaba esos contestadores; en su casa tenía uno que decía no tengas miedo lo peor ya pasó. ¿Ves lo que te digo?, le dijo Gerardo a Adrián, que parecía estar fuera de servicio.
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