El domingo a la noche recibí un mail de mi amigo Pablo, era un link a un video de You Tube del tema Perfect Day. En realidad era una imagen estática de Lou Reed, uno de sus muchos retratos conocidos, sobre la que corría el audio del tema. El lunes a la tarde lo escuché con mi hijo más chico y la canción cobró un significado nuevo para mí, pero tan poderoso como el que, dicen muchos, originó su composición. Perfect day es el Spleen del yonqui, una balada amniótica que me recuerda mucho a Chet Baker, jazz de heroinómanos blancos. Es sobre el ambular extático de un chico colocado, sobre una experiencia vacua iluminada por el arrullo de la madre de todas las drogas: la que suprime el dolor y estimula el placer, la que potencia aquello que nuestro cerebro egoísta produce en una dosis y con una frecuencia lastimosa, las endorfinas.
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NOTICIAS DE AYER
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Parques de diversiones II, Germán Maggiori
Mientras escribía la primera parte del texto sobre los parques de diversiones y su impronta en la generación de aquellos que pasamos la infancia durante los años de la dictadura, encontré una página esclarecedora: www.italparkbuenosaires.com.ar. El sitio tiene un diseño de estética ochentosa sin mayores pretensiones, cuenta con anuncios de primeras marcas (Grabarino, Telefónica, Cablevisión, etc) y ahora también con banners del Pro y de Massa que llaman a votar por sus candidatos (las jóvenes esperanzas blancas del desierto de nuestra realidad), que aprovechan esa especie de retorno de los 80’ tan en boga que tuvo un pico el año pasado con la serie “Graduados” de Telefé, la vieja y rendidora estrategia comercial cuyo objetivo es el ordeñe de grupos de mediana edad de target ABC 1, o a su interpelación política, mediante la exaltación patética de las épocas de gloria infantojuvenil de sus miembros.
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Parques de diversiones (1), por Germán Maggiori
En la nota del 17 de junio de la contratapa de La Nación, titulada “Parques de diversiones: el ocaso de una forma de entretenerse”, la periodista Evangelina Himitian hace -bajo el pretexto de la noticia de la reciente expropiación del Parque de la Costa-, una recopilación muy ilustrativa de testimonios y anécdotas de un puñado de fanáticos de los parque de diversiones vernáculos. Curiosamente, o no tanto, todos los entrevistados pertenecen a una misma generación, la mía, la de aquellos que vivimos la infancia durante los años de la dictadura. Veamos adónde conduce esto:
“Cada año, cuando llegaba su cumpleaños y sus padres le preguntaban cómo quería festejarlo, Gastón Nicolea, que hoy es arquitecto y tiene 41 años, repetía lo mismo: en el Italpark”, nos introduce la nota en el primer caso, “Hace un tiempo, un amigo le hizo el mejor regalo desde que era chico: un carrito original del Súper 8. . . El carromato tiene el tamaño de un Fiat 600 y fue a parar a la casa de sus padres, en Flores, para ser restaurado”, completa el cuadro. El mismo Gastón declara: "Para mi generación, los parques son parte de nuestra historia. Visitarlos era una de las cosas más lindas que te pasaban en el año. Era un lugar para encontrarte con tus amigos y a la vez donde enfrentar emociones fuertes a una corta edad". Tres elementos de la frase saltan inmediatamente a los ojos: mi generación, emociones fuertes y corta edad. Pero el de Gastón no parece un caso aislado:
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Una interminable red de vivir, por Germán Maggiori
Dime cómo navegas y te diré qué eres. Esa parece ser la conclusión que puede extrapolarse de los informes sobre tráfico en Internet que publica periódicamente la gente de comScore. Los latinos, o el mercado latino, como dice esta gente especializada en estudiarnos con paciencia de entomólogos. Lideramos por bastante afano el rubro de las redes sociales. En el informe de noviembre del año pasado, Argentina ocupaba el puesto más alto a nivel global con 9,8 horas de promedio mensual consumidas por visitante en sitios de redes sociales, casi el doble de la media global de 5,2 horas (el miércoles 29 de mayo último, La Nación consignó que Brasil nos acaba de pasar por arriba con 13,8hs. según el flamante informe de comScore). El vocero de la empresa, justifica esta estadística diciendo que "debido a que los latinoamericanos somos muy sociables por naturaleza y tan activos en la comunicación digital, quizás no sorprenda que pasamos mucho más tiempo en sitios de redes sociales que el promedio.” ¿Será por eso? Porque somos unos negritos simpaticones que nos gusta andar cachondeando, que nos pasamos horas y horas en Facebook y Twitter. Me parece una lectura sesgada, hay algo que excede la novedad y nuestro carácter.
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La neuronciencia en moto, por Germán Maggiori
Hace dos años encontré de casualidad este artículo en The New Yorker. Es un extenso perfil sobre alguien llamado David Eagleman, un profesor de neurociencias del Baylor College of Medicine de Houston, Texas. En su laboratorio estudia la forma en que el cerebro percibe el paso del tiempo. Su fascinación por este campo le viene de la infancia, de cuando tenía ocho años y casi se mata viniéndose abajo de un techo en una casa en Albuquerque (cualquier episodio de Breaking Bad sirve para ubicar el escenario). El recuerdo, extremadamente vívido del accidente, despertó su curiosidad sobre la forma en que las situaciones de riesgo de vida condicionan la actividad del cerebro, provocando un aumento de la cantidad de detalles registrados y una dilatación en la percepción del tiempo.
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PIES DE IMAGEN
Otra mañana sin Miguel Abuelo (21 de marzo de 1946-26 de marzo de 1988), por Germán Maggiori
Miguel Peralta (Miguel Abuelo) decía que Los Abuelos de la Nada eran una estrella de seis puntas, estoy hablando de la formación más exitosa de la banda, la que lo hizo brillar como nunca antes ni después. Cachorro López conoció a Miguel en Ibiza por el año 1979. Europa estaba entonces llena de argentinos errantes que huían de la oscuridad en la que estaba sumida la Argentina. Miguel se había ido a buscar suerte allá porque estaba cansado que la lo encanaran y lo cagaran a palos acá. Se había ido bastante antes, por el 71. Durante algunos años la cosa funcionó, dentro de lo esperable, más o menos bien; pero la oscuridad volvió a posarse sobre el joven artista y por esas cosas de las malas noches cayó en cana, y como a todo indocumentado la vida se le complicó de muchas de las horribles maneras que se pueden complicar cuando sos un sudaca en el primer mundo. Ahí comenzó un peregrinaje por distintas penitenciarias que terminó en la cárcel Modelo de Barcelona, el lugar donde guardaban a los nenes más pesados de la península. En ese agujero estuvo detenido uno de los más grandes poetas que dio esta tierra, entre ladrones, asesinos y estafadores. Si la cárcel lo endureció, lo supo disimular muy bien. Miguel era de esa clase de genio que aprenden de absolutamente todo. “La vida es un libro útil para aquel que sabe comprender”, reza uno de sus versos más famosos. Miguel tuvo una vida a la altura de su obra, desenfrenada, dura, luminosa, llena de adrenalina y magia, los ingredientes de los que está hecha su principal fortaleza, aquello que lo empujó a sobrevivir a todas las adversidades y desafíos que le impuso el destino: su alegría. La alegría estaba en el núcleo de su ser, era su ángel privado. Algo de eso debió haber percibido Cachorro cuando lo encontró y se propuso repatriarlo. La historia es conocida, a partir de esas dos puntas originales, la estrella siguió creciendo, sumaron a Calamaro, a Melingo, al Vasco Bazterrica y a Polo Corbella; entre todos hicieron un puñado de canciones eternas y en el año 81 devolvieron a Argentina -trajeron de vuelta en realidad- la alegría que la historia había exiliado. Me gusta pensar a Miguel como un refugio de esa alegría perdida, que siguió latiendo en su pechito valiente, deambulando por Europa bajo distintas formas: rey pagano, gitano embrujador, artesano, trovador callejero, ciruja y hasta impostor, asumiendo distintos rostros, esperando, a veces con paciencia y otras con furia, la primavera.
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