Mi cuerpo se ha convertido en el
Campo de batalla de tus muertos
Voy a comenzar con una afirmación, quizá banal: el cuerpo siempre tiende y es llevado a representar otra cosa. Esta afirmación nos lleva a considerarlo como un borramiento de lo que realmente es. Por ejemplo, durante la antigüedad la representación del cuerpo llevaba, por lo general, signada la idea de armonía de las formas, lo que más tarde será retomado en el Humanismo y en el Renacimiento. El cuerpo es ubicado en un contexto espacial que se humaniza, que desciende hacia lo que parece comprensible. Hoy en día, incluso, la representación del cuerpo connota marcas relacionadas al nivel social del individuo, a su grupo étnico, etario, etc, pero siempre dejando de lado la noción misma de cuerpo. El cuerpo, es decir “lo visible” pertenece a la esfera de lo visiblemente otro.
En el momento en que el cuerpo se hace presente, es para recuperar sólo una parte de la relación sujeto / objeto, sin embargo el cuerpo no se justifica a sí mismo en esta función receptiva, sino, en cuanto objeto de deseo del otro. Por lo tanto tiende a ser sólo representación tanto para el que lo percibe, como para quien es percibido ya que por lo general hace una puesta en escena que no puede ser observar más que a través de las reacciones de quien mira, es decir que la exposición del cuerpo implicaría un acto de seducción.
Entonces, ¿dónde está el límite entre el cuerpo y su representación? Alguna vez, pensemos en el pensamiento analógico medieval, su estructura se correspondía con el cosmos y estaba signada por él. El cuerpo era otro cosmos en miniatura que, si invertimos los términos, era el representante en la tierra del orden cosmológico imperante, transformándose, en este sentido, en una estructura y en una idea diferente: en una imagen distinta. Podemos decir que en toda representación el cuerpo desaparece y entrega su lugar y su espacio físico a aquello que es distinto de él. Tal como afirma Jean-Luc Nancy: Los cuerpos son diferencias. Por consiguiente son fuerzas” . Fuerzas que entran en conflicto y en movimiento para realizar la búsqueda de su propio sentido y de su propia representación.
Encontramos muchas alusiones a la desaparición del sujeto proyectándose en otro espacio, derivando entonces en la ausencia del cuerpo en sí. Muchas veces, se habla de la desaparición del poeta en la escritura, como dice Artur Lundkvist, diktaren måste dö för att dikten ska leva. La desaparición del cuerpo para que la palabra ocupe su lugar. Esta problemática trae aparejado el hecho de la transposición del cuerpo en la letra, con lo cual el texto se transforma en cuerpo en sí mismo. Sin embargo, el texto se manifiesta sólo como una “representación” de un cuerpo que no responde a su propia configuración. La pregunta que nos atañe ahora es ¿qué tipo de representación se produce, ya que este cuerpo representado es pura “alteridad”? es decir, cuando la letra representa, ¿qué cuerpo estaría imponiendo, el cuerpo en sí mismo o esa representación de lo otro en la que se manifiesta todo cuerpo? Por otro lado, si no puedo aprehender /observar mi cuerpo, ¿cómo puedo nombrarlo? La palabra intenta –y siempre intenta- ofrecer aquello que no puedo conocer de manera plena. Es decir, “cuerpo”, en cuanto vocablo, parece intentar ser la representación completa de aquello que no puedo conocer plenamente, ni siquiera en el otro, ni siquiera en el “tú” que observo. Siempre habrá –como dice Levinas- una asimetría en los cuerpos, pero también, podemos agregar, hay una asimetría entre el cuerpo y su representación. Dicha asimetría responde siempre a la necesidad de afirmar mi propia corporeidad frente al otro, y si se presenta como necesidad, obviamente, habla de la carencia y de la imposibilidad de comprender mi propio cuerpo. Esta incomprensión ¿forma parte también de ese pudor inicial de reconocer el cuerpo desnudo?, ¿de reconocernos desnudos frente al otro? Kierkegaard en El concepto de la angustia dice con respecto a este pudor que es: “determinado no sólo como cuerpo, sino como cuerpo con la diferencia sexual”, lo que hace que nos enfrentemos más radicalmente con lo otro, una diferencia sexual que en el Génesis bíblico se presenta entre lo femenino y lo masculino, que está determinado por la representación básica de la corporeidad pero que no se extiende hacia otros confines más que los que el dogma mismo esquematiza. El cuerpo del otro no es masculino o femenino, sino que es masculino y femenino, arrasa la frontera de lo representable y por ello es inaprehensible.
Sabemos que la escritura es un espacio donde el cuerpo inicial, mi cuerpo, desaparece; frente a lo cual encontramos, como contraposición, en el orgasmo, ya no la desaparición del cuerpo, sino su presencia más plena, pero recreando un sujeto difuso que no puede acceder completamente a su corporeidad. “El misterio del cuerpo comienza donde comienza tu cuerpo. Sólo que no sabes dónde comienza. No conoces sus confines” tal como afirma Franco Rella . Por ello que la imagen del cuerpo se presenta muchas veces como metáfora o analogía, para poder delinear los límites de los que carece.
Quizá deberíamos ver de qué modo el cuerpo es tomado por algunas representaciones de la escritura. Durante muchos siglos, era visto como un mapa, pensemos, por ejemplo, en algunas de las imágenes de la cartografía del siglo XVI o XVII, e incluso en la descripción que hace un poeta como John Donne de su cuerpo enfermo en Devotions, o en “A Hymn to God my God, in my Sicknesse”, donde se lo representa como un mapa donde los médicos como cosmógrafos lo leen. ¿Qué leen? La presencia simultánea de dos sistemas de lectura (fisiológico-geográfico) convierte el cuerpo en un objeto cubierto por un telón, una carta geográfica o una manta “semántica” tendida sobre la piel para que se haga legible. Entonces, damos a nuestro cuerpo un halo de sentido ajeno a él, y re-significamos su papel en el mundo. El sujeto, entonces, al tomar de este modo conciencia de su cuerpo, se transforma en otra cosa, accede a los límites de un sentido dado, y quizá acceda a los límites de su sexualidad ¿sería esta transformación la única forma de acceder al cuerpo?
Hay muchas marcas impuestas socialmente, y cada una de ellas recrea una cartografía particular del mismo. El cuerpo tatuado, el despojado, el cuerpo expuesto y el escondido, el enfermo y el cuerpo saludable: cada uno de estos forma parte de un esquema de representación donde, por lo general, se intenta disolver las deformidades o las características particulares en dicha proyección para hacer del cuerpo un estatuto neutro, estable, ordenado. En la escritura impresa, la letra de molde es aséptica a una exhibición plena de la carne. La letra como una mediación, vacía al cuerpo de su sentido primero y lo multiplica. Quizás, la única visión verdadera y única del cuerpo se encuentre en el cadáver, falto de toda multiplicidad y pleno en su única significación.
Creo que deberíamos preguntarnos también: ¿qué puede ofrecernos la representación del cuerpo? Encontramos hoy en día una ausencia notoria de una conciencia de lo corporal, lo cual crea una distancia no sólo con el cuerpo del otro, sino con nuestro propio ser corpóreo. La excepción podríamos encontrarla en el dolor y en la falta. El cuerpo se hace presente en el dolor, pensemos en algunas de las escenas de Sade; pero también se hace presente en la deformación y para ello, las “muñecas” de Hans Bellmer nos introducen en una sensación de una corporeidad viva y expuesta. Sabemos que ambos ejemplos son una representación más, pero es allí donde el cuerpo se hace presente en tanto cuerpo y no como símbolo vacío de otra cosa. El límite de la obra en estos dos ejemplos linda con la cercanía de la muerte. Otro ejemplo que nos puede ayudar a pensar este problema es el cuadro La lección de anatomía del Doctor Tulp pintado por Rembrandt en 1632. En esta obra podemos ver un cuerpo que es examinado. Estamos frente a la representación de un cuerpo enmarcado en las miradas desviadas de los “físicos” que no miran ese cuerpo, por lo tanto no pueden darle un sentido, por ello podríamos decir que es la muerte, en ese límite, la que se presenta ofreciendo un último significado a ese retrato del cadáver.
En nuestra vida cotidiana también el dolor hace que reaccionemos frente a nuestro cuerpo; quizás ahora estemos sentados: doblamos el tronco y las rodillas se flexionan, nada fuera de su lugar. El dolor en alguna articulación produce la presencia (podemos decir la toma de conciencia) del cuerpo, y también de su desgaste y de su proyección hacia lo otro o hacia el vacío, lo otro es lo que implanta un sentido único –la muerte- ,lo cual es en este caso lo único que se opone a nuestra múltiple cotidianeidad.
Pensar el cuerpo es una intimación que nos propone el dolor y el placer. Una multiplicidad de sentidos que implica una elección, cómo mirar y cómo exponer tanto el propio cuerpo como el del otro. Por ello la muerte, cada vez más, es alejada y/o mediatizada en la vida cotidiana, porque es un modo de apartar la imagen del cuerpo que representa sólo eso, el cuerpo. El cadáver, como decíamos, es sólo cadáver, no puede ser símbolo ni metáfora ya que toda mirada que se posa sobre ese cuerpo remite siempre a lo que ese cuerpo es, a lo olvidado durante la vida, a lo que seremos. Es interesante, frente a esto observar que los grabados fisiológicos del Renacimiento muestran ilustraciones de cuerpos abiertos, exponiendo sus órganos, sus huesos y sus músculos, pero en posición de cuerpos vivos. La muerte y los muertos se mimetizan en la iconografía desplegándose como representaciones que tienden a multiplicar el sentido. Pero también deberíamos tener en cuenta que son sólo eso, imágenes.
Una obra de Samuel Beckett estrenada en 1972, Not I, señala un aspecto interesante con respecto a esta problemática. Beckett reformula el modo en que se presenta un cuerpo en el escenario ya que lo presenta desde el lugar de su ausencia. Un escenario oscuro, sólo una boca que habla. Sabemos, sin embargo, que esa boca pertenece a un cuerpo ausente. ¿Qué sentido tiene esta ausencia? Justamente la de representar el cuerpo. La inversión que propone Beckett es la de manifestar una presencia absolutamente corporal a partir de la falta, así como su escritura también se produce a partir de la carencia. En otros textos de Beckett, el cuerpo se transcribe en las palabras del narrador, pero casi siempre como un cuerpo en segundo plano, detrás de la voz que enuncia. Las palabras construyen un posible cuerpo, pero siempre será representación de lo ajeno, de lo que se esconde detrás de la voz.
El vaciamiento del cuerpo, en tanto lo que es, permite también conformar otras imágenes: por ejemplo el cuerpo como árbol, es decir como un organismo que se desarrolla y muere, pero que en la iconografía lo encontramos en la plenitud de la vida, es decir, no es una imagen de descomposición, sino de conformación, de símbolo de la dignidad del hombre, alejándose una vez más de los esquemas de la muerte. Lo que nos lleva a pensar es ¿dónde está la necesidad de colocar el sentido en otro lado? Quizás, el sentido se encuentre fuera del cuerpo para poder alejar a la muerte de su propia naturaleza.
La anatomía tampoco presenta el cuerpo sino en función de la exposición y disección de ese cuerpo ahora fragmentado. El cuerpo como tal pasa a un segundo lugar, para ser observado como depositario de órganos que deben ser investigados. Así, el cuerpo pierde su función: hacernos estar en el mundo. Estar en el mundo implica exponerse, lo cual recae en el sentido que la mirada del otro, en dicha exposición nos quiera dar, y viceversa. No hay otra posibilidad ya que, como dijéramos antes, no podemos conocer nuestro propio cuerpo.
Por lo tanto, parecería que no hay posibilidades de observar el cuerpo en su totalidad. Yo no puedo observar mi cuerpo, ni siquiera en el espejo. Es decir no lo puedo poseer, de allí que la masturbación parecería un acto incompleto que enfatiza esa falta. De allí que tangamos la necesidad de poseer el cuerpo del otro, ¿quizás para completar el nuestro? La idea de unidad entonces es dualidad. ¿O también, tal vez, será un modo de asegurarnos de la presencia de nuestro cuerpo en la confrontación con el otro? Como una especie de metáfora del canibalismo: comer el cuerpo del otro, hacerlo propio para asentar nuestra subjetividad corporal y así todo cuerpo se convierte en alimento potencial. Nos alimentamos con los cuerpos de otro, de la madre, del padre, del amante…
El cuerpo, pese a todo, a partir de ciertos dogmatismos de carácter religioso, siempre ha estado ligado a la parte negativa del hombre y la vida, es decir el tiempo como desgaste, siempre ha estado ligada a la parte negativa del cuerpo. ¿Es necesario entonces apartarse de la vida para que el cuerpo emerja en toda su plenitud? Bataille en L´erotisme habla del orgasmo como una pequeña muerte, es decir, completar la percepción de mi cuerpo con el cuerpo del otro implica morir en el tú, transformarse en cadáver para poder conocer el propio cuerpo más plenamente. Así, nuestro cuerpo se transforma en objeto de nuestro último sentido, se transforma en una segunda persona en el acto sexual y se torna en la tercera persona en la muerte, en un objeto monolítico para el resto.
Por supuesto, es imposible hablar de la propia muerte, siempre se contempla la muerte del otro. Es el otro (el muerto) quien abandona su mirada y se transforma sólo en objeto de observación de un sujeto que vive. El cuerpo muerto es entonces quien completa también la noción de cuerpo, ya que seduce al mostrar lo que no somos, lo que nos falta para comparecer como totalidad. Estamos vivos, nos falta la muerte que está siempre presente pero cada vez más alejada de nuestro cuerpo por esos sentidos múltiples que se producen en estas representaciones. Entonces, vida y muerte deberían contemplarse para poder pensar y componer una idea del yo, y a su vez de un cuerpo.
Por otro lado, pareciera que para los místicos el cuerpo se les impone como necesidad de mostrarse en estado doliente para afirmar su negación en la contemplación de un Dios o de una trascendencia. No estar conciente del cuerpo es, en definitiva, fragmentar el sujeto que realiza una acción. El cuerpo quebrado o doblegado da lugar a otro espacio de percepción tan difuso como incompleto y anula casi todas sus funciones, está más cerca del cadáver que del cuerpo vivo, por eso puede ser negado y colocado en segundo término ante la inminente presencia de la divinidad. Sin embargo, en la experiencia mística, se proyecta como una metáfora en la escritura. No hay otra posibilidad: cuerpo y escritura en este campo se superponen y proyectan una nueva multiplicidad. Ya no es el cuerpo casi muerto, sino el cuerpo utilizado como medio para otra visión. Por lo tanto, podemos pensar pierde otra vez su sentido en tanto tal. Podríamos afirmar que el cuerpo, es entonces “interacción entre cuerpos”. Los cuerpos toman sentido en relación a otros con los que se superponen. Mi cuerpo vive entre otros, por lo tanto, el tipo de relación semántica que se podría establecer es a partir de esa convivencia, desde donde parte toda representación. Esto se debe, a que como decíamos antes es necesario el “otro” para poder observarnos y aprehendernos casi en plenitud.
La descomposición del cuerpo en cuanto sentido, no se produce entonces con la transformación y la corrupción de la carne, sino que se manifiesta en cada alejamiento, en distinta escala, que manifiesta cada representación. El cuerpo es, entonces, imposibilidad de concluir un sentido único, y por lo tanto imposibilidad de un conocimiento pleno de sí. Lo conocemos como fragmentos que se superponen y que dan como resultado un objeto que se aparta de él. En última instancia, podemos pensar que el cuerpo es sólo una construcción alternativa de la alteridad, una construcción cultural que se produce simultáneamente a la composición del sujeto. Sin embargo, esos elementos de la cultura se abandonan con la muerte y todo significado añadido, se reduce a un vacío que rodea el cuerpo propiamente dicho, por ello el cadáver es sólo significante de sentido pleno. El cuerpo es cuerpo en tanto muere, y podemos argumentar que es la razón por la cual se ha intentado separarlo y alejarlo por medio de metáforas, símbolos y otros recursos que proponen una multiplicidad vital. El sujeto en cambio es esa multiplicidad, el hombre es pluralidad que se manifiesta a través de su cuerpo múltiple, por lo tanto, su imagen del cuerpo se revelará siempre como un posible sentido de lo otro, como una defensa contra la muerte que se acerca.
Lucas Margarit
Buenos Aires, Argentina, EdM, mayo de 2012
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