-¿Todavía seguís mirando por la cerradura antes de abrir? Sos muy boludo, Gabi.
Yo le contesté que boludo era él, que no gracias a mí habíamos estado a punto de que nos descubrieran y nos abrieran al medio y todo eso. Que los chinos no se iban a olvidar del quilombo que habíamos armado ni en dos meses ni en seis.
-No vengo a hablarte de ese tema, Gabi…
-¿De qué?
-¿De qué sí o de qué no? -me preguntó.
-De qué sí. Me acabás de decir que de los chinos no. ¿Que te pensás, que soy boludo? -le dije a Víctor, que aposentó su físico blando y gordo en un sillón y puso a colgar las manos a los costados. Las palmas estaban grasientas y yo rogué que no tocara nada de lo de Nelly con esas manos. Para adentro, porque nunca quise que él pensara que soy un boludo.
-Está Yani en mi casa. Eso te quería decir, pero si no te importa…. Llegó hace un par de días.
-Bueno, listo. Ahora sé. Gracias.
-¿Qué te pasa en la cara, Gabi?
-La muela. Me siento para el orto- le dije, todavía agarrando la puerta abierta.
-Parecés Quico.
Le tiré la revista de los evangelistas que tenía encima y le dije que rajara de mi casa.
-Gabi -dijo, llamándome con una mano.- Si vas a ver a “la tanque”, lavate un poco los chivos.