APUNTES

Dame una maga y ahogaré al machito con una corbata, por Nora Abadia


¿Encontraría a la maga? Así sigue empezando Rayuela desde hace 50 años. Nadie sabe si Oliveira encontró a la maga, pero estoy segura de que los lectores de Un publicista en apuros (2012) de Natalia Moret sí encontraron su propia maga.
     La maga sale a escena desnuda y se pasea entre el público; solo lleva puesta su galera. Mientras, su partenaire sigue en el escenario, desnuda también, masturbándose con las piernas bien abiertas en el centro de la escena. La maga rompe los billetes que le entregan, busca otra cosa: una corbata que muestra al público antes de introducirla en la galera, unas palabras mágicas, y la corbata desaparece. ¿Dónde pudo ir si está desnuda? La maga vuelve al escenario y, mientras le da un beso a su partenaire, introduce la mano con perspicacia ginecológica entre esas piernas y, voilá, la corbata nace como un hijo largo y finito que nunca jamás podrá mantenerse en pie.

Nora Abadia
Colonia, Uruguay, EdM, junio 2013


Un publicista en apuros de Natalia Moret. Buenos Aires, Editorial Mondadori, 2012 Seguir leyendo
MAPAS COMPARTIDOS

Hotel para dos lunas, por Nora Abadia


l Río de la Plata no nos sonríe, nos aluna cada tarde. Todos los días nos escapamos las dos a la terraza a contemplar la puesta del sol. Dejamos lo que estamos haciendo, no importa qué, para tomarnos las manos mientras el día nos promete que vendrá otro mejor y siempre nuevo. A veces, en los primeros tiempos, llorábamos de emoción, después nos ganó la costumbre o nos venció el amor propio, es decir el nuestro. Ya se va a cumplir un año y medio desde que mi Lady Escocesa y yo abrimos nuestro hostel en Colonia. Tenemos siete habitaciones. Mi Lady Escocesa, o Mi Esél como me gusta nombrarla, mantiene sus rulos rubios, los ojos claros y el corazón quieto, no duro ni rígido, temeroso cada vez que me oye decir que la amo para siempre o por toda la eternidad. Cree que las palabras tienen la obligación de los calendarios y no la intensidad que quiere burlarse de ellos, tal cual la luna no deja de confirmar.
   Mi Lady Escocesa, que no nació en Escocia como sus bisabuelos sino en un día de invierno cerca de Boston, aun tiene dificultades para hablar castellano, para no perderse cuando le hablan rápido, dice. Se molesta conmigo cuando me resisto a hablarle en inglés, dice que tiende miedo de no quererme fuera de la lengua en que nos conocimos, pero yo persisto, no me doy por vencida, hago honor a mi historia paraguaya y algún día, quizás, hasta nos encontremos también en guaraní. Al menos ya he conseguido que diga “castellano” y no “español”. Nos conocimos hace tres años a través de unos amigos en un bar de Brooklyn, donde yo vivía mi segundo año de expatriada. Creo no mentir si aseguro que diez días después empezamos a fantasear con montar un hotel; lejos de los Estados, sugirió ella, y yo lo interpreté a mi modo, Cerca de Casa. A pesar de que ella había estado una vez en América Latina le llevó un tiempo entender que Uruguay y Paraguay no eran dos modos de decir lo mismo aunque uno y otro fueran lo más Cerca de Casa que yo podría tener. Quiero decir: estaba por cumplir cuarenta años como para ignorar que no hay ilusión más triste que la pretensión de volver atrás. 
   Nos ocupamos las dos solas del hostal. Nos repartimos las tareas contables y la atención de los proveedores, ella se ocupa de la cocina y yo de la limpieza de los cuartos. La fuerzo a que sea ella quien trate con los clientes para que practique su castellano, lo que es un decir en realidad porque no hay uno que al abrir la puerta no se dirija directamente a Esél. La figura del propietario parece encarnarse mejor en una mujer rubia que en una mujer morocha, y más si me ven moverme con un lío de sábanas o entrando a acomodar los cuartos. Cuando hay gringos en el hotel ella siempre mecha palabras en castellano que los desconciertan, y yo me río de Mi Lady Escocesa, no puedo evitar verla a ella en mí con sus manos trémulas y sus enojos firmes. Descorchamos el vino que empezaremos a tomarnos en el atardecer. Tiene un poder mágico esa primera copa en la terraza, nos hace pensar que es lo mismo que las siete habitaciones estén ocupadas o vacías, y ella cierra los ojos por un instante y yo los míos para seguir encontrándonos.

Nora Abadia
Colonia, Uruguay, EdM, febrero de 2012
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ESCRITORES EN SITUACIÓN

Sobre las escritoras, por Nora Abadia


Que quede claro que no digo sobre las mujeres escritoras, porque ahí entonces las mujeres y las escritoras se reparten en mitades y terminan siendo mucho menos de lo que son. Pienso estas líneas en Uruguay, definitivamente en Colonia de Sacramento, otra vez explicaré por qué, si es que me dejan en EdM. En Colonia de Sacramento por toda la vida, o hasta que se me acabe el amor. Leo el suplemento de El País de Montevideo (16-7-2010) y me encuentro con una doble página dedicada a Herta Müller (Rumania, 1939), Premio Nobel 2009. Mercedes Estramil traza un preciso y preciado recorrido sobre la trayectoria de la autora, y Esther Andradi, escritora argentina que reside en Alemania y que es colaboradora de EdM, escribe una nota bellísima en la que dedica un apartado al Premio Nobel y las mujeres:

“Cuando le preguntaron a Marcel Reich Ranicki, el pope de la literatura alemana, sobre la flamante Nobel, respondió: ´No voy a hablar de la Müller. No pensé que este año se lo darían a una mujer´. Y basta. En la conferencia de prensa, Müller estuvo muy clara: ´El Nobel es un premio y está bien, pero es algo externo, la escritura llega desde otro lugar. No puedo ser una Nobel todo el tiempo, mientras frío un huevo o voy a comprar papas al mercado´. Daría la impresión que cuando las escritoras ganan el Premio mayor, se sienten a lo sumo sorprendidas, sin ningún tipo de orgullo, o ambición, como si tuvieran que justificarse. Por lo menos, los últimos tres premios en esta década fueron así: baste recordar el espanto de Elfriede Jelinek, quien apenas posó para los fotógrafos y ni fue a Estocolmo a recoger el premio; o la sencillez de una Doris Lessing, quien luego de pocos minutos despachó a los periodistas diciéndoles: ´Perdón, pero ahora tengo que hacer las compras´.
Reconforta que sea un Nobel para el idioma alemán que no llega de los países centrales, sino de la periferia. (…) Lo único que apena es que Christa Wolf, la gran dama de la literatura alemana, siga con las manos vacías. Claro que ella es más que una disidente, es la exiliada de un país que ya no existe (Nota: se refiere a la RDA). Pero si la patria es el idioma, ese espacio seguirá registrándola como un tesoro.”

Nora Abadia (Colonia de Sacramento, Uruguay)
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ESCRITORES EN SITUACIÓN

Sobre Pedro Lemebel, por Nora Abadia



Estaba de paso en Buenos Aires cuando Pedro Lemebel fue a esa ciudad a presentar su novela Tengo miedo torero. Unas amigas chilenas, a quienes me había reencontrado después de no verlas desde una hermosa y larguísima noche de varios años atrás, me arrastraron a escuchar a la Lemebel que presentaba su novela en una librería. Eso fue hace ya unos cuantos años, y no olvido esa noche y mucho menos aquella anterior con mis amigas. Había sido una noche que comenzó antes de que se pusiera el sol y que se prolongó hasta que el día siguiente estuvo más agotado que nosotras. Con mis amigas no parábamos de mirarnos ese encuentro a los ojos, todo el tiempo sin mencionarlo, o lo mencionábamos apenas de costadito para no gastarlo, y nos buscábamos las piernas con las piernas, sentadas en unas sillas mientras esperábamos a Lemebel. Llegó tarde, y el autor que iba a dialogar con él (era Vitagliano pero yo todavía no lo conocía) comenzó leyendo “Manifiesto (Hablo por mi diferencia)”. A nosotras nos agradaba el contraste de esa voz tan masculina leyendo un texto tan maravillosamente otro, a Lemebel también, y la noche, de a poco, fue siendo otra vez una nueva y distinta para nosotras.
   Como saludo a todas las mejores noches, a los conocidos que por entonces eran desconocidos, y a lo que vendrá, insospechado y diferente, aquí van unas líneas infinitas de “Manifiesto” de Pedro Lemebel, un texto que fue leído por primera vez en septiembre de 1986 en un acto político de izquierda en Santiago De Chile: Para que puedan volar.»

«No soy Passolini pidiendo explicaciones
No soy Ginsberg expulsado de Cuba
No soy un marica disfrazado de poeta
No necesito disfraz
Aquí está mi cara
Hablo por mi diferencia
Defiendo lo que soy
Y no soy tan raro
Me apesta la injusticia
Y sospecho de esta cueca democrática
Pero no me hable del proletariado
Porque ser pobre y maricón es peor
(…)
Mi hombría fue difícil
Por eso a este tren no me subo
Sin saber dónde va
Yo no voy a cambiar por el marxismo
Que me rechazó tantas veces
No necesito cambiar
Soy más subversivo que usted
No voy a cambiar solamente
Porque los pobres y los ricos
A otro perro con ese hueso
Tampoco porque el capitalismo es injusto
En nueva York los maricas se besan en la calle
Pero esa parte se la dejo a usted
Que tanto le interesa
Que la revolución no se pudra del todo
A usted le doy este mensaje
Y no es por mí
Yo estoy viejo
Y su utopía es para las generaciones futuras
Hay tantos niños que van a nacer
Con un alita rota
Y yo quiero que vuelen compañero
Que su revolución
Les dé un pedazo de cielo rojo»
Nora Abadia (Asunción / Brooklyn)


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APUNTES

Sobre Alfonso Kijadurías, por Nora Abadia




Kijadurías nació en Quezaltepeque, El Salvador, en 1940. Se ha ocupado de realizar distintos oficios, entre los cuales la traducción ha sido el más literario. Desde que conocí sus textos no he dejado de buscar otros, de acercarme también al mismo Kijadurías para entrevistarlo. Siempre se me ha alejado cuanto más cerca creía que estaba de encontrarlo. Dejé de buscarlo para seguir leyéndolo. 
   Aquí propongo la lectura de uno de los textos breves de Alfonso Kijadurías, «El grito». 



«Si grito, le dijo la cantante calva, te partiré el alma en pedazos, no me obligues a hacerlo. Pero el asaltante con el puñal en la mano, como si aquellas palabras fueran un ensalmo que estimulara su curiosidad, le contestó, con un dejo de ironía, que eso precisamente quería oír y ver. 
   Entonces, la cantante calva emitió un grito agudo como la punta del mismo puñal del asesino, con tal horror que bandadas de gatos y murciélagos salieron en desbandada de callejones y techos de aquella barriada maltrecha. 
   Pasado el grito, llegó un silencio denso como la misma noche. El asesino aflojando el puñal de su mano, se puso de rodillas y comenzó a recoger, una por una, igual que los fragmentos de un espejo roto por el impacto de una piedra, las minúsculas partículas de su alma.»

Nora Abadia (Asunción / Brooklyn)





Sobre Kijadurías: https://www.festivaldepoesiademedellin.org/pub.php/en/Multimedia/kijadurias.html
Sobre Nora Abadía: Ha publicado Escritores descalzos. Entrevistas a escritores latinoamericanos, Brooklyn, Bugme Book, 1998.  
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