Agradezco a mi madre, Liliana Isod, por su invaluable asesoramiento en estos apuntes
Quizás resulte llamativo saber que la inmensa mayoría de las embajadas no tienen biblioteca. Suerte de no lugares, con espacios y tiempos lábiles, las embajadas son metáforas que injertan a un país dentro de otro. Suele ser difícil granjearse el acceso a una embajada y, una vez que se consigue, por lo general autoriza sólo a algunos trámites. Ante ese público que piensa más en el pasar que en el quedarse, comportamiento análogo al de los embajadores que cumplen una función por un tiempo prefijado, ¿para qué crear algo tan difícil y duradero como una biblioteca? Un cargo de bibliotecario en una embajada es algo todavía más extraño. Esto, que se aplica a la inmensa mayoría de las embajadas, tiene honrosas excepciones. Entre ellas, la Embajada de Israel en Buenos Aires.
El 15 de febrero de 1949, la cancillería argentina reconoció al Estado de Israel como Estado soberano. El primer embajador, Jacob Tsur fue recibido con entusiasmo. Elías Teubal y Simón Mirelman, junto a un reducido grupo de amigos, adquirieron el edificio y mobiliario de Arroyo 910/916 donde empezó a funcionar la Embajada. Por algún motivo difícil de explicar, pronto empezaron a llover donaciones de libros. Es raro, pero si hay que poner un puntapié inicial de esa biblioteca, hay que referirse a las manos anónimas que quisieron donar sus libros a este país naciente. Los cargos en la prestigiosa delegación argentina empezaron a ser ocupados por curiosas personalidades. Entre ellos, podemos mencionar al agregado cultural Yitzjak Navón. Este diplomático, al que el Ministerio de Relaciones Exteriores israelí antepone el calificativo de hombre de artes antes que cualquier otro, cumplió servicio en Uruguay y Argentina. Dramaturgo, Navón llegó a ser el quinto presidente de Israel entre 1978 y 1983. El cargo de presidente lo elige el Parlamento y es más bien protocolar (incluso se ofreció la primera presidencia del Estado a Albert Einstein). Luego, Navón volvió a la arena política y fue ministro de Educación y Cultura entre 1984 y 1990. Curriculum bastante impresionante para uno de los hombres que se encargaron de desarrollar el fondo bibliográfico de la Embajada. Zerubavel (Yaakov) Vitkin fue otro encargado de difundir la ajetreada vida cultural israelí en la Argentina. Hombre de amplísimos conocimientos, escritor que supo estar preso más de una vez por sus labores editoriales, se ganó un nombre entre las luminarias de nuestros intelectuales y se encargó de publicar periódicos dirigidos a la comunidad judía. También trabajó para dar mayor gloria a la biblioteca de la Embajada. Organizó reuniones que contaban, entre los concurrentes más asiduos, a Jorge Luis Borges, quien siempre tuvo la causa judía e israelí como una cuestión personal. Estos casos no deben hacernos perder de vista a la historia chica, la de esos personajes ocultos que colaboraron con sus colecciones dirigiéndolas a la Embajada, acrecentando un caudal que nunca cesó. Un hombre, me cuenta mi madre, llevaba las actualizaciones periódicas de la monumental Enciclopedia Hebrea, que comenzó a imprimirse junto a la fundación del Estado de Israel. La biblioteca ocupó buena parte del primer piso en Arroyo, que luego paso a otro edificio, en la calle Paraguay 1535 donde hubo un bibliotecario no demasiado avezado. Sería faltar a la verdad decir que tuvo un método catalográfico o clasificatorio muy desarrollado, a medida que iban llegando, se acomodaban. Tampoco se puede decir que haya sido muy consultada, aunque fue una colección considerable, su servicio estaba aspectado a la referencia para armar discursos oficiales y poco más. Así y todo, insisto, algo atávico llevaba a la gente a donar sus libros.
Hasta el 17 de marzo 1992, cuando el atentado a la Embajada de Israel en la Argentina destruyó el edificio y mató a 29 personas e hirió a más de 200 constituyendo el acto vandálico más atroz, contra civiles, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Lo extraño es que la inmensa mayoría de libros que se guardaban en la Embajada, consiguieron salvarse del atentado. Sobrevivieron. Y aquí se abre el terreno a la especulación. Recuerdo cuando estuve en Israel, alguien preguntó a un rabino encargado de confeccionar mezuzot (esos tubitos que se ponen en el marco de las puertas de las casas judías, que tienen dentro un papel enrollado con versículos de la Torá) si creía que sus obras tenían realmente algún efecto benéfico para los que la usaban. El hombre dijo no poder asegurarlo, pero dio un largo muestrario de situaciones de gente que había mejorado su vida por la mezuzá colocada en la jamba de las puertas y concluyó algo como: “hay cosas que ayudan a creer”.
Y yo no puedo dejar de pensar en eso ante el extraño caso de la biblioteca de la Embajada de Israel. La relación del judaísmo con el libro es una relación de supervivencia. Habiendo tenido que movilizarse tanto para conservar la vida, el judaísmo apostó al libro para seguir. La religión debía ser transportable, pero ¿cómo se transporta una religión? Pronto, los judíos supimos que la religión entra en los libros. Por eso, creo que la persistencia de los libros de la Embajada es, de alguna manera, la persistencia de todo el pueblo judío ante el salvajismo asesino. El judaísmo cree en la shejiná, una palabra con varios significados entre los cuales me interesa el de “hogar de la presencia divina”. Esto no es un lugar metafórico, es un lugar físico. Yahvé vivía en el Templo del cual el Muro de los Lamentos era una de las paredes externas. Un patio amurallado dentro de otro patio amurallado dentro de otro patio amurallado. En el medio, una construcción: la casa de Yahvé. El templo se destruyó, los judíos esperamos la reconstrucción del Templo y la llegada del Mesías, pero ¿a dónde se fue a vivir Dios? La respuesta es clara: la nueva morada de Dios, después de la destrucción del Templo, es el libro.
Gabriel Graves
Buenos Aires, Argentina, EdM, abril de 2012
Bloom, H. Jesús y Yahvé : los nombres divinos. Buenos Aires : Taurus, 2006.
Isod, L. (ed.) Arroyo y Suipacha : esquina del alma. Buenos Aires : Embajada de Israel, 2012.
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