Si el “yo” es una cáscara, esa falsa morada en la que, como decía Freud, ni siquiera es dueño el que dice “yo”, ¿se imagina usted, vuestra merced, lo que habita dentro de un “nosotros”?
mile Benveniste estimaba que hablar de “primera persona del plural” constituía un error de los manuales de gramática dado que el sujeto de la enunciación seguía siendo, en casos así, uno solo. “Nosotros” no es un plural de “yo”, y en la enorme mayoría de las lenguas ni siquiera poseen la misma raíz léxica. En proposiciones como “los maestros pensamos que…”, “las mujeres exigimos que…” o “cuando los uruguayos nos independizamos…”, sigue hablando una persona singular. Sólo que esta vez habla en nombre de otros. Y esos otros pueden englobar, o no, a los interlocutores. Nebrija mantenía aún en su gramática la distinción entre el pronombre “nos” que los incluía y “nos otros” que los excluía, como el nos alteros latino o el nous autres del francés. “Nosotros” terminó asumiendo en español ambos valores. Este pronombre sigue aludiendo a un enunciador singular pero presentado como portavoz de otros. Identificándose con otros. Aquellas frases, en efecto, equivalen a decir: “yo, en mi calidad de maestro, pienso que…”, “en mi carácter de mujer, exijo que…” o “cuento, como uruguayo, cuando nos independizamos…”. Más que una primera persona “amplificada”, como la llamaba Benveniste, se trataría de una primera persona “caracterizada”.
Thomas Hobbes había abordado esta cuestión tres siglos antes que el lingüista franco-sirio en su famoso Leviatán. “Una persona”, explicó, “es aquella cuyas palabras o acciones son consideradas, ya sea suyas, ya sea representativas de las palabras y los discursos de otro”. “Cuando las palabras y las acciones son consideradas como propias, solemos llamarla persona” y “cuando son consideradas representativas de las palabras y las acciones de otro, la llamamos persona ficticia o artificial”. Hobbes recordaba incluso que el sustantivo latino persona se decía, en griego, prosōpon, vocablo que significaba, en principio, rostro, “del mismo modo que persona significa en latín disfraz o apariencia exterior de un hombre tal como se representa en la escena”. De la escena, explicaba, la palabra se transfirió “a todo representante de un discurso o de una acción, tanto en los tribunales como en el teatro”. La persona terminó convirtiéndose así en un actor “tanto en la escena como en la conversación corriente”, y “personificar” empezó a significar “ser actor, representándose a sí mismo o a otro”, “interpretar el papel del otro o actuar en su nombre”, y a estos actores, proseguía, los llamamos representantes, lugartenientes, vicarios, apoderados, diputados o procuradores. El estatuto de estos actores va a seguir siendo durante siglos un punto particularmente delicado de la teoría de la representación política. Cuando Hobbes sostenía que “los hombres de la multitud no deben entenderse como un solo autor sino como múltiples autores”, estaba aludiendo a ese estatuto del sujeto de la enunciación: no hay, en principio, un sujeto de la enunciación plural. Para que “una multitud de hombres cuente como una sola persona”, agregaba, estos tienen que ser “representados por un solo hombre o una sola persona”, es decir, por alguien que habla en nombre de otros y dice, por este motivo, “nosotros”. Por eso la unidad no provenía, para el pensador inglés, de los representados sino del representante, es decir, del portavoz. Esta “sola persona” no habla en primera persona del singular sino del plural: porque el que habla en nombre de ese grupo es una persona individual que encarna un character o una persona ficta, expresión, esta última, que los canonistas medievales habían forjado para referirse a eso que llamaríamos hoy una personería jurídica o política (un grupo no puede ser imputado, como tal, por un delito, de modo que solo puede tener derechos y obligaciones “como si” fuera una persona jurídica, y a este “como si” aludía la expresión persona ficta evocada por Hobbes).
La aparición del “usted” en el español del siglo XVI nos permite medir la importancia de este personaje ficticio. El pronombre “usted” es una contracción, como se sabe, de la expresión “vuestra merced”, y el vocablo “merced” aludía en este caso el título o la dignidad del individuo en cuestión, de modo que cuando alguien preguntaba “¿Qué opina vuestra merced?”, no estaba interrogándolo acerca de lo que pensaba a título individual sino como portador de una dignidad o una función. No le interesaba saber qué pensaba “tú”, a título individual, sino “él”: el Otro. Esto significa, una vez más, que cuando empleamos el pronombre “usted” no nos estamos dirigiendo a la persona privata sino a la persona ficta: interpelamos a nuestro interlocutor en su carácter de rector, profesora o suegra, es decir, en su calidad de vocero de estos conjuntos sociales. No nos interesa conocer las impresiones del individuo: nos interesa que nos diga aquello que hubiese dicho en su lugar cualquier otra persona que interpretara ese character.
A los franceses les sorprende que los estudiantes españoles tuteen a los profesores porque en Francia se dirigen a ellos tratándolos rigurosamente de vous (usted). Pero los españoles, justamente, no tutean a los profesores porque cuando se dirigen a un profesor o a cualquier otra autoridad diciendo “tú”, no añaden “tú, profesor” o “tú, directora” sino “tú, Enrique” o “tú, Estela”, de modo que no invocan su estatuto o su investidura sino su nombre propio. El hecho de que vous signifique en francés tanto “usted” como “vosotros”, se entiende perfectamente cuando lo pensamos a partir del español. Desde el momento en que un español se dirige a su interlocutor con el pronombre “vosotros”, no está tratándolo como persona singular sino como miembro de un conjunto o como portador de una identidad (“vosotros, los uruguayos…”, “vosotras, las mujeres…”), de modo que espera que éste le responda en su calidad de integrante de esos conjuntos y no a título individual. “Vosotros, los uruguayos” equivale a “vos, como uruguayo…” Y cuando su interlocutor responde, recurriendo al pronombre “nosotros”, va a sugerirle igualmente que está dándole su parecer en su carácter de integrante de ese conjunto, del mismo modo que un monarca o un papa recurrían al llamado “plural mayestático” para promulgar sus decretos o un investigador recurre al “plural de modestia” cuando escribe, solo, pero en su carácter de investigador (no hay oposición alguna entre la majestad y la modestia dado que en ambos casos el que habla renuncia a su punto de vista personal, a sus preferencias y opiniones, para representar un papel). De hecho, una feminista puede dirigirse a sus propias compañeras para decirles: “las mujeres estamos hartas de que…” ¿Cómo es posible que en el discurso político alguien le diga a los demás lo que supuestamente estos sienten o piensan? Porque no les está diciendo que piensa cada uno de sus auditores sino qué siente o qué piensa esa persona ficta que es el conjunto, y qué deberían sentir o pensar ellos, en consecuencia, tan pronto como interpretan esa persona ficta.
Un hablante o un oyente pueden encarnar entonces diversas personas y no tener necesariamente la misma opinión en cada caso. Los revolucionarios de la independencia, por ejemplo, decían una cosa “en su calidad de americanos” y otra, muy diferente, e incluso opuesta, “en su carácter de criollos”. Y en sus arengas interpelaban a veces a sus congéneres “como descendientes de Atahualpa” o “de don Pelayo”. Alguien puede tener posiciones muy distintas en relación con una huelga cuando habla en su condición de trabajador o de usuario, y el gobierno, o los periódicos, interpelarlo de un modo u otro. Un individuo puede encontrarse declarando lo contrario de lo que diría como militante de un partido cuando asume una función diplomática y ya no habla en nombre de su organización sino de su país, y un obrero puede quejarse, a título personal, de sus compañeros de fábrica, pero defender sus derechos cuando se dirige a los patrones en su calidad de delegado sindical. Interpelaciones, identidades, papeles: frases como “los maestros reclamamos…” y “yo, como maestro, reclamo…” nos sugieren que el conjunto está en cada uno de sus integrantes, y en cada uno, según una interpretación singular.
Dardo Scavino
Burdeos, Francia, EdM, julio 2017
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