La revista Fierro empezó a publicar Borges, inspector de aves, de Lucas Nine, en febrero de 2012, cuando nadie preveía que un nuevo clásico estaba por romper el cascarón; hoy ya no hay dudas al releer la historieta completa publicada por la editorial Hotel de las Ideas, en una colección que reúne desde Sudor Sudaca de Muñoz y Sampayo a Cobalto de De Santis y Saénz Valiente.
No es la primera vez que Borges se convierte en personaje de historieta, en los 80 fue un personaje decisivo en Perramus, de Juan Sasturain y Alberto Breccia. Fue un intento de robarle a Borges a la derecha, dijo Sasturain en un artículo del 86 en la revista Unidos. Nine rondaba entonces los 10 años, y aunque su Borges dialoga con el de Perramus, busca algo distinto: hace que el mito de Borges se confunda con el mito borgeano. Quién sabe si hay un por qué, pero eso es lo que sucede; es decir, mientras leemos Borges, inspector de aves también nos vamos descubriendo irreales.
Dos líneas se entrecruzan en la historia del mito. La primera comienza en 1926, la noche que Ricardo Güiraldes celebraba la publicación de Don Segundo Sombra. Borges llegó al banquete acompañado por Norah Lange, y muy decidido, cuentan, a no dejar pasar otro día sin declararle su amor. Presentó a Norah a algunos conocidos y en el instante en que pronunció el nombre de Oliverio Girondo, comprendió que esa no era su noche y que ella no sería su mujer. Ni siquiera tuvo posibilidad de sentarse entre los dos, no porque Norah buscara apartarlo sino porque lo único que ahora existía en su mundo eran las bromas de Girondo. Una copa de vino se derramó sobre la mesa, Norah se disculpó por haber salpicado a Girondo, que de inmediato replicó: “Esto quiere decir que va a correr sangre entre nosotros dos”. Ese fue el comienzo de su imperecedera relación amorosa. La otra línea del mito es de 1946; eran los días del primer peronismo y Borges había sido removido de su empleo como ayudante en una biblioteca municipal del barrio de Boedo. Como era conocido su antiperonismo, alguien tuvo la peregrina idea de desplazarlo hacia otra dependencia pública, a inspeccionar abejas, no exactamente convertirlo en inspector de aves y gallineros, como prefirió repetir Borges. La provocación, desde luego, era la misma. Borges se decidió por un destino acorde con la vulgaridad que les asignaba a sus adversarios.
Borges inspector de aves está construido sobre esas dos líneas, a las que Nine le suma una vuelta: Borges decide ser otro y acepta el cargo. Aunque no es un inspector de aves común, es un inspector de policial negro en la ciudad de Buenos Aires de los 40. Y una sortija imposible: Norah Lange ya no tolera las locuras de Girondo y quiere fugarse con él. Dos archienemigos enfrentados por una mujer, el inspector de aves y el poeta de Espantapájaros, al que Nine construye como una mezcla de Guasón y Pingüino detrás de su plumaje de Gran Señor de los Pájaros.
Hace poco más de diez años, en 2006, se publicó en castellano Borges. Una vida (2004) de Edwin Williamson (1949), la que desde entonces es reconocida como la biografía de Borges más documentada. Lo que de ningún modo impide que sea también la más antiborgeana de todas las que existen. Williamson hace girar la vida y la obra de Borges sobre un único eje, Norah Lange, a partir de la noche del banquete por Don Segundo Sombra. Así, todo el interés de Borges por la literatura nórdica derivaría por extensión de los antepasados de Lange; y la toma de distancia con los jóvenes vanguardistas de los años 20, una decisión que transformó radicalmente su proyecto literario, por sus celos hacia Girondo. Una vida tramada como el peor folletín. Ningún lector de Borges podría pensar para el autor un relato tan ajustado a las convenciones de los relatos que deploraba. Es una imagen de Borges transformada en su reverso. Lucas Nine asegura no haber leído ni conocer siquiera la biografía de Williamson, aun cuando Borges inspector de aves resulta su crítica más contundente. Y de manera tan sutil como extraña, porque nos hace pensar que los sucesos narrados en la historieta resultarían posibles si las hipótesis de Borges. Una vida fuesen verdaderas.
Y esa extraña sutileza está presente en cada trazo, en las sombras tan cargadas del viejo Breccia -¿y acaso no se parecen también a los dibujos de Girondo?-, y en las palabras que constantemente mantienen un relente de inflexión borgeana. Como cuando Norah y Borges escapan entre los juegos de feria del Parque Retiro y entran a un bote con forma de “tren fantasma” donde cuelgan esqueletos de cartón pintado, y Borges dice: “Un bonito simulacro del infierno, me dije. Aunque la idea de una institución que se parodiara a sí misma solo para burlarse de sus eternos clientes resultaba una hipótesis aún más lúgubre. Me revolví inquieto en mi asiento”.
Miguel Vitagliano
Buenos Aires, EdM, julio 2017
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