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Palabra: “Tecnocracia”, por Dardo Scavino


unque habría aparecido por primera vez en un ensayo de 1919, el vocablo technocracy sólo empezó a circular masivamente a partir de los años ’30: en un sentido positivo, primero, sobre todo entre quienes aspiraban a que la sociedad fuese gobernada por un conjunto de expertos capaces de tomar las decisiones más eficaces para el buen funcionamiento global del sistema, y en un sentido negativo, a continuación, entre quienes comenzaron a percatarse de que los regímenes capitalistas, fascistas y comunistas coincidían todos en un punto: el tratamiento de la sociedad como un sistema que era preciso estudiar, o vigilar, en permanencia para regularlo o tomar las medidas adecuadas con vistas a mejorar su rendimiento. Estos diversos regímenes reducían a los sujetos al estatuto de objeto de estudio y de control, de cálculo estadístico y de influencia propagandística. Como escribían Adorno y Horkheimer en su Dialéctica de la Ilustración, “poder y saber” se convirtieron en sinónimos porque saber cómo funciona un objeto –noción que involucra ahora a los sujetos humanos– significa prever sus comportamientos físicos, químicos o biológicos, pero también económicos, sociales y psíquicos, y estos conocimientos permiten desarrollar las técnicas susceptibles de orientarlos o manipularlos, del mismo modo que los ingenieros agrónomos aprendieron a mejorar el rendimiento de las cosechas gracias al estudio de la biología mientras que otros expertos lograron desarrollar máquinas más eficaces gracias al conocimiento de los materiales y la energía.

      Auguste Comte tenía razón en este punto: ya no nos encontramos en la era “teológica”, durante la cual las leyes de la sociedad provenían de los textos considerados sagrados, y en donde los opositores eran tildados de herejes o de blasfemos; ni tampoco en la era “metafísica”, que buscaba las leyes de la sociedad en una razón pura universal, y en donde los opositores eran tachados de locos o supersticiosos. Estamos en la era “científica” porque la sociedad ya no es gobernada por los sacerdotes o los filósofos sino por los expertos, es decir, por los tecnócratas. Y hasta podría decirse que Comte había sido en este aspecto más lúcido que Horkheimer y Adorno, dado que el pensamiento de la Aufklärung corresponde todavía a esa era “metafísica” que no pensaba la sociedad como un sistema susceptible de conocimiento y regulación técnica, y ni siquiera la concebía como un objeto de estudio. Había habido una ruptura, para Comte, entre el pensamiento de las Luces y el pensamiento positivo, o entre el despotismo ilustrado y la tecnocracia. No había una línea de continuidad entre Descartes y Hitler, como llegaron a suponer los teóricos de Frankfurt, porque a partir de la segunda mitad del siglo XIX los príncipes habían empezado a remplazar a sus consejeros: en lugar de recurrir al filósofo que buscaba, a través de sus especulaciones cartesianas, establecer las leyes y las instituciones más “racionales” para el funcionamiento de la sociedad, convocarían al economista, al sociólogo, al psicólogo, al ingeniero y, más adelante, a los expertos en comunicación o educación, que empezarían por llevar a cabo un seguimiento pormenorizado de los fenómenos sociales para obtener las informaciones susceptibles de intervenir eficazmente en el sistema. El filósofo ilustrado pensaba todavía que el Estado debía suprimir las creencias del pasado y las supersticiones insensatas que les impedían a los sujetos razonar y comportarse racional y, por ende, libremente. Al tecnócrata eso lo tiene sin cuidado; le interesa en cambio conocer las creencias “privadas” de esos sujetos para decidir cómo pueden ponerse al servicio de la regulación y el perfeccionamiento del sistema. La vigilancia cambia ahora de estatuto: ya no se trata de espiar a los enemigos de una sociedad sino a sus miembros, a la manera en que un médico ausculta y sigue a sus pacientes para prevenir con mayor eficacia las enfermedades y prescribir con mayor tino los eventuales tratamientos.
     Y esta imagen médica no es, en modo alguno, anodina. Porque nuestras sociedades están atravesando una nueva frontera tecnocrática. Ya no se trata solamente de controlar la vida psíquica y social de los humanos sino su vida biológica. Al mismo tiempo que logran tratar enfermedades incurables hasta hace apenas unas décadas, las bio-tecnologías habilitan el control de los comportamientos humanos a través de una intervención directa en sus informaciones genéticas o neuronales, de modo que ya no se trata solamente de bombardear a los sujetos con informaciones acerca de su entorno que estimulen el consumo de ciertos productos, la ejecución de ciertos comportamientos o la elección de ciertos candidatos u opciones políticas sino también de intervenir directamente en los mecanismos fisiológicos vinculados con esas conductas y decisiones. Y hasta tal punto es así, que muchas de las experiencias químicas que durante los años sesenta algunos universitarios norteamericanos pretendieron convertir en armas psicodélicas contra la omnipotencia del imperio tecnocrático fueron recuperadas por los mandarines de nuevo orden para mejorar su eficacia.

Dardo Scavino
Bordeaux, Francia, EdM, abril 2014
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