En la segunda mitad de los años ochenta el escritor Mario Levrero era jefe de redacción de una revista de juegos, que funcionaba en la calle Uruguay, cerca de Corrientes. Yo solía visitarlo, para abrumarlo con mis manuscritos juveniles. No se quejaba y me regalaba sus libros, entre ellos la colección de relatos breves Caza de conejos, que nunca fue reeditado y donde se leían miniaturas como ésta:
“Nunca pudimos salir del castillo. Por temor, por desidia, por comodidad, por falta de voluntad. Y a pesar de todo nuestra única ambición era ir al bosque a cazar conejos. Planificábamos expediciones perfectas que jamás se llevaron a cabo. Estudiábamos los manuales más complejos sobre la caza del conejo. Pero nunca nos atrevimos a salir del castillo”.
Era muy meticuloso, y en la oficina tenía todo ordenado, como corresponde a quien se dedica a palabras cruzadas y juegos de ingenio.
-Para mi trabajar es prácticamente una novedad. Yo en Uruguay logré ir tirando trabajando lo mínimo.-Evocaba con nostalgia los años en Piriápolis y Montevideo. Las contratapas de sus libros decían que había sido librero y fotógrafo, pero él daba a entender que había que sacarle todo énfasis a la mención de esos oficios.
Todos sus cuentos y novelas trataban de enormes lugares dominados por la extrañeza. En La ciudad, en El lugar, que publicó la revista Péndulo, en París, hay siempre ciudades por recorrer.
-Abro el Ulises y no me importa si no entiendo todo, lo que me importa es que el libro es una ciudad.
Por eso mismo, por su aspecto urbano, le fascinaban las novelas policiales que buscaba en librerías de viejo.
-Las novelas muchas veces me decepcionan. El género jamás.
Escribía por ese entonces una historieta que ilustraba Lizán, sobre una pandilla que intentaba unos atracos siempre fracasados. Se llamaba Los profesionales, y cada capítulo desmentía el título.
Sus libros fueron considerados al principio dentro de la literatura fantástica. Sus amigos Marcial Souto y Elvio Gandolfo hicieron lo imposible por publicarlo y difundir su nombre. A partir de Diario de un canalla, su obra abandonó el clima de extrañeza y se centró –sobre todo después de su regreso a Uruguay- en la demorada descripción de hechos mínimos y reflexiones sobre la escritura.
Antes de instalarse en Montevideo vivió largo tiempo en Colonia. Recuerdo que le escribí una carta, preguntándole cómo era su vida allí, ya que me costaba imaginarlo fuera de una gran ciudad. Me respondió con una carta en ese papel finito que se usaba para vía aérea, donde había trascripto un poema de Kavafis, que terminaba,
“Has arruinado tu vida en esta ciudad, la arruinaste en cualquier lugar del mundo”.
Me contó su amigo Gandolfo que en el último año de su vida leyó, en un sueño, un diario con la noticia de su muerte. Estuvo seguro (había escrito una vez un Manual de Parapsicología) de que el vaticinio se iba a cumplir. Pero murió meses después. También en los sueños los diarios a veces se equivocan.
Pablo De Santis (Buenos Aires)
Su reciente novela El Enigma de París obtuvo el primer Premio Planeta-Casa de América en 2007
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1 comentario:
En el número seis de la revista El péndulo, salía completa la novela "El lugar" de Mario Levrero acompañada de una entrevista realizada por Gandolfo. Todavía, en algunas librerías de saldos de la avenida Corrientes, se puede conseguir ese número memorable.
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