Imagen: Gustavo Schwartz |
Estar amplificada en el placer de un experimento de aparato fonador y gestos, que hacen de mí un animal controlado. Dudando de la transparencia del sonido, deseosa de lo metálico, lo grave y suave de una voz en transformación, y estar donde se golpea cada palabra en el sonido.
De no leer nunca en público, habremos quedado sordos, como cuerpos ciegos de la lengua.
Habrá un lugar, una luz, una silla o estar de pie, con el micrófono como un músculo expandido. Todo el tiempo en que tengo la palabra estoy de pie. Confiar en el don y en la escucha, entregar todo a la mirada y saber que algo muy simple, que preparo con cuidado, va a suceder. Al hacer que una palabra se enlace en el aire con otra soy puro cuerpo: una caja toráxica como pasaje que regula, en un lugar detrás de mi conciencia, el sístole-diástole de unos acentos, mi schibbolet, dulces entonaciones de un idioma y su música, puestas en escena. He puesto el cuerpo, que se dobla como una caña, mira y lee, levanta la cabeza, busca los ojos múltiples de un conjunto que respira y le devuelve un eco, el silencio como una marea que habla y se ve. Intento llegar con esa voz al fondo del salón como si hubiera detrás de los otros un hueco de lo dicho.
De leer en público, el poder de crear un volumen, de modular y ver cómo algo material se forma en el espacio: experimento con la boca y trabajo el lenguaje para provocar una acción.
Cada vez, administro lo líquido de las letras, hago que el aire alcance un tiempo justo para una emisión completa de eso que he querido decir, pero que mejor he escrito. Le doy, a eso que está ya vuelto escritura, un aliento de única vez, y en ese instante lo con-vierto en seducción de la letra y así, obra.
Leer en público devuelve la función primera de mi estar en el mundo: tener una voz propia y “que se escuche/ como una canción”.
Liliana Lukin
Buenos Aires, Argentina, EdM, marzo 2012
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