“Sólo algunos de ustedes, que de por sí son pocos, se preguntarán porque no llamo a las cosas por su nombre, a qué viene tanto gambeteo si la libertad de opinión es irrestricta”.
Javier A. Trímboli, Espía vuestro cuello
Creo que unos pocos sabían de su existencia. El autor, remiso a contar y cuidadoso de lo que podría resultar esa aventura, apenas la había anticipado. Al paso. Algo decía a veces de "la novela". Porque las librerías porteñas remozan de títulos que hablan de una nueva narrativa argentina. Cien páginas promedio. Javier Trímboli se despacha con casi seiscientas. Un bofetón para los que se regodean en el diminutivo. Apuesta fuerte. Poco y nada de “novelita”. Evocación de la desmesura, en todo caso.
Espía vuestro cuello se llama el libro en cuestión. El curioso título remite a una frase que se esconde en otra más extensa: "No son las protestas de los traidores encubiertos; no son las seguridades de los consejeros incautos; las que han de desviar la mano aleve que espía vuestro cuello en la soledad y en la sombra. Es vuestro propio valor. Es vuestra propia energía." El grandote y bravucón Hernández zamarreaba así al vencedor de Caseros, para increparlo tras el asesinato del Chacho Peñaloza. Lo alertaba de las falsas expectativas que debía tener –cuando confiaba– en esos aliados. Sus enemigos. En este libro, la frase se acompaña de un subtítulo: "Memorias y documentos de trabajo”. Sus partes, como las cuerdas de la guitarra, son seis. En tres converge un punto de partida común: el Colegio Nacional de Buenos Aires. Miguel Cané logró convertir al Nacional Central en el colegio: un emblema de la Generación del ochenta y todas las que colearon por atrás. Para la voz narrativa de Espía…, hecha de fragmentaria reconstrucción, en el Establecimiento. Un modo de tomar distancia –“por tristeza y por pudor”– de aquella aplastante carga simbólica que le impregnó el autor de la ley 4144. Y una pista para indagar la marca del orillo. También sus secuelas.
Esas tres partes (formadas por el primero, el tercero y el quinto relato) se anclan entre fines de los años setenta y la transición democrática de comienzos de los años ochenta. Allí se reconstruye lo que fue aquel narrador cuando adolescente. En ellos transcurre la vida cotidiana, la familiar, los retratos de algunos compañeros de curso, su amor frustrado y la incipiente militancia. Sendas que vertebran un relato. Al paso le salen, de entrecruce, los tres documentos de trabajo en los que desflecan otros registros: una conferencia, la desgrabación de una discusión política y una clase escrita entre varios, marcada con las observaciones de un lector externo. Otras tres estaciones donde se introducen nuevas experiencias que aluden más directamente al 2001, del 2003 y al presente.
El autor de este “texto poceado” es esquivo a dejarse encasillar en un género. Porque no resulta sencillo definir este texto como una novela: la ficción va saltando, una y otra vez, los casilleros que van de la historia a la literatura, del ensayo a la reflexión en voz alta.
En el borde. Como cuando en el filo de los años noventa Trímboli se propuso ahondar las huellas dejadas por Bialet Massé, para leer allí –con desazón– la política que atravesó esa década. Otro tanto sucede con Espía vuestro cuello. Javier juega sobre un objeto, pero se escapa por el lateral. Ubicar a este libro en un estante determinado, la novela en este caso, podría clausurar lo que de apertura trae. La ficción le permite superar una frontera, la que llegaba hasta sus ensayos. La A. que media entre su nombre y su apellido, novedad introducida en esta faceta ficcional, insinúa lo singular de esta búsqueda. Aun cuando sepa, desde el vamos, que demanda otro esfuerzo de lectura. El profesor de historia relaja las categorías en su búsqueda por expandir la escritura lúdica y chacotona, que apela al pasado como constante preocupación y da vueltas sobre el presente, rodeándolo.
En ese juego orejea algunas barajas en las que asoman las memorias de Lamadrid, las del general Paz, la historia de Mitre, las menciones reiteradas al fraile Castañeda, las burlas sobre Ingenieros, o las invectivas sobre el coronel Sandes. Autores y figuras que se contornean en los subrayados –en tinta limón– sobre las páginas de Walter Benjamín. El libro se horada en las inserciones provocadas por la presencia constante de José María Ramos Mejía, que siembra interrogantes por doquier: a veces sobre la teoría de la simulación, en otras sobre las multitudes. En el camino, una fina ironía se despliega sobre las latosas prédicas de los Kovadloffes y Pignas de turno.
Tiempo atrás, el malogrado bloguero Juan Pablo Maccia, escribía sobre este libro y mencionaba el “encriptado universo de sentido” que hace un “paseo por extravagantes textos del pasado para hallar una ubicación natural en el presente”.
Alivia –dice– “la manía ilusoria de la argumentación” con “una escritura –burlona hasta el cansancio”. Más que burlón, el tono que el narrador de Espía vuestro cuello esboza es mordaz y dolido. Quizás porque como se dice allí: “arduo es trabajar con la memoria y más aún con los resquemores heredados”, que someten las gemas del pasado a la torsión del presente.
Guillermo Korn
Buenos Aires, EdM, abril 2013
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