¿Dondé se ovilla la identidad? ¿Dónde atraca? Los cuerpos que desaparecen en los inquietantes –paradójicamente tranquilos– cuadros de Laura Ojeda Bär responden a estos interrogantes con acercamientos, intuiciones, soluciones provisorias, que se corrigen sobre la marcha. Proponen: la identidad como work in progress, sin paz, sin fin. Cambiante, por momentos densa o deshilachada, luminosa o apagada o estrambótica como un loro salido de La isla del tesoro sobre el hombro de un perfecto porteño de clase media. Porque en la obra de LOB todo habla del ser: qué se es y cómo.
Hombres y mujeres en permanente (de)construcción, en un juego de falta y resto: cabezas sin cuello, tórax sin cintura ni cadera, pies sin pantorrillas, hombros sin brazos. Cuerpos incompletos. Pantalones pintados con esmero que resaltan la ausencia de las piernas, bufandas retratadas con exactitud milimétrica anudadas a cuellos que se desvanecen en la nada, en las pinceladas del fondo. El cuidado impetuoso con que LOB trabaja la ropa de sus modelos contrasta con el interés relativo que le suscita su fisonomía. Se trata más de captar al vuelo un gesto, una pose, que de intentar representar a una persona de forma mimética. La potencia pictórica de LOB se desencadena de manera furiosa en los detalles, un par de zapatos, un short. Y luego, como la ola que baña la arena playera, se repliega dejando en el camino una mano, una porción de cara, un cuello.
Si –raro– una tela contiene un retrato completo de cuerpo entero, con todas sus partes y detalles, lo que se desvirtúa entonces es el fondo, de pronto área para la experimentación y el desacato. En los cuadros de LOB encontramos una negación de la idea de la totalidad como algo concluido, cerrado, porque no hay conclusión posible para la identidad. O, lo que es lo mismo: LOB concibe la identidad como una experiencia siempre abierta, fluida, en perpetuo cambio. Una experiencia que se inscribe en la ropa, la pose, el gesto y se transmite desde detalles ínfimos, que pasarían desapercibidos, si no fuera por su ojo, que salvaguarda para nosotros los nodos significativos de quienes sujeta con su pincel a la tela.
LOB desmembra cuerpos con apacibilidad, en un gesto que se opone a la espectacularización de la violencia a la que televisión y cine nos han ido acostumbrando. Desde el circo desbarrancado de Tinelli –al que le impugno no la exposición pornográfica (carente de cualquier totalidad posible, justamente) de los cuerpos femeninos, sino la rabiosa lógica falocéntrica con la que somete a sus participantes mujeres– hasta el último blockbuster de “acción” parido en California, pasando por emisiones como TruTv y otras similares. Amable sosias de Hannibal Lecter, LOB ofrece al espectador un almuerzo desnudo en el que riega pistas y detalles, salpicados aquí y allá, para obligar al espectador a hacerse cargo de manera activa de la parte que le compete en el proceso de decodificación, en la asignación de rasgos y matices; a reconocer sus intuiciones, prejuicios y sospechas como un ropaje más que se cierne sobre el interrogante que lo interpela desde la tela.
Del hombre de calzoncillos colorados al misterioso hombre sobre fondo azul, las presencias de LOB se afirman en lo que falta, como si lo que nos constituye fuera, primero y antes que nada, lo que todavía no sabemos de nosotros mismos, lo que nos queda por descubrir.
Ana Ojeda
Buenos Aires, Argentina, EdM, junio de 2012
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