Delia se conocía a sí misma, por eso intuía que la soledad no le pertenecía, que debía ser parte de otra. Desde que era una nena le daba vueltas esa idea, mientras inspeccionaba a las hormigas o veía trabajar al padre, José Ingenieros (1877-1925), o cuando escuchaba lo que los otros decían del autor de La simulación en la lucha por la vida. Si nada era tal cual creía percibirlo, no había razón para que ella fuera una excepción al desconcierto. Esas primeras certezas la condujeron hacia la ciencia. A los 31 años, en 1946, obtuvo su doctorado en Ciencias Naturales por la Universidad de Buenos Aires, aunque desde hacía diez años ya que trabajaba en la investigación teniendo como maestro al Dr. Bernardo Houssay.
Había empezado a publicar sus trabajos científicos en 1941, sobre la fisiología de los peces, histología vegetal y sobre cultivos propios de la flora argentina. Pero sus preguntas eran anteriores al microscopio, se remontaban a la infancia y a las conversaciones con el padre. ¿Existían tantos secretos en el alma humana como él aseguraba? Si era sí, ¿entonces qué había debajo del alma de los hombres, qué la sostenía? Él sonreía sin contestar y ella miraba al suelo, la tierra silenciosa, la tierra negra y espesa como los bigotes del padre.
Prefirió estudiar el silencio de la naturaleza más que a los hombres. Al fin de cuentas cuando ellos llegaban a eso que tenían para decir, callaban. En esa certeza descubrió una nueva duda: ¿No podía ser que la otra parte de ella ignorase cómo expresarse? A sus conocimientos de inglés, francés e italiano, incorporo el alemán y luego el ruso. En 1968, mientras en EUDEBA publicaba Los microbios útiles, empezó a preparar Inglés fácil y gramática sencilla que recién dio a conocer en 1977. En ese tiempo ya se acercaba al quechua, y en 1989 publicó un volumen titulado Quechua fácil.
Todo lo que parecía difícil ella lo convertía en fácil y cercano. Pero aún no sabía ni dónde estaba ni quién era su otra parte, a la que buscaba hablando de distintas maneras y en distintos tiempos. Así fue que comenzó a investigar con Borges las antiguas literaturas germánicas y que se convirtió en una estudiosa de William Henry Hudson, un hombre entre dos culturas, dos lenguas y que había vivido en el borde de las ciencias naturales y la literatura.
Como tanto esperaba un mensaje de su otra parte, hablaba poco. Y quizás por eso se resistía a viajar, para que pudiera ubicarla en cualquier momento. El dinero no fue el obstáculo; se había casado, en 1953, con Hans Bertold Roschild, descendiente de la reconocidísima familia de banqueros. Nunca le había interesado contar cosas, prefería contar palabras. Decía: Las cosas no nos llevan a ninguna parte. Sería erróneo pensar la sentencia como una contradicción.
Mientras trabaja en el Instituto de Microbiología Agrícola, unos años antes, entre 1948 y 1949, sintió que estaba a punto a desvanecerse. Desde hacía semanas tenía dificultades para dormir. En una conversación con una amiga llegó a precisar más el motivo: lo único que podía recordar de las últimas noches era que había soñado con su padre. No sabía cómo era el sueño, sólo la brillantez de su aparición. Sí, había aparecido como por acto de magia. ¿Y entonces? Que tal vez no podía dormir por el miedo que le daba no verlo.
Nada había para decir que no fuera intentar cambiar el tema de la conversación o reír. Hicieron las dos cosas, muertas de risa se pusieron a buscar en la guía telefónica la dirección de un profesor de ilusionismo y magia.
Delia empezó a palpitar que podía encontrar a su otra parte llamándose Delia Kamia. Con su amiga, que se llamó Teletis, montaron un estudio para experimentar en sus nuevos actos de magia. Pocos meses más tarde renunció al Instituto de Microbiología. Años después escribirió: “Mi magia no es un hobby, es la preocupación fundamental de mi vida.”
Delia Kamia ofreció sus funciones en varietés, clubes y circos.
Estudió con el mago Fu Man Chú, y en 1969 se convirtió en profesora del Estudio Fu Man Chú en Buenos Aires.
La mañana del 26 de junio de 1995, a los 80 años, el salto de cama de Delia se prendió fuego cuando preparaba su desayuno. Seis días después murió en el Instituto del Quemado.
Miguel Vitagliano
Buenos Aires, EdM, octubre 2016
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