“No habrá quien pueda extorsionar mi miseria. Soy fuerte, soy consciente, soy libre.
Soy yo misma reconquistada. Busco trabajo. Quiero trabajo.”
María Luisa Carnelli, ¡Quiero trabajo!
“Nosotros somos unos haraganes con plata y nada más. Y eso no es justo.
La plata debe ser repartida.”
Mecha Ortiz, en Mujeres que trabajan
El título es un poco engañoso, debo reconocerlo. Sobre todo parece un poco demodé, un título del catálogo de Anteo. O el de una ponencia para alguna jornada de jóvenes investigadores (aunque no sea ni una cosa ni la otra) en una facultad tan científica como comprometida. Sin embargo, mi intención es acercar un libro y una película: ¡Quiero trabajo!, novela publicada en 1933 y Mujeres que trabajan, estrenada en 1938. La película es conocida porque le dio visibilidad, por vez primera, a un personaje que triunfaba en la radio. Eso tentó a que los directivos de la Lumiton pusieran “con Nini Marshall personificando a Catita” como segunda placa.
La tienda del Señor Stanley fue el escenario de Mujeres que trabajan. Si se tiende a creer en Wikipedia puede suponerse que el argumento es el siguiente: “Catita es una empleada de una fábrica que sufre la opresión de su jefe tirano (Enrique Roldán). Tras las duras condiciones de sus compañeras (Mecha Ortiz, Alita Román, Pepita Serrador, Alicia Barrié y Sabrina Olmos) decide ayudarlas. que luego sería su mejor amiga y de esta forma se convierte en una líder gremial del proletariado fabril y esta actitud sorprende a otro capo de la fabrica que es Tito Lusiardo que decide sumarse a la lucha.” Pero más allá de la fallida redacción, sólo la fantasía militante o el anonimato burlón del autor de ese texto pudo llevarlo a transformar la tienda en una fábrica y un conflicto de polleras en una revuelta gremial. El desengaño amoroso, la crueldad del empresario, una aristocracia venida a menos y el titeo de la clase alta en las calles porteñas sí aparecen reflejadas en la película. Pero ni luchas, ni proletariado ni líderes. A lo sumo una curiosidad: una empleada que lee a Marx, en la lechería o en la pensión, intenta explicarles a sus compañeras la tensa relación que existe entre el capital y el trabajo. Pero, para no suponer que el guionista –y director– es un enviado de Moscú, el personaje concluye diciendo: “pensaba que… si yo hubiera encontrado un amor, no leería tanto”. A continuación, la palabra Fin que cruza la pantalla en negro sirve también para echar por tierra la conciencia esclarecida.
En la novela de la escritora Carnelli –marxista ella– el montaje es literario. Allí se cruzan voces, títulos de diarios, monólogos interiores y la denuncia casi panfletaria. El texto es un alegato feminista situado en los días de la década infame. Su protagonista tiene una mirada liberada, exigente de derechos de género y laborales. Su autora escribió varios libros de versos hechos en el “tiempo del ocio y de la poesía intrascendente” de los que renegaría al presentar ¡Quiero trabajo! Tristán Maroff, escritor y político boliviano exiliado en la Argentina, en el prólogo dice que esta narradora “es interesante, porque no es literaria ni cree en los espíritus ni en la Liga de las Naciones”. Algo de autobiográfico parece correr por estas páginas. Carnelli, al igual que César Tiempo travistió su firma. Si el autor de Sabatión argentino lo hizo para los Versos de una…, Carnelli duplicó su identidad en Mario Castro y en Luis Mario. Así firmaba las letras de tangos que escribía. Una de ellas, popularizada por Azucena Maizani, causaría cierto revuelo de haberse sabido que la letrista era una mujer: “Pasan los días, / pasan los años, / es fugaz la alegría, /no pensés en dolor ni en virtud, / viví tu juventud.” Otro que grabó un par de temas fue un desconfiado Carlos Gardel que le atribuyó la autoría de las letras lunfardas al amigo de María Luisa, Enrique González Tuñón. La Carnelli fue corresponsal durante la Guerra civil española, por entonces publicó UHP. Mineros de Asturias.
Lo que en la película aparece como una rareza, en la novela aparece como un eje. “Suficiente” –dirá el tesista de turno.
Guillermo Korn (Buenos Aires)
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1 comentario:
MUY bueno no conocía a Luisa Carnelli
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