“Yo sé que ellos persiguen una ciudad inmaculada que es inexistente.”
Los vigilantes, Diamela Eltit
En Once, para empezar a contar, abundan. De a pilones, apilados, apilonados. El cartón, a veces un diario, permite arrollarlos para que no se dañe el esmalte, ni se resquebraje el yeso de esas figuras yertas e insensibles. Para otros cuerpos, vitales y dañados, sirve de atenuante al frío o como moneda de cambio. Para ellos no habrá esos cuidados: ni el neón protector, ni la ropa de moda, ni una vidriera que cobije.
Nunca el abrigo es suficiente: los pies quedan al descubierto cuando –quizá por pudor– se cubren los rostros de la mirada que no ve. La indiferencia del mundo que es sordo y es mudo… se escucha en un altavoz.
Esos armazones inertes esperan ser cargados hacia un negocio o un galpón. Los otros cuerpos, corroídos y maltrechos, no esperan más que la persistencia de una invisibilidad. La que los protege de la expulsión. A la intemperie.
Foto: Pe Toni Vasa
Guillermo Korn (Buenos Aires)
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