APUNTES

Texto dedicado a la obra de Ana Eckell, por Silvia Hopenhayn



“Movimientos en el infinito”

¿Qué sucede, allá, en el infinito?
¿Por qué tanto alboroto y fantasía?
Han llegado las paralelas, dicen, que se unirán en grotesco rito.
¿En qué consiste la ceremonia, hay juez, hay diablo?
Nada de eso. Hay algunos perros extraviados. Un conejo de orejas heridas. Y una fina llovizna de mujeres que claman por un ángulo hasta perder la cabeza.
Todos asisten al infinito.
Al show de lo absoluto.
El rojo, el amarillo y hasta un iracundo celeste, se revuelcan de contento.

Ha llegado la hora de saciar los movimientos.
Las paralelas se alistan: enfundan sus destinos de luz diáfana y comienzan a vibrar, estirando, con estruendo, todas las formas que encuentran.
Los perros bailan con el conejo intercambiando contornos; las mujeres insumen colores y comienzan a titilar; algunos hombres se tragan cubos de vidas imaginarias.
La memoria se convierte en una sucesión de abrazos.

Pero, ¿de dónde proceden aquellas voces lejanas, esas miradas oscuras?
Son las sombras y los ecos, que, naturalmente, llegan con retraso.
Allí están el grito de Bacon y los pasos de Matisse. No es posible comenzar sin ellos.
De prisa, de prisa, la reunión debe producirse con la caída del sol en el vestido de esa señora. ¿De quién? De Ana Eckell, madrina del movimiento perpetuo, último paraje de las paralelas antes de que se junten.
¿Eckell, la puerta del infinito? Ella hubiera deseado ser su pareja…
¿Y ahora, qué es tan suave y veloz melodía?
La entonación de lo absoluto.
¿Quién canta?
La línea.
¿Por qué?
Culminó la ceremonia: lleva al espacio en sus brazos.


Silvia Hopenhayn (Buenos Aires)
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