(Algunos animales de la literatura argentina)
I. Animales guerreros.
En 1918, el uruguayo Horacio Quiroga publicó el libro infantil “Cuentos de la selva”, compuesto por varios relatos protagonizados por animales y ambientado en la selva misionera, en donde el escritor había vivido varios años. En los cuentos, aparecen tortugas gigantes, flamencos, yacarés, peces, insectos, etc. La fauna no sólo pertenece a la tierra selvática sino que, además, está representada en un ambiente ideal y simbólico: el río. En Quiroga —explica Sebastián Hernaiz en el interpretador 33–, el río es aventura individual e historia social. Y agrega: “es un espacio para el enfrentamiento, entre animales y hombres, entre la selva y la ciudad, entre naturaleza y progreso.” En “La guerra de los Yacarés”, por ejemplo, los animales construyen un dique para que no pasen los vapores que espantan a los peces, alimento de los yacarés. Quizás eran, podemos imaginar, los mismos vapores que habían fascinado a Sarmiento y Alberdi en Norteamérica y que soñaban ver, navegando y comerciando, en las cuencas argentinas. Pero en estos relatos, la “civilización” se detiene ante adversarios imprevistos. (Dice un yacaré) “-El buque pasó ayer, pasó hoy y pasará mañana. Ya no habrá más pescados ni bichos que vengan a tomar agua, y nos moriremos de hambre. Hagamos entonces un dique. - ¡Sí, un dique! ¡Un dique! –gritaron todos nadando hacia la orilla-. ¡Hagamos un dique!”.
II. Animales fantásticos.
Jorge Luis Borges y Margarita Guerrero propusieron en 1957 pasar “del jardín zoológico de la realidad al jardín zoológico de las mitologías”. Entonces, publicaron el “Manual de zoología fantástica” por la Editorial Fondo de Cultura Económica. Once años después, volverían a publicarlo bajo el título “El libro de los seres imaginarios”. Minotauros, Sirenas, Quimeras, Dragones, Basiliscos, Cancerberos, Grifos, Simurg y Ave Fénix, entre otras criaturas, aparecen en las páginas mediante la alusión a leyendas y anécdotas. Pero la lista no sólo se nutre de la mitología, sino también de la literatura. Animales soñados por Poe, por Kafka, por Lewis, son invocados a esta tradición. Para Kafka, por ejemplo, será “un animal con una gran cola, de muchos metros de largo, parecida a la del zorro”. El narrador reflexiona: “Suelo tener la impresión de que el animal quiere amaestrarme; si no, qué propósito puede tener retirarme la cola cuando quiero agarrarla, y luego esperar tranquilamente que ésta vuelva a atraerme, y luego volver a saltar.”
III. Animales inventados.
En el cuento “Cefalea”, de Bestiario (1951), aparecen las mancuspias, inventadas por Julio Cortázar. Se trata de cuadrúpedos mamíferos con picos y pelo, bastante delicados, que necesitan mucho cuidado para la cría. “Con el calor del verano se llenan de caprichos y versatilidades, las más atrasadas reclaman alimentación especial y les llevamos avena malteada en grandes fuentes de loza; las mayores están mudando el pelaje del lomo, de manera que es preciso ponerlas aparte, atarles una manta de abrigo y cuidar que no se junten de noche con las mancuspias que duermen en jaulas y reciben alimento cada ocho horas”. Son notables las descripciones realistas que utiliza Cortázar para darle verosimilitud a sus invenciones. Diferente es el caso de los cronopios, que, junto a los Famas y las Esperanzas, integran el mundo en su conocido libro “Historia de Cronopios y Famas” (1962). En este caso, apenas se conocen detalles de su apariencia. De los cronopios, sólo se menciona que son seres húmedos y verdes. Cuando le preguntaron a Cortázar sobre el verdadero significado de la palabra, explicó: “cronopios son dibujos fuera del margen, poemas sin rimas. Por diferentes, por raros, son capaces de cautivar”.
IV. Animales prehistóricos.
En su novela “Adán Buenosayres” (1948), Leopoldo Marechal resucita a un animal placentario extinto en la región pampeana desde hace más de diez mil años: el gliptodonte. Se trata de un herbívoro, pariente de los hormigueros, perezosos y armadillos, que medía cerca de tres metros y pesaba casi una tonelada y media. En la novela, aparece de forma espectral ante los excursionistas de Saavedra, personajes basados en amigos y compañeros del grupo martinfierrista de los años 20 con nombres en clave (Pereda es Jorge Luis Borges, Samuel Tesler es Jacobo Fijman, Schultze es Xul Solar, el petiso Bernini es Raúl Scalabrini Ortiz, etc). El animal, que en este caso tiene la facultad del habla, instruye a los excursionistas sobre el origen de la llanura y de la sociedad argentina que se edifica sobre un modelo pampeano. Discute con el petiso Bernini, quien afirma que el terreno es de formación marítima. El animal lo corrige y le dice que el Loess pampeano tiene un origen eólico, que la pampa se formó por la erosión de una cordillera. “¡Debió ser un viento fenomenal!” –exclama el personaje que parodia a Borges. “¡Ja! –ríe el Gliptodonte. ¡Miren ustedes por mi ojo derecho!” Entonces los excursionistas ven en el ojo del fantasma un paisaje triste, cuyas elevaciones se van desgastando por los remolinos. El espectáculo –imagina Marechal- es desolador, y los excursionistas de Saavedra se quedan mudos como estatuas.
V. Animales suicidas.
En 1969, el mendocino Antonio Di Benedetto publica “Los suicidas”, una novela que consta de dos partes: Los días cargados de muerte y Las ordalías y el pacto. En el medio de esta estructura, figura, o se “interpreta”, según el título musical, un Interludio con animales. “El perro se echa sobre la tumba de su amo y se deja morir. El escorpión se clava su propia ponzoña y perece. Con el privilegio de fecundar a la abeja reina, el zángano entrega su vida. En el curso de las migraciones río arriba cierta clase de peces, los que no consiguen saltar las gradas naturales de las piedras, se golpean contra ellas hasta morir”. Ya sea por tristeza, ya por sacrificio, los animales de Di Benedetto se arrojan de la literatura argentina al vacío, los caballos se precipitan desde lo alto, las ballenas dejan el mar y se lastiman contra los arrecifes. Por instinto u obediencia, en la mayor parte de los casos lo hacen colectivamente o en beneficio de la especie. Incluso en estas representaciones de la naturaleza, parece confirmarse entonces aquella idea que esbozara el francés Émile Durkheim en su libro “El suicidio” (1897), donde señalaba que los suicidios eran fenómenos individuales que respondían esencialmente a causas sociales. En 2005, otro autor argentino apela también a los animales suicidas. Se trata de Fabián Casas, que publica por Santiago Arcos el libro de cuentos titulado “Los Lemmings y otros”. Según el mito, los lemmings, roedores de tamaño algo superior a los ratones, realizan largas migraciones por distintos territorios y, al llegar al mar, tratan muchas veces de cruzarlo, muriendo en el intento, en masa, arrojándose de los acantilados. De este modo, el título pone a los cuentos de Casas bajo una luz particular y es inevitable interpretar a los amigos del barrio, a los chicos y jóvenes de Boedo representados en el libro, como criaturas que, desde sus mismas infancias y aún en comunidades felices, persiguen instintos suicidas.
Juan Diego Incardona (Buenos Aires)
Imprimir
No hay comentarios:
Publicar un comentario