PIES DE IMAGEN

El ojo del amo, por Miguel Vitagliano

The Sunday Times calificó a JR como el mayor artista callejero desde Banksy. Sin embargo, JR detesta ese mote, prefiere definirse como “fotografitero” o “artivista”. Son varias, además, las diferencias entre ambos. Banksy oculta su identidad, apenas se sabe que nació en Bristol, Inglaterra, y que comenzó con los grafitis a fines de los 80, en cambio el francés JR, de 28 años, trabaja, concede entrevistas y recibe premios a cara descubierta (EPS, 15/05/2011). Entre 2006 y 2007, pegó fotografías gigantescas de rostros de israelíes y árabes sonrientes en el muro de Belén que separa a las dos naciones. Un año después desparramó gigantografías de ojos, narices y bocas sobre las paredes color ladrillo de la favela Providencia, en Río de Janeiro. Gestos únicos y próximos dentro del paisaje urbano que tiende a invisibilizar al prójimo: en especial a los pobres, distinguidos únicamente por sus carencias; en particular a los ricos, ocultos detrás de rejas de protección y vidrios polarizados. En 2010, JR recibió el Premio de la Conferencia TED dotado de 100.000 dólares que invirtió en un proyecto en curso titulado Inside Out: desde cualquier parte del mundo se le puede enviar vía internet un retrato fotográfico propio, JR propone devolverlo convertido en un póster con la condición de que la imagen sea pegada en un lugar muy visible de la ciudad del retratado, que se registre fotográficamente el resultado y se lo reenvíe.
La imagen en Times Square, en Nueva York, a comienzos de mayo de 2011, no documenta ninguna intervención de JR y sus fotografías, tampoco algún trabajo con plantillas y aerosol de Banksy, se trata sólo de un azaroso encuentro de publicidades. Imágenes que incluyen narraciones individuales y promueven narraciones compartidas. La revista Time vuelve, por ejemplo, sobre su propia historia; ya en 1945 había utilizado la tachadura en rojo sobre el rostro de Hitler, en 2003 sobre Hussein, en 2006 a Abu Musab al Zarqaui, y ahora sobre Ben Laden. La repetición del artificio parece avalada por una designación metafísica; es decir, el bien absoluto interviene en la historia de los hombres pero está más allá de ésta, no puede ser juzgada por sus normas, posee la potestad absoluta, como la de quien se arrogaría el derecho de violar las fronteras de un país y dar muerte a un hombre sin intentar capturarlo.
Fuera de su propio palimpsesto, la portada de Time propone la construcción de un relato con el resto de los carteles. Sin duda habrá quien vea como irónica metáfora que el beisbolista parezca lanzar una bola contra la tachadura. Toda una intervención al estilo de Banksy. Pero no, convengamos que son casualidades la presencia de ese jugador, la del globo terráqueo empequeñecido y rodeado -justamente- por una publicidad de proyectores de imágenes, como también que en la base de la imagen central se lea el acrónimo de la bolsa de valores electrónica más grande de EE.UU. Las ciudades están repletas de esa clase de yuxtaposiciones que ofrecen con frecuencia rutilantes relatos inesperados. Aun así, será difícil convencernos que es obra del puro azar que los ojos de la tapa de Time coincidan con las ventanas del edificio, y no pensar en las fotos gigantes de JR. ¿Quién querría mirar desde allí? ¿Alguien lo aceptaría? ¿Cómo no ver a través de esos ojos arrancados? ¿Cómo mirar si no es al menos interferido por los ojos de otro?
Constantemente cambiamos de lugar las cosas que vemos. Es lo que nos exige la vida moderna. A veces lo hacemos para orientarnos en la ciudad, otras con la ilusión de mantenernos quietos. Ponemos las manos en los ojos y el olfato en los oídos. Inocencia de sinestesia, acaso la única que aún conservemos. Cuanto nos rodea es un espacio intervenido. Ready made. Objetos resignificados en el instante en que los cambiamos de contexto. El arte de Banksy consiste en redoblar ese principio. Un Cristo con bolsas de shopping colgando de las manos clavadas. La nena vietnamita escapando desnuda del napalm pero que parece correr feliz junto a Ronald McDonald y Mickey Mouse… Todos esténciles pintados con aerosol. No sorprende que para construir su manifiesto, Banksy haya procedido de igual manera, refuncionalizando un texto escrito por otro. Lo que sorprende es que el manifiesto sea únicamente la cita del diario de uno de los soldados ingleses que liberaron el campo de concentración de Bergen-Belsen en 1945. Y más, que el pasaje de ese diario se concentre en el efecto desencadenado por un imprevisto. Porque hacía un mes que Mervin Willet Gonin había llegado con otros soldados al campo de Bergen-Belsen y esperaban alimentos y medicinas, no que la Cruz Roja británica les enviara, además, una enorme cantidad de lápiz labial. ¿Para qué necesitaban eso si les faltaba todo? Después de la conmoción inicial, Mervin Wilet Gonin cambió de opinión: “Creo que nada hizo más por la gente en el campo que el lápiz labial. Las mujeres estaban en la cama sin siquiera camisón pero con los labios escarlatas y las veía vagando sin nada más que una sábana en sus hombros, pero con los labios escarlata. Yo vi a una mujer muerta sobre una mesa de metal, sostenía en su mano un lápiz labial. Al final alguien les dio algo para hacerlos personas otra vez, ellos eran alguien nuevamente.”
La foto del Times Square se parece a los trabajos de Banksy y JR, pero la esquina que las asemeja es el punto donde se evidencia su radical diferencia. Las esquinas de la publicidad tratan de fundir la mirada con las cosas miradas, identificar a una con otras en una promesa de naturalizada posesión, en cambio las otras fingen la cercanía sólo para destacar más la distancia irreconciliable, para tajear la ilusión y desentumecer la mirada. Otro mes de mayo, el de 2005, el diario británico The Dialy Telegraph, publicó la noticia de que en el Museo Británico se había encontrado "una pieza falsa colgada en la pared”: la piedra con el dibujo de un hombre de las cavernas arrastrando un carrito de supermercado. Banksy no sólo hizo pública su autoría, también destacó que “Hombre primitivo camino al supermercado” ya llevaba algún tiempo expuesta en el museo.
Miguel Vitagliano (Buenos Aires)
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