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Cartas a Maira, por Juan Manuel Chávez


I
Reflexiones sobre lo ocurrido en una prisión

alencia, junio de 2011
     Querida Maira, ahora que ya tienes quince años, tal vez es momento de contarte una historia muy distinta de aquellas que te contaba en el Perú; historias en las que nos reíamos de nosotros mismos y de otros, historias un tanto simples y divertidas. Hoy te escribo estas líneas para relatarte un suceso de enorme crueldad que ocurrió en nuestro país cuando yo tenía, precisamente, tu edad…
     Hasta hace unos meses, yo no sabía nada sobre este suceso, por lo cual me animo a creer que si lo hubiese conocido en su momento, tal vez sería una persona diferente: acaso más comprensiva, con una visión de mayor amplitud con respecto a los alcances de la justicia y enteramente convencida de lo inadmisible que es el ejercicio de la violencia. Ahí tienes una de las razones por las que te escribo esta carta: compartir contigo algunas ideas sobre la dignidad humana, la importancia del diálogo y los riesgos de ser mujer.

     El día 6 de mayo de 1992 se llevó a cabo el “Operativo Mudanza 1” en la prisión de Castro Castro. La intención, aparentemente, era trasladar a más de un centenar de prisioneras a otros dos centros penitenciarios de Lima. Sin embargo, querida Maira, eso no fue lo único que ocurrió.
     El año 1992 fue bastante singular en nuestro país, pues quien era nuestro presidente, el ingeniero Alberto Fujimori, decidió disolver el Congreso e iniciar una reforma judicial el 5 de abril. Ambas acciones, junto a otras, conllevaron la centralización del poder en sus manos y su entorno más cercano. Cinco meses después, en setiembre, las fuerzas policiales capturaron a Abimael Guzmán, el líder del grupo terrorista Sendero Luminoso.
     Pues bien, querida Maira, entre esos dos acontecimientos sucedió el “Operativo Mudanza 1”, en el que 500 policías y 1 000 efectivos de las fuerzas armadas ingresaron a la prisión de Castro Castro la madrugada del 6 de mayo. Estas personas se dirigieron, con armas de guerra en las manos, a los pabellones 4B y 1A, donde cumplían pena de cárcel 131 mujeres, entre ancianas, jóvenes, adultas y gestantes. Los agentes del Estado las masacraron. “Masacrar”, esa es la palabra, aunque no podamos imaginar su profundo contenido.
     Este suceso fue llevado a un tribunal internacional muchos años después, con la aspiración de que se hiciera justicia. En las audiencias públicas, las víctimas y familiares relataron lo que ocurrió, bajo el juramento de decir la verdad y nada más que la verdad. Lo que te cuento, querida Maira, figura en el “Escrito de Solicitudes, Argumentos y Pruebas” del 10 de diciembre de 2005 y, sobre todo, en el “Voto razonado” que acompañó la sentencia del juez Antônio Augusto Cançado, de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
     Un dato sombrío es que ninguna de las 131 mujeres se había sublevado en la prisión, tampoco se habían amotinado siquiera; sin embargo, las asfixiaron con gases. Las sobrevivientes relataron a la Corte que sentían como si se les destrozara el aparato respiratorio y les pusieran fuego en la piel. Además del gas, tuvieron que sobrellevar las explosiones en el penal. Por lo menos, dos reclusas perdieron la razón a consecuencia de estos hechos; se volvieron locas, querida Maira. Según el juez Antônio Augusto Cançado, esta fue una “experiencia de contacto con la maldad humana”, ya que de la masacre no se salvaron ni las embarazadas. Ellas también fueron víctimas de la bestialidad. ¿No se supone que ante la maternidad debemos mantener cuidados especiales y mucha consideración? ¿Te acuerdas cuántas veces nos ha parecido encantadora una barriguita de embarazada? Qué incompatibles son estas formas de respeto y emoción con lo que ocurrió en nuestro Perú: mujeres arrastradas, golpeadas, violadas.
     A raíz del “Operativo Mundanza 1”, que la Corte considera criminal e injustificado, perdieron la vida más de cuarenta personas; pero muchas otras quedaron heridas. En el “Voto razonado” se relata que las mujeres que soportaron el asedio de tres días, entre el 6 y 9 de mayo, fueron transportadas con cortes, quemaduras y golpes en camiones, una encima de la otra, concientes o desmayadas. Querida Maira, mi querida Maira, una de las víctimas relata que en el hospital fueron violadas por individuos encapuchados, antes de ser vistas por los médicos. Incluso, muchas nunca recibieron atención y fallecieron sobre una camilla o en el piso, desangradas.
     Quienes sobrevivieron, tuvieron que soportar quince días sin agua para asearse ni ropa limpia para cambiarse. Durante cinco meses, no se brindó información alguna sobre dónde estaban o cómo se encontraban. Día a día, familiares y abogados preguntaban sin obtener una respuesta. Una de las internas, ya trasladada a otro penal, dijo lo siguiente en la audiencia pública: “solo una mujer sabe lo que es tener que estar sangrando cada mes sin tener forma de cuidar de su higiene”. Creo que ni siquiera hace falta que lo imaginemos.
     Condiciones horribles, ¿no crees, querida Maira? Ciertamente, como dice el juez, es una experiencia con la maldad humana; no obstante, cuando he contado este suceso a algunas personas, no falto quien dijera: “qué importa, eran presas”.
     Una respuesta así es otra de las razones por las cuales te escribo esta extensa y truculenta carta. Y es que no se puede justificar el atropello, golpiza o violación de una persona, sea cual fuere ella o su situación: encarcelada o en libertad como tú y yo. Me gusta pensar que todos tenemos igual dignidad. La idea de la igual dignidad, querida Maira, no es mía; está en las más importantes religiones del mundo y en muchas corrientes filosóficas; empero, lo esencial es que esta idea también puede vivir en nosotros, anidar en nuestros corazones.
     Quienes habitaban los pabellones 4B y 1A de la prisión de Castro Castro estaban en situación indefensa frente a los agentes del Estado peruano… Pienso, querida Maira, que comprendes conmigo que un preso puede ser desalmado, puede ser un criminal, puede ser un delincuente, y, por encima de todo, muchas veces es desalmado, criminal y delincuente a la vez; pero no por eso el Estado ni nosotros hemos de conducirnos así: tan desalmados, criminales y delincuentes como para atropellarlos, golpearlos y violarlos; inclusive, como para permitir que esto se haga sin indignarnos ni protestar. Es momento, en cada instante lo es, día a día lo es, para que nos sorprendamos hasta el escándalo por acciones de esta calaña. ¿Y sabes algo más?, estas acciones no solo se han dado en nuestro país… Es probable que ahora, mientras lees estas líneas, esté perpetrándose otro abuso indignante y censurable; sin embargo, es también probable que sobre esa acción llegue, a su tiempo, la justicia.
     Ahí va otra de las razones para esta carta, querida Maira: la justicia existe, y como se decía en nuestro Perú hace unos años, si la memoria sana, la justicia repara. Nuestro Estado tiró por tierra los derechos de esas mujeres, cuando una de sus funciones consiste en prevenir, investigar, sancionar y erradicar tanto terror. ¿Sabes qué es lo maravilloso de la justicia?; por lo menos, tal como yo la entiendo: impide la impunidad y puede evitar que la víctima quiera cobrarse el mal mediante un acto de venganza que entraña, siempre entraña, más violencia, cruda y malsana. El crimen de Estado, donde estuvieron implicados tanto el ex presidente Alberto Fujimori como los encapuchados que violaron a una mujer gestante y los policías que arrojaron gases en un pabellón, ese crimen tuvo consecuencias jurídicas que devinieron en una sentencia que exigió sanciones, reparaciones morales y económicas; también, el proceso que se llevó en la Corte sacó a las víctimas de su anonimato y les dio la oportunidad de exponer los hechos y abrir sus sentimientos, con lo cual el caso no cayó en el olvido y la historia de ellas no desaparecerá.
     Las personas que fueron atropelladas, golpeadas y violadas tienen un nombre, querida Maira. Una se llama Mónica Feria; otra, Benedicta Yauli; otra, Lucy Huatuco… Son muchas más, y no solo tienen un nombre, ahora su calvario puede ser conocido por personas como tú, por ejemplo, que están dispuestas a creer que la tortura y el sufrimiento innecesario y premeditado debe ser extinguido. Durante la audiencia pública, que se dio catorce años después de la masacre de la prisión de Castro Castro, las víctimas contaron que la simple condición de hablar sobre estos hechos las liberaba, las libertaba del martirio de tener que recordarlos en la soledad de sus círculos íntimos. En cierta forma, la audiencia pública supuso un verdadero acto de reconocimiento a su angustia y, sobre todo, una muestra de inolvidable solidaridad con ellas.
     Quizá la mejor forma de afrontar la violencia es estableciendo una justicia real para todos. Sin embargo, lo esencial no es solamente afrontar la violencia sino construir la paz, pues esta es un proceso que, como dice Óscar Arias Sánchez, premio Nobel de la Paz, no tiene fin. El diálogo que aguza el oído y no avasalla, también cimienta la paz… Hay palabras que nacen del dolor, aunque no tienen porque terminar en él. Creo que si estas se oyen con interés, respeto y preocupación, sin paternalismo ni condescendencia, no se las lleva el viento ni se oponen a la esperanza; por el contrario, pueden ser un vehículo para la reconciliación. Qué importante es hablar, querida Maira, hablar de lo que nos duele, de lo que sufrimos y anhelamos. Por supuesto, lo es asimismo escuchar.
     Llegado a este punto, tan confesional aunque muy a mi estilo: plagado de vocablos estrafalarios y estructuras enmarañadas, no quisiera que esta carta te lleve a pensar que los Estados son malignos; los gobiernos, desalmados, y los policías o militares, el enemigo. Esta carta no habla de buenos y malos sino de victimarios y víctimas en un suceso específico, singular, terriblemente singular. El Estado es una realidad necesaria; los gobiernos, una oportunidad que democráticamente elegimos cada cinco años y las fuerzas policiales y armadas, las encargadas de cuidarnos. Un puñado de miserables no empañan una institución castrense ni tampoco la confianza en el derrotero de la República. Si bien, creer en el Estado, el gobierno y las fuerzas policiales y armadas también es supervisar su accionar, exigir su óptima calidad. Eso también implica nuestra ciudadanía, esa que desarrollarás de forma plena en pocos años, cuando ya no tengas quince, como yo los tuve cuando se dio el “Operativo Mundanza 1” en 1992, hace tanto tiempo y tan poco… Es una lástima, querida Maira, que el salvajismo y la brutalidad humana no solamente se lean en los libros de Historia, como características de un pasado lejano y ya superado. Es una lástima.
    ¿Me dejas contarte algo más? Al día siguiente de terminada la masacre, el 10 de mayo de 1992, el presidente de ese entonces, el ingeniero Alberto Fujimori, inspeccionó la prisión de Castro Castro. Cuentan las víctimas que él se paseaba entre los prisioneros torturados, aprobando el operativo. Querida Maira, la inspección la hizo en domingo, segundo domingo de mayo: se celebraba el Día de la Madre. ¿Qué ironía tan terrible, no crees? En la audiencia pública, luego de catorce años de silencio e indignación, varias madres contaron que no se cansaron de preguntar a los agentes del Estado en comisarías y otras dependencias cómo estaba la hija desaparecida, dónde habían trasladado a su pequeña embarazada… Las mismas mujeres relatan que, en vez de respuestas, recibían indeferencia. Imagina conmigo la desesperación de una madre el día de su Día porque no sabe en qué lugar está su retoño; y esta desesperación se convierte en desesperanza cuando un mes después nadie le brinda una solución. Un mes, dos, tres, cuatro…
Querida Maira, ¿será la indiferencia peor que el odio o el rencor? Yo no lo sé; no obstante, creo saber que nadie se merece tanto desprecio. La paz se construye incluso con los gestos y los detalles; y qué castillo de magnificencia es la palabra cuando es ecuánime y equilibrada, cuando contesta lo requerido. Qué inolvidable es cuando brinda afecto. Posiblemente la violencia se diluye con actitudes de atención respetuosa, de respeto atento.
     Ya me estoy repitiendo, querida Maira… He regresado al lenguaje, a la importancia de las palabras. Siempre me da por girar en torno a la misma idea, como los perros cuando dan vueltas en círculos para morderse la cola. Confío en que tú, tan cariñosa, seas paciente con mis redundancias; cuanto menos, hasta el siguiente párrafo:
     Una de las víctimas, contó que en medio de tanta maldad un policía se compadeció de ella: le brindó agua cuando, desfalleciente, se la solicitó entre gimoteos. Para esta mujer, en el borde de la vida y la muerte, agraviada en su dignidad, recibir algo tan nimio e irrelevante como líquido en una botella de plástico fue un acto de piedad. Qué ejemplares son las situaciones límites, ¿no crees?; pues nos llevan a valorar lo pequeño e, incluso, lo superfluo… Esto es lo último que te diré, luego un puñado de páginas sobre tragedias y reflexiones: no hace falta caer tan bajo, ser tan pisoteado ni arrollado, para darle valor a lo que tenemos y compartimos. Por ejemplo, tenemos la libertad, que implica una enorme responsabilidad. Por ejemplo, tenemos las palabras, con las que podemos hacer feliz a otra persona y, además, poner en práctica la solidaridad y ejercer la justicia. Tenemos inclusive las cartas, como esta que he escrito en torno a hechos que ocurrieron cuando yo tenía tu edad; o sea, por ejemplo tenemos el tiempo de nuestro lado, sobre el cual podemos construir más temprano que tarde un mundo mejor como el que tú, mi maravillosa jovencita, y muchos más, necesitan de una vez y para siempre.
     Hasta siempre, entonces, mi querida Maira. Y gracias.


Juan Manuel Chávez (Lima / Valencia)


Su última novela es Ahí va el señor G, Editorial Norma, Lima, 2009
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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Quién imaginaría que algo tan terrible caiga en el olvido del tiempo... Exquisita lectura.

Anónimo dijo...

La Historiadora Dora Schwarzstein decía: La generación poseedora del pasado conserva como deuda con las que le siguen la transmisión de los sucesos de su tiempo, debiendo encargarse, asimismo, de que el pasado no sea rechazado". Esta carta explícita lo antes señalado y es la expresión viva de la verdad histórica de un país, verdad que repara, construye y garantiza la no repetición. GRACIAS por permitirnos acércanos a esa realidad que hace parte de lo que hoy es Perú.

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